«Una fiesta para los despreciados»
4º domingo de cuaresma ciclo C - [10 de marzo 2013]
Peter Brueghel, Fiesta de bodas (1567) |
Lectura
del libro de Josué 4, 19; 5, 10-12
Resumen: a modo de “espejo” con el relato del éxodo, desde la vocación de Moisés, la salida, el paso del mar, y el maná, se pone fin al tiempo de desierto. La llegada a la Tierra prometida, con características semejantes, marca el final de esta etapa y un nuevo comienzo, el del asentamiento. Cesa de caer el maná y se celebra la fiesta de pascua. El pueblo que vuelve del exilio en Babilonia también debe volver a empezar, reunirse, celebrar.
Resumen: a modo de “espejo” con el relato del éxodo, desde la vocación de Moisés, la salida, el paso del mar, y el maná, se pone fin al tiempo de desierto. La llegada a la Tierra prometida, con características semejantes, marca el final de esta etapa y un nuevo comienzo, el del asentamiento. Cesa de caer el maná y se celebra la fiesta de pascua. El pueblo que vuelve del exilio en Babilonia también debe volver a empezar, reunirse, celebrar.
El libro de Josué constituye un
“engarce” entre la ley (o Pentateuco) y la “historia” del Pueblo en la tierra.
Es la llegada y asentamiento. Es el fin de una historia y el comienzo de otra.
Después de una “pre-historia” centrada en personas (patriarcas y matriarcas,
Génesis), nos encontramos con un pueblo. Cautivo, esclavo en Egipto. Ese
cautiverio y fuga atravesando el desierto, estableciendo una alianza con Dios y
recibiendo su ley, se despliega en los libros siguientes: Éxodo, Levítico,
Números y Deuteronomio (las etapas, y proceso de redacción de esta literatura es
muy interesante y complejo, y no es este el espacio de comentarlo). Finalmente,
muerto Moisés, conducido por Josué el pueblo llega a la tierra, para luego de
una serie de dificultades, conflictos y conquistas culminar con otra alianza y
dar comienzo a la vida en la tierra (Jueces, etc.). Para confirmar este rol de
“gozne”, el texto que hoy presenta la liturgia es parte de una gran unidad
donde se repiten muchos elementos que se encontraban en el éxodo, como modo de
señalar el fin de una etapa y el comienzo de otra. Veamos los paralelos a modo
de ilustración:
Éxodo
|
Acontecimiento
|
Josué
|
14,21-27
|
Paso milagroso del
mar / río
|
3,14-17
|
12,43-51
|
importancia de la
circuncisión para participar de la pascua
|
5,2-9
|
12,1-20
|
Celebración
litúrgica de la pascua
|
5,10-12
|
16,14-16
|
Alimentación con el
maná (principio y fin)
|
5,12
|
14,19
|
El ángel del Señor
|
5,13-15
|
3,5
|
Descalzarse en
tierra sagrada
|
5,15
|
Esto nos permite ver que el relato que
la liturgia hoy nos propone –y su contexto-
funciona a modo de “espejo” con el comienzo.
En realidad, la unidad que la liturgia
propone es un pequeño fragmento de todo este bloque, sólo centrado en la
celebración de la pascua.
La unidad empieza con un interesante
dato cronológico: la fecha de lo que se celebrará. El primer mes, desde el
regreso de Babilonia, es el mes de Nisán. En la primavera comienza el “año
nuevo”, y el día primero es la luna nueva. La salida de Egipto en primavera
invitó a conmemorar este acontecimiento liberador y fundante en ese tiempo, y
se celebraba en la luna llena (es decir, el 14 del mes; por eso –entre
paréntesis- la Pascua cambia siempre de fecha, porque se celebra en la luna
llena de primavera del Norte o en otoño del Sur, es decir, marzo o abril).
El acampe se da en Guilgal, que tiene
una interesante tradición bíblica. Figura como un viejo santuario popular en
Jue 3,19-26; es el lugar donde Saúl es consagrado rey (1 Sam 11,14-15); es un
conocido lugar de reunión (1 Sam 13 y 15), y posteriormente santuario
tradicional en el pre-exilio (Am 4,4; 5,5, Os 4,15; 9,15; 12,12, Mi 6,5).
Pareciera, entonces, un lugar fácilmente reconocible en los comienzos, aunque
no se lo mencione luego y desconozcamos su ubicación. En este caso es el lugar
donde se asientan por un tiempo (hasta 14,6). Se lo relaciona con Jericó ya que
esta ciudad será en, el cap. 6, el próximo paso en el asentamiento.
Antes de la conmemoración de la pascua
se hace expresa referencia a la circuncisión. Seguramente remitiendo a ritos
antiguos (cuchillos de pedernal). Ya Éxodo había señalado que no se puede
participar de la pascua sin ser circunciso; esta unidad concluye con una nueva
referencia tradicional a Guilgal (5,9). El tema merece un análisis que acá
omitimos por no estar en los textos litúrgicos, pero es importante señalarlo
por los paralelos que destacamos recién entre Josué y Éxodo.
Al acampar –sigue el relato- los
israelitas celebraron la pascua el día 14 (día de la luna llena en el
calendario lunar).
Algunos elementos interesantes para
destacar son: la relación entre la Pascua y los panes ácimos terminó siendo
integrada, pero parecen haber sido originariamente dos celebraciones
independientes (la pascua fiesta de pastores, los panes ácimos de
agricultores). Seguramente tanto unos como otros conmemoraban en su fiesta
tradicional de la primavera, los frutos del ganado o la cosecha, cuando
empezaron a relacionarla con la liberación de Egipto. Más tarde, con el tiempo
se integraron ambos recuerdos. Esto invita a notar que el texto debe tenerse
por tardío, como lo será –de hecho- la celebración organizada de la Pascua (cf.
Num 33,3 y Lev 23,5-6). Probablemente debemos ubicarnos en un contexto
posterior a la llamada “reforma de Josías” (fines del s.VII a.C.), seguramente
ante el regreso de Babilonia. Estamos ante una fiesta no de la familia (como
será la pascua en los comienzos, según es posible, y como lo será más
tardíamente, en tiempo de Jesús) sino una fiesta de toda la comunidad.
Con la Pascua empezó el éxodo, y con
esta pascua finaliza. A partir de ahora, ya en la “tierra prometida”, comen los
frutos de la tierra. Y a partir de ese momento, deja de haber maná. El pueblo
“ha llegado a casa”. El paso de Egipto a la tierra “que mana leche y miel” fue
mediado por el desierto. Se comenzó con un llamado, con la intervención del
ángel del Señor, una comida (de pastores o de agricultores circuncidados), un
paso milagroso entre las aguas, y un ponerse en camino. El maná fue el signo
visible de que Dios acompañaba a su pueblo por este duro trayecto. Llegados a
la tierra, cruzan nuevamente de modo milagroso las aguas, se circuncidan
(“nuevamente”, sic; 5,2) y comen la pascua. Entonces el maná ya puede dejar de
acompañarlos porque “el maná cesó desde el día siguiente… ya aquel año se
alimentaron de los productos de la tierra” (v.12). Luego, se hará presente el
“jefe del ejército de Yahvé” (v.14; ver Ex 14,9) para acompañar y preparar el
siguiente paso: la toma de Jericó, para lo que Josué se debe “descalzar porque
está en lugar sagrado”. Así como Dios ha acompañado a Moisés en su misión que
ahora finaliza, acompañará a Josué en el asentamiento en la tierra que Dios
mismo le ha dado.
Segunda carta de san Pablo a los Corintos
5, 17-21
Resumen: Pablo se presenta como “ministro de
la reconciliación”, es decir “acerca de la reconciliación que nos trae Jesús en
la pascua a partir de su solidaridad extrema con la humanidad. Solidaridad que
también manifiesta Pablo en su vida y su predicación marcadas por la gratuidad,
a diferencia de sus adversarios.
La unidad literaria va de 5,14 a
21;M el texto litúrgico recoge sólo la segunda parte En la anterior, Pablo nos
ha dicho cómo se ve él ante Dios. Ahora señala que todo esto es obra de Cristo.
Estamos ante una de las unidades más cristológicas de la carta. Un juego
de opuestos (que volveremos a encontrar en Rom 5,12-21) entre uno y todos
da sentido a la muerte de Cristo. Es una muerte de uno por
(hyper), palabra que se repite seis veces en esta unidad y parece provenir de
la lectura cristológica del texto del cuarto canto del Siervo de Is 53 y señala
la acción en favor de todos nosotros (cf. Rom 5,6.8). El efecto
de esta muerte es la reconciliación (también en Rom 5,6.8). Y porque
estamos reconciliados -se reconcilia el mundo, cf. v.19-, se nos confía,
a los ministros de la palabra, el ministerio de la reconciliación.
La misión del apóstol parece claramente hacer realidad (imperativo) lo que ya
ocurre (indicativo) por obra de Cristo: estamos reconciliados, ¡reconciliémonos!
Y lo que nos debe mover (a todos nosotros) es el amor, que nos apremia,
nos oprime y compele (a anunciarlo a todos) por eso el efecto reconciliador
busca que los que viven no vivan para sí, sino para el Señor.
Solidarios con la muerte de Cristo, como su muerte es solidaria con nosotros,
no debe preocuparnos que se desmorone el hombre exterior; por el contrario, eso
significa una muerte a ese hombre y la irrupción de la novedad de Cristo,
novedad que es presentada como nueva creación. Una nueva paradoja: pecado-justicia
se revela en esta “solidaridad por”. Jesús fue hecho pecado
por nosotros (se supone: hecho por Dios, es un “pasivo divino”) y en él venimos a ser justicia, así
como en él somos nueva creación.
La unidad comienza poniendo el
centro en el amor de Cristo. Es ese amor el que da nuevo sentido a la cruz. Y,
por ese amor, el acontecimiento de la cruz provoca reconciliación. Ese amor da
a Pablo una clave, de la muerte de Cristo saca una conclusión: la unión
con Él hace que su muerte provoque nuestra muerte, pero ahora entendida en un
sentido metafórico, es muerte al pecado. Y precisamente por eso pasa del pasado
al futuro, del don a la tarea. La vida de los que han muerto al pecado (Rom
6,11) es un anticipo de la resurrección porque para el apóstol muerte y
resurrección son inseparables. El juego de paradojas es ahora entre muerte y
vida; hay un interesante juego gramatical: murió y resucitó ocurrieron
en un momento puntual, obviamente la Pascua, pero como esto ocurre para
ellos (hyper autôn), su efecto continúa en el tiempo, en los que han muerto
al pecado -quizá remita al bautismo- y pertenecen al Señor.
Esta acción de Cristo en favor de
los suyos, sigue teniendo consecuencias: nos introduce en un nuevo tiempo
escatológico aunque el tiempo viejo subsista simultáneamente. La actuación de
Dios en Cristo provoca una novedad tan absoluta que no mira lo viejo,
los delitos, la carne sino que hay un nuevo modo de mirar las
cosas, un modo “escatológico”, reconciliado, de justicia. Se ha querido ver en
5,16b una referencia a que Pablo conoció antiguamente a Jesús según la carne.
No parece que el párrafo esté preocupado por esto; no sólo porque dice Cristo,
cuando, en ese caso, sería de esperar “Jesús”, sino porque según-la-carne
es sinónimo de “a modo humano”, o también viejo, que se contrapone a nuevo.
Es un nuevo modo de conocer todo, a lo que Pablo se refiere; por eso es
más probable que diga conocer-según-la-carne a Cristo; antes que conocer
a Cristo-según-la-carne. En todo caso, también es probable que se
refiera a su conocimiento de Cristo antes que éste le fuera revelado, es decir,
su conocimiento del Cristo predicado por los cristianos. Ese es según la
carne; es un conocimiento incompleto de Cristo que no viene acompañado por
la revelación de Dios y que, por lo tanto, no puede alcanzar una plena
comprensión. Sabemos y conocimos son paralelos y también lo son ahora
no y ya no. El tiempo al que se refiere es el anterior a Damasco.
Cuando en los tiempos finales Dios le reveló (apokalypsai) a su Hijo (cf. Gal
1,16), ya no lo conoce según la carne, como lo había conocido en un
primer momento; Pablo ya está en Cristo, y recibió en un momento
específico, el de su vocación, el ministerio de la reconciliación.
Estar en Cristo, que como se
sabe es un “lugar teológico” en Pablo, muestra una in-corporación,
entrar en un cuerpo, fundirse en la realidad escatológica de Cristo, lo que se
logra por el bautismo. La preposición en, en este caso, está cargada de
sentido antropológico, cristológico, eclesiológico y también escatológico. Por
eso puede decir algo tan terminante, aplicado a los cristianos lo que no ha de
entenderse de un modo individualista: si alguno (está) en Cristo, (es)
nueva creación. La semejanza que hemos visto con Rom, la velada alusión a
Adán y el nuevo Adán en v. 14bc, y las alusiones al AT (como también las
encontraremos en 6,2 donde cita expresamente Is 49,8) parecen invitarnos a
pensar en textos como Is 48,5; 65,17; 66,22 donde se presentan los tiempos escatológicos
como novedad. Así lo primero, lo viejo, lo anterior a Cristo y según la carne,
ya pasó (¿se refiere al bautismo?), y ya estamos (y seguimos estando) en el
nuevo eón.
“En
Cristo” o “en el Señor” es casi exclusivamente paulino (entre las cartas de
Pablo y las de sus discípulos lo encontramos casi 140 veces y sólo 5 veces
fuera de Pablo (aunque en ambiente no muy lejano, como es el caso de 1 Pe). Es
cierto que “Cristo” no es un “lugar”, por lo que el uso de “en” no es siempre
fácil de comprender. Hay diferentes opiniones, pero la imagen “bautismal” (sumergidos en Cristo) parece la más
probable.
Siguiendo en el mismo contexto,
ahora Pablo pasa a desarrollar algo nuevo: cinco veces usa el término reconciliar/reconciliación
en esta unidad, pero siempre la iniciativa parte de Dios y la reconciliación es
con él. No se entiende que Dios se reconcilie con nosotros, sino
nosotros con él. Pero, ¿cómo entender la voz pasiva de v.20d? ¿Reconcíliense
-por Dios- con Dios? O ¿reconcíliense con Dios, colaboren con su obra? El
tiempo concreto parece remitir a la Pascua; el uso de nosotros [habitualmente
es difícil en 2 Cor comprender quiénes son esos “nosotros”] puede referir en
toda la unidad a Pablo y hacer alusión a la reconciliación de Pablo con Dios en
camino a Damasco, o referir a los cristianos (en 18bc es evidente que se
refiere a él mismo y quizá también a sus colaboradores). No es fácil saber si ministros
(diakonos) refiere a un tipo de ministerio propio de las comunidades paulinas,
de sólo algunas comunidades (cf. Flp 1,1), o si es un título usado por los
adversarios. Todas son posibles y no son todas excluyentes; pensamos probables
la segunda y la tercera. Como se ve en esta perícopa (y también en Rom 5,10-11)
la reconciliación con Dios es el fruto por excelencia de la muerte y
resurrección de Cristo (5,15), y por lo tanto es el contenido principal de
la predicación apostólica; el ministerio de la reconciliación es
aquí sobre, acerca de, la reconciliación predicada como efecto de la
Pascua. Los apóstoles deben ser ministros, deben comunicar esta novedad
comenzada y que ya podemos conocer. Sumergiéndonos en Cristo ya
viviremos para él y seremos justicia de Dios.
En v.19 el acento está puesto en la
obra de Dios, obra siempre caracterizada por la gratuidad, por eso no cuenta
los delitos. Con el lenguaje económico se contrasta nuevamente por un
lado, la gratuidad de Dios -que no saca cuentas-, y que Pablo quiere imitar, y
por otro la explotación o paga que pretenden los adversarios.
Reconcíliense supone una
urgencia, ¡ya!; sin embargo los corintios ya estaban reconciliados -
convertidos. ¿Entiende Pablo que los adversarios –con los que se enfrenta tan
frecuentemente en la carta- han deshecho la obra de Dios y los corintios deben renovar
la reconciliación? El uso del término embajadores parece que debe
entenderse como un reclamo de status, seguramente en comparación con el que la
comunidad da a los otros; y pretende también tener en cuenta el lugar que debe
ocupar el mensaje, la liturgia y beneficencia, que debe transmitir el embajador
de parte del Emperador (embajadores de Cristo). Lo evidente es la
instancia mediadora entre Cristo y los corintios.
Es extraña la frase que indica que
Cristo fue hecho pecado. No conocer el pecado es un semitismo por
no experimentarlo en la vida. Es un tema frecuente en el Nuevo Testamento la
afirmación de que Jesús no pecó (cf. Jn 9,16.31; Rom 6,10; Heb 4,15; 1 Pe 2,22;
1 Jn 3,5), mientras que manifiesta solidaridad con el pecador. La frase, sin
embargo, no parece remarcar esta solidaridad sino que fue hecho pecado;
la voz pasiva -como es frecuente- remite a Dios (pasivo divino: “hecho por
Dios”). Este tipo de paradojas son habituales en Pablo para señalar los frutos
reconciliadores de la obra de Cristo (ver también 8,9; Gal 3,13; Rom 8,3-4; el
tiempo pasado en hecho pecado parece remitirnos a la Pascua).
Preposiciones como para (hina) y también por (hyper) apuntan a
dar un sentido a la muerte de Jesús que no ha perdido su dimensión de
escándalo. Cómo se debe interpretar este ser hecho pecado: el mismo
Pablo en la carta a los Romanos nos da una clave de lectura, Dios ha “enviado
a su propio Hijo de modo semejante a la carne de pecado (sarkòs hamartías)
y con respecto al pecado, condenó el pecado en la carne” (Rom 8,3). Es un
“hecho carne” en el sentido de “solidario con” la carne de pecado, es
representante de todos los pecadores. En este sentido es semejante a murió
por todos - todos pecaron de v. 14 y forma inclusión literaria con ellos
enmarcando todo el relato.
Evangelio según san Lucas
15, 1-3. 11-32
Resumen:
la introducción presenta a Jesús comiendo con pecadores; este hecho desencadena
la murmuración de los religiosos de entonces. La parábola que Jesús propone
contrasta la actitud del Padre, derrochando ternura, con la del hijo mayor, que
reclama justicia y no acoge a su hermano que ha vuelto. Presentando dos
actitudes, Jesús nos confronta con “nuestra” actitud frente a los hermanos
despreciados, y pecadores.
La así llamada “parábola del hijo pródigo” comienza con un marco
que le da expreso sentido: la comida de Jesús con pecadores (15,1-3). Ante la
“murmuración” de fariseos y escribas, Jesús “les” cuenta una serie de
parábolas. Se las ha llamado, justamente, “de la misericordia”. En 16,1 continúa
con parábolas, pero el destinatario son “sus discípulos” por lo que podemos
suponer un cambio de escena, y también de temática, porque hablará de la
idolatría del dinero (16,1-13) y son testigos los fariseos, que eran “amantes
del dinero” (16,4). Las parábolas que Jesús narra son tres, las dos primeras
perfectamente paralelas presentando, como es habitual en Lucas (¿y en su
fuente, a la que llamamos “Q”?) un varón y una mujer, en este caso un pastor
que pierde una oveja (15,4-7) y una mujer que pierde una moneda (15,8-10). El
tema principal, en ambas, es la alegría por lo perdido que ha sido encontrado.
La narrativa de ambas es claramente paralela. La tercera es, precisamente, la
mal llamada “del hijo pródigo”, y que hoy nos propone la liturgia. Veamos el
contexto y el relato.
Con clara intención polémica y acentuando el “lugar” de Jesús,
Lucas señala que “todos” los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús. Este
par contrastará en seguida con el otro: fariseos y escribas; al “acercamiento” de
unos se opone la “murmuración” de los otros. Finalmente, al contenido de esa
murmuración, Jesús contra-propone las parábolas (sólo la tercera –con la
introducción- está incluida en la liturgia de hoy). Pero veamos, para comenzar
esta primera parte:
La dupla “publicanos y pecadores” es frecuente en los Sinópticos
(Mc 2,15.16; Mt 9,10.11; 11,19; Lc 5,30; 7,34; 15,1; por otra parte, mirando
las citas señaladas vemos que es usada por Marcos, por Q y quizás también por
la fuente propia de Lucas). Y lo interesante es que en todos los casos lo que
se destaca es el contexto de que Jesús come con ellos. Las comidas parecen ser
el punto de partida del escándalo que Jesús provoca (“dichoso el que no se
escandalice de mí”, Lc 7,23). El “acercamiento” de estos, se corresponde con la
“acogida” de Jesús. Hay muchos elementos muy importantes en esta introducción,
y merecen ser presentados.
Se señala que “publicanos y pecadores” (puede entenderse también
como “publicanos, que son pecadores”) se “acercan” a Jesús. El verbo acercarse
tiene su peculiaridad, especialmente en Lucas. Por cierto, con alguna
frecuencia se habla de “acercarse a un lugar” (por ejemplo, Mt 21,1; Mc 11,1;
Lc 7,12; 18,35; 19,29.37.41; 24,28) o que se “acerca un momento” (incluso
importante, como “la Pascua” [Lc 22,1], “la hora” [Lc 21,8.20; Mt 26,45], “la
liberación” [Lc 21,28]). También puede acercarse “alguien”, como es el caso de
Judas a Jesús en el huerto (Lc 22,47; Mc 14,42; Mt 26,46), o de Jesús a los
peregrinos de Emaús (24,15). Pero también, acercarse a Jesús, como es el caso
del ciego, provoca salvación (18,40); pero es particularmente importante
recordar que con Jesús, “el reino se acerca” (10,9.11; cf. Mc 1,15; Mt 3,2;
4,17; 10,7).
Y se “acercaban para oírle”. Como es obvio, el verbo “oír” es muy
frecuente en el NT (x 428). Pero en Lucas tiene algunos matices que son importantes
destacar. Por ejemplo: en algunas personas, “escuchar” a Jesús produce “ira”
(4,28), burla (16,14) u oposición (Pilato, 23,6; Herodes, 9,9; 23,8) y condena
(22,71). Sin embargo, “escuchar a Jesús” es el primer paso del discipulado. Oír
debe ir acompañado de “comprender” (8,10), por eso dirá “oigan bien” (8,18).
Por momentos pareciera que con “oír” basta (5,1; 10,16), el pueblo lo escucha
(19,48), enseña en el Templo (habitual en Lucas) y es escuchado (21,38). Aunque
para los judíos basta con “oír a Moisés y los profetas” (16,29.31), al
manifestarse Jesús, la voz de Dios dirá “a él, escúchenlo” (9,35); y es escuchado
también en la voz de los suyos (10,16). Por eso, el prototipo de discípula es
María, hermana de Marta, que “a los pies de Jesús” escucha la palabra (10,39).
Pero también se añade otro elemento para el discipulado, un
segundo paso, y es “guardar” lo escuchado (11,28), a lo que se proclama
“bienaventurado”. Por guardar parece entenderse “poner en práctica” esa
“palabra de Dios” que se ha escuchado (6,47.49; cf. 8,12-15) lo cual nos
introduce en la “familia de Jesús” (8,21).
Lo cierto es que este acercamiento y esta escucha provocan en
escribas y fariseos “murmuración”. Este verbo también es muy importante. En el
NT sólo lo encontramos aquí y otra vez en Lc (19,3) nuevamente provocado por el
encuentro de Jesús con un publicano. El verbo se encuentra 10 veces en la
Biblia griega, y salvo una vez (Sir 31,24) siempre se trata del rechazo al
enviado de Dios (especialmente Moisés y Aarón: Ex 15,24; 16,2.7.8; Nú 14,2.36;
16,11; Dt 1,27; Jos 9,18).
El contenido de esta murmuración, de todos modos, es muy importante:
“acoge a los pecadores y (hasta) come con ellos” (v.2). Es interesante que en
Mc 15,43 / Lc 23,51 se hable de José de Arimatea como uno que “acoge el reino”.
Pablo pide que los romanos acojan a Febe (diácono y patrona en Cencreas; 16,2),
y a los Filipenses que acojan a Epafrodito (2,29). Es interesante que de las 14
veces que el término se encuentra en el NT, la mitad esté en la doble obra de
Lucas. Se usa, por ejemplo, en referencia a Simeón y Ana (una nueva doble
mención de varón-mujer en Lucas; 2,25.38). Es una actitud que, en este caso (y
en 19,3 que hemos señalado) se relaciona con la hospitalidad (tema que será muy
importante especialmente en la tercera y cuarta generación cristiana).
Sobre la comida de Jesús con pecadores se ha escrito mucho
recientemente; y es particularmente importante en Lucas. Tanto que Robert
Karris llegó a afirmar “a Jesús lo mataron por como comía”. En un mundo como el
antiguo, “comer-con” significa “ser-como”. No se come con quien no es “como
uno”, especialmente porque eso implica una estigmatización pública: “comilón y
borracho, amigo de publicanos y pecadores” (7,34). En ese sentido debe
entenderse “¡y come con ellos!” Esto –por otra parte- tiene que ver
directamente con la consideración del honor público que determinados colectivos
tienen o del que carecen. Es evidente que fariseos y escribas tiene un honor
mucho mayor que el de los “publicanos”, que están en el “fondo”, comparable a
las prostitutas (por eso la provocación de Jesús en Mt 21,31).
Por tanto, la introducción nos prepara el terreno poniendo dos
colectivos frente a frente. Es en este contexto que surgen las parábolas. Las
dos primeras, como dijimos, señalan la alegría por lo perdido encontrado, en
referencia a “un solo pecador que se convierta” (vv.7.10); el marco de los “99
justos” (v.7) nos recuerda que no se está destacando que los fariseos y
escribas sean injustos, o “pecadores”; es verdad que no lo son, y sobre esto
volverá en la siguiente parábola, la del padre y sus dos hijos.
La parábola. En realidad, el paralelismo de la segunda y la
tercera parte de la misma nos ponen ante una de las clásicas parábolas de “dos
personajes” [como la del fariseo y el publicano (Lc 18,9-14), el rico y el
pobre Lázaro (Lc 16,19-31), “el rey que perdona y el siervo que no” (Mt
18,23-35), etc.). Si habitualmente en las parábolas se debe buscar “el tema”
principal (como la alegría ante lo perdido encontrado, en las parábolas
antedichas), en las parábolas de dos personajes, lo importante está en el
contraste entre dos actitudes [es importante recordar que las parábolas no
apuntan a la reflexión, la oración o al intelecto, sino a la acción, a la
voluntad: “vete y haz tú lo mismo”]. Por tanto, afirmar que estamos ante una
parábola de dos personajes (cosa que mostraremos) nos lleva a concluir que se
contrasta la actitud del padre y del hermano mayor ante el hijo/hermano que
vuelve a casa.
La parábola comienza con una presentación de la situación. En esta
parte, el personaje central es el hijo menor. Esta parte está marcada por la
partida y el regreso del hijo (“se marchó… volvió”, vv. 13. 20). La segunda y
la tercera parte marca el contraste entra las actitudes del padre y el hermano
frente a esta vuelta. Ambas partes finalizan con la misma fórmula (que nos recuerda
las parábolas anteriores): “estaba perdido y ha sido hallado” (vv. 24. 32).
Primera parte: (15,11-20a). El hijo reclama su parte de la
hacienda. El padre (en un acto que lo muestra como lo opuesto de los padres
patriarcales, autoritarios o dominadores [lo que también es coherente con otros
“padres” en parábolas, lo que ayuda a entender qué tipo de “padre” es el Abbá
de Jesús]. Este hijo llega “hasta el fondo” del alejamiento de aquello que se
espera de un buen hijo judío: se va al exterior, vive de modo libertino, y
hasta cuida cerdos (animal impuro por excelencia para los judíos). Al destacar
que tiene hambre empieza el drama (incluso algún estudioso supone que al decir
que nadie le daba el alimento de los cerdos, supone que robaba para comer,
añadiendo un nuevo elemento de gravedad a su situación). Lo cierto es que
llegando al fondo, el acento se pone –como en toda esta parte- en el hambre: no
le dan alimento, me muero de hambre, los jornaleros de mi padre tienen pan
abundante (trátame como a uno de tus jornaleros, es decir: dame pan). Ante el
hambre, el hijo “entra en sí mismo”, analiza la situación y concluye que debe
volver a su padre. No debemos olvidar el contexto de la unidad, es decir las
comidas de Jesús con pecadores, con lo que el tema del hambre, pan, comida,
novillo cebado, cabrito, fiesta, “devoró tu hacienda con prostitutas” nos pone
“en ambiente”. El campo semántico del hambre y la comida refuerza el sentido de
la unidad. La formulación del hijo “he pecado” no debe entenderse desde nuestra
concepción de pecar / pecado. Se trata de obrar mal (ver Hch 25,8) contra “el
cielo” (= Dios) y ante ti”. En nuestro lenguaje, el hijo no parece
“arrepentido”, lo que tiene es “hambre”. Y arma su estrategia para ser
recibido. De todos modos, lo que importa en esta parte es sencillamente que el
hijo decide volver. Su “vuelta” es la que desencadena “las dos actitudes”.
Primera actitud, el padre (15,20b-24). La actitud del padre ante
el hijo que regresa es claramente impresionante para cualquier auditorio
oriental. Lo primero que se destaca en el padre es su “compasión”. El término
griego “splagjnizomai” es sumamente importante. En el NT sólo se dice de Jesús,
salvo cuando se usa en parábolas, y en estas caracteriza la actitud que es de
desear tener (Mt 18,27; Lc 10,33; 15,20). Es la com-pasión, se refiere a las
“entrañas” (splagjnon). Dios mismo tiene “entrañas de misericordia” (Lc 1,78).
La compasión mueve a Jesús a alimentar una multitud (Mc 6,34), tocar y limpiar
un leproso (Mc 1,41) o resucitar un hijo único de una viuda (Lc 7,13). Esa
imagen casi maternal vuelve a caracterizar a este “padre” de la parábola. Al verlo, “corre”. La actitud de correr
revela “prisa” o “ansiedad”. En el NT Pablo lo utiliza en sentido provocativo
aludiendo a la “gimnasia” (que es chocante para su auditorio), o para referir a
su “carrera / trabajo” evangelizador. Se encuentra en los relatos de la pascua,
pero no en un contexto semejante. Sólo un endemoniado poseído por una Legión
corre y se postra ante Jesús y exclama (Mc 5,6); Marcos acota: “es que Jesús le
había dicho… sal de ese hombre” (v.8). De ninguna manera se espera de un padre
oriental que “corra” al encuentro de su hijo. La parábola quiere mostrar una
actitud de ansiedad, por cierto. El derroche de afecto que viene a continuación
lo confirma (se echó al cuello y lo besó afectuosamente, algo que sólo
encontramos de modo parecido –y también con alta afectividad- en Hch 20,37).
Cuando el hijo va a comenzar su “discurso” el padre no lo deja terminar y se
dirige a sus esclavos: ¡rápido! deben vestirlo con el “mejor (primer) vestido”,
y vestirlo, ponerle el “anillo” [única vez en el NT, es donde está el “sello”
de la familia; en AT a veces refiere a anillo de nariz (cf. Gen 24,47; Is
37,29) ver Gen 41,42; Est 3,12; 8,8.10], y calzarle las sandalias (algo propio
del amo de casa que habitualmente el esclavo sacaba al llegar a casa; cf. Mt
3,11; Lc 3,16; Hch 13,25; un escrito rabínico afirma que el discípulo debe
hacer con su maestro lo mismo que hace un esclavo, excepto quitarle las
sandalias). Pero el desborde de afecto no concluye aquí, falta la última orden:
celebrar una fiesta con el “ternero cebado”, “comer”, porque “mi hijo estaba
muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido hallado”. El ternero
cebado es la comida festiva por excelencia, dispuesta para cuando llegue una
ocasión importante (1 Sam 24,28), o también una ofrenda de excelencia para Dios
(2 Sam 6,13). El contraste que encontramos en Prov 15,17 muestra que se trata
del mejor plato posible. El derroche de afecto y generosidad es lo que
caracteriza la actitud del padre ante el regreso del hijo.
Segunda actitud: el hijo mayor (15,25-32). Los verbos que más
arriba escuchamos (acercarse, oír, de los pecadores con Jesús) se aplican ahora
al hijo mayor. Se acerca a la casa, oye la música, pero queda fuera. Nuevamente
intervienen los esclavos que le informan qué ocurre dentro de la casa, la causa
de la fiesta. Esto provoca “irritación” y se niega a entrar a la casa. Las
otras dos veces que encontramos en el NT el verbo “irritar” (Mt 22,7; Ap 12,17)
aluden a la violencia del imperio romano contra el Pueblo de Dios. Nuevamente
el padre sale fuera de la casa, y le suplica. La respuesta del hijo muestra su
actitud ante el regreso del otro hijo. Los términos son precisos: “cuánto te
sirvo”, “nunca pasé un mandamiento tuyo” en cambio “tú nunca” me diste ni un
cabrito para “festejar” con mis amigos (la palabra fiesta es recurrente en la
unidad, cf. vv. 23.24.29.32). El contraste es evidente: obediencia –
desobediencia; cabrito - ternero cebado; fiesta – no fiesta. El otro hijo, como
se ha dicho, “ha devorado tu hacienda con prostitutas” (es decir, adelantamos,
no ha “cumplido los mandamientos”). El padre responde al hijo reforzando, por
un lado las palabras que éste ha dicho: “siempre estás conmigo”. El padre no
cuestiona las razones del hijo mayor, porque tiene razón. No está en cuestión
la fidelidad del mayor, ni su “estar” en la casa. Por eso “todo lo mío es
tuyo”. “Pero”, era necesario, “debía”
(el término griego “dei” con frecuencia alude al plan de Dios; Lc 2,49; 4,43;
9,22; 11,42; 12,12; 13,16.33; 17,25; 18,1; 21,9; 22,7.37; 24,7.26.44; cf. 13,14;
19,5) hacer fiesta y alegrarse (obviamente quiere reforzar) pues “tu hermano
estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido hallado”. El
“pero” y el “deber” constituyen la clave.
Contraste de actitudes: Ciertamente el contraste es evidente; sin
embargo es importante resaltar algunos elementos. En el contexto en que la(s)
parábola(s) es pronunciada (o narrada por Lucas) un grupo de judíos fieles y
religiosos (fariseos y escribas) rechazan a otros por ser “pecadores” (15,1-3).
Esta actitud contrasta –y lo señalan claramente- con la actitud de Jesús que
hasta “come con ellos”. El rechazo que les provoca la actitud de Jesús es el
desencadenante del relato. Jesús, como “parábola de Dios” muestra en sus
comidas cómo es el Dios que predica. Las comidas de Jesús bien pueden verse
como una parábola en acto, Jesús muestra en esto un reino presente, ya que Dios
reina cuando “las ovejas perdidas del pueblo de Israel” participan del banquete
del reino. Los fariseos y escribas tienen razón, ellos no desobedecen los
mandamientos de Dios (como el fariseo de otra parábola de dos personajes lo
recuerda, y también lo hace en contraste con un publicano, precisamente;
18,9-14).Es importante retener que no se trata de que los fariseos mientan o
exageren, ellos dicen verdad. Son verdaderamente fieles y obedientes al Padre.
Sin embargo –y aquí una de las claves de la parábola y de la actitud que la
genera- lo grave es que se niegan a reconocer a los otros como hermanos. Es
interesante que mientras tanto el padre como el esclavo le hablan de “tu
hermano” (vv. 27.32), el hijo mayor le dice al padre “ese hijo tuyo” (v.30).
Jesús “debe” comer con pecadores, para mostrar la fiesta de Dios que acoge a
todos como hijos, las puertas abiertas del padre que derrocha ternura casi
maternal, y que hace todo lo contrario a lo “esperado” con tal de recibir a su
hijo. Los hijos mayores, por el contrario, son religiosos, obedientes, justos,
pero si no se conmueven, si no reconocen al otro como hermano, sea este quien
sea, corren el riesgo de murmurar, y quedarse fuera de la fiesta.
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