viernes, 22 de marzo de 2013

Una nota sobre “lo popular”


Una nota sobre “lo popular”

Eduardo de la Serna

foto tomada de www.argentina.ar

Creo que al decir que “debemos estar junto al pueblo” (palabras póstumas de Carlos Mugica, según tradición oral) podemos caer en una confusión que no pretendo aclarar, pero –al menos- espero aportar puntas de reflexión.
Y empiezo con dos aspectos ajenos que me sirven para pensar.
·         En épocas de mi militancia juvenil, era habitual –y lo hacíamos con gusto y pasión- llevar banderas, cantar el himno, manifestarnos orgullosos de todo lo identitario como argentinos (¡y con los dedos en “V”!). Sin embargo, a partir de la Dictadura, empecé a sentir como vergüenza, no de mi país, pero sí de todo lo que simbólicamente se decía que lo expresaba. Nunca más canté el himno con orgullo o alegría, nunca más puse banderas o usé escarapela. Eso hasta el bicentenario, acoto, en el que el canto del himno y las banderas parecieran volver a ser resignificados (y hablo de país, no de gobierno, para que no se me mal interprete).
·         Algo semejante me ocurrió -y sigue ocurriendo- con la Selección de fútbol. Lo vergonzoso del mundial 78 hizo que mi pasión futbolera no se expresara en la Selección nacional. Hubo un paréntesis en tiempos ‘del Diego’, quizás porque –más allá del jugador y los técnicos- se veía pasión. Pero después, al ver técnicos que ponían jugadores que fueran de su mismo representante, técnicos que no me identificaban en nada en el juego o los jugadores elegidos, me desinteresé totalmente, y –todavía hoy- no me interesa qué pase con la Selección. Me dicen “vamos a ver el partido”, y prefiero quedarme leyendo en mi cuarto.
Pero podemos poner otros dos ejemplos que ya hacen más al tema:
·         Es sabido que a la reina de Inglaterra no se la puede ni tocar. Todo debe ser a distancia, formal, acartonado (de paso, acoto que no tengo ningunas ganas de tocarla, así que el tema es solo como ejemplo), pero de golpe en esa monarquía extraterrestre apareció una princesita con cara de buena, y que tocaba chicos, visitaba gente y hacía suyas causas nobles (como el tema de las minas y granadas) y pasó inmediatamente a ser “de todos”. La misma Inglaterra que no permite tocar a su reina, lloró a su princesa muerta porque mostró otro rostro. Y nadie puede decir que no fuera tan extra-terrestre en sus concepciones como lo es la monarquía británica. Los gestos fueron otros, y pasó a ser popular.
·         Todavía hoy, dicen, Italia está llena de postales, afiches de Juan Pablo 2 y casi no los hay de Benito 16. Especialmente al inicio de su pontificado –demasiado extenso debemos decirlo- el papa congregaba multitudes. Y no se trataba de lo atractivo de su discurso, por cierto, sino su persona, su carisma. La gente reconocía que –como la princesita- había dejado su “palacio” para venir a compartir “mi casa”, nuestro barro. Y fue popular. “¡Qué papa que tenemos!” decía la gente.
¿Y nosotros? Debo decir que Diana no me importaba en lo más mínimo, el caso de Juan Pablo me tocaba de cerca, y no era –ni remotamente- el papa que yo deseaba. Pero ¿y la gente? Porque su popularidad era innegable.
Y acá –debo reconocer- me ayudó mucho una frase que dijo en una reunión de nuestro grupo el recordado Jorge Vernazza: “estoy con la gente que celebra su fiesta con cumbia y chamamé. Pero después, si yo quiero tener fiesta, en mi cuarto escucho a Vivaldi”. Y acá viene el tema, compartir la vida de la gente, estar en su casa, vivir su vida, llorar sus muertes, no significa necesariamente estar de acuerdo. No se trata de señalar que “la gente está equivocada” porque antes habría que preguntarse “equivocada, ¿en qué?; que Juan Pablo era más cercano, que “vino”, que lo podíamos ver y casi tocar no estaba equivocada. En las “internas eclesiásticas” el pueblo no entraba, ni le interesaban. Y no digo nada si a una señora Juan Pablo 2 le besó el bebe…  para esa señora, lo bendijo Dios mismo.
Eso no significa que debíamos estar contentos con el papa, me parece. Porque tenemos un “adentro” distinto al de la señora. Su adentro es su casa, y el papa la visitó, su pueblo. Nuestro adentro es intra-eclesial y el papa hizo otras cosas. ¿Y qué debíamos hacer? Creo que respetar la fiesta de la gente, escucharla, comprenderla, pero saber que nuestra fiesta está en otro lado. No es mejor, no es peor, es distinta. A la gente no le importa si nombra tal obispo o saca tal encíclica, eso nos preocupa a nosotros. La gente no leyó el Vaticano II y Medellín. Le importa que el papa habló su idioma, tuvo sus gestos, lo pudo ver y casi tocar. Y es un error –me parece- pretender que la gente sienta lo que sentimos, pero también lo es querer sentir lo que siente la gente.
Muchos votaron a Menem en la reelección. ¿Y puedo decir que se equivocaron? Yo no lo voté, ¿me equivoqué? En todo caso, creo que me equivoqué cuando lo voté la primera vez, para ser justo. Pero para decir que se equivocó el pueblo, habría que preguntar primero qué dijo la gente al votar, para recién después saber si se equivocó o no. Creo que nos formulamos diferentes preguntas, y por eso las respuestas son distintas. Y lo que tengo claro es que quiera respetar, acompañar y estar junto al pueblo en sus respuestas, aunque yo dé otras porque tengo diferentes preguntas. Mi fidelidad –por un lado- es tratar de dar respuestas honestas (o lo más honestas posibles) a las preguntas que yo creo que se me formulan; y fidelidad al pueblo (por aquello de los dos oídos de Angelelli) que da sus respuestas a sus propias preguntas. Acompañar al pueblo será celebrar su fiesta, aunque no sea la mía… no por amor a la música elegida, sino por la alegría de verlo feliz.

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