Una nota sobre “lo popular”
Eduardo de la Serna
foto tomada de www.argentina.ar |
Creo que al decir que “debemos estar junto
al pueblo” (palabras póstumas de Carlos Mugica, según tradición oral) podemos caer
en una confusión que no pretendo aclarar, pero –al menos- espero aportar puntas
de reflexión.
Y empiezo con dos aspectos ajenos que me
sirven para pensar.
·
En épocas de mi militancia
juvenil, era habitual –y lo hacíamos con gusto y pasión- llevar banderas,
cantar el himno, manifestarnos orgullosos de todo lo identitario como
argentinos (¡y con los dedos en “V”!). Sin embargo, a partir de la Dictadura,
empecé a sentir como vergüenza, no de mi país, pero sí de todo lo que
simbólicamente se decía que lo expresaba. Nunca más canté el himno con orgullo
o alegría, nunca más puse banderas o usé escarapela. Eso hasta el bicentenario,
acoto, en el que el canto del himno y las banderas parecieran volver a ser
resignificados (y hablo de país, no de gobierno, para que no se me mal
interprete).
·
Algo semejante me ocurrió -y
sigue ocurriendo- con la Selección de fútbol. Lo vergonzoso del mundial 78 hizo
que mi pasión futbolera no se expresara en la Selección nacional. Hubo un
paréntesis en tiempos ‘del Diego’, quizás porque –más allá del jugador y los
técnicos- se veía pasión. Pero después, al ver técnicos que ponían jugadores
que fueran de su mismo representante, técnicos que no me identificaban en nada
en el juego o los jugadores elegidos, me desinteresé totalmente, y –todavía
hoy- no me interesa qué pase con la Selección. Me dicen “vamos a ver el
partido”, y prefiero quedarme leyendo en mi cuarto.
Pero podemos poner otros dos ejemplos que
ya hacen más al tema:
·
Es sabido que a la reina de
Inglaterra no se la puede ni tocar. Todo debe ser a distancia, formal,
acartonado (de paso, acoto que no tengo ningunas ganas de tocarla, así que el
tema es solo como ejemplo), pero de golpe en esa monarquía extraterrestre
apareció una princesita con cara de buena, y que tocaba chicos, visitaba gente
y hacía suyas causas nobles (como el tema de las minas y granadas) y pasó
inmediatamente a ser “de todos”. La misma Inglaterra que no permite tocar a su
reina, lloró a su princesa muerta porque mostró otro rostro. Y nadie puede
decir que no fuera tan extra-terrestre en sus concepciones como lo es la
monarquía británica. Los gestos fueron otros, y pasó a ser popular.
·
Todavía hoy, dicen, Italia está
llena de postales, afiches de Juan Pablo 2 y casi no los hay de Benito 16.
Especialmente al inicio de su pontificado –demasiado extenso debemos decirlo-
el papa congregaba multitudes. Y no se trataba de lo atractivo de su discurso,
por cierto, sino su persona, su carisma. La gente reconocía que –como la
princesita- había dejado su “palacio” para venir a compartir “mi casa”, nuestro
barro. Y fue popular. “¡Qué papa que tenemos!” decía la gente.
¿Y nosotros? Debo decir que Diana no me
importaba en lo más mínimo, el caso de Juan Pablo me tocaba de cerca, y no era
–ni remotamente- el papa que yo deseaba. Pero ¿y la gente? Porque su
popularidad era innegable.
Y acá –debo reconocer- me ayudó mucho una
frase que dijo en una reunión de nuestro grupo el recordado Jorge Vernazza:
“estoy con la gente que celebra su fiesta con cumbia y chamamé. Pero después,
si yo quiero tener fiesta, en mi cuarto escucho a Vivaldi”. Y acá viene el
tema, compartir la vida de la gente, estar en su casa, vivir su vida, llorar
sus muertes, no significa necesariamente estar de acuerdo. No se trata de
señalar que “la gente está equivocada” porque antes habría que preguntarse “equivocada,
¿en qué?; que Juan Pablo era más cercano, que “vino”, que lo podíamos ver y
casi tocar no estaba equivocada. En las “internas eclesiásticas” el pueblo no
entraba, ni le interesaban. Y no digo nada si a una señora Juan Pablo 2 le besó
el bebe… para esa señora, lo bendijo
Dios mismo.
Eso no significa que debíamos estar
contentos con el papa, me parece. Porque tenemos un “adentro” distinto al de la
señora. Su adentro es su casa, y el papa la visitó, su pueblo. Nuestro adentro
es intra-eclesial y el papa hizo otras cosas. ¿Y qué debíamos hacer? Creo que
respetar la fiesta de la gente, escucharla, comprenderla, pero saber que
nuestra fiesta está en otro lado. No es mejor, no es peor, es distinta. A la gente
no le importa si nombra tal obispo o saca tal encíclica, eso nos preocupa a
nosotros. La gente no leyó el Vaticano II y Medellín. Le importa que el papa
habló su idioma, tuvo sus gestos, lo pudo ver y casi tocar. Y es un error –me parece-
pretender que la gente sienta lo que sentimos, pero también lo es querer sentir
lo que siente la gente.
Muchos votaron a Menem en la reelección. ¿Y
puedo decir que se equivocaron? Yo no lo voté, ¿me equivoqué? En todo caso,
creo que me equivoqué cuando lo voté la primera vez, para ser justo. Pero para
decir que se equivocó el pueblo, habría que preguntar primero qué dijo la gente
al votar, para recién después saber si se equivocó o no. Creo que nos formulamos
diferentes preguntas, y por eso las respuestas son distintas. Y lo que tengo
claro es que quiera respetar, acompañar y estar junto al pueblo en sus
respuestas, aunque yo dé otras porque tengo diferentes preguntas. Mi fidelidad –por
un lado- es tratar de dar respuestas honestas (o lo más honestas posibles) a
las preguntas que yo creo que se me formulan; y fidelidad al pueblo (por aquello
de los dos oídos de Angelelli) que da sus respuestas a sus propias preguntas. Acompañar
al pueblo será celebrar su fiesta, aunque no sea la mía… no por amor a la
música elegida, sino por la alegría de verlo feliz.
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