martes, 12 de marzo de 2013

La parábola de Lanata


La parábola de Lanata


Eduardo de la Serna

En mi militancia adolescente, solíamos decir que muchos empezaban en el MAS, de allí pasaban al PI para de allí entrar en la UCR y finalizar en la UCeDe. Hoy diríamos del PO al FAP, de allí a la UCR y finalizar en el PRO. La parábola era un giro a la derecha (“cuando seas adulto vas a pensar como yo”, era el dicho de algunos mayores ucedeistas que habían empezado en el MAS hasta que tuvieron su American Express). La cosa era sencilla, bordear al pueblo, nunca tocarlo. Y en ese sentido, el no-pueblo, habitualmente anti-pueblo, era calificado sencillamente de “gorilismo”.
Podríamos decir que el “pueblo” -y no hablo de “ciudadanía”, palabra ilustrada si las hay, ni del “conjunto de la sociedad” tipo “pueblo somos todos”, sino de pueblo, sujeto de historia y cultura, proyecto y vida, por eso decían los curas del MSTM: “los pobres son el corazón del pueblo”- tiene una fenomenal capacidad de conversión.  Pero si uno no se sumerge en el pueblo, si no llora sus dolores y celebra sus fiestas, pierde una maravillosa posibilidad de conversión. En este sentido, por ejemplo, basta mirar cómo vive el fútbol o la fe el pueblo, y cómo lo viven los ilustrados. O también: ¿quiénes son los “ídolos”, o “líderes” que el pueblo reconoce, y quiénes los de los ilustrados? Es fascinante ver que el pueblo admira a Evita, a Maradona, ídolos que son “sucios” para los iluminados. Son “como nosotros”, para el pueblo. De nosotros. Mientras tanto, Página 12 en sus orígenes no salía los lunes, el día que el pueblo mira los diarios para ver qué pasó con el fútbol, por ejemplo. Y lo mismo podemos decir de la fe del pueblo; esa que los ilustrados (de dentro de la Iglesia, por ejemplo) miran con rechazo, o como “de menor calidad”. Y así está lleno el universo eclesial de religiosas/os que miran como “perdonando”, “por arriba” las miradas del pueblo, sus opciones, su vida. Muchas veces, hasta están generosamente a su lado, pero sin que el sentir (= la cultura) los impregne, los convierta. Es por eso que muchos viejos MSTM rechazaban y rechazan visceralmente la palabra “progresista”, porque viven en el mundo de las ideas, en lo que se parece más a la mirada del antropólogo “desde fuera” que al que comparte “gozos y esperanzas”.
Al escribir esto estoy pensando en muchas cosas… en miembros de la Iglesia y su actitud por un lado u otro de la parábola (siempre fuera del pueblo, claro) frente a opciones y posturas del pueblo (y no estoy diciendo que se deba pensar y hacer lo mismo que hace el pueblo, sino que se la debe participar, respetar, comprender y hasta celebrar aunque no se comparta plenamente). Pienso en sectores de la política o del periodismo… Pienso en muchos.
Recuerdo, por ejemplo, durante el primer gobierno de Menem una reunión. Después de los grupos, evaluaciones y papelógrafos, la ponente, progre ella, concluyó que “el pueblo no quiere saber nada con Menem”. Yo levanté la mano diciendo que esa mirada de la realidad era ideológica y falsa. Que Menem iba a volver a ganar las elecciones. Eso me valió ser “acusado” de menemista (¡y vaya que no lo era!). Aunque Menem ganó las elecciones.  Lo mismo cuando afirmé hace poco que Cristina ganaba las elecciones sin despeinarse, y sin segunda vuelta… Y esto me hace acordar a la mirada de algunos Teólogos de la liberación (Codina, Trigo, Muñoz, Gutiérrez) que creen que las dos miradas históricas “conservadora” y “progresista” son insuficientes o incorrectas para entender América Latina, y se debe incorporar una tercera, (“solidaria”, “latinoamericana”, “popular” o como la llame cada uno).
A eso, la mirada “progre” lo llama “populismo”. Y por eso no puede entender, o mira con desprecio los movimientos “populares”, sean el peronismo, el chavismo, u otros… o los fenómenos de religiosidad popular, por ejemplo.  Y entonces veo religiosos/as entregados/as y comprometidos/as que están en los barrios populares tratando de llevar adelante sus propios proyectos (que casi nunca el pueblo hará suyos), y terminan finalmente siendo representantes legales de colegios de elite. Y algunos hasta con American Express.
¿Por qué se le tiene miedo a los pobres, al pueblo? ¿Será que se tiene miedo de que nos desinstalen? ¿Nos conviertan? Mientras tanto, nos toca, por ejemplo ver y/o escuchar a los viejos progres de antaño hablar amigablemente con Macri, o pontificar con grotescos resabios de rebeldía adolescente desde los canales o radios o diarios hegemónicos donde nos explican por qué el pueblo está equivocado y cuánta razón tienen los mayores que nos dicen que “cuando crezcamos seremos como ellos”.

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