La carta a los Gálatas. La novedad de estar en Cristo (*)
Eduardo de la Serna
Resumen
El presente trabajo se divide en tres partes. Señala la idea general que encontramos en la carta a los gálatas ubicada en el contexto de la teología de Pablo; identifica las diferentes partes de la carta dando elementos para la lectura de cada perícopa, y finalmente presenta brevemente algunos elementos clave para una comprensión integral de la carta. Termina con una bibliografía de los últimos años.
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Una mirada a la carta de Pablo a los Gálatas nos permitiría notar que nos encontramos sin dudarlo ante la carta más apasionada del apóstol. Se lo nota molesto, vehemente, conflictivo, agudo.
En los tiempos actuales, muchos temas que encontramos en ella han alcanzado o recobrado notable actualidad. La carta, es - para comenzar - una férrea defensa de la libertad obtenida, y que se proclama como algo irrenunciable; es, asimismo, una carta de la igualdad alcanzada en el bautismo, que enfrenta toda discriminación por motivos religiosos, culturales, políticos o de género; es una carta, en suma, que sabe ir a las raíces más profundas del evangelio y sacar las consecuencias que eso supone para la vida de las comunidades.
La fraternidad/sororidad
Permítasenos decir que cada vez nos vamos convenciendo más y más que la revolución más honda que trae Jesús de Nazaret es llevar a su máxima expresión la fraternidad que Israel propone vivir en el interno del pueblo de Dios. Ya el decálogo proponía una sociedad alternativa ante la violencia política, social, económica. E Israel aparece, probablemente desde la alianza de Siquem, como una sociedad alternativa a la que muchos eligen adherir. Y esa novedad viene dada por el saberse “hermanos”. Muchas cosas que pueden hacerse con los de “fuera”, los “lejanos”, están expresamente vedadas con los “hermanos”: prestar a usura, esclavizar, quedarse con las tierras o las propiedades. Actuar con los otros del propio pueblo como verdaderos hermanos pretende “encarnar” el “sueño” de Dios de una sociedad en la que el “derecho y la justicia” sean visibles. Que se muestre a todos los pueblos que otro mundo es posible. Es verdad que Israel muchas veces no vivió conforme a eso, y los profetas son la prueba más evidente de ello. Pero es para eso que es elegido, es eso lo que debe mostrar a los demás pueblos.
El sistema de “santidad-pureza” cada vez más imperante en el judaísmo terminaba excluyendo cada vez a más personas. La vieja sentencia de Shammai que “prójimo es todo buen judío” lo hacía evidente. Mujeres, pobres, niños, impuros, personas de oficios deshonrosos, y obviamente extranjeros veían cada vez más la imposibilidad de acceder plenamente al encuentro con Dios, y no eran considerados hermanos, o a lo sumo eran vistos como “hermanos menores”. En este contexto, Jesús no sólo sale al encuentro de los pobres, las mujeres, los niños, leprosos, publicanos y pecadores, ya que “también este/a es un/a hijo/a de Abraham”, sino que invita a todos a llamar a Dios ’abba, ubicándonos en el ámbito de una nueva familia donde no prime el poder de unos sobre otros, el dominio, el rechazo, sino el servicio a los últimos, el lavado de pies.
El cristianismo de los orígenes, supo continuar esta novedad, y la llevó más allá de los márgenes: esta fraternidad-sororidad se abre ahora también a los extranjeros. Sin dudas el tema fue difícil, lento y conflictivo. Hechos de los Apóstoles lo muestra gráficamente en el bautismo de Cornelio: las visiones se repiten una y otra vez, los signos del cielo también en el relato; había que mostrar por todos los medios al alcance que aunque ni el AT ni la praxis de Jesús lo dijeran explícitamente (y hasta parecieran vedarlo), la apertura a los paganos era algo pretendido por Dios para los nuevos tiempos inaugurados por la pascua.
Pero precisamente la novedad tiene sus conflictos. No solamente entre los sectores más recalcitrantes de la comunidad, sino entre los mismos judíos, de los cuales los cristianos se sentían parte. Muchos no lo entienden, muchos no lo aceptan, y muchos lo combaten. Activamente.
Hay muchos temas en cuestión en estos momentos entre los estudiosos sobre estos aspectos: ¿qué papel juega la comunidad de Antioquía en esta apertura a los paganos sin requerir la circuncisión?, ¿qué tipo de conflicto se esconde detrás de Santiago, Pedro y Pablo?, la comunidad de Antioquía ¿envió a Pablo (y Bernabé) a misionar antes de la asamblea de Jerusalén?, ¿qué relación hay entre Jerusalén y Antioquía?, ¿podemos determinar con cierta precisión lo que Pablo recibe y lo que Pablo aporta en esta novedad?, ¿existía el ‘bautismo de los gentiles’ en tiempos de Pablo?, ¿hasta dónde se sentía obligado por la ley, Pablo?, Pablo, ¿empieza una nueva actividad como misionero independiente luego de ‘ser derrotado’ en Antioquía? ¿es verosímil suponer que viendo a Pablo debilitado luego del incidente de Antioquía, empiecen a surgir o ser enviados adversarios de su evangelio allí donde él predica?...
Lo que es ciertamente evidente es que Pablo no rehúye el conflicto, y toma claro partido en él.
La novedad
Esta novedad, para Pablo, evidentemente no viene dada por una “nueva religión”, sino por estar en una nueva era de la historia. La resurrección de Jesús marca definitivamente la humanidad. El “nuevo” Adán, o el “último”, la “nueva” alianza, lo “viejo” que ha pasado, la “nueva creación” son signos evidentes de que ya no podemos “volver atrás”. Y entonces, cualquiera que no entienda o haga suya esta “novedad” y que la predique, estará haciendo nula, vaciando la pascua, la obra de Dios. Dios acercándose en su hijo nos sumerge en el ámbito de una nueva familia. La expresión más evidente de la novedad, en Pablo y el judaísmo, viene dada por la presencia del espíritu, es el don escatológico, el don de los tiempos finales. Ese mismo espíritu que Dios otorga a reyes, profetas, jueces, para poder llevar adelante la misión que les fue asignada, se había retirado desde hacía tiempo. Por eso no hay profetas en Israel en estos tiempos, decían. Pero ese espíritu, ahora derramado, fue enviado sobre toda la comunidad cristiana desde el bautismo. Es estando “en” Cristo que somos sumergidos en el resucitado y recibimos la fuerza que lo resucitó, es la fuerza de Dios que remedia nuestra debilidad para que el “sueño” de Dios pueda hacerse realidad en la historia; para que reine el derecho y la justicia, para que la paz y la alegría sean un don presente. Precisamente por esto, “poner la confianza” en la fuerza, o la capacidad de cada uno para poder acceder a Dios, termina haciendo de cada uno un ídolo, un “igual a dios”, y termina excluyendo a los débiles, a los que no “cumplen los requisitos necesarios” para ello. Como nadie, Pablo nota que para que ese encuentro con Dios sea universal, y no de un “grupúsculo” debe cumplir dos características fundamentales: empezar desde Dios mismo, dejando que sea él quien tome la iniciativa, que sea él quien se aproxime, y empezar desde los últimos: los débiles, los alejados, los que “no pueden”. La característica de la ley radicaba en que no era algo para todos, no era sino para los “fuertes”; ya no era sólo para los judíos, sino que cada vez más era de pocos: judíos, varones, libres, honrados, adultos, y puros. La “oportunidad para todos” que tantas veces se proclama, nunca será para todos si se hace con las leyes de los fuertes.
El conflicto
La carta a los Gálatas tiene su origen en el conflicto. Algunos han ido a Galacia y predicado la necesidad de la circuncisión; por tanto: de ser “plenamente” judíos. El bautismo era el primero de los pasos necesarios para ser prosélito, es decir, para incorporarse a Israel (aunque fuera como “hermano menor”). Luego de la purificación de todas las impurezas pasadas, propias del paganismo, con un baño ritual, se procedía a la circuncisión con lo que el candidato quedaba definitivamente integrado al pueblo de Dios, y podía presentar su ofrenda en el Templo de Jerusalén. El bautismo que los primeros cristianos indiscutiblemente practicaban, podía ser visto como esa primera purificación necesaria y previa a la circuncisión (y así parecen verlo los que han ido a predicarla a Galacia), o –en cambio- como una incorporación “en Cristo”, lo que hace innecesario todo lo demás (lo que ayuda a entender por qué los discípulos de Antioquía eran llamados “cristianos”). Pero, precisamente, si estamos sumergidos en Cristo desde el bautismo, y tenemos su espíritu que nos hace exclamar “abbá”, volver a la etapa anterior, no sólo sería hacer inútil la cruz de Cristo sino también nos vuelve esclavos. Somos libres de un amo pero no para ser vendidos a otro, sino para no tener amos; para dejar que obre el espíritu.
Pero en comunidades fundadas por Pablo, predicar la necesidad de la circuncisión requería cuestionar desde la raíz la predicación paulina: ¿acaso Pablo estaba a la altura de las comunidades de Jerusalén? ¿Acaso Pablo podía compararse con Pedro?, ¿será que Pablo predica la circuncisión (al fin y al cabo, él está circuncidado)?
Partes de la carta
Es por esto que la carta tiene tres partes bien marcadas. En primer lugar, una apología. Pablo debe defenderse, defender su apostolado y - sobre todo - defender su evangelio. En segundo lugar, Pablo explicita el sentido de la libertad alcanzada por Cristo haciendo una relectura de Abraham, sin duda aquel que era tenido en cuenta por los judaizantes como punto de referencia para pretender la circuncisión. Finalmente, invita a sus destinatarios a vivir coherentemente con este evangelio. Veamos gráficamente esta división:
I. Pablo apóstol por iniciativa divina (caps.1-2)
1. “no de parte de hombre” sino “por Cristo” (1,1-12)
2. Pablo pre-cristiano: “perseguidor” y “devastador” (1,13-24)
3. Pablo cristiano: compañero de Bernabé (2,1-10)
4. Pablo apóstol como Kefas (2,11-14)
5. La predicación de Pablo (2,15-17.18-21)
II. Exposición del evangelio de Pablo (caps.3-4)
1. Creemos en la predicación (3,1-5)
2. Abraham creyó (3,6-7)
3. Nos justificamos por la fe, no por las obras (3,8-14)
4. Siendo de Cristo, somos descendencia de Abraham y herederos (3,15-29)
5. Herederos, y no esclavos (4,1-7)
6. Paréntesis personal (4,8-20)
7. Somos hijos de la libre, no de la esclava (4,21-31)
III. Praxis cristiana del evangelio de Pablo (caps.5-6)
1. Libres de y libres para (5,1-14)
2. Vivir mutuamente según el espíritu (5,15-26)
3. Exhortaciones finales (6,1-18)
La primera parte de la carta [caps.1-2], la sección autobiográfica nos brinda elementos muy importantes para el conocimiento de la vida de Pablo y el cristianismo primitivo. Es verdad que - puesto que la intención de la carta - no es biográfica, debemos estar atentos ante otras intenciones que se superpongan: por ejemplo, (re)conquistar el corazón de los miembros de la comunidad ante su posible “paso a otro evangelio” o el enfrentamiento con los adversarios, lleva a Pablo a exagerar algunos puntos, o no precisar otros. Precisamente por esto, muchos temas quedan en la penumbra, y cuando se busca aclarar por un lado, se oscurece por otro. Veremos ejemplos enseguida.
[1,1-12] El enojo de Pablo con la comunidad es tan evidente que nos encontramos ante la única carta paulina que no tiene acción de gracias. Como dijimos, es muy probable que los adversarios hayan cuestionado a Pablo como estrategia para lograr sus objetivos. “Pablo no es Pedro”, “¿qué dice de esto la Iglesia de Jerusalén?”, “¿qué autoridad tiene Pablo?”, o cosas semejantes bien podrían ser sus argumentos. De allí que empiece destacando que es apóstol por iniciativa de Dios y no por intervención humana. Obviamente esto es polémico ya que si Pablo es “enviado” por Dios, cualquier otro enviado, cualquiera que diga algo contrario a lo dicho por Pablo debe remitir a otro origen, y “ese otro evangelio” debería ser rechazado.
[1,13-24] Para enfatizar la iniciativa divina, Pablo remite al verbo “revelar”. Por fidelidad a su fe, Pablo perseguía y devastaba la Iglesia (1,13), pero Dios le reveló a su hijo. Esta “revelación” (apocalipsis) tiene muchas implicancias: (1) hay algo del plan de Dios que está oculto hasta la llegada de un tiempo establecido. Recién en ese momento el “misterio” es revelado a un(os) elegido(s); (2) este tiempo escatológico ha llegado en el tiempo previsto, por lo que Pablo no podía saberlo de antemano. Él obraba de buena fe y con celo a las tradiciones de los padres. Por esto no es fácil hablar de “conversión” de Pablo ya que en todo momento él obró conforme a lo que Dios le indicaba sea por las tradiciones o por la nueva revelación; (3) esta revelación lo ubica a Pablo en el marco de los profetas (Jeremías, el segundo Isaías), y parece verse como profeta de los tiempos definitivos. Probablemente llamado a anunciar la “venida” definitiva del “día” del Señor, “el Señor viene”; (4) no nos queda claro qué tan intensa era la persecución que Pablo llevó adelante. Es incuestionable que era perseguidor, aunque no sepamos de qué modo y cuáles son las causas más precisas. La referencia al celo por las tradiciones nos invita a pensar que Pablo ve peligrar algunos elementos que considera centrales de su fe judía (el templo o la ley, por ejemplo); (5) tampoco queda claro dónde fue la persecución, o su origen: ¿Jerusalén? ¿Damasco?, ¿cómo se ha de entender “no me conocían las Iglesias de Judea que están en Cristo” (1,22)?; (6) Pablo pone en claro contraste su expresa actitud de “no subir” (a Jerusalén, 1,17) y su también posterior deseo de “subir” (1,18) para encontrar a Kefas. El deseo de “encontrar” a Kefas no parece ni ‘turístico’ ni tampoco con el fin de ‘ser instruido por él’; seguramente sí escucharlo, conocer la tradición, pero tampoco debe entenderse en el sentido de “ir a aprender” ya que sólo lo hace por un período de 15 días, y - además - nos ha dicho que fue enseñado por Dios, y con su autoridad ya ha predicado tres años. La revelación motivó en Pablo un cambio profundo de actitud: “el que nos perseguía antes, ahora evangeliza la fe que antes devastaba” (1,23).
[2,1-10] Una nueva referencia cronológica (14 años) nos presenta la ‘asamblea de Jerusalén’: una nueva revelación conduce a Pablo a Jerusalén donde se desarrolla el encuentro. Pero los adversarios son importantes: falsos hermanos, espías, infiltrados, para esclavizarnos. Con ese motivo, con intención expresa de evitarlos, se reúne con los que llama ‘columnas’ (¿cómo Abraham, Isaac y Jacob?, ¿Cómo columnas del nuevo templo?), los que tienen reputación. Pues precisamente estos, en señal de comunión, reconocen a Pablo plena autoridad en el anuncio del evangelio de la incircuncisión. Tanto como Pedro fue elegido como apóstol de los circuncisos.
Varios elementos han hecho pensar que estos versículos no son propiamente paulinos sino que él está citando un fragmento de las conclusiones de la asamblea. No sólo por el uso del nombre ‘Pedro’ en logar de su habitual ‘Kefas’, sino también por cierto vocabulario no propiamente paulino, y la desaparición de la escena narrativa de todos los demás presentes.
Pablo relativiza la importancia de la reputación de Santiago, Kefas y Juan. Esto no parece que deba entenderse como rechazo - cosa que sí hace con los ‘falsos hermanos’ - sino como que ser columna o no serlo no es lo que cuenta para Pablo. Sólo cuenta la docilidad a la gracia, como lo ha expresado en 1Cor 15,3-8: otros han llegado primero a conocer al resucitado, Pablo llegó el último, pero eso no cuenta. Lo que cuenta es la gracia. Pablo ha trabajado más que todos ellos, pero eso no cuenta. Lo que cuenta es la gracia. Lo que cuenta, en este caso es que Dios le confió una misión: “me había sido confiada la evangelización” (pasivo divino); “el que actuó en Pedro... actuó en mí”, “reconociendo la gracia que me había sido concedida” (que Dios me concedió, pasivo divino). La asamblea concluye con el único pedido que les formulan a Pablo y Bernabé: “ocuparse de los pobres”. Es importante notar que esto da origen - probablemente posterior - a la colecta para los pobres de Jerusalén, en la que tanto empeño pone Pablo. Aceptar dinero de otros también significa reconocerlos como hermanos, de allí la insistencia que Pablo pone en organizarla, a fin que se reconozca como hermanos plenos a los cristianos venidos de la incircuncisión. Por eso, para Pablo la colecta, además de económica es profundamente teológica: es reconocer que todos los bienes se comparten; los bienes ‘espirituales’: la alianza, la bendición, la filiación, el mesías... y los bienes materiales (dinero, alimentos...). Si los judíos - afirma provocativamente Pablo - han compartido los bienes ‘espirituales’ es justo compartir con ellos los bienes ‘materiales’ para que reine ‘la igualdad’; y aquellos, - acá está la provocación - aceptando la colecta, estarán reconociendo en los cristianos incircuncisos a verdaderos hermanos. Y eso también es conclusión de la asamblea de Jerusalén.
[2,11-14] Sin embargo, terminada la asamblea, Kefas fue a Antioquía. Allí donde residían Pablo y Bernabé. No parece que esto sea una incoherencia con lo dicho en la asamblea (Pablo a los paganos, Pedro a los judíos) y que Pedro tuviera prohibida la misión a paganos: en ese caso, Pablo lo diría; por otra parte, la comunidad de Antioquía parece un excelente ejemplo de comunidad mixta con un importante número de judeo-cristianos y un importante número de cristianos venidos del paganismo. Seguramente esto motivó el problema de las mesas. Entre los judíos parece que existe la prohibición de comer con paganos: por los rituales de alimentación, la comida kosher, pero también porque los mismos paganos son tenidos por impuros con los que es inconveniente juntarse. Una cosa es hacerlo en las calles y plazas, y otra en el interno de una casa después de haberse purificado. No comer con otros implica no reconocerlos como hermanos (lo que se agrava si “no-comer-con” incluye la comida eucarística, como parece probable). El conflicto de Pablo con Kefas no parece de ortodoxia sino de ortopraxis (“no obraba conforme” 2,14), y Pablo decide reprenderlo. Mucho se ha escrito sobre este conflicto, y mucho con anacronismo. Pablo sin dudas está molesto con el obrar de Pedro, pero el planteo es precisamente signo del reconocimiento de su persona: no actúa con él como con los falsos hermanos sino enfrentándolo. Pedro es una autoridad indiscutida, incluso Bernabé se ve arrastrado por su actitud. Más allá del acontecimiento histórico, presentando el tema de esta manera a los gálatas, seguidores de sus adversarios, evidentemente Pablo quiere mostrarse a la altura de Pedro, con lo que da indiscutible respuesta a la pregunta ¿quién es Pablo?
[2,15-21] La unidad siguiente, que culmina el cap.2 para muchos autores continúa literariamente el debate con Pedro. Esto es posible, pero probablemente Pablo sigue desarrollando el tema pero ahora de un modo más teológico, y ya no narrativo: para comenzar, escribiendo de un modo concéntrico, Pablo presenta el contenido central de su predicación: somos justificados no por las obras sino por la fe en Jesucristo. Luego, desarrolla ese principio partiendo de una chocante aclaración: en Cristo Dios se acerca definitivamente a la humanidad; en su cruz nos reconcilia plenamente con Dios; si el encuentro con Dios, si la reconciliación la pudiera alcanzar cada uno con el cumplimiento de la ley, ¿para qué murió Cristo? Sería en vano. La reconciliación con Dios, ese encuentro con la humanidad se logra por la iniciativa divina en Cristo y no por el esfuerzo humano, algo que sólo unos pocos podrían alcanzar. La cruz, es la expresión más evidente de la debilidad humana, y la fe nos afirma en Cristo, nos une sacramentalmente al crucificado. Y nos comunica su gracia reconciliadora.
En la segunda parte [caps.3-4], podríamos decir que la figura de Abraham pasa a ‘ponerse al centro’. ¿Por qué Abraham? Los judíos se saben “hijos de Abraham”, “nuestro padre en la fe”, y Pablo no quiere dejar esto de lado. Un primer elemento que no puede olvidarse es que Pablo se siente, se sabe y pretende ser judío. La novedad que predica y vive no es la de una “nueva religión”, o un “nuevo status”, sino la llegada de un tiempo establecido por Dios, es “un paso más” en la historia de la salvación. El judío Pablo cree que el “Israel de Dios”, el “nuevo” Israel realiza plenamente las promesas hechas a Abraham.
[3,1-5] Para empezar, les cuestiona a los gálatas (“insensatos”) el olvido del espíritu que recibieron al aceptar la predicación. Los gálatas hacen las cosas al revés, en lugar de pasar de la debilidad (carne) a la fortaleza (espíritu), de los tiempos viejos (carne, don de la ley) a los tiempos nuevos (don del espíritu), pasan del espíritu a la carne (3,3). Ciertamente eso es una insensatez.
[3,6-7] Releyendo la persona de Abraham lo señala claramente: Abraham obtiene la justicia ante Dios por la fe, por tanto “hijos de Abraham” (= verdaderos judíos) son los que viven de la fe, con lo que la buena nueva se abre a todas las naciones (3,8-9).
[3,8-14] Con una de sus habituales paradojas, Pablo sigue releyendo la Biblia mostrando - según Hab 2,4 - que “el justo vivirá por la fe”.[4] Pero la ley nos lleva a ser malditos ante Dios por no poder mantenernos en la práctica de la ley (3,10) ya que sólo tiene vida quien los practica (3,12). Para liberarnos de la maldición a la que la ley nos llevaba, “Cristo... se hizo él mismo maldición” ya que la cruz es signo evidente de ser “maldecido por Dios” (ver Dt 21,23). Probablemente Pablo esté acá reflejando su sensibilidad pre-cristiana: ¿cómo puede alguien decir que Jesús es enviado de Dios si Dios lo ha maldecido en la cruz? Esta paradoja sólo alcanza su sentido con la fe en la resurrección: “Dios lo resucitó” (1,1); es decir: la cruz es signo de que Dios ha maldecido a Jesús, pero la resurrección es signo de que lo ha bendecido. Llegando a lo profundo de la maldición (haciéndose maldito), Jesús llega al extremo de la debilidad, de hacerse nada (kenosis), para así poder llegar a todos, no sólo a los que tienen poder o fuerza. Llegando hasta lo más profundo, liberándonos de la ley, la bendición “a todas las naciones” que Dios hizo a Abraham (Gen 12,3) llega ahora a los paganos (3,14).
[3,15-29] Con una característica lectura midrásica, Pablo sigue con Abraham: la descendencia es Jesús. La ley, antes de la llegada del “descendiente” de Abraham fue conduciendo (pedagogo) a los judíos. Pero llegado el tiempo, “la fe”, “todos son hijos de Dios por la fe” de modo que sumergidos en la novedad de Jesús ya nada diferencia a unos de otros. Como se ve, Pablo no cuestiona la ley, sino que afirma que fue preparatoria, como el esclavo que conduce al niño (pedagogo), pero llegado al lugar donde debía ir (la fe en Cristo), el niño ya no queda sometido al esclavo. Debemos notar que la madurez que permite la fe, es integradora, y por tanto a todos y todas libera de la necesidad de ser conducidos, permitiéndonos gozar la herencia de la madurez. La novedad absoluta que trae Cristo se alcanza en el bautismo. Allí nos sumergimos en él, ya estamos en los nuevos tiempos, de modo que es inconcebible “volver atrás”, a dejarnos conducir por el pedagogo. Los frecuentes usos paulinos de estar “en Cristo” sin duda deben entenderse como metáfora bautismal, pero que refuerza un indicativo: “estamos”, y moviliza a un imperativo: “debemos estar”. Por eso “somos uno”, somos “en Cristo” y no tienen cabida las antiguas divisiones. La vieja oración: “te doy gracias, Señor, porque me hiciste judío y no gentil, libre y no esclavo, varón y no mujer” destacaba el agradecimiento de uno por poder tener la posibilidad de encontrarse con Dios, de relacionarse con él, cosa que no podían los paganos, los esclavos y las mujeres que no tenían acceso al Templo. El encuentro con Dios, ahora es “en Cristo”, y por tanto no hay nadie que esté impedido de encontrarse con Él. Las viejas divisiones han quedado disueltas en un “nuevo” ámbito: “sumergidos en Cristo”, de modo que la fraternidad impide rechazar al pagano, al esclavo, a la mujer. Nada es más “igualador” que la fraternidad que nos hace “uno” en la relación plena con Dios.
[4,1-7] Para reforzar esta idea, y recordando que Israel se ve a sí misma como “hijo de Dios” (ver Êxodo 4,22; Oseas 11,1) y ve a los paganos como “perros”, y tomando elementos de la legislación romana, Pablo destaca que “hasta el tiempo establecido por el padre”, el hijo no se diferencia en nada del esclavo ya que no puede hacer uso de las cosas del padre, no puede heredar. Pero llegado ese tiempo, recibido el don propio de ese tiempo, el espíritu, nos reconocemos como hijos, no como esclavos, Dios es padre-abbá de todos, somos todos hermanos/as.
[4,8-20] En medio del conflicto, Pablo quiere frenar un poco su enojo. Para ello quiere ir a los momentos fundacionales de la comunidad (no es improbable que, escribiendo en etapas, o en diferentes momentos, esta parte de la carta encuentre a Pablo más sosegado que en momentos anteriores; pero pronto volverá el enojo). Les recuerda su pasado pagano (“en otro tiempo” 4,8) pero Dios se ha acercado a ellos tomando la iniciativa (“él los ha conocido” 4,9). No tiene sentido “volver atrás”. Luego de esto, les recuerda el primer encuentro que tuvo con los gálatas (aparentemente no se dirigía allí, pero debió detenerse a causa de una enfermedad que desconocemos, y sobre la que se han hecho muchas especulaciones), y ya que otros - los judaizantes - los quieren alejar de su “madre”, sufre “de nuevo dolores de parto” (4,19) ya que quiere ver a “Cristo formado en ustedes”.
[4,21-31] Para concluir esta unidad más teórica, vuelva al tema central: Abraham. Es verdad que los judaizantes son hijos de Abraham, pero los gálatas no deben creer que deban seguirlos para ser hijos de Abraham ya que este tuvo dos hijos. Uno con Agar, que era esclava, y otro con Sara, que era libre. Y lee ambos personajes en clave alegórica, una vez más. En uno de los hijos el nacimiento fue “natural” (según la carne), en el otro hubo intervención divina, fue “por la promesa” (4,23). Ambas son, además, dos alianzas: la del Sinaí (= la ley, la Jerusalén de ahora, esclava como sus hijos) y la de la Jerusalén “de arriba” (la libre, nuestra madre). Esta Jerusalén escatológica es el reconocimiento de la llegada de los tiempos finales, en contraposición a los tiempos “según la carne”, es espiritual, es el signo de la novedad que comienza en la fe y en el bautismo, es expresión evidente del sinsentido de “volver atrás”.
A lo largo de toda la unidad Pablo debía cuidar varios elementos: uno reforzar la idea de ser judíos, hijos de Abraham. No se trata de una novedad que “empieza de cero”, sino de la plenitud de lo que Dios mismo fue preparando en la historia. Por otro lado, remarcar que esta novedad es un salto definitivo de la historia del que “no hay vuelta atrás”. Esa novedad en la que nos hemos introducido por el bautismo, es universal y a todos/as nos iguala “en Cristo”. La ley, a la que con frecuencia se tiene la tendencia de volver por el característico “miedo a la libertad”, cumplió su etapa y ya no tiene sentido en los nuevos tiempos. La ley nos esclaviza a rituales alimentarios, a relaciones interpersonales, a tiempos y calendarios, estando “en Cristo” somos libres reconociendo en los demás hermanos y hermanas, con lo que toda opresión, discriminación y violencia desaparecen, y somos plenamente libres de recibir la iniciativa de Dios que se derrama sobre todos/as. Con ese espíritu de Dios que nos hace hijos del abbá, alcanzamos la plenitud de la bendición.
En la tercera parte [caps.5-6], que podemos llamar práctica, Pablo pretende llevar a la vida cotidiana lo dicho, pretende que los lectores saquen las consecuencias de lo que les ha señalado.
[5,1-14] La libertad es un desafío, puede ser pretexto, pero eso no la invalida. Los antiguos esclavos, con frecuencia eran vendidos a otros amos, y entonces eran libres del primero pero pasar a otro. Pablo nos recuerda que somos libres pero para ser libres, no para recaer en la esclavitud. Los que pretenden la circuncisión, pretenden que la humanidad puede encontrarse con Dios en la medida de su fidelidad al cumplimiento de la ley; para Pablo tales se apartan del don gratuito de Dios, la gracia (5,4). Los gálatas comenzaron una carrera pero otros han colocado un obstáculo en su camino. Pero de ninguna manera esto ha de entenderse como que Pablo pretende un total olvido de una ética. Que la ley no sea la que nos reconcilie con Dios no significa que todo sea lo mismo, y aquí Pablo recurre a una nueva paradoja, seguramente incomprensible en el ambiente helenista: la libertad nos debe llevar a hacernos esclavos de los otros por amor ya que en el amor la ley alcanza la plenitud.
[5,15-26] Todo esto nos debe llevar a vivir impulsados por el espíritu de Dios, y no según la carne (lo que no es sino insistir en temas ya destacados), la “carne”, la debilidad, el vivir según el “viejo tiempo” nos lleva a los vicios clásicos que tenían antes de que Dios los conociera y se acercara a ellos con su gracia; en cambio, la novedad, el “espíritu”, produce en nosotros frutos que superan la ley. “Si vivimos (indicativo) según el espíritu, obremos (imperativo) según el espíritu”: Aquí radica la novedad de los tiempos mesiánicos comenzados con la resurrección y en los que nos sumergimos en el bautismo.
[6,1-18] Finalmente Pablo señala –con letras grandes y de su propio puño (6,11)- una serie de elementos prácticos de la vida cotidiana retomando al final el tema de la circuncisión: “nada cuenta… sino la creación nueva” (6,15), ofreciendo paz y misericordia a los que acepten esto, como lo hace “el Israel de Dios” (6,16).
Algunos términos clave
Antes de concluir, queremos señalar unas pequeñas notas para una mejor comprensión de algunos temas importantes de la carta:
Perseguir: Pablo nos ha dicho dos veces que él era “perseguidor” (1,13.23), pero asimismo nos recuerda que el “hijo de la esclava” perseguía al “hijo de la libre” (4,29), señala que los que predican la circuncisión lo hacen para “evitar la persecución por la cruz de Cristo” (6,12) y recuerda que él mismo es ahora perseguido, lo que es signo de que no predica la circuncisión, como algunos parecen decir (5,11). Como se ve, en todos los casos se trata de una actitud de los judíos hacia los cristianos que no podemos precisar. Al hablar de su pasada actitud hacia la Iglesia Pablo acota “devastar”, buscar aniquilar, verbo que en el NT sólo se repite aquí (1,13.23) y en Hch 9,21, también en el contexto de la persecución de Pablo a los cristianos. No sabemos con precisión qué consecuencias tiene dicha persecución y hay elementos difíciles de entender históricamente, lo cierto es que Pablo señala cierta hostilidad de parte de los judíos hacia los cristianos, hostilidad relacionada con la cruz, que - como vimos - es vista como signo de “maldición” de Dios, pero esta hostilidad en el caso de Pablo fue seguramente más violenta.
Apóstol: Pablo se sabe apóstol, y lo repite con frecuencia. Sin embargo, otros parecen negarlo más de una vez. ¿Por qué? Parece anacrónico entender que la negación tiene que ver con que Pablo no pertenece a los Doce, ya que estos son un elemento particularmente simbólico que muestran precisamente que Jesús quiere reunir el Israel escatológico, y no es seguro que los Doce fueran siempre los mismos, ya que el acento no radica particularmente en los nombres sino en el número. Es probable que en muchos casos, el cuestionamiento del apostolado de Pablo radicara más bien en que muchos –y aquí es evidente- cuestionan el contenido de la predicación de Pablo; particularmente porque la ven diferente a la predicación que tiene su origen en la iglesia de Jerusalén. Las diferentes teologías y praxis que se pueden detectar entre las iglesias de Jerusalén y Antioquía no deben ser ajenas a este punto. En este contexto, la presentación de Pablo en paralelo con Pedro-Kefas resalta claramente el valor del apostolado paulino.
Bautismo: Probablemente no sea fácil a simple vista sacar todas las consecuencias que Pablo extrae del signo sacramental del bautismo. Por todas partes en sus cartas destaca que estamos “en Cristo”, como si este fuera un “espacio”, o un “lugar” físico. No es improbable que la imagen que Pablo tiene en mente sea la de la persona sumergida en el agua bautismal que emerge “nueva”, “resucitada”, ya que ha sido sepultada con Cristo. Esto nos pone en una estrecha relación con el glorificado, de suerte que ya somos lo que debemos ser. Esta plenitud, esta filiación, ya estamos llamados a hacerla carne en la fraternidad/sororidad universal. Nadie queda ya excluido del encuentro con Dios por ser pagano, esclavo o mujer, la gracia ha acercado a todos y todas a la plena comunión de hijos/as del abbá. El espíritu que se nos ha dado, espíritu del hijo que nos hace hijos nos da la fuerza que viene de Dios para unir a todos en el encuentro. No debe olvidarse, por otra parte, que el bautismo (tanto el cristiano, como el de los prosélitos) es un signo universal, tanto para varones como para mujeres, mientras que la circuncisión sólo es signo masculino. No es difícil imaginar cómo mirarían las mujeres, tan activas en la evangelización de las comunidades primitivas, este intento de vuelta a la circuncisión.
Ley: Para Pablo no se trata de hablar mal de la ley; no es ese el punto. Sin embargo, para él, la novedad comienza en la tensión cruz-resurrección, es decir: debilidad absoluta-fuerza definitiva. El amor de Jesús lo lleva a la cruz (“me amó y se entregó a sí mismo por mí” 2,20), pero la fuerza de Dios lo resucita (1,1) enviando su espíritu. En esto Pablo ve la profundidad del amor hasta la debilidad y la iniciativa de Dios derramando su fuerza. De allí que pretender encontrarse con Dios por las propias fuerzas sea un auténtico signo de necedad; particularmente porque es habitual ‘jactarse’ de la ley, jactarse de la propia fuerza y no “en el Señor”. No se trata, entonces, de que Pablo proponga una suerte de anarquía, o descontrol, sino que no es por el propio esfuerzo que la humanidad puede encontrarse con Dios, sino en la medida de su iniciativa, de su abajamiento. Eso no impide que Pablo reconozca la importancia de la ética (imperativo), o la necesidad del amor, que plenifica la ley ya que esa fe que justifica, “actúa por el amor” (5,6).
Fe: Para Pablo la fe no es la adhesión a una doctrina o una serie de verdades, sino la incorporación en Jesucristo. Coherentemente con la raíz hebrea, creer es “estar firme”, es hundir los cimentos en la roca, es edificar la vida sobre Cristo. No se trata de un acto racional, sino plenamente existencial. Pablo seguramente no podría decir “los demonios creen, y tiemblan” como lo hace St 2,19. Precisamente por eso, lo que da firmeza a la persona de fe es la roca sobre la que se afirma, por eso puede afirmar claramente que no nos justificamos “por las obras de la ley sino sólo por la fe en Jesucristo” (2,16). Es por la fe que recibimos el espíritu, “afirmándonos” en aquello que hemos escuchado de la predicación de Pablo (3,2). [5]
(*) Publicado originalmente en Ribla Nº 62 (2009/1) 75-85.
Notas:
[1] Todas las cartas de Pablo al comenzar tienen un esquema semejante: remitente (Pablo y co-remitentes: Silvano, Timoteo, etc...), destinatarios (corintios, romanos, etc.), saludo inicial (“gracia y paz”) y una acción de gracias (“doy gracias a Dios”; reemplazada por “bendito sea Dios” en 2Cor; confira Ef y 1 Pe). En esta “acción de gracias” Pablo introduce muchos de los temas que desarrollará en la epístola. Gálatas - como dijimos - es la única carta paulina que no tiene acción de gracias, lo cual es ya en sí mismo una introducción.
[2] Con la única excepción de 2,7-8 Pablo siempre llama “Kefas” a Pedro. No parece que haya que preguntarse por qué lo llama así - seguramente un (sobre)nombre ya habitual - sino precisamente por qué no lo hace en los versículos indicados.
[3] Los viejos conflictos católicos - luteranos se pretendieron “adelantados” al conflicto Pablo (luterano), Pedro (católico romano) lo que no sólo es anacrónico sino también falso.
[4] El texto hebreo de Hab 2,4 no permitiría esta lectura: “el justo [sadiq] vivirá por su fidelidad [’emunah]”, pero la traducción griega relee: “el justo [dikaios] por la fe [pisteos] vivirá”. Esta es la versión que Pablo utiliza.
[5] Bibliografía - ESLER, Philip F., Galatians, Routledge, 1998; FERREIRA, Joel Antônio, “O cativeiro como chave de leitura da epístola aos Gálatas”, em Estudos Bíblicos, Petrópolis, Vozes, vol.43, 1994, p.44-60; FERREIRA, Joel Antônio, “A ternura e afetividade em Gálatas”, em Estudos Bíblicos, vol.63, 1999, p.95-104; FERREIRA, Joel Antônio, A abertura das fronteiras rumo à igualdade e liberdade - A perícope da unidade em Cristo (Gálatas 3,26-28), São Bernardo do Campo, Universidade Metodista de São Paulo, 2001, 253p. (tese de doutorado); FERREIRA, Joel Antônio, “Não há macho (homem) e fêmea (mulher) - Laços de ternura em Gálatas 3,28c”, em Estudos Bíblicos, Petrópolis, Vozes, vol.72, 2002, p.90-105; FERREIRA, Joel Antônio, “O projeto revolucionário de Gálatas 3,26-28”, em Revista de Interpretação Bíblica Latino-Americana, Petrópolis, Vozes, vol.50, 2005, p.135-140; FITZMYER, Joseph A., “La carta a los Gálatas”, en Raymond E. Brown, Ronald E. Murphy y Joseph A. Fitzmyer (editores), Estella, Verbo Divino, 2004 (Nuevo Comentario Bíblico San Jerónimo 2); FUNG, Ronald Y., The epistle to the Galatians, Grand Rapits, Eerdmans, 1988, 342p.; GARAVENTA, Beverly R., “Galatians”, en J. D. G. Dunn y J. W. Rogerson (editores), Eerdmans Commentary on the Bible, Grand Rapids, Eerdmans, 2003, p.1374-1384; LAMBRETH, Jan (editor), The Truth of the Gospel (Galatians 1,1-4,11), Roma, 1993 (Monographic Series of ‘Benedictina’, Biblical-Ecumenical Section 12); MALINA, Bruce y PILCH, John J., Social-Science Commentary on the Letters of Paul, Minneapolis, Fortress Press, 2006, p.177-218; MARTYN, Jean L., Galatians, Doubleday, 1997; MATERA, Frank J., Galatians, Liturgical Press, 2007; OSIEK, Carolyn, “Galatians”, en Carol A. Newson y Sharon H. Ringe (editoras), J. K. Press, edição ampliada, 1998, p.423-427 (Women’s Bible Commentary); PITTA, Antonio, Lettera ai Galati, Bologna, 1996; RAMÍREZ F., Dagoberto, “La carta a los Gálatas - Un manifesto acerca de la libertad cristiana”, en Teología en Comunidad, Santiago, Comunidad Teológica, vol.3, 1989, p.14-22; SALVADOR, Miguel, “Carta a los Gálatas”, en S. Guijarro y M. Salvador (editores), Comentario al Nuevo Testamento, Madri/Salamanca/Estella, Casa de la Biblia/PPC/Sígueme/Verbo Divino, 5ª edição, 1999, p.503-520; de la SERNA, Eduardo, Pablo sigue predicando, Córdoba, ed. Trejo, 20052, (e.e. 53-62); TAMEZ Elsa, "Pautas hermenéuticas para comprender Gálatas 3,28 y 1 Corintios 14,34", Ribla 15 (1992) 9-18 (12-13); TAMEZ, Elsa, “Gálatas”, en W. Farmer (editor), Comentario Bíblico Internacional, Estella, Verbo Divino, 1999, p.1508-1520; TAMEZ, Elsa, “Gálatas”, en Armando J. Levoratti (editor), Comentario Bíblico Latinoamericano – Nuevo Testamento, Estella, Verbo Divino, 2003, p.895-912 (con bibliografía en español); VAAGE Leif E., "Redención y violencia: el sentido de la muerte de Cristo en
Pablo. Apuntes hacia una relectura", Ribla 18 (1994) 146-148; VANHOYE, Albert (editor), La Foi agissant par l’Amour (Galates 4,12-6,16), Roma, 1996 (Monographic Series of ‘Benedictina’, Biblical-ecumenical section 13).
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