La
misericordia como camino
Domingo
5º de cuaresma “C” [17 de marzo]
Resumen: Aunque con frecuencia –y especialmente en los momentos de opresión y muerte- Dios parezca ausente; Él está presente haciendo nueva la historia, re-creando, y manifestando allí que en el pasado, presente y futuro camina con su pueblo en la búsqueda de liberación.
El contexto del exilio es
ciertamente de opresión. Allí los cautivos palpan a diario la fuerza todopoderosa
de Marduc, el Dios supremo de los babilonios. Año a año la liturgia de Año
nuevo –y el canto público del relato de la Creación, el “Enuma Elish”- les
recuerda a los cautivos no sólo el poder del Dios dominante sino la impotencia
e incapacidad de los dioses vencidos (Yahvé entre ellos). Todos los cautivos
están condenados a la desesperanza ante tanta manifestación de poder. En este
marco histórico, el S.I. se presenta como un profeta de esperanza, “la
liberación es posible”.
Hay una serie de elementos que
es importante notar en este texto, en la unidad literaria. Particularmente
desde 43,1 comienzan una serie de oráculos interrelacionados que anuncian “así
dice Yahvé” (43,1. 14. 16; 44,2.6.24; 45,1…). Y lo que dice Yahvé es garantizar
su presencia en la historia de su pueblo. Esto está dicho con una importante
acumulación de títulos aplicados al obrar de Dios Yahvé en la historia. Mirando
estos títulos es difícil no notar que el S.I. está polemizando con Marduc: a
esta divinidad se le atribuyen ¡50 nombres!, resaltando su poder, es
todopoderoso, creador, salvador… vence las fuerzas del caos (Tiamat), pone
orden, organización por medio de su palabra poderosa, y su sabiduría. Y también
manifiesta su poder venciendo a los dioses de los pueblos vecinos, y siendo
alabado y reconocido por la asamblea de dioses. Esto no puede ignorarse al
mirar el S.I. con la abundancia de nombres dedicados a Yahvé; el profeta hace una
transferencia de estos títulos a Yahvé. Sólo en esta unidad encontramos: creador (v.1), plasmador
(v.1), santo (v.3), salvador (v.3), rey (v.15), y las atribuciones: rescatador
(v.1), renovador (v.19), o su intervención en la historia (vv.5.14.16-17)… Por
eso es razonable encontrar en el conjunto verbos en presente (vv.14-15), en
pasado (vv.16-17) y en futuro (vv.4.6.14.20-21). Entonces, aunque Yahvé aparece como
un Dios impotente y vencido, que no se acuerda de Israel, por el contrario, el
S.I. lo presenta como lleno de poder, creador y salvador.
La unidad que nos toca comentar comienza con
“así dice Yahvé” y hace una alusión al éxodo, aunque los términos no sean
idénticos (vv.16-17). Luego señala lo que Dios está obrando, “está en marcha”
(v.19) y lo que ocurrirá en lo inmediato (vv.20-21). Hay, en el medio, un texto
que merece una breve nota, el v.18. Curiosamente la Biblia de Jerusalén (2ª y
3ª edición) lo pone como un interrogante, cosa que no parece justificada.
Tampoco se justifica el presente indicativo (no se acuerdan, no caen en la
cuenta), sino que parece debe leerse en presente imperativo (= jusivo): no se
acuerden… no caigan en la cuenta. Pero el texto así señalado causa problemas
(por eso los cambios en la Biblia de Jerusalén), ¿puede Dios querer que su
pueblo no recuerde? Un Dios activo en la historia (y más si confronta con
Marduc, también presente en la historia), ¿desearía que su pueblo no tenga
memoria? Especialmente cuando acaba de recordarnos su obrar y nos afirma que
este es el Dios que habla. Es posible que el acento esté puesto en que no se
trata de un recuerdo nostálgico, de un simple recordar acontecimientos del
pasado (y quedarse en el pasado); la historia y la memoria están delante para
señalarnos el camino (para el hebreo la historia no queda “detrás” sino que
está allí “delante” para tener memoria, para orientar el futuro, dar sentido al
presente); por eso este versículo está justo entre ambos momentos históricos.
Lo que Dios está decidido a hacer, “ya está en marcha” es precisamente el nuevo
éxodo. Aquí es presentado como camino en el desierto y ríos en el páramo
(v.19); en 40,4 todo valle es rellenado, todo monte es rebajado, la colina se aplana
y lo escabroso se nivela. Esta actitud “creadora” de Dios en el desierto –poner
agua- será celebrada por los animales del desierto, como chacales y avestruces
(aparecen con frecuencia como típicos animales de lugares desérticos: Job
30,29; Is 13,21-22; 34,13; Jer 50,39; Lam 4,3; Mi 1,8). Estos darán “gloria”
(kabod) a Dios por esto; este término tan importante en la Biblia, en el S.I.
parece que debe entenderse como “honrar” sin mayor contenido teológico
(43,4.20.23; 47,6; 49,5), pero esta agua está puesta allí para que beba “mi
pueblo elegido”. La elección es una decisión de Dios, hacia una persona
(Moisés: Sal 106,23, David: Sal 89,4), o su pueblo (ver 1 Cr 16,13; 105,6.43;
106,5; Is 42,1; 43,20; 45,4; 65,9.15.22). El S.I. lo une con “mi siervo” (42,1
y 45,4).
Y este pueblo “contará mis alabanzas” ver
Sal 78,4. “Alabanzas” es sumamente frecuente en los salmos (y aquí incluso puede
entenderse en paralelo con “mi gloria” –como la que darán las bestias-, Dt 26,19;
Sal 66,2; 71,8); ver Sal 9,15; 33,1; 34,2; 35,28; 40,4; 48,11; 51,17; 65,2;
66,8; 71,6.14; 79,13; 100,4; 102,22; 106,2.12.47; 109,1; 111,10; 119,171;
145,1.21; 147,1; 148,14; 149,1. Por tanto es razonable que en un texto tan
poético como S.I. el término sea recurrente: nuevamente en paralelo con
“gloria” (kabod) en 42,8 y 12; toda la “creación” está invitada a la alabanza
(42,10), desde las bestias del desierto hasta “mi pueblo elegido”.
Así lo hará el pueblo que Dios ha “formado”.
El verbo es usado en contexto creacional (cf. Gen 2,7.8.19; Sal 33,15; 74,17;
94,9…), tema que –como se ha dicho- es recurrente en el S.I. (43,1.7 (cf.
v.10); 44,2.21.24; 45,7.9.11.18; 46,11; 49,5, mientras que los seres humanos
son “forjadores de ídolos” (44,9.10.12). El verbo “forjar” es paralelo de
“crear”, como se ve en 45,18. Pero lo importante en S.I. es que en primer
lugar, Dios crea un pueblo, “su pueblo elegido”, a partir de su obrar en la
historia. Luego, en abierto desafío a Marduc se insistirá en que Dios ha creado
el mundo. De allí, entonces, la importancia de la insistencia, tanto en los
acontecimientos del éxodo, renovados en el presente del S.I. como en la
creación y la capacidad de intervenir en la historia. El grupo oprimido,
aparentemente olvidado de Dios y dominado por Babilonia y sus Dioses está
llamado a creer que la liberación es posible. Dios no ha olvidado a su pueblo,
aunque lo parezca.
Sin embargo, hay un término que no debemos
pasar por alto y marca, seguramente, la clave de comprensión de esta unidad (y
de muchas otras en el S.I.) y es el término “nuevo” (v.19). El problema lo tenemos en nuestras lenguas
occidentales ya que es un término muy usado y habitual; pero si miramos la
Biblia hebrea notaremos que es bastante escaso (comparando con nuestras
lenguas); se usa del grano nuevo, un nuevo rey, una nueva espada… o también de
“cosas no materiales” como una nueva alianza, o nuevos dioses. Es llamativo que
el término se usa con mayor frecuencia (y en los profetas casi con
exclusividad) en el contexto del exilio (como es el caso del S.I.). En este
sentido, Jeremías hablará de una “nueva alianza”, el llamado “Tercer Isaías, Is
56-66) de la “nueva creación”, y el S.I. lo destacará en contraste con lo
“antiguo”. En el texto que nos toca mirar, aparece en contraste con el v.18
donde se habla de “lo antiguo”, “lo pasado”. Puesto que Dios obrará “lo nuevo”,
los destinatarios ya no deben mirar lo “antiguo”. Sin duda esto es lo que “el
pueblo” debe “cantar” o “salmodiar”, y se trata de un “canto nuevo” (Sal 33,2;
40,4; 96,1; 98,1; 144,9; 149,1, Is 42,10). Pero el Dios renovador, renueva a su
pueblo, lo que se constituye en un acto creador. Este “nuevo éxodo”, es una
“nueva creación” (de un pueblo). En este sentido, no estamos lejos ni de la
“nueva alianza” ni de la “nueva creación” (teniendo claro que es creación del
mismo pueblo, es decir, no se refiere a un “pueblo” distinto del judío, sino a
re-crearlo). Como Israel fue “creado” al salir de Egipto, volverá a ser creado
saliendo de Babilonia, donde Yahvé mostrará que es más poderoso (o que
“existe”, “es el que es/está”) a diferencia de la multitud de dioses egipcios,
o babilónicos. En un sentido semejante, el Apocalipsis releerá este y otros
textos semejantes: «Oí una voz potente que
salía del trono: Mira la morada de Dios entre los hombres: habitará con ellos;
ellos serán su pueblo y Dios mismo estará con ellos. Les secará las lágrimas de
los ojos. Ya no habrá muerte ni pena ni llanto ni dolor. Todo lo antiguo ha
pasado. El que estaba sentado en el trono dijo: Mira, yo hago nuevas todas las
cosas. Y añadió: Escribe, que estas palabras mías son verdaderas y dignas de
fe. Y me dijo: Se terminó. Yo el alfa y la omega, el principio y el fin. Al
sediento le daré a beber gratuitamente del manantial de la vida. El vencedor
heredará todo esto. Yo seré su Dios y él será mi hijo». (21:3-7)
Lectura de la carta a los
cristianos de Filipos 3, 8-14
Resumen: La experiencia de Cristo muerto y resucitado ha marcado a Pablo a fondo; tanto que todo lo que era valioso antes del encuentro, lo desvalora totalmente. Así enfrenta las críticas de los que lo acusan de mal judío. Tender hacia Jesús estando “en Cristo” es el camino en el que Pablo se encuentra y donde lo encontrarán los que estén dispuestos a seguir su camino.
La segunda lectura del 2º domingo de Cuaresma nos permitió
empezar a comentar el cap. 3 de la carta a los Filipenses. Hoy tenemos un
fragmento anterior (algo recortado). Para ampliar algunos elementos, remitimos
a lo dicho allí.
Veamos este fragmento de la carta, para luego ver el texto
que se nos propone.
Pablo comienza esta unidad alertando contra unos
infiltrados, a los que califica duramente: “perros”, “falsos circuncisos” (en
oposición a los “verdaderos” que “somos nosotros”; literalmente el texto es más
duro: dice “atención a los mutilados pues nosotros somos los circuncisos”); y
con un nuevo contraste que es frecuente en Pablo y también muy duro entre
“nosotros” y “ellos”: ¿dónde ponen/mos la confianza? (que –como es sabido- es
un tema que nos aproxima a la idolatría): “ponemos nuestra jactancia
(kaujáomai) en Cristo Jesús, no ponemos nuestra confianza en la “carne”. En
este caso, “poner la confianza” (peíthô) es paralelo antitético de jactarse
(kaujáomai) que es frecuente en Pablo. Para Pablo, jactarse es afirmarse,
edificarse. Y uno puede “edificarse” sobre cosas que no son firmes (en este
caso, tan común en Corinto, suele usar el verbo “hincharse”), o “edificarse” directamente sobre Dios y su gracia (en
cuyo caso suele usar el verbo “gloriarse”,
de “dar gloria (a Dios)”). Sin embargo, el verbo jactarse es “ambiguo”, su bondad o maldad viene dada según “en qué”
se jacte uno. Pablo les dice a los corintios bien claramente: “el que se jacte, que se jacte en el Señor”
(1 Cor 1,31; 2 Cor 10,17). Cuando alguno se jacta en lo que no es el mismo Dios
(aunque sea en cosas buenas, o hasta en “cosas de Dios”) se aproxima bastante a
“hincharse”. En este caso, la diferencia está dada entre “nosotros” que nos “jactamos en el Señor” y los adversarios
que “ponen su confianza en la carne”.
Lo de Pablo edifica a la comunidad, lo de los adversarios es hueco y es
destructivo. La “carne”, en este caso (y como se ve en este capítulo) se
refiere a la circuncisión. Por tanto, nos encontramos con los adversarios que
se jactan de estar circuncidados, y destruyen (o quieren destruir) la obra de
Pablo, y Pablo que busca ser imitado por los suyos para “alcanzar a Cristo”.
Sin embargo, estos adversarios no sólo predican la
circuncisión como fundamental sino que además cuestionan a Pablo afirmando que
no es un buen judío (recordar que Pablo nunca se pensó como “cristiano”, lo que
sería anacrónico). Y entonces, Pablo empieza a hablar en primera persona del
singular (si es que antes en el “nosotros” no lo venía haciendo). Va a mostrar
que él también podría “confiar en la carne”, pero cree que eso no sirve para
nada (algo muy semejante, y más extenso hará en 2 Cor 11,10-12,10): “yo tengo motivos
para confiar también en la carne. Si algún otro cree poder confiar en la carne,
más yo”. Y a continuación empieza a “presentar” los
motivos de esa confianza inútil. Se presenta como judío ejemplar, y empieza a
mostrar su “curriculum” (vv.5-6). Es
interesante notar que varias veces Pablo debe “presentarse”, hacer una
“apología”, precisamente porque lo han criticado con el objetivo de deshacer su
obra. Y siempre son los mismos: “cristianos venidos del judaísmo que no saben
descubrir la novedad de la Pascua”. Es frecuente en estas apologías que Pablo
recuerde su pasado perseguidor; es una manera de decir “¡tan judío soy que…!”
pero también, “Dios me reveló” otro camino (Gal 1,13-16). Pero en este caso,
después de esto remarca la importancia que en su vida tenía “la Ley”: “en
cuanto a la ley, fariseo… en cuanto a la justicia de la ley: ¡intachable!”
(vv.5-6). El curriculum, sin embargo,
pega un giro sustancial. La clave está en el “Pero” (v.7) [acá hay que señalar que el “pero” no figura en varios
manuscritos muy antiguos, aunque otros importantes lo colocan, y otros lo
añaden tardíamente. De todos modos, a la hora de la lectura, aunque no esté,
debe suponerse tácitamente]. Aquí empieza el corazón de esta parte de la carta,
el “ahora” de Pablo. Esta parte –la
central, como decimos- finaliza en el v16 ya que en v.17 comienza la
exhortación a los destinatarios: “hermanos”
(en este sentido, es extraño que los vv. 7 y 15-16 estén omitidos por la
liturgia).
Pablo recurrirá en esta unidad a una serie de metáforas, económicas, deportivas.
Comienza con el contraste “ganancia”-“pérdida” (v.7), que le da sentido al
“todo es pérdida” del v.8. “Más todavía”, refuerza el v.7, no sólo “lo que
antes era ganancia” sino “todo”. El
absoluto para Pablo es “conocer a Cristo
Jesús”. Frente a eso todo es pérdida (el término es el mismo del dicho de
Jesús: “de qué sirve a un hombre ganar el mundo entero si pierde la vida”, ver
Mc 8,36; en un sentido semejante en 1 Cor 3,15). La pérdida, es definitiva,
como lo confirmará la siguiente metáfora: “perdí todo… todo es pérdida”. Sin
duda el acento está puesto en el conocimiento de Cristo. “Conocer”, en el mundo bíblico es algo definitivo. Lo que Dios
quiere de su pueblo es que “conozcan a Yahvé”. Dios quiere conquistar a la
rebelde Israel recurriendo a todos los pasos del amor: volver al amor primero,
recordar los mejores momentos, espantará los peligros y dificultades, se unirá
en “derecho y justicia, amor y compasión”, la desposará en fidelidad y
entonces: “tú conocerás a Yahvé”
(Oseas 2,16-22), Dios no quiere sacrificios y culto, lo que quiere es “amor, no
sacrificio; conocimiento de Dios, no holocaustos” (Os 6,6). En Pablo, el
conocimiento de Cristo (2 Cor 2,14; 10,5) manifiesta el amor de Dios: «Pues el mismo Dios
que dijo: De las tinieblas brille la luz, ha hecho brillar la luz en nuestros
corazones, para irradiar el conocimiento de la gloria de Dios que está en la
faz de Cristo» (2 Cor 4:6). El conocimiento es una experiencia
profunda del otro/a (por eso puede incluir lo sexual), y se identifica –como se
ve en los textos señalados- con el amor. El encuentro, la experiencia y el amor
de Cristo es para Pablo el todo, frente al cual nada cuenta. Y acá viene la
segunda comparación: todo lo que era valioso y lo dejé perder, es porque lo
tengo por “skybala”. Muchas Biblias
eligen traducir “skybala” por basura, pero se pierde el intento claramente
polémico de Pablo. Otras lo traducen por “estiércol”, aproximándose más al
sentido del término griego. Es la única vez que aparece el término en el NT, En
la Biblia griega sólo la encontramos en Eclo 27,4, también traducida de modo
“light”; en general se refiere al excremento humano o animal [Flavio Josefo
cuenta, en la Guerra que llegaron a comer “estiércol (skybala) de ganado”,
5,571]. Evidentemente no es lo mismo que Pablo diga “basura” que diga
“estiércol”. Ciertamente es mucho más provocador.
Lo que Pablo desea es “ser encontrado en él (en Cristo)”, lo cual es sumamente teológico y
sumamente paulino. Ser encontrado, es también manifestarse, aparecer como, y
hasta ser. Lo que Pablo desea es ser encontrado “en Él”. La fórmula “en Cristo/ Señor/Él” es muy frecuente en Pablo
y los demás escritos de influencia (casi 150 veces). Cristo aparece como una
suerte de “lugar” donde se está (o donde Pablo desea ser hallado). Es probable
que la imagen sea “bautismal”, uno se “sumerge en”, así como en el agua, en la
persona de Cristo glorificado. El cristiano es el que “está en Cristo” (2 Cor
5,17). Es el nuevo “lugar” donde Pablo
desea ser encontrado. Pero para estar allí, -y el tema es característico de
la polémica con los que predican la circuncisión- “no con la justicia que viene de
la ley” sino la que viene por la “fe
de Cristo”. La diferencia de preposiciones es interesante (“de”, “por”). Pero el acento está puesto en que esta viene por “la fe de
Cristo” (muchas traducciones –quizás incorrectamente- prefieren fe “en”
Cristo). La vida de fidelidad de Cristo nos alcanza la justicia (fe y fidelidad
son la misma palabra en griego: pistis).
La misma idea la repite Pablo en Rom 3,22.26; Ga 2,16.20; 3,22, siempre en el
contexto de los efectos que provoca en nosotros la obra de Cristo. La vida de
fidelidad al Padre de Jesús, y la solidaridad con la humanidad tienen efectos
de vida y salvación en aquellos que están sumergidos “en Él”. Es justicia que
Dios concede a los creyentes.
El lugar donde Pablo desea ser encontrado, se
complementa con una nueva aparición del verbo “conocer”, referida en este caso
a la muerte y resurrección de Jesús.
Puesto que –como hemos dicho- conocer no es algo “intelectual” sino
“existencial”, esto supone un encuentro afectivo con la Pascua (aquí, como es
comprensible: conocer y comunión son paralelos). Conocer la
fuerza de la resurrección, estar en comunión con sus sufrimientos. Esta doble
dimensión de muerte - resurrección las vuelve a referir al destacar que por esa
comunión pretende asemejarse “conformarse”
con su muerte, y quizás alcanzar la resurrección.
Este es el objetivo de Pablo, el encuentro pleno
con Cristo (y “en Cristo”), es por eso que deja todo lo que era valioso antes,
por haber encontrado algo infinita y absolutamente preferible.
Pero si este es el objetivo, eso no significa que “allí
esté”; Pablo sabe que no lo tiene todavía alcanzado. Hacia allí tiende, hacia esa “plenitud” (en este sentido debe
entenderse la idea de “ser perfecto”, como enseguida diremos). La imagen a la
que recurrirá en adelante es la de una “carrera”.
No lo tengo aun “capturado”, “lo persigo [notar el verbo, como comentaremos] para
alcanzarlo, por cuanto (‘ef ’ô) yo
fui alcanzado por Cristo. Debemos recordar que las imágenes gimnásticas también son sumamente
chocantes en el mundo judeo-helenista: las competencias eran desnudos (gymné
–de donde viene gimnasia- es “desnudez”), y la desnudez pública era una
vergüenza en Israel. Aquí, entonces (v.13) con una suerte de paréntesis
dirigido a los “hermanos”, repite y
sintetiza: no estimo haberlo alcanzado, “pero”
hago una cosa: olvido lo que dejé atrás (= el judaísmo celoso, la ley) y me
esfuerzo por lo que tengo delante (= alcanzar la resurrección). Reforzando la
idea gimnástica afirma que “persigue la
meta” (el verbo indica buscar, tender hacia, pero también perseguir en el
sentido de lo que Pablo hacía con los cristianos, 3,6). La paradoja es
interesante, el perseguidor, ahora
persigue otro objetivo, otra “meta”, persigue alcanzar y fue alcanzado.
Como es de esperar en la metáfora gimnástica, el
corredor pretende una meta y un premio (v.14; repite la metáfora
provocadora en 1 Cor 9,24); pero este premio está preparado “de lo alto”, por Dios, en Cristo. Sin
duda la idea de la resurrección sigue en la mente de Pablo. Es importante no
olvidar todo lo que la “resurrección de Cristo” y resurrección de los
cristianos significa en la mente del Apóstol. La resurrección de Cristo es el
primer paso de una serie, la resurrección de los que están unidos a él. Es el gran signo de la llegada del fin de los
tiempos (ver Dan 12,2), con la resurrección de Jesús comenzó la “nueva
era”, la era del espíritu, y todos los que reciban el espíritu participan ya
desde ahora de una vida resucitada que será plena (perfecta) en nuestra propia
resurrección (ver Rom 6,4).
Curiosamente en v.14 finaliza el texto litúrgico,
aunque el texto paulino –como dijimos- sigue todavía 2 versículos más antes de
entrar en la parte “parenética”. Pablo finaliza dirigiéndose a los que “somos perfectos” (téleioi) y los invita
a un modo de sentir. Es verdad que en nuestro lenguaje el término es extraño,
especialmente porque solemos interpretarlo (como tantas cosas) en una
perspectiva ética. Pero perfectos no se refiere a eso. En Rom 12,2 nos invita a
saber distinguir lo que “agrada a Dios, lo bueno, lo agradable, lo perfecto”;
la sabiduría de la cruz es “sabiduría entre los perfectos” en oposición a la
“sabiduría de este mundo” (1 Cor 2,6); en 1 Cor 13,10 lo perfecto se refiere a
la llegada del tiempo resucitado, y en 14,20 invita a ser “perfectos en juzgar
bien las cosas”. Como vimos, en 3,12 había usado el verbo (“ser perfecto”)
donde dice que no lo tiene conseguido ni es perfecto. Evidentemente, la idea
apunta a la resurrección (hacia la que Pablo tiende), pero que en cierta manera
ya gozamos (anticipadamente). En ese sentido debe entenderse “los perfectos tengamos”, es decir, los
que tendemos a la perfección, a la plenitud y resurrección. “Así” deben
“pensar” los perfectos, es decir, desvalorar todo lo que antes valoraban,
aunque fuera valiosísimo, y poner toda la tensión en la resurrección, en
alcanzar a Cristo. Y si alguno piensa de otro modo, Dios se lo revelará (apokalypsei). Concluye, entonces,
diciendo que en el punto donde estemos, marchemos en esa dirección (la
dirección señalada por Dios, el “así debe pensar” destacado recién). Es
interesante que el verbo “seguir” aquí usado (stoijéô) es muy poco habitual (x1 en Hechos y x4 en Pablo: Rom
4,12; Ga 5,25; 6,16; Fil 3,16), alude siempre a los caminos de Dios.
Pablo quiere marcar bien claro el camino, origen,
rumbo y meta a su comunidad. El camino marcado por Dios en su hijo muerto y
resucitado, como camino que deben caminar sus seguidores.
Evangelio según san Juan 8, 1-11
Resumen: Los grupos más religiosos pretenden poner una trampa a Jesús, Jesús no entiende la “religión” desde la Ley sino desde la persona; mientras la mujer era “objeto” –aunque le costara la vida- para atrapar a Jesús, Él la trata como sujeto, no la condena y la invita desde la misericordia a empezar de nuevo sin cargar con el estigma de la condena pública.
El texto del Evangelio llamado de la “adúltera” es sumamente
particular. Es sabido que el texto no está en los viejos manuscritos, y nadie
afirma seriamente que sea de Juan. Sin embargo, el texto “vagó” por los
distintos libros antiguos de modo que así como nadie afirma que sea joánico,
nadie –creyente, por cierto- niega que sea parte del canon, es decir, de los
textos inspirados.
Por otro lado, el texto tiene mucho “olor” lucano, de modo
que muchos prefieren ubicarlo en un marco cercano a la teología de Lucas (por
ejemplo en Lc 21,37). Hay muchos temas que le son propios: que Jesús “enseñe”
en el templo, los “escribas y fariseos”, la centralidad de la misericordia…
Por otro lado, este texto sufrió añadidos tradicionales que
deben “eliminarse” del texto como la identificación de la mujer con María
Magdalena (de la que nunca se dice en los Evangelios que fuera adúltera ni
prostituta), por ejemplo. Veamos el texto en sí mismo.
Después de una introducción tenemos dos escenas: los
escribas y fariseos hacia Jesús, y Jesús hacia los escribas y fariseos, para
concluir en el punto clave: Jesús y la mujer. Veamos.
Jesús “se fue” (¿desde dónde?) al Monte de los Olivos. Si el marco es lucano, es lógico suponer que
fue “a orar”, como es habitual en el Jesús del Tercer Evangelio.
La presencia de Jesús en el Templo para enseñar es una característica de Lucas, pero en esta unidad queda
simplemente como una introducción a la presentación de la mujer. Sirve para
mostrar una gran cantidad de gente a su alrededor. La dupla “escribas y fariseos” es habitual en
los sinópticos (x17) y refieren a los dos conjuntos “religiosos” por
excelencia.
Estos “llevan” una mujer. El
verbo no supone necesariamente violencia o agresividad, aunque tampoco la
excluye (ver Mt 10,18; Mc 13,11; Lc 4,29; 19,27; 22,54; 23,1.32…). Esta mujer
fue “atrapada en adulterio”. Y le repiten a Jesús el hecho para “tentarlo y
tener de qué acusarlo” (v.6). Varios suponen que la trampa está en que si Jesús
habla de absolver a la mujer se estará oponiendo públicamente a la Ley, y si –por
el contrario- afirma que debe ser apedreada, se opone públicamente a la
legislación romana que impedía la pena de muerte (ver Jn 19,18); en eso se
compararía a la trampa con la pregunta de pagar o no el impuesto al Cesar.
¿Qué se entiende por “adulterio”?
la misma ley lo dice claro: “Si uno comete adulterio
con la mujer de su prójimo, los dos adúlteros serán castigados con la muerte”. (Lev 20:10). En Dt
22,22-24 se agrega a la joven dada en matrimonio pero todavía no “casada”. El
tema es que la mujer es “de” su
marido (o del que la recibirá como esposa) y entonces el que adultera está
violando la propiedad. Ya lo señala el mismo decálogo: “No codiciarás la casa de tu prójimo, ni codiciarás la mujer de tu
prójimo, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de
tu prójimo” (Ex 20:17). La mujer es una propiedad, como lo es el esclavo o
el buey y el asno [es de acá que se toma el llamado “9º mandamiento” entendido
reduccionistamente en clave sexual]. Ahora bien, esta mentalidad, evidentemente
machista se amplía aún más en el relato del Evangelio, porque la llevada es la
mujer, no el varón adultero (que obviamente también estaría en la “escena del
crimen”; esto ha hecho pensar a algún autor que se trata de una “trampa” a su
mujer por parte del marido, y por tanto sólo interesa la acusada; pero entraos
en el terreno de las hipótesis). De hecho, Moisés no “mandó apedrear a estas
mujeres” sino ejecutar (no dice cómo) a la pareja adúltera (pero ver Ez
16,38-40). Los escribas y fariseos se dirigen a Jesús como “maestro” (título
muy frecuente en los sinópticos (x28), y escaso en Juan (1,38; 20,16); pero es
razonable que así lo llamen (didáskale) a uno que enseña (didaskô) en el
Templo. Y le “atestiguan” a Jesús
haber encontrado “en acto” adúltero a
la mujer (es de suponer que con un adúltero, como decimos). La idea de
“apedrear”, en otras partes del Evangelio de Juan se dirige a Jesús; es a él a
quien quieren apedrear (10,31.32.33; 11,9) y fuera de Juan se repite en Hch
(x2), en 2 Cor y Heb (x1).
Es evidente que a los “religiosos”, la mujer no les interesa en lo más mínimo. Sólo
cuentan Jesús, a quien quieren acusar, y la Ley. La mujer es usada como excusa,
y si esto significara su muerte, ciertamente no es lo que les importa. La mujer
“de pie” –como en los interrogatorios judiciales, cf. Hch 4,7- en medio de la
multitud, estigmatizada por adúltera y con la vida amenazada y quizás pendiente
de un hilo, no importa. Una vez más es usada para tener motivos para condenar a
Jesús. Si está temblando, casi desnuda (“flagrante adulterio”) en medio de una
multitud, no importa. Importa poner una trampa a Jesús, aun a costa de ella (o
mejor, “a costa de ella”). Ya no estamos ante una discusión de escuela, como es
en el caso del divorcio, por ejemplo. Es cosa “de vida o muerte”.
No hay unanimidad entre los autores a la hora de
afirmar si la pena de muerte por adulterio se aplicaba o no en tiempos de
Jesús. Algunos afirman que no se aplicaba, pero era razón suficiente de repudio
(= divorcio), y de no devolver la parte de dinero que correspondería a la mujer
en ese caso. De todos modos, el contexto supone apedreamiento, y -se aplicara o
no- se pide a Jesús una toma de posición sobre el tema.
Esta actitud provoca una extraña reacción de Jesús:
escribir en el suelo. Sin duda este
fragmento busca demorar e insistir en la respuesta de Jesús, preparar el clima.
Que Jesús escriba en el suelo se ha prestado a las
más diversas interpretaciones, ninguna plenamente satisfactoria (algunos
piensan en una alusión a Jer 17,13). Quizás la idea sería simplemente que
“garabatea” como un modo de manifestarse desentendido o distante. Ante esta
actitud ellos insisten, con lo que se refuerza la intención de ellos. Siguen
desentendidos de la suerte de la mujer, y siguen atentos a encontrar excusas
para condenar a Jesús. El relato tiene cierta semejanza con el relato de Daniel
y Susana (Dn 13).
La frase de Jesús es clara e indudable: “el que esté libre de pecado tire la primera
piedra”. No es evidente que se refiera a “pecados sexuales”. Al no conocer
con certeza el autor del texto, no es fácil saber en qué sentido utiliza la
palabra “pecado”. La palabra es una sola –no dos- en griego “anamártêtos”
(sin-pecado), es la única vez que la encontramos en el NT (aunque aparece x4 en
la Biblia griega; ver 2 Mac 12,42, donde refiere a los ídolos, que
metafóricamente son comparados con el adulterio). “Tirar la primera piedra” es importante. Dt 13,10, por ejemplo,
muestra que en caso de pecado (nuevamente la idolatría) el condenado debe
recibir la “primera piedra” de parte del acusador.
“Después lo hará todo el pueblo”. La idea es que el acusador se compromete, y
la sangre del muerto cae sobre él en caso de ser inocente o dar falso
testimonio (Dt 17,7).
Jesús alude a esta norma, pero pone la condición de
ser sin-pecado. Y esto dirigido a los “religiosos” por excelencia. Dicho esto,
Jesús vuelve a “tomar distancia” garabateando
nuevamente en tierra. Nuevamente esta escena crea el clima para lo que ocurrirá
al levantar él la cabeza.
Los lectores nos enteramos, “vemos” lo que Jesús no
ve, y es que empiezan a retirarse “uno
tras otro, comenzando por los más viejos”. Probablemente el orden no sea
importante en el texto, lo central está en que todos –también el pueblo que
estaba siendo instruido por el “maestro”- se retiran dejando a Jesús sólo con
la mujer, preparando así la escena conclusiva. Con su lucidez habitual al
comentar este texto Agustin dice: “sólo quedan dos: la mísera y la
misericordia”.
A solas con la mujer Jesús le dirige la palabra. La
que había sido tratada como “objeto”
es tenida por Jesús como “sujeto”. La
llama “mujer”, modo que es frecuente
en los Evangelios en boca de Jesús (Mt 15,28; Lc 13,12; 22,57; Jn 2,4; 4,21;
8,10; 19,26; 20,13.15; y en 1 Cor 7,16). La pregunta ¿dónde están? parece retórica: es evidente que se han ido, y que lo
han hecho a raíz del desafío de Jesús. Lo mismo es evidente que nadie la ha
condenado, ya que no la han apedreado. Con respeto la mujer se dirige a Jesús
como “señor” y le confirma que “nadie” lo ha hecho. Jesús le afirma que él tampoco lo hará, y la
despide. Sin embargo, Jesús no deja de invitarla a reintegrarse plenamente a la
vida nueva, “desde ahora no peques de
nuevo”. El encuentro con Jesús, que no la condena le permite a la mujer un
nuevo comienzo. A eso la invita Jesús.
El desinterés absoluto de los
demás por la mujer contrasta con la actitud de Jesús. Jesús no es indiferente
al pecado de la mujer, pero por encima de todo se ocupa de la persona, de
reconocerla como sujeto, y manifestar profundamente su cercanía y misericordia.
Dibujo tomado de: http://eukleria.wordpress.com/2012/09/11/jesus-y-las-mujeres-en-su-movimiento/
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