lunes, 25 de marzo de 2013

Un aporte a la reflexión sobre la “comunión”

Un aporte a la reflexión sobre la “comunión”

Eduardo de la Serna
(texto de 2010 que hoy adquiere nueva actualidad)
Foto del caracol de Oventik, territorio zapatista, Chiapas, México
            Con justa y pastoral preocupación, el P. Obispo Luis me ha manifestado su inquietud sobre la comunión, y hemos hablado sobre el tema. Se ha referido -creo entender bien- a la comunión eclesial, y a la comunión presbiteral. Y me pidió que en lo personal contribuya a esto. Le aseguré que lo haría, porque estoy convencido de su importancia. Y siendo que en lo intelectual es donde creo que más puedo aportar un “grano de arena”, me pongo a hacer llegar un borrador.


            Esta reflexión pretende ser un aporte a esta comunión en estos tiempos desafiantes y críticos.


Un aporte de la Biblia

            Es sabido que la palabra “comunión” es traducción del término griego koinônia. Para ser precisos, en la Biblia es un término ambiguo, ya que refleja “lo común” en sentido amplio: sea la actitud de tener ídolos comunes, la comunión de bienes, el ser simplemente “compañero” o la colecta para los pobres de Jerusalén. 


            Probablemente el texto más significativo teológicamente sea el de Hch 2,42 donde se señala que los nuevos que se incorporaron a la comunidad “acudían a la enseñanza (didajê) de los apóstoles, y a la comunión (koinônía; o también puede entenderse “a la comunidad”), la fracción del pan y las oraciones (proseujais)”. Es probable que koinônía en este párrafo se refiera al “sentir común unánime que comprende las acciones comunitarias (¡sociales!) comprendidas en la gestión de los bienes materiales...” [1] Siendo la única vez que la encontramos en Hch (aunque cf. 2,44 y 4,32), ¿es también posible que -como se encuentra en Pablo- se refiera a la “Colecta”?, no me paree probable ya que Hechos parece desconocerla, pero sí a la “comunión de bienes” que está en la raíz de aquella. En algunos autores griegos puede entenderse como “asociación” al estilo de los gremios, pero también se encuentra una idea semejante en Qumrán, entendida como “comunidad”, vista esta como separada de otra “comunidad”, ésta de las personas impuras. Si se reemplaza -como propone Barrett- [2] “Torah por enseñanza de los apóstoles”, el marco es bastante semejante en 1QS 5,1-2: “Esta es la regla para los hombres de la comunidad que se ofrecen a sí mismos para volverse de todo mal y adherir a todo lo que ha mandado según su voluntad: separarse de la congregación de los hombres de iniquidad para formar una comunidad de espíritu en la ley y los bienes”. Existe -entonces- una comunidad determinada por el mensaje de los apóstoles, y una de las formas que esta asume es compartir los bienes, ponerlos “en común”. Un “estilo de vida común” prefiere traducir Pervo remitiendo, precisamente a los esenios y a los filósofos greco-romanos con lo que piensa que vv.44-45 explicita el término koinônia mientras vv.46-47 explica la fracción del pan y las oraciones. Este autor, por otra parte, sostiene convincentemente que la perícopa presenta un relato utópico, más que real, de comunidad. [3]

            Ciertamente la idea remite a la unidad en torno a algo “en común” (koinós), y -como se dijo, este algo común en el texto de Hechos refiere a los bienes y también a la “enseñanza de los apóstoles”. La comunión eclesial ciertamente es, entonces, en torno a la “buena noticia del reino”, al “evangelio”. No es una “comunión” entendida en un sentido corporativo, o en un sentido que podría entenderse como “militar”, sino “estar en común con el Evangelio”.



Veamos algunos casos significativos en la historia de la Iglesia
            No es desatinado hacer una somera mirada por algunos momentos que pueden ayudar a mirar la “comunión” en la historia de la Iglesia.

- negativamente
            Seguramente el primer ejemplo que podemos detectar en la historia de ruptura de la comunión de la enseñanza de los apóstoles provino -¡nada menos!- de Pedro. Pablo lo enfrenta cara a cara y lo llama “hipócrita”. Esto es, actuar contrariamente a lo que se proclama (Gal 2,13). La señal de koinônia del abrazo entre Pablo y Bernabé (¿y Tito?) con Santiago, Cefas y Juan (2,9) se había roto en muy poco tiempo.

             Otra división (sjisma) en la comunidad se provoca cuando los ricos rompen la “comunión” en la Cena del Señor y se desentienden del hambre de los pobres con lo que “comen su propio castigo” (1 Cor 11,19.29).

             Es interesante -siguiendo esta linea- la frecuencia con que Jesús provoca “rupturas” (sjisma) en el Evangelio de Juan (7,43; 9,16; 10,19). Pareciera que en este tema podría pensarse un pensamiento análogo al que se da con el término “escándalo” ya que es negativo “escandalizar” -en especial a los “pequeños que creen”- pero es lamentable (¡ay!) verse escandalizado por Jesús; es grave “romper” la comunión, pero lamentable “no romper” para quedar “del lado de Jesús”, como es -por ejemplo- expresamente mencionado en el caso de la familia.

             Sin dudas una nueva ruptura se empieza a ver en las comunidades de fines de s.I y primera mitad del s.II. Por un lado el “cristianismo” rompe cada vez más claramente con el judaísmo (recordar que “jristianismos” se encuentra por primera vez en Ignacio de Antioquía y probablemente para distinguir de -quizás todavía no “romper con”- el “ioudaismós”); pero por otro lado, con la aparición de las primeras herejías. En este tiempo, estas son particularmente dos: los “ebionitas”, herejía reflejada en el Evangelio de los Hebreos, por ejemplo, y el “gnosticismo”, herejía reflejada en los Evangelios de Felipe, o de la Verdad, por ejemplo. Simplificando un poco, se podría señalar que la primera sostiene vehementemente la humanidad de Jesús, negando la divinidad, mientras que la segunda hace exactamente lo contrario: niega totalmente la humanidad, afirmando la divinidad. La aparición de Marción en la segunda mitad del s.II -por otro lado- generó la necesidad de ir fijando el canon de las escrituras cristianas, cosa que comienza con Ireneo (el primero en hablar claramente de los 4 Evangelios; notar que recién avanzado el siglo II se empieza a hablar de “escrituras” referidos a los escritos cristianos), aunque con otros escritos neotestamentarios el tema fue mucho más debatido, como es el caso por ejemplo, de Hebreos o Apocalipsis. Ciertamente esto empezó a ser importante para tener claro cuál es el “Evangelio” en el que están reflejadas las “enseñanzas de los apóstoles”.

             Hay tres usos habituales de la idea de “comunión” que se pueden tener en cuenta, aunque no los desarrollo aquí: la idea de “comunión” entendida en sentido eucarístico, la “comunión de los santos” y la “comunión con alguien” en sentido positivo o negativo (sea “comunión con los herejes” o “comunión con los Pastores”, para citar ejemplos habituales en los Padres y el Magisterio).

            Sintetizo esto destacando que por “comunión” se entiende “sentir con”, vivir en “común” (y poner los bienes en común), de allí que esa “comunión” se pueda manifestar visiblemente (justa o injustamente) en la “comunión eucarística” expresión de la “comunión eclesial” por cuanto la comunión no es propiamente “con” ni “en” la Iglesia sino con Jesús y su Espíritu, aunque creemos que esa comunión se visualiza gratuitamente (= gracia) en la comunión eclesial. 

            Sin embargo, me permito señalar algunos elementos antes de dar nuevos pasos:

- Es notoria y pública la actitud de ruptura de san Jerónimo (santo e incluso “doctor” de la Iglesia) con muchos cristianos de su tiempo, aunque utilice el término “comunión” en muchos de sus escritos. Su animadversión con Orígenes, por ejemplo, es evidente en sus cartas. Esto provoca a Y. Congar a decir (a raíz de una consulta sobre el eventual doctorado de Teresa de Lisieux donde se refiere a las condiciones que se requieren para ser doctor de la Iglesia, entre las cuales afirma): “Se pide santidad. La suya [de Teresa de Lisieux] es evidente, cien veces más cierta que la de san Jerónimo...” [4]

- Podríamos señalar la actitud de la orden carmelita hacia Juan de la Cruz, encerrándolo en el Alcázar de Toledo, o incluso -ya muerta Teresa de Ávila- la decisión del nuevo superior -rigorista- de los Carmelitas Descalzos (Nicoló Doria) de desterrarlo a México cosa que no llega a concretarse por su muerte inminente, que lleva a Juan a afirmar que va a “Indias mejores”,[5] cosa que también hará Doria con el P. Gracián (amigo y confesor de Teresa), Ana de Jesús (luego enviada a Francia) y María de San José (en Lisboa) la que llegó a escribir: “no te engañen con decir / de otras nuevas perfecciones / huye desas invenciones / que te quieren destruir”.[6]

En este sentido, es muy importante recordar las últimas palabras de Teresa: “muero hija de la Iglesia”, que deben entenderse en el contexto de una Inquisición que miraba con lupa sus textos (¡no debe una mujer escribir!) y estaba a punto de ser excomulgada. Así, el dicho refleja que murió “antes de que los jerarcas que buscaban expulsarla, lograran su objetivo”.

- Leer las declaraciones de B. Héring [“Fe, historia, moral”, recopilado por Gianni Licheri, donde afirma que prefería los interrogatorios de la Gestapo a los del Santo Oficio] o el diario de Y. Congar [Journal s’un théologien (1946-1956) Cerf, Paris, 2001] también es ilustrativo en este tema.

- Un tema muy importante y significativo es la situación de Juana de Arco. El juicio, del que se conserva versión taquigráfica en francés antiguo, en el que se le impidió tener abogado siendo que era una mujer iletrada, giró en varios momentos en torno a sus “voces”. Los teólogos de la Universidad de París (recordar que el contexto es el de la guerra de los 100 años, y del Concilio de Basilea, en tiempos del “conciliarismo” en el que -según Sabonarola- los obispos de arrodillaban en el momento de decir “et in unam sanctam catolicam et apostolicam Ecclesiam”) le exigen a Juana sumisión a la Iglesia, lo que supone “por encima de sus voces”. 

“Interrogada sobre si estaba dispuesta a someter todos sus dichos y hechos, buenos o malos a la determinación de nuestra santa Madre Iglesia, respondió que en cuanto a la Iglesia, ella la ama y quisiera sostener con todo su poder la fe cristiana (...) E interrogada si se someterá a la determinación de la Iglesia ella respondió: “yo me someto a nuestro Señor que me ha enviado”.  
Luego se le hace una distinción entre la Iglesia triunfante y la Iglesia militante la cual no puede errar y está gobernada por el Espíritu Santo y es a esta a la que debe someterse, a lo que responde: “que ha venido al rey de Francia enviada por Dios, por la Virgen María y por todos los benditos santos y santas del paraíso de la Iglesia victoriosa de lo alto, y es a esa Iglesia a la que se somete...”[7]
            Es sabido, finalmente, que la condena definitiva y posterior ejecución a cargo de la Inquisición se debió fundamentalmente a su desobediencia a la Iglesia por vestir ropa de varón.
- Otro tema a destacar -para finalizar esta parte- es la ardua lucha de F. M. Lagrange -y luego otros muchos estudiosos- con gran parte de la curia romana buscando que se reconozca la lectura crítica de la Biblia, acusada de “modernista” a partir del Syllabus. Tanto Lagrange como muchos otros profesores de Sagradas Escrituras debieron exilarse, dejar de dar clases y ser sometidos -también ellos- a interrogatorios del Santo Oficio. [8] Basta ver las declaraciones de la primera Pontificia Comisión Bíblica sobre Gen 1-11, los géneros literarios de los Salmos, o la verdad histórica de los Evangelios, entre otros y en contraste con esto, la importancia dada -precisamente- a los métodos histórico-críticos en el presente tal como la nueva pontificia comisión bíblica recomienda y pide (1993).[9]

- positivamente
            Señalo simplemente un breve párrafo del Credo del Pueblo de Dios:
 
«Creemos que la Iglesia fundada por Cristo Jesús, y por la cual El oró, es indefectiblemente una en la fe, en el culto y en el vínculo de la comunión jerárquica. Dentro de esta Iglesia, la rica variedad de ritos litúrgicos y la legítima diversidad de patrimonios teológicos y espirituales, y de disciplinas particulares, lejos de perjudicar a su unidad, la manifiesta ventajosamente» (Credo del Pueblo de Dios, Pablo VI n:2.6).


El desafío de la obediencia

            Ciertamente, un tema que se suele destacar como criterio para hacer referencia a la comunión eclesial tiene que ver con la obediencia. Para ilustrar esto, empiezo señalando tres importantes textos de Francisco de Asís. 

[1] Hermano León, tu hermano Francisco: salud y paz.
Te hablo, hijo mío, cómo una madre. En esta palabra dispongo y te aconsejo abreviadamente todas las que hemos dicho en el camino; y si después tienes necesidad de venir a mi en  busca de consejo, mi consejo es este:
Compórtate, con la bendición de Dios y mi obediencia, cómo mejor te parezca que agradas al  Señor Dios y sigues sus huellas y pobreza.
Y si te es necesario para tu alma por motivo de otro consuelo y quieres venir a mi, ven, León. (Carta de Francisco a León)

[2] Pero, si el prelado le manda algo que esta contra su alma, aunque no le obedezca, no por eso lo abandone.
Y si por ello ha de soportar persecución por parte de algunos, ámelos mas por Dios.
Porque quien prefiere padecer la persecución antes que separarse de sus hermanos, se mantiene  verdaderamente en la obediencia perfecta, ya que entrega su alma (cf.Jn 15,13) por sus hermanos. (Admoniciones 7-9).

[3] Pero si alguno de los ministros manda a un hermano algo en contra de nuestra vida o contra su alma, el tal hermano no este obligado a obedecerle, pues no hay obediencia allí donde se comete delito o pecado. (Regla no bulada, V.2)

            Ciertamente la “obediencia” es un tema importante. Pero, ¿qué se entiende por tal? Parece, en algunos aspectos estar en tensión con “libertad” y seguramente lo está. Si Cristo vino a “liberarnos”, pareciera que la libertad debe estar siempre en primer lugar. Pero la libertad no es solamente ser libres “de” sino también libres “para”, y es en este segundo punto donde quizás la obediencia tenga algo para decir. En la antigüedad era fácil que un esclavo cambiara de amo, con lo que era “libre de” uno, para ser “esclavo de” otro, con lo cual, la idea de ser libres “para ser libres” refuerza la idea de libertad (Ga 5,1). Señalemos brevemente que en la carta a los Gálatas -con justicia llamada “la carta de la libertad”- la importancia radica en ser “libres de la ley”, y la gravedad de volver a caer en la esclavitud de la ley (cosa que algunos pretenden de los gálatas, en un nuevo rompimiento de la comunión sellada en la “Asamblea de Jerusalén”) es -para Pablo- hacer “vana” la muerte liberadora de Cristo (2,21). La libertad no es caer -entonces- en una nueva esclavitud de la ley, con lo que es claro que no es a esta obediencia a la que Pablo se refiere.
            En Romanos, la obediencia es a la voluntad de Dios (de allí la contraposición Cristo - Adán en 5,12-21); en 10,19 es “obedecer al Evangelio” (cf. 2 Cor 9,13), cosa que al comienzo y final de la carta se resume como “obediencia de la fe” (1,5; 16,26); la “obediencia” a la autoridad de Pablo, debe entenderse precisamente en este sentido: en cuanto predicador de la Buena Nueva, pretende ser obedecido, pero si “él mismo o un ángel del cielo” predicara otro Evangelio, sea “maldecido por Dios” (= anatema; Gal 1,8). La obediencia -entonces- como la de Cristo, es una búsqueda de la voluntad de Dios (Fil 2,8). 


            Ciertamente no es otra cosa el Reino de Dios. Dios reina allí donde se busca y sigue su voluntad. De allí que siempre y en todo momento el punto de partida principal sea la búsqueda y el discernimiento de la voluntad de Dios. Es ésta la que nos hace libres, es en ésta donde se fundamenta la verdadera comunión.

            De aquí que el tema fundamental es siempre descubrir los criterios que nos permiten reconocer la voluntad de Dios. Ya Melchor Cano (1509-1560) señaló los “logi theologici” (los lugares teológicos, donde Dios y su palabra pueden encontrarse) destacando diez “lugares”, siendo -como es obvio- la Biblia el primer lugar. Es sabido que estos “logi” pueden ampliarse; ya Juan Pablo II señaló -en un congreso teológico en Polonia- “el martirio” como lugar teológico. 
            Si bien es cierto que puede correrse el riesgo -por sometimiento a la autoridad- de entender que el “Magisterio” es el primer lugar teológico, el mismo Concilio Vaticano II señala que la Sagrada Escritura y la Tradición que de ella nace y con la que forma un “único depósito” son los principales. Sin dudas “el Magisterio no está por encima de la Palabra de Dios sino que la sirve” (DV 10), cosa que también afirma Melchor Cano poniendo al magisterio recién en el tercer lugar.
            Para sintetizar, es evidente que la obediencia es fundamental para gestar la comunión. Pero puesto que la comunión es en “la enseñanza de los apóstoles”, que es “obediencia al Evangelio”, que es recepción y aceptación del Reino de Dios, ciertamente la obediencia cristiana no es “obediencia debida”. Frases como “prefiero equivocarme con el superior antes que acertar sin él” o que “el que obedece no se equivoca”, frecuentemente repetidas en algunos ambientes eclesiásticos, sólo sirven para engendrar mentes pequeñas, espíritus sumisos y cristianos incapaces de dejar huellas en la comunidad eclesial (por no hablar de neurosis y otras patologías). Algo semejante ocurre con frases como “Ubi episcopos, ibi ecclesia” (frase con frecuencia atribuida erróneamente a Ignacio de Antioquía) , idea sacada habitualmente de su contexto, el cual es señalar al obispo como garante de la unidad, no como “lugar” sine qua non, de allí que G. Sabra propone que Tomás de Aquino invierte el dicho destacando que “ubi ecclesia, ibi episcopus”. [10] 

El magisterio y la conciencia
            Para terminar esta reflexión algo desordenada, una nota fundamental sobre la “conciencia”. Ya señalamos que Francisco decía que se debe “obedecer” salvo que “el alma” no esté convencida de ello, o esté en contra. Es evidente que en estos casos “alma” es semejante a “conciencia”.

            Es interesante el planteo de Pablo sobre la “conciencia” en 1 Cor 8 y 10. Allí el apóstol no tiene dificultades en decirles a los “fuertes” (el término no se encuentra aquí, sí en Rom 15,1 en un contexto quizás semejante) que “tienen razón”. Lo que ellos plantean es claramente “ortodoxo”: “no hay más que un sólo Dios” por lo que los ídolos no existen y comer lo ofrecido a los ídolos no significa nada. “Pero” (y este es el punto principal), “tu hermano débil” (este término sí se encuentra, y es particularmente importante en la teología paulina, especialmente en las cartas a los corintios) no tiene ese conocimiento (gnôsis), con lo que su “conciencia” que “es débil” se mancha. De allí que destaque que quien cree no pecar de idolatría, sí peca contra Cristo por escandalizar a su hermano débil. Con ironía Pablo dice que el que no cree en los ídolos “edifica” a su hermano débil a la idolatría por su conciencia (8,10). No es la “ortodoxia” sino la “ortopraxis” lo que Pablo propone, y la razón es la conciencia débil.

            En el medioevo, el tema se planteó con claridad: ¿cómo obrar en caso de contradicción entre el imperativo del orden objetivo y la conciencia errada? La escuela franciscana, siguiendo a Agustín sostiene que de ninguna manera ha de obedecerse la conciencia; pero Tomás de Aquino -particularmente en la Summa Theologiae- sostiene que la norma última de la moralidad, la intérprete de la norma que reposa en Dios, es la conciencia (I/II q.19 a.3-6). Si la obediencia debe buscar -conciente o inconscientemente- la voluntad de Dios, y seguirla es el fundamento de la “comunión”, no hay dudas que esta supone obedecer la conciencia (aunque sea errónea), que no sólo está por encima del Magisterio sino-según Tomás- aún por encima del Evangelio.

            Más adelante, siguiendo el tema, así lo afirma el Concilio Vaticano II:

            En lo más profundo de su conciencia descubre el hombre la existencia de una ley que él no se dicta a sí mismo, pero a la cual debe obedecer, y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón, advirtiéndole que debe amar y practicar el bien y que debe evitar el mal: haz esto, evita aquello. Porque el hombre tiene una ley escrita por Dios en su corazón, en cuya obediencia consiste la dignidad humana y por la cual será juzgado personalmente.
            La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que éste se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto más íntimo de aquélla. Es la conciencia la que de modo admirable da a conocer esa ley cuyo cumplimiento consiste en el amor de Dios y del prójimo.
            La fidelidad a esta conciencia une a los cristianos con los demás hombres para buscar la verdad y resolver con acierto los numerosos problemas morales que se presentan al individuo y a la sociedad. Cuanto mayor es el predominio de la recta conciencia, tanto mayor seguridad tienen las personas y las sociedades para apartarse del ciego capricho y para someterse a las normas objetivas de la moralidad.
            No rara vez, sin embargo, ocurre que yerra la conciencia por ignorancia invencible, sin que ello suponga la pérdida de su dignidad. Cosa que no puede afirmarse cuando el hombre se despreocupa de buscar la verdad y el bien y la conciencia se va progresivamente entenebreciendo por el hábito del pecado”. (GS 16)


            Y en esta misma linea, agrego un conocido e importante texto -comentando precisamente el concilio- de J. Ratzinger:

            "Aún por encima del Papa como expresión de lo vinculante de la autoridad eclesiástica se halla la propia conciencia, a la que hay que obedecer la primera, si fuera necesario incluso en contra de lo que diga la autoridad eclesiástica. En esta determinación del individuo, que encuentra en la conciencia la instancia suprema y última, libre en último término frente a las pretensiones de cualquier comunidad externa, incluida la Iglesia oficial, se halla a la vez el antídoto de cualquier totalitarismo en ciernes y la verdadera obediencia eclesial se zafa de cualquier tentación totalitaria, que no podría aceptar, enfrentada con su voluntad de poder, esa clase de vinculación última."[11]

            Quisiera notar un elemento importante en este último texto: el totalitarismo es siempre una tentación. Particularmente probable en una institución que pide “obediencia”, y que remite a Dios como fundamento de su autoridad. ¿Cuál es el reaseguro, la garantía, el resguardo de la persona humana? Precisamente la conciencia. No se trata de mantener permanentemente la conciencia en el “error”, -eso es evidente- pero es precisamente la conciencia el reaseguro de que obedeciendo (o no), se está siguiendo -conciente o inconscientemente- la voluntad de Dios.[12]

            Esto es importante para evitar repetir graves errores. A modo ilustrativo señalo uno de los más graves, y ciertamente extremo. El texto de Lc 14,23: “oblígalos a entrar hasta que se llene mi casa” fue utilizado en muchos momentos de la evangelización española a los indígenas americanos para ejercer violencia sobre ellos obligándolos a recibir el bautismo. Además de la razón claramente económica subyacente (el oro, razón tan clara y firmemente denunciada por Bartolomé de las Casas, obispo de Chiapas), me detengo en la violencia que significa “imposición”.

            Sin duda alguna, una visión más semítica que helénica de términos como “verdad” y “poder” (= debilidad) sería muy útil en la comprensión de todo esto.


A modo de Conclusión


            El obispo Luis está preocupado por la comunión. Esta preocupación me parece muy importante y creo que todos, obispo, curas, religiosos/as y laicos/as debemos trabajar por alcanzarla. Sabiendo que no somos “ángeles”, y la plena comunión será alcanzada en la “comunión de los santos”, pero poniendo todo lo que esté a nuestro alcance por lograrla.

            Pero comunión no es corporativismo, como obediencia no es obsecuencia. Remitiendo a la imagen paulina del cuerpo y los miembros, que es clara expresión de “unidad y diversidad”, es evidente que el ojo contribuye a la comunión siendo ojo, y la mano, siéndolo. Si todo fuera mano “¿dónde estaría el cuerpo?”

            Recuerdo -en este momento- la figura señera del padre obispo Jorge Novak. Nunca pretendió ni quiso romper la comunión “episcopal”,[13] pero eso no le impidió -a diferencia de la gran mayoría de los obispos argentinos- tomar clara postura en favor de los Derechos Humanos. ¿Quién rompía en ese caso la comunión eclesial, el defensor de los Derechos Humanos o los cómplices de sus violaciones? Ciertamente esto fue duro para el Obispo, y volvía con mucho dolor de más de una Asamblea Plenaria (recuerdo haberle oído en un caso decir: “ser obispo es algo que no le deseo ni a mi peor enemigo”). Pero no creo que Jorge Novak haya roto la comunión eclesial. Si la Conferencia Episcopal pidió perdón (tibiamente, debo decirlo) a la sociedad, eso muestra claramente que fue Novak y no el “cuerpo episcopal” quien fue fiel al Evangelio, al reino, a la voluntad de Dios, y -por tanto- a la comunión eclesial. El pueblo de Dios le quedó y queda agradecido. Con esa comunión eclesial quiero seguir colaborando.


Eduardo de la Serna
4 de septiembre de 2010
Este texto fue elaborado después que el obispo emérito de Quilmes, Luis Stöckler, a raiz de un cambio de opiniones, y un cierto desacuerdo de algunos miembros del clero tenían con lo que otro grupo de curas habíamos planteado. Esto motivó el pedido de "colaborar con la comunión" que suscitó este trabajo, luego pueblicado en Vida Pastoral con ligeros cambios.

notas

[1] J. Zmijewski, Atti degli Apostoli, ed. Morecelliana, Brescia 2006, 209.
[2] C. K. Barrett, Acts (ICC) I-XIV, ed. T&T Clark, Edinburgh 1998, 164.

[3] R. I. Pervo, Acts (Hermeneia), ed. Fortress Press, Mineapolis, 2009, 92.

[4] Lettre du Père Yves Congar à Mgr. Gaucher (17 de junio 1989) en Vie Thérésienne, Supplément trimestrel a Thérèse de Lisieux, Avril-Mai-Juin 1992, Nº 126, p. 332.

[5] Carta al P. Juan de Santa Ana, 1591.

[6] Texto que se encuentra en la página web de la Orden Carmelita descalza; (http://www.carmelitasdescalzos.com/upload/ficheros/30120071222095231doc.pdf; en pp. 126-152; pueden verse abundantes textos de María, Ana y Gracián sobre esto en este mismo lugar); los movimientos de Doria se vieron favorecidos por la estrecha relación entre Felipe II y el Papa Sixto V -y el acompañamiento del nuncio Speciano- con lo que aquel logró la aprobación de iniciativas que los estrechos colaboradores de Teresa consideraban contrarias al espíritu de la Santa.
[7] Procès de Condamnation de Jeanne d’Arc. Edité par la Societé de l’Histoire de France. Texte établi et publié par P. Tisset, París, Libr. C. Klincksieck, 1960, p. 165-167 (correspondiente a los Folios 140-143 del manuscrito del juicio).
[8] Puede verse P. Grelot, Los Evangelios y la historia, Herder, Barcelona 1987, 28-72 (sobre Lagrange, pp. 40-44); G. M. Nápole, “Marie-Joseph Lagrange, op y la Escuela Bíblica y Arqueológica Francesa de Jerusalén”, Proyecto 12 (36) [Semillas del siglo XX] (2000), 96-112.
[9] Los temas y textos de la primera Comisión Bíblica pueden verse en A. Robert - A. Tricot, Initiation Biblique, Desclée & Co., Tournai 1948; p. 980 s/v “Commision biblique”; cf. J. Mejía, “La primera y la segunda comisión bíblica”, en J. L. D’Amico - E. de la Serna (coords.), “Donde está el espíritu, está la libertad”. Homenaje a Luis H. Rivas con motivo de sus 70 años. Profesores de Sagradas Escrituras, ed. San Benito, Buenos Aires, 2003,  25-33.
[10] G. Sabra, Thomas Aquinas’ Vision of the Church: Fundamentals of an Ecumenical Ecclesiology, Mainz, M. Grünewald Verlag, 1987, p. 117, citado por C. T. Baglow, “Modus et Forma”. A New Approach to the Exegesis of Saint Thomas Aquinas with an Application to the Lectura super Epistolam ad Ephesios (AB 149), Pontificio Istituto Biblico, Roma 2002, 146-147.
[11] Joseph Ratzinger, en H. Vorgrimler (ed.). Commentary on the Documents of Vatican II. New York, Herder. 1967 vol. V., p. 134.

[12] Al referir a quienes siguen Ainconscientemente@ la voluntad de Dios tengo en mente aquellos a quienes K. Rahner llamaba Acristianos anónimos@, esto es, aquellos que aún sin saberlo ellos mismos, estaban siguiendo la voluntad de Dios, y vivían fieles al Evangelio.

[13] Aprovecho para señalar que es peligrosamente corporativo hablar de Acomunión episcopal@ o Acomunión presbiteral@; la comunión es Aeclesial@ en la que todos, laicos, religiosos, presbíteros y obispos tienen responsabilidad de vivir y buscar la comunión.

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