Una nota más (y van…) sobre Francisco
Eduardo de la Serna
No voy a hablar / escribir acá sobre el pasado de Francisco, cuando era Jorge Bergoglio, aunque me resulta curioso e infantil, leer a los que creen que su vida empezó el miércoles; los cardenales eligieron al cardenal Bergoglio (con pasado e historia) para que fuera el obispo de Roma. Como obispo de Roma, entonces, empezó el miércoles, pero la persona tiene su historia que –como todas las historias- tiene “luces y sombras” (lo he dicho en otra parte). No voy a contestar agravios –y no diálogos o debates- a mi persona que leo / escucho por permitirme hablar con libertad. Me quiero detener en un punto que me hace mirar con mucha esperanza el papado de Francisco.
Para empezar destaco que quiero hablar de “un punto”, por lo que tengo claro que hay “mil puntos” más que se podrían analizar, mirar, cuestionar y que son “otros puntos”. Por supuesto, además, que este punto también se puede analizar, cuestionar, comentar, profundizar o refutar, pero me parece que vale la pena “hincarle el diente”.
Para empezar quiero señalar que este punto es teológico, y –en ese sentido- es “intra-eclesial”. Y como persona de Iglesia me importa. Y mucho. No es “político”, “histórico”, y casi tampoco es “social”.
Creo que uno de los más grandes pasos que dio el Concilio Vaticano II fue el “repensar” la Iglesia. Los borradores que la siempre perversa curia romana había preparado para la “Constitución de la Iglesia” la mostraban como “Iglesia piramidal”, de arriba para abajo empezando, obviamente, por el papa y terminando “allá abajo” con los laicos. Pero los obispos conciliares no aceptaron ese borrador e impulsados por eminentes teólogos “dieron vuelta” el esquema. Aquí, indudablemente jugó un rol preponderante el que para muchos fue el más grande “eclesiólogo” del s.XX, Ives Congar (luego “creado” cardenal por el papa Juan Pablo 2º). Podemos decir que aquí radicó una de las grandes revoluciones encaradas por el Concilio, que fue pensar una eclesiología con profundas raíces bíblicas. Recordemos que recién en el Concilio es que los estudios bíblicos desde una mirada crítica alcanzaron “carta de ciudadanía”. El gran aporte -¡y acá está el tema!- fue reconocer a la Iglesia como “pueblo de Dios”. Esto fue luego re-pensado por el entonces teólogo Joseph Ratzinger en el excelente libro “el Nuevo Pueblo de Dios” (publicado en castellano por editorial Herder). De hecho, el primer número de la excelente revista internacional de teología “Concilium” (1965) se dedicó a este tema (con excelentes artículos de Ratzinger y de Congar, por ejemplo). La idea de “Pueblo de Dios” fue la motivación profunda de muchísimos pasos dados por la Iglesia desde entonces, desde la reforma litúrgica (la “procesión” para comulgar, por ejemplo es la imagen de un “pueblo peregrino”, etc.), el diálogo ecuménico, las relaciones con los judíos, el Pueblo de Dios de la primera alianza, etc.
Esta imagen de Pueblo de Dios, por ejemplo, fue lo que suscitó la novedad del pensamiento que surgió en América Latina, conocido como Teología de la Liberación, con las características propias de cada región y situación vital o mortal (Sitz im Leben und Sitz im Tode, se le dice). Dentro de estas teologías de la liberación, por obvias razones, me detengo en la que nace y se gesta en Argentina a la que –con justicia- se la ha llamado “teología del pueblo”. El cambio –gestado en la COEPAL- de Medellín (1968) a San Miguel (1969) en este tema fue significativo. Con todo lo maravilloso que Medellín significó, al hablar de la religiosidad popular se destacaba que debía ser “purificada”, “iluminada”, es decir, se la miraba desde afuera. Al año siguiente, la “adecuación de Medellín a la Argentina” se realizó en el documento conocido como de “San Miguel” (en realidad todos los documentos episcopales lo eran, ya que allí se reunían, pero este fue emblemático) y allí se hablaba de que no sólo debía ser “para el pueblo” sino –y acá la novedad- “desde el pueblo mismo” (no es acá el lugar de desarrollar la importancia que tiene el “desde” dónde se piensa y se hace teología, y su centralidad en la Teología de la Liberación). Los grandes aportes pastorales y teológicos de la Argentina en este tiempo surgen precisamente de la concepción de “pueblo” que no es separable, en este caso, de la de “pueblo de Dios” que el Concilio había rescatado. Es razonable pensar que el pensamiento de teólogos argentinos como Rafael Tello y Lucio Gera (y muchos otros, por ejemplo jesuitas del CIAS y la COEPAL) tenía también un trasfondo cultural argentino donde la palabra “pueblo” tenía contactos con el peronismo; las ciencias sociales fueron y son importantes en el pensar teológico, y en la Argentina el peronismo no puede ser dejado de lado en este aspecto. Podría contar anécdotas en este sentido, pero nos iríamos de tema.
Continuando con la idea, por ejemplo, hay un importantísimo libro del gran biblista alemán Gerhard Lohfink, “la Iglesia que Jesús quería” (1986 en castellano) que ayuda a profundizar la eclesiología que surge de la predicación de Jesús. Incluso, ante algunos malos entendidos él mismo amplió lo dicho en otro excelente libro: ¿necesita Dios la Iglesia? (original de 2002) En ambos campea una idea central –expresada más de una vez- que se puede resumir con esta idea: “Jesús no podía querer una “Iglesia” por cuanto la Iglesia ya existía: Israel”, lo importante es cómo es esa Iglesia que Jesús quería. Me detengo en esto, que es lo que hace a mi reflexión: una vez más la eclesiología bíblica se concentra en la idea del “Pueblo de Dios”. Podríamos profundizar mucho más este aspecto, pero no me parece que sea este el espacio para hacerlo. Se puede consultar, los interesados, la excelente tesis doctoral de Carlos Galli sobre la Iglesia como “Pueblo en medio de los pueblos”, o la –más sintética y reciente- intervención de Juan Carlos Scanonne sj sobre este tema en las reuniones preparatorias (esta del Cono Sur, julio 2011) para el congreso de Teología de la Liberación que se realizaría en octubre 2012 en Brasil (actas publicadas en Santiago, Chile 2012 [Jornadas Teológicas Regionales del Cono Sur, J. C. Scanonne, “Aportaciones de la Teología Argentina del pueblo a la Teología Latinoamericana” pp.203-226]).
Sin embargo, y acá el punto, es evidente que la eclesiología “del Pueblo de Dios” desapareció de los discursos papales de los dos obispos de Roma anteriores. El sínodo sobre el Concilio Vaticano II, la presentó como “una más de las metáforas” eclesiales, el libro de Ratzinger fue sacado de las librerías (se dice que fue a pedido suyo). Fueron evidentes los intentos de “relativizar” el Concilio, por ejemplo con los pasos atrás en la liturgia (la “reconciliación” con la Fraternidad Pio X fue el momento “culminante” de esto; hasta el punto que el teólogo alemán Peter Hünermann, presidente en ese entonces, de la confederación de teólogos europeos, acusó de Benito 16 de error teológico al hacerlo… su criterio se basaba en el principio que “lex orandi, lex credendi”, es decir que lo que se cree se alimenta de lo que se celebra… y por tanto eso supone la liturgia reformada por el Concilio). Para resumir digamos que la categoría “pueblo (de Dios)” había desaparecido de los discursos de los últimos papas (me refiero a lo teológico, no a que alguna vez la hayan o no usado).
Pues bien: el mismo día de su presentación “en sociedad” el papa Francisco habló de “pueblo”, y ayer ante los periodistas retomó el tema dos veces y hablo de la Iglesia como “santo pueblo de Dios”. Y esto –creo- debemos celebrarlo.
No es tarea de los teólogos repetir lo que dice uno u otro Papa (pobre tarea sería, si así fuera), sino abrir caminos, ahondar, con lo que su labor permite el disenso (respetuoso, dialógico, mientras sea evangélico), es más, es de desear el disenso, como lo dice la misma introducción al libro de Joseph Ratzinger sobre “Jesús de Nazaret”. Y acá me permito un paréntesis.
Joseph Ratzinger era Papa, Benito 16, y siéndolo escribió 3 tomos sobre Jesús de Nazaret. Por motivos seguramente editoriales y para aumentar las ventas, las tapas decían “Benito 16”, pero él mismo había aclarado en la introducción: este es un libro de un teólogo, no de un papa. No supone el magisterio papal, sino el pensamiento de un teólogo, y como tal, es posible de diálogo, de debate y discusión. Sólo espero que sea tratado con respeto, con benevolencia, como debe ser leído cualquier obra de un teólogo (no es cita literal). Fue precisamente por eso que muchos biblistas fueron sumamente críticos del libro, y que también muchas mentes pobres lo tomaban como “dice el Papa” (y por tanto, “no se discute”) a pesar que él mismo, en un acto que le era característico, de humildad teológica, había dicho lo contrario.
Pero –y acá el tema- lo cierto es que en sus primeros gestos e intervenciones, el nuevo papa Francisco retomó la idea de Pueblo de Dios. Y –especialmente para los que hacemos teología en Argentina- creo que es un motivo para celebrar.
foto tomada de www.igooh.com
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