Prólogo del libro "Iglesia y dictadura" de Emilio F. Mignone
Eduardo de la Serna
Tapa del libro "Iglesia y Dictadura" (edic. 2006) |
Pasaron 20 años de la publicación inicial de Iglesia y Dictadura. Un auténtico clásico que expone con crudeza y realidad "el papel de la Iglesia a la luz de sus relaciones con el régimen militar". Muchas cosas, y muchas personas han cambiado, pero no cambió la actualidad del Libro. Algunas cosas no ocurrieron finalmente tal como Emilio Mignone las deseaba (por ejemplo, la reforma constitucional); otras, confirmaron sus análisis e intuiciones (como es el caso de las relaciones de la Iglesia y el menemismo, que fue lo más semejante ideológicamente a la dictadura militar que hemos vivido: en el discurso, en lo económico, en las relaciones internacionales, en la negación del análisis del pasado...); otras cosas hubieran merecido su incorporación de su análisis, como en el caso de las infames leyes de Obediencia Debida, Punto Final, o los Indultos; pero -precisamente- su posterior anulación y declaración de nulidad por la Suprema Corte de Justicia, y el rol jugado por el CELS en la misma, no permitieron olvidar a Emilio Mignone.
Conocí a Emilio por Mirta Guarino, que anteriormente había colaborado con él en el CELS, y luego participó de Abuelas de Plaza de Mayo. Ella trabajaba en la Comisión Nacional de Evaluación y Acreditación Universitaria (CONEAU), de la que Emilio era presidente. Él se mostró interesado en dos o tres comentarios y sugerencias no muy importantes que tenía sobre el libro y combinamos un encuentro que debimos suspender y ya no pudimos retomar por el agravamiento de su salud.
Actualidad de Iglesia y Dictadura
Creo -como dije- que a esta altura de nuestra historia, Iglesia y Dictadura es ya "un clásico". Un clásico que -por lo tanto- no se debe retocar, sino que abre caminos para que otros los transiten a su vez. Es cierto que Mignone no sólo analiza el pasado (1976-1983), sino que lo reflexiona a la luz de su presente (1986), presente que hoy ha cambiado; pero veamos brevemente algunas pocas "actualizaciones" que confirman, no sólo la claridad del análisis de esta obra, sino también su perdurabilidad y actualidad.
Al hablar del clero castrense (cap. 1) Mignone se plantea una serie de interrogantes y plantea la necesidad de su supresión. Durante la gran crisis de fines de 2001 y 2002, el papel del Obispo Castrense, mons. Baseotto y su comentario de que en el Gran Buenos Aires estaban actuando las FARC colombianas, confirmó las peores suposiciones de Mignone. Su pésima lectura bíblica del texto de la piedra de molino y el mar, y su peor aplicación al ministro de salud permitió revivir el horror y confirmar que el clero castrense "volvería a hacer lo mismo". Y las acusaciones de entrega de niños en su paso por el obispado de Añatuya serían -de confirmarse- un trágico dejà vù (ver nuestra opinión en www.curasopp.com.ar).
Mignone se preocupa ante la eventualidad de seminaristas formados en un Seminario en Campo de Mayo, pero no podía preveer que su formación la realizan en el Seminario de La Plata, diócesis de Héctor Aguer, que no era obispo en tiempos de la dictadura. Finalmente, un nuevo elemento en favor de la eliminación del obispado castrense es -también posterior a Iglesia y Dictadura- la supresión del servicio militar obligatorio, donde podría tener cierto sentido o razón de ser. Tendría cierta lógica que hubiera muchos pastores (de diferentes confesiones, por cierto) que puedan acompañar a los jóvenes y -de ese modo- proponer que prácticamente toda la población reciba el anuncio y la profundización de su fe. Pero sin este contingente de recambio anual, ¿cuál es el sentido de un gran grupo del clero dedicado a una profesión?
Al analizar actualmente el episcopado católico (cap. 2), no podemos menos que recordar un texto de T. W. Adorno: "La pregunta ‘¿qué significa elaborar el pasado?’ necesita una aclaración. Parte de una expresión que, como lema, se ha vuelto muy sospechosa en los últimos años. En este uso lingüístico, elaboración del pasado, no quiere decir que se reelabore seriamente lo pasado, que se rompa con clara conciencia su hechizo. Más bien se le quiere poner un punto final y, si es posible, hasta borrarlo del recuerdo. El gesto de olvidar y perdonarlo todo, que correspondería a quienes han sufrido una injusticia, es practicado en cambio por los partidarios de quienes la cometieron". No fueron pocas las voces episcopales que en nombre de la reconciliación nacional pretendieron, recientemente, no insistir en el pasado, particularmente frente a la propuesta de un importante "Museo de la memoria". Viendo tanta complicidad, o tanta cercanía con los victimarios como muestra Emilio Mignone, no resulta sensato que sean los obispos quienes reclamen "reconciliación" y pretendan no "mirar atrás", y parece que harían bien en callar; precisamente para que la reconciliación pueda ser -eventualmente, si las víctimas gratuitamente lo ofrecen- una posibilidad.
Como otro ejemplo de la cercanía de los obispos más con el régimen militar que con el Concilio Vaticano II, recuerdo que ante la ley de obediencia debida, y ante el pedido de muchos de que se proclame su ilegitimidad, el cardenal Aramburu afirmó públicamente que eso era "materia opinable" a pesar que expresamente el Concilio afirmaba hablando de los derechos humanos: "Los actos pues, que se oponen deliberadamente a tales principios y las órdenes que mandan tales actos, son criminales, y la obediencia ciega no puede excusar a quienes las acatan" (Gaudium et Spes 79).
El cap. 3 hace referencia a los nuncios. El caso Pio Laghi es evidentemente complejo, y a él alude la novela Eminencia, de Morris West; también otros hicieron referencia a su paso por la nunciatura en Buenos Aires. Puedo señalar que ni mons. Novak ni Enzo Giustozzi creían en su culpabilidad, aunque eso no lo exculpa de los partidos de tenis con Massera; siempre creí que la "diplomacia" es una traición al Evangelio, ya que si Jesús hubiera sido diplomático habría muerto de viejo. Personalmente coincido que las nunciaturas deberían desaparecer, especialmente porque no entiendo que el sucesor de Pedro sea un "jefe de Estado"; porque la participación del nuncio Calabresi durante la década infame del menemismo fue patética; y porque creo que las conferencias episcopales tendrían mucha más autoridad para el nombramiento de obispos (y sería una más auténtica expresión de descentralización). Un caso totalmente paradigmático fue la enemistad manifiesta del nuncio Prigione (curiosamente tal es su apellido) con el gran obispo de San Cristóbal de las Casas (Chiapas), Samuel Ruiz, al cual incluso escribió pidiéndole que renunciara, al cual le nombró un coadjutor (con derecho a sucesión; derecho luego conculcado) y al cual presentó ante el Vaticano como "marxista"; cuentan en México que en su entrevista con Juan Pablo II, este le dijo a don Samuel: "no hace falta ser marxista para optar por los pobres".
Es verdad que Pio Laghi ayudó a muchos a salir del país, pero también es cierto que otros también lo hicieron y sin embargo fueron clara expresión de lo que Emilio Mignone señala críticamente en este libro. Tengo ante mí una carta de A. Moure, obispo de Comodoro Rivadavia escrita a un obispo alemán el 9 de agosto de 1977 que es verdaderamente aberrante, con acusaciones a Amnesty Internacional, y lamentando que ayuden económicamente a la "concubina" de un detenido (afirmando además que ese dinero debe canalizarse a través del cardenal Primatesta) y no a las "viudas de incontables servidores del orden asesinados a traición", y -finalmente, como es clásico- aludiendo a la campaña anti-argentina de Amnesty en el exterior... Señalo esto, porque Moure es un obispo al que Mignone no alude en el libro y además, porque esto es coherente con lo ocurrido en aquel tiempo a mons. Jorge Novak que había conseguido de instituciones católicas alemanas ayuda económica para los familiares de desaparecidos de Quilmes, lo cual fue boicoteado por la Conferencia Episcopal, entonces presidida por Primatesta. Ayudar a gente a salir del país ciertamente fue positivo, pero también Graselli ayudó a gente a salir del país (cap. 1; ver también El Silencio, de Horacio Verbitsky). Personalmente creo que es mucho más que eso lo que debería pedirse de los pastores de la Iglesia de Jesús. Pio Laghi afirma que sintió miedo... en ese caso deberíamos recordar que en el Evangelio de Lucas, Jesús, después de decir que el que quiera ser discípulo debe estar dispuesto a dejar todo, añade que antes debe pensarlo bien, para no empezar algo y dejarlo por la mitad (Lucas 14,28-32). Ser pastor es tener la decisión de dar la vida. Como dije, no parece necesario que las nunciaturas existan; pero lo que no se comprende es -si debieran- por qué su titular debe ser un obispo y no un laico (o una laica).
Otro elemento señalado (cap. 3), es que a veces los obispos argentinos desmentían con sus "autorizadas" palabras lo que el Papa había dicho. Debemos reconocer que también esto lo hemos vivido en la etapa del menemismo, cuando Juan Pablo II hacía algunas alusiones a la situación argentina que después su vocero, algún cardenal o algún laico de estrechos contactos curiales se ocupaba de desdecir, o de matizar.
Sobre la presentación de algunos personajes eclesiásticos (caps. 4, 6 y 8), después de Iglesia y Dictadura han sido publicados numerosos trabajos, fílmicos o escritos, sobre la Institución eclesiástica en general, o sobre algunos miembros en particular, como por ejemplo sobre el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo (entre los que no podemos dejar de reconocer el excelente video "Padres Nuestros" de la agrupación H.I.J.O.S.), o sobre Jorge Novak, Jaime de Nevares, los padres palotinos, etc. También en esto Mignone fue precursor. Queremos simplemente señalar algunos: en El Silencio, Horacio Verbitsky ha profundizado lo presentado brevemente por Mignone sobre Jorge Bergoglio, hoy cardenal Arzobispo de Buenos Aires y sobre Emilio Graselli; en La Santa Madre, Olga Wornat se ha detenido en los caso del sobrino de mons. Plaza y sobre Pio Laghi, Hernán Brienza ha escrito sobre Christian von Wernick, también encontramos importantes trabajos sobre Angelelli, Mugica y los padres palotinos, o sobre los trabajos pastorales en las villas miseria. Iglesia y Dictadura marcó el sendero que otros han seguido, por eso se ha transformado ya en un clásico y celebramos esta nueva edición para que las nuevas generaciones puedan profundizar el indispensable camino de la memoria.
En el cap. 4 Mignone analiza la poca capacidad de disenso en el episcopado, y señala una breve alusión a las "Iglesias del Nuevo Testamento". Sobre este tema no nos vamos a extender, pero quisiera simplemente señalar que la importancia bíblica de la diversidad es mucho más amplia de lo que Mignone dice. Si hubiera conocido libros como el ya clásico Las Iglesias que los apóstoles nos dejaron, de R. Brown hubiera tenido muchos más elementos para confirmar su opinión: no hay una eclesiología en el Nuevo Testamento, sino muchas, y -por lo tanto- sería contrario a las enseñanzas de la Biblia pretender reducir todo a una sola concepción. Menos aún cuando esta pretende ser impuesta por quienes, como el mismo Mignone afirma, "pareciera que la lectura no se cuenta entre sus hábitos" (cap. 6).
Sobre la importancia que el condicionamiento económico tiene en el "maridaje" Iglesia - Estado (cap. 5) simplemente quiero recordar una breve anécdota: es sabido que a Jorge Novak lo nombraron obispo de Quilmes precisamente por su posición conservadora. Sin embargo, su enorme capacidad de escucha, especialmente el dolor de tantas familias, lo hicieron cambiar de actitud; Novak era doctor en Historia de la Iglesia y conocía bien el ejemplo de San Ambrosio narrado por Mignone (cap. 2). Precisamente, con frecuencia contaba que antes de asumir -por tanto, antes de su "conversión"- fue llamado por el gobernador militar de la provincia de Buenos Aires con la intención de "ayudarlo" en la compra de una casa para el funcionamiento de la diócesis. Él fue al encuentro, pero se había formulado la siguiente convicción: "que la plata en el bolsillo no signifique un candado en la boca". El tiempo demostró que lo había logrado.
¿Cambió la Iglesia en Argentina?
La Iglesia en Argentina, entendida ésta como jerarquía, no se ha caracterizado por su apertura de criterios, o su compromiso con el mundo de los pobres. Se dice irónicamente, que junto con los episcopados mexicano y colombiano, "pelean" por el podio de "Episcopado más conservador de América Latina". Algunos medios de comunicación pretenden que en los últimos tiempos el Episcopado Argentino fue "conservador en lo teológico, pero abierto en lo social"; y se afirma que eso es semejante a la impronta marcada en la Iglesia por Juan Pablo II. Y señalan esto como positivo. En este sentido, se recuerda, la jerarquía ya no es la de tiempos de la dictadura, por lo que no entiende -se dice- la crítica que surge desde la política de Derechos Humanos del presidente Kirchner, o se ve simplemente como destemplada alguna voz episcopal -aislada, siempre según se dice- que recuerda (¿inconscientemente?) los vuelos de la muerte. Incluso se enfatiza que el Episcopado realizó un pedido de perdón público, cosa que pocos sectores de la sociedad realizaron a su vez.
No es este el lugar de analizar la actual conformación del Episcopado argentino, pero teniendo presente que -aunque con matices- nunca se ha abandonado del todo la teoría de los dos demonios; que nunca se ha enfatizado debidamente la responsabilidad del poder económico en el golpe de 1976 y su política genocida; que el "pedido de perdón" nunca parece haber pasado de lo meramente formal; que aunque es cierto que se habla más de los pobres, y parece haber mayor sensibilidad, nunca se hace visible una "Iglesia de los pobres"; por todo esto, una nueva edición del ya clásico Iglesia y dictadura se vuelve importante. No creemos que haya habido un cambio "sustancial" en la Iglesia jerárquica argentina más allá de ciertos nombres.
En el entierro de Emilio Mignone, Antonio Cafiero recordaba el pasado de ambos en la Acción Católica y se preguntaba retóricamente qué había causado que de pronto se transformara en un incansable luchador por los Derechos Humanos. Todos sabíamos que se refería a Mónica. En el velorio, el obispo auxiliar de Quilmes, Gerardo Farrell, en nombre propio y en nombre de Jorge Novak dijo que "a este hombre, la Iglesia argentina le debe pedir perdón. Porque tenía razón". Y eso personalmente lo repetimos nosotros en la celebración eucarística previa al entierro. La Iglesia jerárquica debería haberle pedido perdón, ¡pero no lo hizo! Como no lo hizo con Jaime De Nevares, Miguel E. Hesayne, o el propio Novak, por no recordar el vergonzoso silencio ante el asesinato de Enrique Angelelli.
En la discusión, probablemente bizantina, sobre un episcopado actualmente más sensible a lo social aunque conservador en lo doctrinal, parece seguir siempre ausente un tema que es fundamental en la Biblia, y que la teología de la liberación ha llamado "ortopraxis": no parece que sea verdaderamente ortodoxa una Iglesia que no haga suya la misma opción de Jesús: la opción firme y clara en favor de los pobres. La dictadura, enarbolando la bandera de la guerra contra "delincuentes subversivos", impuso a sangre y muerte -como ya lo decía la célebre carta de Rodolfo Walsh- un modelo económico, del cual no parecemos haber salido. Es esa ortodoxia, que se llama "modelo neoliberal", la que se enfrenta claramente con la ortopraxis del Evangelio; y esta ortodoxia no fue "condenada" por la "ortodoxia" episcopal.
Con una cierta génesis en los curas del Tercer Mundo, muchos muchachos y chicas en la década del '70 empezaron a soñar que "otra Argentina era posible", y empezaron a viajar al interior del país, a trabajar en villas miserias... Muchos otros lo hicieron movidos por otras muchas inquietudes, no religiosas, pero todos coincidían en una utopía, la de un Mundo Mejor. Allí fue, como miembro de la Iglesia, Mónica María Candelaria Mignone a la villa 1-11-14, en el Bajo Flores. Y allí fueron a buscarla, junto con sus compañeras y compañeros, los "adoradores de la muerte". Y allí empezó el camino nuevo para Emilio Mignone. Allí encontró que muchos viejos militantes cristianos le daban vuelta la cara, que muchos conocidos del clero se desentendieron de su dolor, pero también que encontraba su camino con el de otros muchos. Muchos nuevos caminantes.
Karl Marx afirmaba que "La miseria religiosa es, por una parte, la expresión de la miseria real y, por la otra, la protesta contra la miseria real. La religión es el suspiro de la criatura oprimida, el corazón de un mundo sin corazón, así como es el espíritu de una situación carente de espíritu. Es el opio del pueblo". Y sin entrar en la interesante discusión actual sobre la posibilidad de "un cristianismo no religioso", podemos reconocer que si bien muchas veces el Evangelio fue instrumento de liberación (cap. 8), muchas otras actuó como verdadero "opio" para el pueblo. El tema es discernir si la religión está al servicio de una transformación de la historia, en favor de la vida, de la liberación integral, o si es cómplice de los instrumentos de muerte. Así, la vida -ortopraxis- y no una supuesta "ortodoxia", aparece como criterio para discernir la fidelidad (Gustavo Gutiérrez sostiene que la teología es un "acto segundo"). Pero así, muchos "ortodoxos" aparecen en la "otra vereda", la de la muerte "occidental y cristiana".
Iglesia y Dictadura puso en negro sobre blanco esas "dos veredas", y reveló la horrorosa complicidad con la muerte de muchos miembros de la jerarquía eclesiástica. Pero también reveló que muchos cristianos y no cristianos, creyentes y no creyentes, fueron y siguen siendo artesanos de la vida. Mignone supo mostrarlo con clarividencia, cuando se hacía presente en programas de televisión (aunque sabía que no sería ni reconocido ni respetado); y especialmente cuando veía que se cerraban una a una las puertas que inicialmente la democracia había abierto, con las leyes de Obediencia Debida, y Punto Final, o con los Indultos; pero seguía tenazmente apostando por los recovecos jurídicos que encontraba: los niños nacidos en cautiverio y entregados clandestinamente, o los juicios por la verdad histórica. Todo su trabajo paciente de armado del CELS, o el acompañamiento de otras organizaciones de Derechos Humanos permitió que hoy, al reconocerse la nulidad de las leyes de la impunidad no haya que "empezar de nuevo" sino que "seguir andando" por las huellas que él ha transitado.
Como miembro de la Iglesia católica romana, Mignone escribe desde el dolor. El dolor de descubrir y padecer las miserias y ser víctima de las cobardías o complicidades de quienes hubieran debido "dar la vida por las ovejas". Y como miembro de la Iglesia que es, no escribe para "destruir" sino para cuestionar, criticar, y confrontar. Y proponer, como por ejemplo propone la eliminación de la diócesis castrense, o las nunciaturas; algo en lo que reitero mi total acuerdo. Desconozco si algunos obispos manifestaron su acuerdo, o su desacuerdo con esta obra. Desconozco, pero supongo. Lo dicho por mons. Gerardo Farrell, y que consignamos más arriba, invita a confirmar mi suposición. La publicación de textos de la Conferencia Episcopal para tratar de mostrar sus palabras pronunciadas durante la dictadura (insuficientes, por cierto), y el tímido "pedido de perdón", confirman que difícilmente la jerarquía eclesiástica -incluso la actual- pida perdón a Emilio Mignone. Y, lo que es peor, nos hace temer que si una circunstancia semejante se repitiera en nuestra historia, probablemente gran parte de la jerarquía eclesiástica volvería a actuar de la misma manera.
El gran cardenal Paulo E. Arns, de San Paulo (Brasil), había recopilado -a través de CLAMOR- mucha información de las violaciones de derechos humanos en Argentina. Él me contó personalmente el 12 de febrero de 1992 que recibió una carta del cardenal Primatesta, entonces presidente de la Conferencia Episcopal Argentina diciéndole que no debía entrometerse en asuntos de otra Iglesia particular. Sonrió cuando le dije irónicamente: "claro, usted había entrometido el Evangelio en la Iglesia Argentina. ¿A quién se le ocurre?" Otro gran obispo, éste brasileño por opción, Pedro Casaldáliga, al referirse al asesinato de monseñor Angelelli, el "mártir prohibido" dice: "Mientras la Iglesia echaba sus cerrojos prudentes, / negándose a la Muerte y la Resurrección. (...) Queremos desnudar, a pleno Testimonio, al aire del Domingo, / la Tumba que sellaron el Templo y el Pretorio, / diplomáticamente -también hoy- compensados". Los obispos de toda América Latina se reunieron en Puebla (México) para la IIIª reunión del Consejo Episcopal Latinoamericano; los obispos argentinos fueron en un avión de la Fuerza Aérea. Ante tanta cercanía con el poder, y tanta distancia de la libertad evangélica, ¿cómo podría el Episcopado argentino pedir perdón a Emilio Mignone? La nueva edición de Iglesia y Dictadura puede ayudar a que corazones abiertos revisen su pasado y pongan los medios para corregirlo. Otros seguirán hablando de una "campaña contra la Iglesia" (campaña que ellos organizan, nos gustaría glosar). Es de esperar que esta obra siga abriendo caminos, además de los ya abiertos, y que alguna vez, alguien pida sincero perdón, ¡sin que hayan pasado 500 años!
Pbro. Eduardo de la Serna
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