martes, 19 de mayo de 2015

Crónicas salvadoreñas 1



Crónicas salvadoreñas 1

Eduardo de la Serna





Viernes: Salimos a la madrugada de Buenos Aires rumbo a El Salvador, previa escala en Lima. El viaje fue realmente bueno (aunque se nota la diferencia de aviones que van a Buenos Aires con los que van a El Salvador). El Salvador tiene 3 horas de diferencia con Argentina, y al llegar el cansancio un poco se nota. A las 13:55 hora salvadoreña aterrizamos en el Aeropuerto internacional Óscar Arnulfo Romero. Nos esperaba el p. Henry ofm donde nos alojaríamos. Viajamos Marcelo, Jorge y yo (los mismos que años antes visitamos Chiapas) y esperamos el lunes a Pali, Ignacio y Roberto. Sin duda que tenemos la clara sensación de que el tiempo no nos alcanzará para las decenas de cosas que queremos hacer, lugares que queremos ver y personas con las que queremos hablar. Tendremos que seleccionar y renunciar.


La celebración de la beatificación será el sábado 23 por la mañana, y no tenemos demasiadas expectativas en que sea popular (la experiencia de la beatificación de Brochero fue un indicio de eso, y el que celebrará la liturgia será el mismo cardenal Amato), pero parece que la vigilia, en la que participarán franciscanos, jesuitas, claretianos y la fundación Romero, que mantuvieron viva su memoria en tiempos de silencio eclesial y político puede alentar expectativas. El lugar del a beatificación será en la Plaza Salvador del Mundo, en zona acomodada de la ciudad. Nos dicen que los pobres y campesinos van a quedar bien lejos del altar. Veremos. Pero nos parece muy probable.


Recuerdo que luego del asesinato de Romero, El Salvador se vio sumergido en una guerra civil. 70.000 muertos, casi todos pobres. Terminada la guerra, el partido que gobernó fue ARENA, fundado por el mayor Roberto D’Abbuison, el autor intelectual del asesinato de Romero. Recién en el último período (acaba de comenzar el segundo mandato) el gobierno está ligado al ex frente Farabundo Martí (el actual presidente fue comandante del FMLN). Y el cardenal nombrado por el invierno eclesial juanpablista fue Lacalle, del Opus Dei (¡lindo sucesor de Romero!). Era evidente que en ese tiempo político y eclesial Romero sería ninguneado, silenciado, “desaparecido” (motivo por el cual no hay demasiado “romerismo” en el clero joven diocesano, según nos dijeron); y la memoria fue conservada por religiosos, como dijimos.


Hay muchos elementos interesantes que vamos escuchando. Sería pobre dar ya un primer comentario, pero ya iremos viendo. La realidad de las maras es un tema importante. Volveremos sobre esto. Por ahora, simplemente, ¡llegamos!


Sábado: Fuimos al centro, a la tumba de Romero. Sensato lugar para ser lo primero en ver. La tumba está en un subsuelo de la catedral, irónica expresión visual de una “iglesia de arriba” y una “iglesia de abajo”. En un primer momento el féretro de Romero fue depositado en un altar lateral de la catedral (allí rezó Juan Pablo II a sus pies desviando el recorrido original. Algunos decían que vino a pedirle perdón). Luego fue llevado al subsuelo, y luego, allí mismo, corrido al sector lateral derecho. Es notable el incesante paso de gente, pobres, madres con niños (había una, por ejemplo, que llevaba a sus hijos por primera vez para explicarles quién había sido ese hombre), campesinas hablándole a su santito, llorando, despojándose, ancianas arrugadas…


De allí fuimos a la catedral, notable diferencia. A ambos costados del altar sendos cuadros de Juan XXIII y Juan Pablo II y a un costado un importante cuadro de san Josemaría Escribá de Balaguer (creo que era duque, o conde, o algo se eso). Por lo que nos dijeron, la Iglesia fue totalmente restaurada, así que el altar, los pisos, los cuadros son totalmente distintos. A lo mejor sirvieron para olvidar todo – o taparlo – lo gestado por Romero.


Salimos a la plaza (como toda ciudad española, frente a la plaza mayor está el edificio de gobierno y la catedral. Desde el primero dispararon a los participantes del cortejo fúnebre de Romero produciendo una masacre más de las tantas que enlutan el Salvador. Gente aplastada o colgada de las lanzas verticales de la reja mostraron el sentimiento de los asesinos.


Nos contaban, por ejemplo que en esos tiempos los curas debían llevar las hostias consagradas en los sacos de maíz, lo mismo que las Biblias, porque todo lo religioso era expresión de conciencia, de resistencia y los paramilitares y el ejército se ensañaron especialmente con ellos. Decenas de catequistas, animadores de comunidades asesinados son un buen indicio de la “otra iglesia”.


De la Catedral nos dirigimos a la Iglesia Ntra. Sra. del Rosario (unas 3 cuadras) donde fue una masacre. Había un grupo de sindicalistas que habían entrado a la Iglesia para refugiarse, y el ejército entró con ametralladoras matando un número muy importante. Algo muy fuerte fue ver el Sagrario que era de vidrio blindado y tiene el orificio astillado de una bala.


Muy interesante, también, es ver el viacrucis hecho por trabajadores, todo representado solo con manos de hierro forjado.


De allí nos dirigimos a comer en una comunidad franciscana. La hospitalidad sigue siendo maravillosa. Después de comer y descansar un rato fuimos a ver las comunidades donde tienen capillas. Realmente es impactante el ambiente. La gente que vive en lo que llamaríamos “barriadas” (o veredas, o pueblos del Gran Salvador está conformada en su inmensa mayoría por desplazados por la guerra. La inmensa mayoría de la gente trabaja en las maquilas, aunque – como tantos otros países de américa Central – el mayor ingreso que tiene el país son las “remesas”, es decir la plata que mandan desde los EEUU los que han podido llegar. Y acá parece estar el “huevo de la serpiente”. Los chicos que no tienen padres – o los que vuelven deportados – suelen estar mucho en las calles y así nacen las famosas “maras”. El ambiente es de una tensión insoportable. Ayer una señora nos decía que no manda a su hijo a fútbol por el ambiente. “Como están las cosas no lo voy a mandar a fútbol”. Entramos en las tres capillas de los frailes: Nta. Sra. de Guadalupe, San Francisco de Las Cañas y San Francisco de Aresco, y en los tres lugares la presencia de las maras era intimidante. En la segunda, nos acompañaron (a pesar que venía con nosotros un fraile con su hábito, la gente de la comunidad; había tres jóvenes como mirando quién viene y quien entra al barrio, sabíamos que eso podía significar ser o no recibidos, y eso significa hasta muerte. Pero los acompañantes parecen haber servido de escudo).


Siendo que en las maras está el corazón de la violencia contemporánea en El Salvador (y Centroamérica) y siendo que – además – son los que piden “impuestos” a comerciantes, entradas de buses, etc… y especialmente responsables de la venta de estupefacientes no resulta difícil sospechar que detrás de ellos hay organizaciones más poderosas que se sirven de ellos como “carne de cañón”.


De allí fuimos al “hospitalito”, el hospital oncológico donde vivía Romero y celebraba la misa cuando fue asesinado. Sólo pudimos entrar a la iglesia, el resto estaba cerrado, y volveremos. En la Iglesia no se ha tocado nada, y el altar, el piso están como cuando Romero celebraba. La intensidad del espacio es conmovedora. Daba para agacharse a tocar el suelo y tomar gracia. Y besar el altar. Nos quedamos un rato muy grande para beber el aire, y para poner – como habíamos hecho en la tumba – a todas y todos aquellos que quisimos tener presentes, enfermos, sanos, comunidades, amigos, conflictos…


A la noche comimos la típica comida salvadoreña, pupusas. Una especie de torta de maíz con diferentes agregados que se hacen a la plancha. ¡Muy ricas! Comimos algunas (obvio que hay diferentes sabores que quedaron sin probar, pero las de queso y ajo, o la de chicharrón resultaron muy ricas; como nos dijo Henry “se dieron cuenta que son extranjeros” porque Jorge pidió cuchillo y tenedor, ya que se comen con la mano).


Domingo: por la mañana participamos en la misa en un cantón, región campesina, la misa fue con casamiento. Totalmente diferente a los nuestros claro. Para empezar los padrinos invitan a todos al desayuno, luego almuerzan todos en casa de los padres de la novia y terminan a la noche en casa de los padres del novio. Se casaron Hugo (24) con Dinora (19). Con pajes y todo. Una misa sumamente participada y festiva. Había unas 200 personas.


A la tarde fuimos a una exposición fotográfica sobre Romero, y después a un “parque de la memoria” donde están los nombres de casi 30.000 asesinados o desaparecidas y desaparecidos identificados; nos resultó terrible, por ejemplo ver en la lista del mismo año ¡58! personas con el mismo apellido. A lo que hay que sumar la constancia de 194 masacres (la masacre del Mozote fue la más emblemática, pero no la única; de allí que Sobrino se pregunte – siguiendo a Metz cuando preguntaba si se puede hablar de Dios después de Auschwitz – si “se puede hablar de Dios después del Mozote”. Fueron masacrados casi 1000 campesinos, mujeres preñadas abiertas al medio con machetes para sacarles sus hijos… Una mujer estaba en el campo pudo ver todo desde detrás de un árbol y contarlo. Murió hace pocos años. Esperamos ir al Mozote en estos días, aunque es lejos.


Mañana al mediodía llegan Ignacio, Pali y Berto. Esperamos juntarnos por la tarde para combinar todos los planes de viaje. Lo que tenemos claro es que vinimos por la beatificación, no para la ceremonia de beatificación. Por lo que nos dicen (dando razón a lo insinuado) que la liturgia está a cargo del Opus Dei y los cantos a cargo de los Heraldos del Evangelio. Fea celebración nos espera. Pero el pueblo igual celebra y festeja. Allí esperamos estar.


Lunes: Hoy empezamos bien fuerte de entrada: fuimos a la UCA. En el centro Oscar Romero hay una serie de salas cada una con mayor densidad que la anterior. En la entrada se ven unas cuantas fotos que rodean un busto de Romero con los “Santos Padres de la Iglesia latinoamericana” (entre ellos se ve una foto de Enrique Angelelli). 

Para empezar, entramos a un cuarto donde hay afiches de Romero y unos álbumes con todas las fotos de los mártires de la UCA. Es decir, las fotos de los cuerpos, sangre por todas partes. Terrible ver el gesto de Elba Ramos queriendo proteger con su cuerpo a su hija Celina (15 años) con un gesto de pánico y “cocida” a balazos. Ver los cuerpos en las fotos ya resulta algo impresionante. 

De allí fuimos a una especie de museo, que empieza con cosas de uno de los primeros mártires de la Iglesia Salvadoreña, Rutilio Grande sj (+1977). Amigo de Romero desde antes de ser obispo (fue el maestro de ceremonias en su ordenación episcopal) su asesinato cerca de Aguilares, camino al Paisal marcó a fuego a Romero (de hecho hay una foto donde se ve a Romero mostrándole una foto de Rutilio a Pablo VI que la bendice). Después hay cosas de Romero, de las monjas yanquis (3 monjas violadas y asesinadas en una emboscada: Ita Ford, Maura Clarke, Dorothy Kazel y la misionera laica Jean Donovan; diciembre de 1980). Restos de la masacre del Mozote donde como dije, asesinaron a cerca de 1000 campesinos y luego, ropas y cosas personales de los jesuitas asesinados en la UCA (que no es nuestra UCA, esta es una universidad en serio, Universidad Centro Americana). Como una cosa curiosa, notamos que a Baró (uno de los jesuitas) le gustaba mucho tocar la guitarra, y entre sus cosas estaba la letra de “Si se calla el cantor”. 

Saliendo de allí fuimos a la parte superior donde está el jardín. Allí fueron sacados todos ellos y masacrados. Eso se ve en las fotos. Y una señora que lo vio desde la ventana de su casa huyó a EEUU de tanto pánico, pero luego declaró. Es que en esa fecha (1989) la guerrilla realizó una ofensiva y entró a la ciudad de San Salvador. En la práctica parece que la guerrilla logró su objetivo tomando la ciudad. En los combates en este contexto ocurre la masacre de la UCA. El ejército, responsable, pretendió culpar a la guerrilla de las muertes, pero huellas de botas militares, testimonios y declaraciones responsabilizaron directamente al Ejército. Poco tiempo después, borracho de sangre el ejército se vio en la necesidad de convocar a acuerdos de paz. En estos diálogos (en los que quizás la guerrilla fue derrotada, o al menos no logró todo lo esperado) se acordó en una amnistía (“borrón y cuenta nueva”, dijo el presidente Cristiani, luego responsabilizado directamente de la matanza de la UCA). Ese es el motivo, entre paréntesis, por el que no puede nadie ser juzgado y cientos de genocidas caminan por las calles (y participan de las misas). El caso de la UCA, por ejemplo, sigue su cauce el juicio porque está hecho en España por ser 5 de los 6 jesuitas asesinados de esa nacionalidad. La masacre de la UCA parece haber sido el “manotazo de ahogado” de un ejército que ya empezaba su recta final. Así – simbólicamente – lo grueso de la guerra parece haberse desencadenado a partir del asesinato de Romero, y empezado su fin con la matanza de los jesuitas.


Del jardín pasamos a un cuartito donde hay unos sillones. Allí se escondieron Elba y Celina, allí entraron y allí las abrieron al medio con sus balas.


Y de allí a la capilla de la Universidad. Llama la atención – casi a modo de vía crucis – dibujos en blanco y negro de cuerpos torturados, atados, masacrados (no es habitual ver cuerpos de mujeres o varones desnudos en una capilla). Allí están las tumbas de los 6 jesuitas sumadas a la de otros comprometidos con los derechos humanos. Algunas todavía esperan ser ocupadas. La guerra ha terminado, las heridas no.


Saliendo nos encontramos con Fernando Cardenal y Rafael de Sivatte, jesuitas, profesores de la UCA. El primero no estaba ese día, cuando la matanza, y así salvó su vida. El otro reemplazó a sus compañeros. Allí vive Jon Sobrino a quien esperamos poder ver en estos días. Por lo que vimos, los jesuitas tienen que participar resignadamente de la celebración de la beatificación para que “no parezca que nos oponemos a la beatificación”, pero como quien toma un trago amargo.


De allí nos dirigimos nuevamente al hospitalito. Allí pudimos entrar a la casita donde Romero vivía, donde está su cama, su silla, su grabador y máquina de escribir, y en el baño sus máquinas de afeitar, cepillos de dientes, etc. En la entrada se ve su biblioteca. Allí se ven unos cuantos libros muy interesantes, particularmente algunos que según Jesús Delgado Romero no había leído. Están allí algunos dedicados (como Jesús el liberador, de Sobrino, otros como la lucha de los dioses, libros de Hans Kung, y hasta ¡las venas abiertas de América Latina! La monjita encargada nos contaba dos anécdotas curiosas: cuando visitó el lugar el cardenal de Panamá, que celebró la memoria de monseñor en marzo, fue acompañado por gente de la curia. Y dice que cuando Jesús Delgado vio los libros les dijo que esos libros no eran importantes en la biblioteca de Romero… La monjita le dijo que habían puesto más a la vista los libros que habían sido dedicados a Romero. Estos lo estaban.  Pero además, contaba que están con miedo que el arzobispado quiera quedarse con la casita entera, y que ya les pidieron la camisa que Romero tenía donde casi imperceptible se ve el agujero de la bala. Nos pareció que la curia quiere quedar como la única garante de la memoria del “romerismo”, y para eso necesita apropiarse también de lo simbólico. La apropiación parece un paso importante o indispensable para después atreverse a decir – como Delgado ya comienza a insinuarlo – Romero “era así y no era asá”. Pero el pueblo conserva su memoria, y lo transmite de padres a hijos. Así si era Romero.


De allí volvimos a la capilla. Resulta imposible estar allí y no mirar ese suelo y quedarse casi como pegado. El grito de la sangre llama.


De allí nos dirigimos en un viaje más o menos largo casi hasta la frontera con Honduras y Guatemala, a un pueblito llamado La Palma. Un lugar donde se conserva una interesante tradición de pintura típica y un pintor popular (Fernando Llort) gestó cooperativas y decenas de artesanos pintan la madera, telas, etc… Incluso había pinturas suyas en la catedral que el obispo hizo sacar argumentando deterioro.


A la vuelta fuimos para el Paisal a visitar el lugar de la muerte de Rutilio Grande y luego a la parroquia (hoy del clero, con un cura que estudió en Navarra, con el Opus Dei) donde Rutilio Grande y los dos compañeros que viajaban con él están sepultados. Nos habían avisado que unos peregrinos, argentinos, andaban por allí y nos encontramos con Raúl Gabrielli concelebrando en la misa. Quedamos en encontrarnos con él en la beatificación (aunque no manifestó deseo de estar en la celebración sino entre la gente).


Al llegar a la casa nos encontramos con Pali y Berto (Ignacio quedó en casa de unos amigos) con lo que pudimos combinar bien los próximos días y los recorridos. Mañana, desde temprano, pensamos seguir recorriendo tierra de mártires llegando hasta el Mozote, y otros lugares con historia de tanta vida sembrada. Y tantos hijos de la guerra que todavía están marcados por el dolor y la barbarie.


Foto tomada de prodavinci.com

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