¿Qué critican los que critican?
Eduardo de la Serna
Hoy tuve que dar una clase sobre
San Pablo, y hay una cosa que me daba vueltas en la cabeza y creo que tiene una
interesante actualidad.
Cualquiera que –en tiempos de
Pablo- quisiera hacerse judío, debía pasar, luego de un “bautismo” de
purificación, por la circuncisión. El judaísmo no era proselitista, pero –al menos
los grupos más abiertos, como los fariseos- eran receptivos de aquellos que querían
incorporarse (no así los esenios de Qumrán, por cierto). Ahora bien, ser
abierto no significaba “salir a buscar”. Las comunidades judías seguidoras de Jesús
en Antioquía parecen ser las originarias en el desafío revolucionario de
aceptar a quienes querían incorporarse, sin exigirles la circuncisión. Es
decir, para estos, bastaba con estar unidos a Cristo (por el bautismo) para estar
incorporados a la comunidad de salvación (= Israel); mientras que para otros,
seguramente mayoritarios, el bautismo era un paso previo, pero faltaba la
circuncisión. Esto provocó una tensión,
ya que para estos últimos, con buenos argumentos tradicionales, no se estaba
siendo fiel a la historia y la tradición. Con su celo característico, Pablo
saca más conclusiones todavía del otro grupo: si podemos recibirlos, ¿por qué
no salir a buscarlos? Acá el grupo de seguidores de Jesús deja de ser una secta
restauracionista para empezar a ser una secta proselitista.
Y acá viene el problema: un grupo
muy grande, en nombre de la tradición, empieza un enfrentamiento muy tenaz
contra Pablo. Enfrentamiento que durará –por lo que sabemos- toda la vida de Pablo.
Para que no se preste a confusión, no estamos hablando de “judíos” (o mejor, sí,
pero si entendemos que TODOS lo eran.. es decir, un grupo de seguidores de
Jesús acepta la propuesta de Pablo y otro grupo de seguidores de Jesús se opone
vehementemente a ello). Es una “interna” entre seguidores de Jesús. Ahora bien, los que empiezan a exigir la
circuncisión se dan cuenta que están enfrentando el universalismo de Pablo. Y
se dan cuenta también que enfrentar una “teología” es difícil: hay que tener
argumentos, hay que confrontar, y –muchas veces- quedar mal. ¿Con qué cara
decimos en la diáspora que Dios no es de todos sino solo de nosotros?
Ciertamente “queda mal”. ¿Cuál es la solución, entonces? ¡Atacar a Pablo! Excusas siempre hay, que no
era del grupo de los Doce, que no estuvo con Jesús, que no tiene fundamento
bíblico, que no es de la comunidad madre de Jerusalén, etc. Atacando la
persona, se ataca su predicación sin tener que debatir ideas, sin tener que
enfrentar la “mala imagen” que daría criticar lo que muchos aceptan. Por eso es
razonable que en todas las unidades literarias donde Pablo tiene que justificar
su teología, su no exigencia de la circuncisión, su predicación misionera universal,
a su vez debe defenderse a sí mismo de los ataques de los adversarios (que –por
si hace falta repetirlo- insistimos: ¡no eran judíos!, sino “cristianos”).
Y esto me hizo pensar en cosas actuales:
me resulta curioso que a muchos líderes latinoamericanos (y pienso en Chávez,
pero no solo en él) no le pueden criticar –como seguramente quisieran hacerlo-
las políticas de inclusión social, la política educativa o de salud, no le
pueden criticar la integración latinoamericana, no le pueden criticar haber
terminado el hambre en Venezuela. Seguramente quisieran hacerlo, pero “queda
mal”, y entonces le criticarán cosas accesorias (y muchas veces falsas, otras
quizás no). Además así no tienen que
moverse en el terreno de las ideas (en el que seguramente no saldrían bien
parados), basta con mover sentimientos –reales o falsos- golpes de efecto para “oponerse”.
En eso la prensa hegemónica es experta. Y eficaz. Basta con un buen show
lanatista, algun/os famoso/s que apoyen, para que la movida parezca sensata. Seguramente
a Chávez se lo recordará más por haber acabado el hambre que por su programa “Aló,
presidente”, pero los abanderados de la “oposición sistemática” se dedicarán al
segundo ignorando el primero. Y podemos pensar en Lugo, o Correa, o Evo… o
Cristina. Porque salir a manifestar contra el uso (o abuso) de la Cadena
nacional de radio y TV es tan insensato como lo sería decir que en realidad marchan
contra la AUH, o contra el 6,5% de presupuesto en educación, o contra la unidad latinoamericana. La cosa es de un facilismo patético, una
preocupante pereza intelectual, no debatir ideas (claro que ¿quién podría?, ¿va
a debatir Franco con Lugo, o Lacalle con “Pepe”, o Bucaram con Correa, o Collor
de Melo con Lula, o Macri con Cristina?). Es más lógico, desde su mediocridad,
criticar a la persona. Siempre algo habrá.
Y eso me hizo pensar. Seguramente
en algunas o varias cosas que le criticaban a Chávez tendrían razón. Lo que me
resulta evidente es que en general (y no me refiero a los ¿pocos? de buena fe)
no es eso lo que quisieran criticarle si se atrevieran a hablar con libertad y
no les diera “mala prensa” hacerlo; no es eso lo que les molesta. Lo que les
molesta y les irrita es precisamente lo que yo aplaudo. Y como –además- me
siento amigo de san Pablo, prefiero obviar la pereza intelectual y seguir
peleando en el camino azaroso de la búsqueda de más igualdad, más justicia, más
verdad. Aunque me critiquen.
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