lunes, 18 de marzo de 2013

Una nota (sólo una) sobre una conversión histórica.

Una nota (sólo una) sobre una conversión histórica.


Eduardo de la Serna

Conversión de san Pablo, Caravaggio

En la ante última catequesis de los miércoles, el Papa Benito 16 aludió (obviamente por motivos del tiempo de Cuaresma) a conversiones notables. Aludió a Agustín, a Pavel Florenskij y a Etty Hillesum (que está justamente “de moda” y parece muy recomendable sumergirse en sus escritos, aunque hay versiones “recortadas” y conviene leer el texto más fiel al original) deteniéndose particularmente en esta última. Al hablar de los casos emblemáticos –sólo los mencionó- habló, además de Agustín, del caso de Pablo. Y sobre esto quisiera detenerme, especialmente cuando se escucha hablar de "conversiones" concretas o posibles en diversos ámbitos.

La mirada tradicional de Pablo es la de un sanguinario, torturador, y violento que camino a Damasco “cae del caballo” (en la diócesis de Lomas de Zamora, Buenos Aires, hay, incluso, una parroquia, “La conversión de san Pablo” y la imagen de la entrada representa esta escena donde Pablo viste ¡uniforme de soldado romano! como también parece tenerlo en el maravilloso cuadro de Caravaggio que hemos destacado al inicio). El cambio se presenta como abrupto, y por tanto, como una auténtica “conversión”. Sin embargo, en nuestros días, entre los expertos en San Pablo, son cada vez más los que tratan de evitar o relativizar la palabra “conversión”.

¿Se convirtió Pablo? Aclaremos -de entrada- que no nos referimos al uso del término en el sentido espiritual de que “todos necesitamos conversión, y convertirnos cada día”, porque no se trata de eso la pregunta. ¿En qué sentido entendemos la palabra? Porque es evidente que Pablo nunca habla de su “conversión” aunque aluda a su “cambio” (es más, el verbo “convertir(se)” sólo aparece 4 veces en Pablo, y el sustantivo 3 veces, y nunca referido a su persona). Pero esto no sería suficiente. Veamos brevemente.

Si vamos a hablar de “historia” necesitamos hablar de fuentes. Y para conocer a Pablo sólo tenemos dos fuentes: Pablo mismo, que habla muy poco de sí y siempre en contexto apologético (un grupo de cristianos lo critica duramente), y Lucas, en Hechos de los Apóstoles, que habla muchos años después de ocurridos los acontecimientos, y con una intención claramente teológica. Los estudiosos están divididos entre aquellos que creen que Hechos debe tenerse muy en cuenta para una “historia de Pablo” y aquellos que creen (creemos) que Hechos debe usarse con mucho cuidado ya que no resultan datos fidedignos (insisto, no porque se diga que son falsos, sino porque su intención es teológica, no histórica). Uno de los temas complicados es que Lucas escribe en una época en la que el cristianismo estaba empezando a distinguirse del judaísmo (aunque la palabra cristianismo no exista hasta el s.II, sí se empieza a hablar de “cristianos”; pero estamos más o menos en el año 80, siendo que Pablo parece haber muerto –no conocemos las circunstancias- a mediados de la década del 60); esa distinción con el judaismo, en cambio, no existe en tiempos de PAblo que se sabe judío. Es normal en una secta, que al separarse de su tronco empiece a buscar lo propio, lo identitario, lo que lo diferencia. Así Lucas empieza a poner a los seguidores de Jesús y a los “judíos” en dos lugares diferentes, y hasta a veces conflictivos. El paso de Pablo de judío celoso a seguidor de Jesús, entonces es señalado con mucho detalle y presentado como una verdadera “conversión”. No tanto como un cambio de religión (como parecen leer anacrónicamente algunos; y con velado –o no tanto- antisemitismo otros) sino como un cambio abrupto de actitud.

Incluso esto está señalado de un modo claramente contrastante. En Hechos Pablo cuenta tres veces su encuentro con el resucitado, y al hablar de su actitud anterior, en cada relato se presenta como más cruel que el anterior. Mirado históricamente el relato está lleno de anacronismos, pero el acento no está allí -como dijimos- sino en lo abrupto de la “conversión”. Pero esto parece cargado de intencionalidades teológicas (que es para eso que Lucas escribe), por ejemplo mostrar la acción decisiva del Espíritu Santo que acompaña la Iglesia para propagar “la palabra”, la identificación entre Cristo y su Iglesia (“¿por qué me persigues?”), confrontar con los que atacan a Pablo en tiempos de Lucas –que eran muchos- acusándolo de “mal judío”, por ejemplo, y hasta presentándolo como un ciudadano romano (cosa muy improbable) a fin de ser bien vistos por los habitantes de Roma a los que es posible que se dirija Lucas.

Pero, ¿qué dice el mismo Pablo de su pasado y su presente? Para empezar se suele presentar como judío ejemplar. La palabra recurrente es “celoso” de las tradiciones de los padres. Pero Pablo no parece arrepentido de ese “celo”. Por otro lado, al hablar de lo que provocó ese cambio, elije el término “revelación” (apokalypsis). El apokalypsis es un término técnico judío que alude claramente a algo que no se comprende, que permanece oculto (mysterion) en el plan de Dios. Algo –por ejemplo las persecuciones- ocurren y no conocemos las causas, ¿por qué Dios permite esto?, por ejemplo. Eso es un misterio pero que Dios lo “revelará”. Lo propio de los misterios es que serán revelados; pero hasta que llegue ese tiempo Dios mismo lo mantiene oculto, hasta que por un intermediario (habitualmente un ángel) Dios interprete el sentido de lo que ocurre. Es interesante, por ejemplo, prestar atención al uso y contexto en el NT del término “misterio” para entender mejor esto que decimos [fuera de los escritos de Pablo o sus discípulos -21 veces- sólo se encuentra una vez en cada uno de los sinópticos -en la misma secuencia- y 4 veces en el Apocalipsis]. Pero lo cierto es que Pablo habla de “revelación”. Es decir: Pablo fue fiel y celoso a lo que Dios le indica en la Torá y las tradiciones (¡era fariseo!), pero cuando Dios le reveló el sentido de lo que era para él un misterio, el celoso y religioso Pablo sigue los caminos nuevos que Dios le va marcando.

Hay muchos temas en discusión actualmente: ¿esto ocurrió camino de Jerusalén a Damasco o Pablo vivía en Damasco?, ¿en qué consistía la “persecución” que Pablo llevaba adelante?, ¿cómo se le manifestó el resucitado?, ¿qué pasó con Pablo en seguida de este encuentro con Jesús? Pero en lo que hace a nuestra pregunta parece que la palabra “conversión” no es precisa, o –por lo menos- no responde a todo lo que Pablo quiere decir cuando alude a su encuentro con el resucitado. Pablo también dice que “fue alcanzado” por Jesús, y ahora lo que “persigue” es alcanzarlo a su vez; y también que todo lo que antes era "lo más valioso" para él (celoso, como era, se refiere a la ley y las tradiciones) ahora las tiene por excremento en comparación con Cristo. Que hubo un cambio no cabe dudas, que hubo un antes y un después no cabe duda, pero llamarlo conversión resulta extraño. Pablo siguió profundizando la novedad que recibió (iniciativa divina: “revelación”, “fui alcanzado”, antes que acción humana, “conversión”), y probablemente la experiencia de acompañar a las comunidades de Antioquía fueron una profundización mayor aún en la comprensión del “misterio” que se le “reveló”.

En lo personal, creo que la palabra “conversión” no hace justicia a los textos y quizás sea preferible encontrar otra que resalte más la iniciativa de Dios en este momento decisivo para el anuncio del Evangelio.

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