lunes, 10 de junio de 2013

Periodistas, comunicadores, propagandistas y mercenarios


Periodistas, comunicadores, propagandistas y mercenarios


Eduardo de la Serna



A raíz del “día del periodista” me había decidido a escribir sobre el tema, en especial después de haber saludado a amigos/as y conocidos/as en el oficio. Pero la excelente nota de Eduardo Aliverti hoy [10 de junio 2013] en Página 12 (http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-221968-2013-06-10.html) me hizo dudar. ¿Qué podría decir después de eso? Sin embargo, me decidí de todos modos, pero ya no para aportar algo, sino para saludar a muchos/as y homenajear a algunos/as.

Imagino que periodista viene de “periódico”, y por tanto de alguien que escribe / habla periódicamente en un medio de comunicación frecuente. Los medios de comunicación han variado y siguen variando, hasta el punto que los que “escriben periódicamente” es su Facebook, Tweeter o tienen (tenemos) un blog pueden creerse –y literalmente puede decirse son- “periodista”.

Me permito empezar con una analogía, que puede ser ilustrativa. Más de un joven, encerrado en su melancolía adolescente, y su depresión por no encontrar todavía respuesta a ‘quién soy y quién no soy’, se pone a garabatear letras, y luego afirma que está escribiendo “poesías”. Y sin duda eso que él/ella escribe es valioso, importante para buscarse y encontrarse, pero parece una exageración (al menos habitualmente) llamarlo “poesía”. Poesía supone un “poeta” y –en lo personal- tengo un respeto reverencial por “el/la poeta/isa”, creo que muy pocos (¡muy! pocos) son merecedores de ese nombre casi sagrado. Creo (sigo hablando a modo personal) que un poeta es una suerte de profeta de la vida y el ser (Heidegger es el que decía que “cuando el filósofo no nombra al ser, el poeta lo canta”), y que muy pocos/as dan la talla. Eso no significa en lo más mínimo ignorar que cualquiera tiene derecho a escribir, a expresarse, e incluso a hacerlo de “modo poético”, o en verso (basta ver este blog para confirmarlo; y recordar que expresamente los hemos titulado “versos”, jamás “poesías”). Sintetizando: aunque la palabra “poesía” se la apliquen muchos o a muchos, creo que a la inmensa mayoría de esos tales, les queda demasiado grande el término. Y eso es casi una ofensa para los Juan de la Cruz, Neruda, Machado, Miguel Hernández, Gabriela Mistral y tantos/as. Y algo muy parecido puede decirse del término actor/triz, que con tanta (¡tanta!) generosidad se relata en nuestros días a cualquiera que hace su breve y exigua aparición en los medios, y también parece una ofensa leer u oír que se llame actor o actriz a cualquiera que darían vergüenza a Charlie Chaplin, Robert de Niro, Dustin Hoffman, Lawrence Olivier, Liv Ullmann o Meryl Streep (por mencionar en todos los casos extranjeros a fin de evitar debates nacionales innecesarios). Y lo mismo podría decirse de términos como “músico” (¡¡¡perdón Tchaikovsky, Mozart…!!!) o “pintor” (¡¡¡y más perdones a Leonardo, Caravaggio, Picasso!!!). Y repito por si hiciera falta que no le niego a nadie el derecho a expresarse pictórica, musical o literariamente. Simplemente creo que a la mayoría le queda grande, ¡muy grande!, el adjetivo.

Y volviendo al periodismo, me pregunto si no ocurre lo mismo con el término “periodista”.  ¿No le queda demasiado grande el título a muchos/as? Y veamos algunas cosas: la calidad periodística de alguien no puede medirse –de ninguna manera- por el rating, o por el “marketing”. Eso es “mercado” que es otra cosa. Es sabido que uno de los mayores sueldos en la década menemista en la TV lo tenían una pareja que simplemente leían las noticias, las “comunicaban”. Lo que importaba, en este caso, era que “comunicaban bien”, no lo que decían, ya que se limitaban a leer un “guion” que otros habían escrito. ¿Eran periodistas? Pues tenían “fama” de tales, pero pareciera que no “publicaban” nada, aunque hacían “público” un texto.

Pero si de hacer público, de “comunicar”, hablamos no podemos ignorar que uno de los personajes centrales en este juego de la comunicación es el/la publicista. Este hace llegar al público aquello que quienes lo han contratado pretenden que llegue, a fin de que sea “comprado” (y nuevamente entramos en el mercado). Se dice que un buen publicista no vende lo que el público desea sino que hace desear lo que el empleador quiere vender. Pero en cierta manera, seguimos en el mismo “terreno” de publicar periódicamente. Y esto vale para un alimento, un producto electrónico o un político. El objetivo es que el “público” compre (o aborrezca) el producto que se quiere vender (o rechazar el de la competencia). Obviamente lo fundamental es que se crea en la bondad de lo que se vende (o la maldad de lo que se desea que no se compre), y para eso se deben exaltar las cualidades (o resaltar los defectos de la competencia), aunque no sean tales. Todos hemos tenido la experiencia de productos maravillosos que nos vendió la publicidad y fueron comprados a pesar de su inutilidad (y valga para un automóvil, el Windows 8 o Fernando de la Rúa). Me he detenido en esto porque es evidente –y nuestra historia lo ha palpado- en que muchas veces se viste de “periodista” quien es en realidad un publicista. La apariencia es idéntica, el objetivo no.

Creo que es evidente que no existe el periodismo “objetivo” o “independiente”. Yo escribo como cristiano, y por tanto, trato de mirar la realidad desde “el Evangelio”, y –además- porque creo que Jesús nos enseña a mirar desde los pobres, porque de ellos es el Reino, pues pretendo mirar, pensar y hablar “desde los pobres”. Ese es mi “lugar”. Y creo que nadie escribe sin un lugar, por más microscópico que este sea. Tengo ideología (¿hay alguien que no la tenga?) y obviamente miro y pienso desde ese lugar. Y me parece muy sano saber cuál es la ideología o el “lugar” desde el que otros hablan. No para estar de acuerdo, por supuesto, sino para entender y saber hasta dónde se puede dialogar. En lo personal, por ejemplo, me cuesta mucho escuchar, leer, o dialogar con quién desprecia a los pobres. No con quien mira desde “los ricos” y cree honradamente que eso también es bueno para los pobres, aunque no esté de acuerdo en nada, y discutamos “hasta el día del juicio”. Lo mismo me ocurre con los que tienen actitud “anti” cristiana, debo confesarlo. Insisto, no con no-cristianos, que muchos/as amigos/as míos lo son; me refiero a los “anti”. Dicho esto, me choca en exceso los que dicen, creen, o afirman ser periodistas “independientes” u “objetivos”. Creo que eso no existe, y entonces creo que se engañan, o nos engañan. Y eso es preocupante para quienes “publican periódicamente”.

Yendo a lo concreto, creo que hay periodistas muy honrados en todas partes, y periodistas que se han vendido como productos de mercado, en todas partes. Y no me refiero a quienes han cambiado de opinión con el tiempo, ya que es normal en el ser humano crecer, madurar, cambiar, saltar, frenar, mudar… pero muchas veces hay cambios que no parecen el fruto de una honrada búsqueda sino de una compra, o una venta. Creo, también, que hay periodistas que están en un lugar del cual no me interesan demasiado sus opiniones, y hay quienes aportan y ayudan a pensar. Aclaro desde el vamos que –precisamente por valorar lo que ser “periodista” supone, no considero “periodistas” a los de espectáculos, deportivos, o de chimentos, o del clima. No digo que no informen (no todos con objetividad, ya que hay “publicistas” disfrazados de tales, como es evidente; recuerdo las declaraciones del presidente de un club europeo al comprar un jugador de fútbol que toda la vida consideré “inflado”, por el “periodismo”, cuando dijo “me vendieron una Ferrari y compramos un Fiat 600”, o el rol de Darín en “el mismo amor, la misma lluvia”, cuando exige dinero para publicar una crítica positiva de una obra de teatro, cosa que me consta en lo personal que ocurre).

 Creo, entonces, que hay una estrecha relación entre el “periodista” y la “verdad” (o la mentira). Absurdo sería afirmar que conozca y comunique “toda la verdad”, pero una cosa es la “verdad” mirada desde su “lugar”, su “ideología”, y su propia capacidad de comprensión, y otra es la verdad disimulada, disfrazada, caricaturizada (que el caturicaturista también es comunicador, evidentemente). Cuando el “comunicador” omite, disfraza, o directamente miente, está en las antípodas del periodismo, y se parece así al mercenario; es decir, aquel que trabaja por la paga, y no le importa el mandante, la trinchera o el “lugar”, sólo la paga. Muy abundante, por cierto. No me siento capaz de “juzgar” la honestidad de la gran mayoría de los comunicadores, aunque me cuesta muchísimo creerla en algunos/as, pero sí elijo. Elijo leer y escuchar a aquel y aquella que me ayuda a pensar, a tener una mirada más amplia. Esté en el lugar que esté, salvo aquellos “lugares” que simplemente no me interesan, aunque sean gente seria y honrada.

Sintetizando… creo que llamar “periodista” a alguien debería ser demasiado mesurado: personas como Mariano Moreno, Rodolfo Walsh, José María Pasquini Durán, por mencionar los muertos, y sin olvidar a tantos y tantas Periodistas (con mayúsculas) que conozco, respeto y de los que en algunos casos, soy amigo, ellos no lo merecen. Y confundir “periodista” con raiting me parece tan vergonzoso que no merece análisis. Basta recordar a Bernardo Neudstat que de ser “estrella” pasó sus últimos años mendigando un espacio por haber pasado de la gran credibilidad al rol de “innecesario” (por los mismos que lo exaltaban y pagaban), aunque irónicamente haya muerto “el día del periodista”.

Vaya entonces mi saludo a aquellas y aquellos que ayudan a pensar, que son honrados con lo real, que aportan una mirada y dialogan con otras perspectivas, aquellos que tienen más preguntas que certezas, aquellos que no se confunden con ser propagandistas, caricaturistas o mercenarios, ni siquiera comunicadores, sino que pretenden prestar un “servicio” en el mejor conocimiento de la verdad. A ellos mis respetos, abrazos y felicitaciones no sólo en su día, sino en la difícil, y tan debatida responsabilidad de “periódicamente” publicar una palabra necesaria.

Foto tomada de http://canovaseloy.blogspot.com/2012_11_01_archive.html

jueves, 6 de junio de 2013

Legítima justicia

Legítima justicia


Eduardo de la Serna



Esto que escribo estoy convencido que no sirve para nada. Que es inútil o ilusorio, pero mientras haya una sola pelota, “el gordito” va a seguir jugando [y que se me perdone cualquier lectura discriminatoria]. Es que no puedo entender que una ley –cualquiera que fuera- aprobada por mayoría de ambas cámaras del Poder Legislativo, aprobada y reglamentada por el Poder Ejecutivo pueda ser frenada, anulada e impedida en su funcionamiento por un juez cualunque de un lugar cualunque; y vale para la ‘Ley de Medios’ o la reforma del Poder Judicial, o cualquier otra. Especialmente con lo fácil que parece que resulta conseguir fallos adversos (o favorables, según el actor) en jueces para los que la celeridad, la imparcialidad o el desinterés no parecen figurar entre sus cualidades. Si resulta que un viaje a Miami, un ropero, un reloj o un sobre pueden torcer la opinión del juez, resulta evidente que es más económico “apuntar” a ese juez que a aceitar un buen número de diputados o senadores. Y –por supuesto- luego se titulará “la justicia frenó…” cuando favorece al aceitador, mientras que dirá “el juez Tal dijo…” cuando lo perjudica (además que nunca falta un delincuente con micrófono que dirá al aire el teléfono del juez para que sus amigos lo atosiguen a insultos). Realmente no entiendo que eso sea “JUSTICIA”. ¿No es que el Poder Judicial –en la división de poderes- debe garantizar el cumplimiento de la ley? ¿Cómo es posible que sea un instrumento para impedirla?
Sin duda que algo está mal, ¿pero cómo se puede cambiar eso si “el dueño de la pelota” es el que pone las reglas del juego? Es como si hubiera un penal a favor y “el gordito” sentenciara “¡mete gol, gana!”. En algunos países (Colombia, por ejemplo) hay un “Tribunal Constitucional”, y este es responsable de que determinadas leyes o normas tengan la garantía de ser constitucionales o no, y de darles cauce o frenarlas (en el caso de Colombia fue este Tribunal, por ejemplo, el que impidió la re-re-elección del narco-para-político Álvaro Uribe). Un Tribunal de este tipo podría –al menos- impedir que un “juez de cuarta” frene una ley con ese argumento, o que los planteos de (in) constitucionalidad se demoren eternamente y favoreciendo de ese modo a los “mandantes” o “aceitadores” o “dueños de la pelota”.
Siendo que algunos son amantes de “adjetivar” fácil (y vaya aquí mi repudio al uso liviano del adjetivo “nazi” que no hace sino volver a victimizar a tantos; muchos gurúes del establishment deberían lavar sus bocas antes de pronunciar palabras), siendo que adjetivan, a lo mejor les gustaría sentenciar que si un juez mediocre puede impedir una ley (o muchas) votada por el Congreso y aprobada por el Ejecutivo, a lo mejor eso se parezca a una “dictadura judicial”, ¿no?
Es evidente que no todo lo “legal” es “justo” [las leyes de Obediencia Debida y Punto Final son un buen ejemplo], ni todo lo “justo” está “legislado”, pero sería indispensable que jueces creíbles, intachables (y con declaración pública de bienes –y viajes- por cierto) sean los responsables de garantizarlo. Un país donde la justicia tiene la última palabra, debería garantizar que la justicia sea justa. O legítima, si se quiere.

Dibujo tomado de http://desmotivaciones.es/6433718/La-peor-forma-de-injusticia

miércoles, 5 de junio de 2013

Optar por la vida


Optar por la vida

 Eduardo de la Serna


En 1994, pleno menemismo y modelo neoliberal escribí esto que fue publicado en la revista Nueva Tierra. Muchísmas cosas han cambiado (afortunadamente), pero creo que el tema conserva toda vigencia. Por eso lo comparto.

            Vivir no es durar. Vivir es cargar la existencia de sentido. El hombre existe para vivir, y para vivir bien. Sin embargo, para muchos la vida es una cruz, es sólo un anticipo de la muerte. El Dios creador, liberador, salvador, "resucitador", providente (como todas esas palabras lo indican) es Dios de la vida y, por lo tanto, se resiste a la muerte. Vida y muerte aparecen -muchas veces- como dos caras de una misma moneda. Hasta tal punto que para muchos, decir "vida" no es sino un sinónimo de muerte. Se dice que estamos en una cultura de la muerte en la que los "apóstoles de la muerte" proclaman a cuatro vientos la "importancia que tiene, para la vida, que otros mueran"; incluso hemos oído decir que "la vida es una cuestión filosófica". Todavía escuchamos, absortos, algunos planteos que nos explican que invadir Haití es importante, pero no lo es impedir las matanzas de Ruanda; que hay que defender la vida oponiéndose al aborto, pero a la vez se propone la pena de muerte; que se rechaza la masacre de AMIA y se defiende la de Hebrón, o viceversa... Vida y muerte están en juego, y parecería que su importancia o rechazo no dependieran de la vida misma o de la misma muerte, sino del partido que de antemano se ha tomado... Pero hablar de vida y de muerte es mucho más todavía. No hace falta, aquí, recordar que también hablamos de muerte en los planes económicos que sumergen a la población a la marginación, hambre, desocupación; también hablamos de muerte en las estructuras injustas, la corrupción, la droga, la impunidad... Y tampoco hace falta recordar que al hablar de vida hablamos de fiesta, de solidaridad, de encuentro...


            Teniendo por marco esta referencia a la muerte y a la vida, queremos proponer unas reflexiones. Quizás sirvan como un aporte para los momentos de encuentro.



                                                    La gloria de Dios


            La Biblia usa una expresión muy conocida: "la gloria de Dios"; pero la usa en un sentido muy diferente al que entendemos hoy. "Gloria" se entiende en un sentido semejante a fama, éxito. Así, "gloria de Dios" querría decir que algo aumenta la fama de Dios, que hace que sea más querido... Pero, para la Biblia la gloria de Dios es su presencia, su manifestación. La gloria de Dios se manifiesta en los signos en el desierto (Dios está presente junto a su pueblo), la gloria de Dios llena el Templo (Dios se hace cercano a su pueblo)... Los signos de Jesús, en el Evangelio de Juan, manifiestan su gloria (Jn 2,11). Por eso, la gloria se dirige hacia la fe; la gloria no se centra en Dios sino en el pueblo de Dios (es Dios para el pueblo). La presencia de Dios en medio de su pueblo es su característica; por eso la gloria abandona el Templo para trasladarse a Babilonia cuando el pueblo está en el exilio, y vuelve a instalarse allí cuando el pueblo puede volver (ver Ezequiel 1 y 43).


            San Ireneo, el primer gran teólogo sistemático cristiano (s.II) va a afirmar que "la gloria de Dios es el hombre que vive". De hecho, la vida del hombre, imagen de Dios, es una manifestación divina; en la vida de los hombres encontramos una imagen que nos permite descubrir la cercanía de Dios. Obviamente, todo lo contrario debemos decir de la muerte de los hombres. Dios no está presente en lo que quita vida a los hombres. Si la muerte entró en el mundo por el pecado (Sab 2,24; Rom 5,12), la muerte es imagen de todo lo que se opone a Dios.


            Partiendo de Ireneo, y siguiendo a I. Ellacuría, cuando recibió el Doctorado "Honoris Causa" en la prestigiosa Universidad de Lovaina, mons. Romero afirmaba: "la gloria de Dios es el pobre que vive". Por eso decía que "pecado es lo que da muerte al Hijo de Dios y da muerte a los hijos de Dios". Esa actitud fue la que lo llevó a su oposición profética a toda muerte. Si los profetas son los que hablan "palabras de Dios" ("esto dice el Señor"), sólo un profeta se anima a afirmar "en nombre de Dios les ordeno cesen la represión". Descubrir a Dios en la vida de los pobres, trabajar por ello, y descubrir la ausencia de Dios en lo que atenta contra la vida de los pobres es la urgencia profética de nuestro tiempo. )No son realmente pocas las veces que escuchamos a alguien decir "esto es lo que Dios quiere" o decir, "esto Dios no lo quiere"? Realmente, son tan pocas que espanta ver la ausencia de un grito profético en "nuestro sufrido tiempo cuyos lamentos suben al cielo".


            Es cierto que hemos escuchado decir que un plan económico "es el plan de Dios", o que hay pobres porque "pobres habrá siempre". Falsos profetas también. Cuando un plan económico defienda la vida, cuando aumente el trabajo, cuando la salud no sea privilegio de "medicinas prepagas", cuando la educación no sea de "los que pueden", cuando el cólera y la meningitis sean estudiados en libros de historia de la medicina, cuando haya "una sola clase de hombres, los que trabajan" porque "gobernar es dar trabajo", cuando se aliente la convivencia y no la competencia, cuando se llegue a la vejez con alegría, cuando el hombre valga (para el sistema) por su vida y no por su tarjeta de crédito... entonces sí podremos empezar a hablar de "plan de Dios". Mientras tanto, seguiremos recordando a los falsos profetas que "hablan de paz, cuando no hay paz" (cf. Jer 23,17), pastores que no se ocupan de la oveja débil y descarriada sino de apacentarse a sí mismos (Ez 34; Jds 12); y también, mientras tanto, seguiremos confiando que Dios enviará profetas, para que marquen caminos, para que denuncien la muerte y anuncien la vida de los pobres, gloria de Dios.


                                                La Vida y los muertos


            Queremos, ahora, partir de otros datos bíblicos para dar más elementos a nuestra reflexión. Partiremos del Evangelio de Lucas. Todos los estudiosos coinciden en que Lc presenta el discurso de Jesús en la sinagoga de Nazareth como programa evangelizador. Recientemente, sin embargo, un estudioso se formula la siguiente pregunta: "Podemos buscar en vano (en el Evangelio de Lucas) un relato de Jesús predicando buenas nuevas a los pobres", incluso podríamos creer que "lo encontraremos repetidamente con "los pobres". No es el caso". )Se equivoca el autor? )Se presenta un programa ideal, alejado de la realidad? El término "pobres" aparece 11 veces, de las cuales 7 las encontramos en conexión con otros términos (ver 4,18; 6,20; 7,22; 14,13.21; 16,20.22). El discurso programático, aparece además en conexión con Elías y Eliseo... Por todo esto, afirma este autor, "buena noticia a los pobres refiere a las viudas, impuros, paganos, los de bajo status... esto apunta a la misión de Jesús que abre el camino de la inclusión del pueblo en el ámbito de Dios, para quienes de otro modo no tenían acceso a Dios. Fueron excluidos de los sistemas sociales del antiguo mundo Mediterráneo. A esos pobres Jesús anuncia buenas noticias" (J. B. Green). Si agregamos a las mujeres, leprosos, niños, publicanos y pecadores, no caben dudas que Jesús abre las puertas del Reino (el Reino es un lugar al que se entra) a los excluidos, a los que el poder religioso se los tenía negado.


            La Iglesia de Jesús (Iglesia de los pobres, Mesías de los pobres) no puede menos que abrir puertas. Muchos son los excluidos a la vida, los que no pueden acceder a la electricidad o el gas (son privados; privados de sensibilidad social, puede decirse), los que no pueden acceder a la salud o educación, los que no pueden acceder a cuotas o seguridad. El sistema cierra si muchos quedan afuera (excluidos). Es a esos excluidos de hoy que, fieles al programa de Jesús, su Iglesia (si quiere ser fiel) debe anunciar buenas noticias.


            Tenemos claro a quienes, pero )qué buenas noticias? )Es realista decir que en un futuro el sistema va a cambiar? )Es verdadero anunciar que la justicia o la vida triunfarán? Quizás no. )Qué quiere decir que el reino será una realidad, al menos en sombras? Queremos ser claros para que no se interprete esto como determinismo, pesimismo o reconocer el triunfo del sistema... Gustavo Gutiérrez preguntaba a un campesino cómo podían ser felices en medio de tanto sufrimiento. "-lo contrario de la felicidad es la tristeza, no el sufrimiento" le contestó. Aquí, creo, podemos encontrar el punto de partida de nuestra reflexión: debemos buscar, primero que nada, que la gente, el pueblo, los excluidos sean felices. Esa es la buena noticia: aunque el sufrimiento siga (porque las fuerzas del anti reino son poderosas), podemos ser felices. Quizás no podamos cambiar el dolor, el sufrimiento y la muerte, pero sí podemos estar "vivo en medio de tantos muertos", sí podemos festejar, resistir, anunciar una buena noticia que puede empezar a ser buena ya. Sólo hace falta recibirla en el corazón.


            Así, trabajaremos para que el hombre (varón y mujer) sea capaz de saberse feliz sin el último electrodoméstico, sea capaz de llenar su vida de vida, sea capaz de ser, aún sin tener... Que no se nos malinterprete, creemos que hay que trabajar para que tengan vida y la tengan en abundancia (Jn 10,10), pero creemos que la raíz de la felicidad está en el corazón del hombre. Con adversarios tan poderosos, no es fácil (si es que es posible) trabajar para que los excluidos tengan lo que se les niega, pero sí podemos trabajar para que sean felices. Eso es posible, eso es vida, y sobre todo, es el fundamento de todo cambio. Mostrar que los millones de pobres pueden ser felices, aún sin tener, es algo que subvierte desde lo más profundo un sistema que está edificado sobre la supuesta necesidad de tener, y tener en abundancia, un sistema que por eso cree haber llegado al fin de la historia.


                                                 La Muerte y los vivos


            Con la cosa así planteada (el sentido de la vida), queda pendiente la pregunta de qué sentido puede tener la muerte. La muerte es la imagen del anti reino, de lo que es contrario al plan de Dios, es imagen de lo que Dios no quiere. Pero si esto es siempre así, )por qué damos tanto lugar a la cruz de Jesús o tanta importancia a los mártires?...


            Empecemos citando al mártir boliviano Luis Espinal: "El grupo político desplazado tiende a la mística del martirio; procura sublimar la derrota. En cambio, el pueblo no tiene vocación de mártir. Cuando el pueblo cae en el combate, lo hace sencillamente, cae sin poses, no espera convertirse en estatua... Fuera los slogans que dan culto a la muerte" (No queremos mártires, borrador inconcluso). Lo importante es entender que no podemos querer mártires, pero sí varones y mujeres que "gasten y desgasten" su vida por la vida. Comprometer el yo en la lucha por la vida nos introduce en los conflictos de la vida misma, y "uno de los aspectos trágicos de la vida reside en el hecho de que las demandas de nuestro yo físico pueden entrar en conflicto con los propósitos de nuestro yo espiritual, pudiendo vernos así obligados a sacrificar el primero para asegurar la integridad del segundo. Es un sacrificio que no perderá jamás su carácter trágico" (Erich Fromm).


            No debemos olvidar a quienes fueron capaces de dar la vida, pero no por la muerte alcanzada sino por la vida entregada. Lo que da vida es la vida, no la muerte. Celebrar a los mártires es celebrar su vida, su compromiso, su vida capaz de no tener nada y ser plenamente. Lo que nos salva, no es la cruz de Jesús: la cruz es signo de tortura, de violencia e injusticia; lo que nos salva es su vida, su fidelidad al proyecto del Padre (= Reino) y su fidelidad a los hombres. Nos salva su amor. La cruz es, también, signo de ese amor extremo. Se siembra semilla, es decir vida. La muerte puede ser consecuencia de la opción por la vida, pero consecuencia no querida. Jesús no quería morir, el Padre no quería que muriera, pero ni Jesús, ni el Padre querían que, por aferrarse a la vida y negarse a la muerte, se negara la vida más plena que Jesús vino a regalar, se traicionara el rostro de Dios que Jesús presentó, se frenará el reino. Aceptar la muerte tiene sentido si es para la vida, si es dada "por" los demás. "La vida es para esto, para gastarla... por los demás" decía Luis Espinal. Aferrarse a la propia vida sin abrirse a la vida de los demás es podar en primavera.


                                          Esperar contra toda esperanza


            Frente a la muerte, surge la esperanza. No como "alienación" y "opio" sino como motor. La esperanza moviliza, es una utopía; y sin utopía la "vida sería un ensayo para la muerte". Pero, )qué podemos esperar si es probable que nada cambie? Incluso algunas luces de esperanza parecen volver a apagarse (en lo político, sindical, eclesial...). )En qué esperamos?


            La muerte capaz de engendrar vida nos hace creer, y pone las raíces en una esperanza que va más allá de lo palpable, de lo eficaz o del éxito. La esperanza es confianza en la vida. En la vida sin cálculo, generosa y gratuita. Vida para la vida. Es esperanza como la de Jesús, esperanza en Dios, en que el amor sembrado no queda sin cosecha aunque todo parezca oscuro y sin sentido. No es esperanza en ver los frutos, sino en saber que es "Dios quien da el crecimiento" (1 Cor 3,7). Pero no es esperanza en el éxito de tal o cual proyecto (por más bueno que sea) sino esperanza en la vida. Por eso el fracaso de los proyectos no es nuestro problema principal (repetimos que creemos, queremos y trabajamos por proyectos de vida, solidaridad y justicia, pero que no se quiebra nuestra fe en la vida, nuestra esperanza y nuestra confianza en Dios si esos u otros proyectos no llegan a ver frutos...). La cruz es el fracaso de Jesús, la muerte es el fracaso de los mártires, fracaso de sus ansias de vivir, de sus proyectos y planes; pero no el fracaso del proyecto mayor de dar vida. La vida dada, hasta el extremo de no quedarse con nada de ella, es el culmen de la esperanza.


            Poner la esperanza en el éxito de algunos planes, podría dar la razón a Fukuyama cuando habla del "Fin de la historia". Podría darlo (aunque no estemos convencidos que lo dé). Pero no es eso lo que entendemos por "historia" ni por "fin". Pero aún más. Creemos que hasta la vida martirialmente quemada ("sangre de mártires, semilla de cristianos"), la vida escondida (vocación misionera de los contemplativos), la vida postrada de los enfermos (es fecunda!. Con la fecundidad misteriosa de la cruz. "Dios da el crecimiento".


            Obviamente, tener paz en esta esperanza supone estar cimentados en la fe. Fe es confianza, confianza en ese Dios capaz de resucitar a los muertos. Pero esa confianza se traduce en resistencia. No la resistencia de la piedra, sino de la vida "edificada sobre roca" (Lc 6,48). Fe y esperanza van juntas, y hacen posible el amor extremo, amor capaz de dar vida hasta dar la vida.


            La esperanza así entendida es todo lo contrario de quietismo u opio; es fuerza, tenacidad, apuesta alegre a un futuro de Dios. La adversidad, la violencia, la muerte no puede detener la vida que crece sobre esas raíces ni derribar el edificio edificado sobre una vida capaz de entregarse. Por eso la esperanza y la vida son madres de la libertad. El hombre es capaz de perder sus proyectos y su vida misma, no pierde "la" vida ni renuncia al proyecto mayor, la gloria de Dios, la vida de los pobres. La esperanza nos hace capaces, dispuestos, (libres! a no tener para ser o para que otros sean.


                                          La fiesta como grito profético


            Una de las características de la espiritualidad popular, según Victor Codina es la "experiencia de la esperanza del triunfo, de la seguridad de la victoria escatológica, aunque el dolor sea grande y el sufrimiento no cese. Es la experiencia de los mártires y perseguidos, que se mantienen fieles en medio de la "noche oscura" de la injusticia estructural. Esta experiencia se expresa también en las fiestas populares, verdadera anticipación festiva y escatológica de la Utopía del Reino. El pueblo festeja rompiendo los esquemas puritanos del ahorro burgués, como protestas y desborde profético de una sociedad alternativa, que un día se impondrá". Aunque esa sociedad nunca se imponga, no deja de ser un grito profético de "lo que Dios quiere", y lo que Dios promete a sus amigos en su Reino (escatología).


            La fiesta es un signo de la vida. Vida que se celebra, que se comparte. La fiesta es un grito profético de un pueblo que cree en la vida. La fiesta es encuentro, gratuidad, alegría. La fiesta es un sacramento popular de la vida. El hombre es imagen, la vida es gloria, la fiesta es sacramento... y todo nos habla de Dios y nos habla de vida.       



                                                  Para una conclusión


            Los cristianos, )tendremos que pedir perdón por ser tenaces "apóstoles de la vida"? )Seremos tenidos por "discapacitados" por oponernos a toda forma de muerte? El fin no justifica los medios, se dice, (mientras no se trate de mis fines! Estamos llamados a cultivar una cultura de vida. Seguramente no podremos enfrentar a los poderosos; pero la siembra, como el grano de mostaza empieza pequeña. Podemos empezar en nuestra casa, en nuestras comunidades, en nuestro trabajo. Empezar la siembra confiando en la calidad de la semilla y la vitalidad que Dios da al hacer crecer. La fe, la esperanza y el amor nos siguen desafiando. Como a tantos grandes maestros de la espiritualidad, la crisis que Juan de la Cruz llamó "noche oscura" es escalón para que crezca cada vez más firme la confianza en el Dios de la vida y no en los dioses de la muerte, la esperanza en la fecundidad de la cruz y no en los éxitos y triunfos periodísticos, la vitalidad del amor sembrado y gastado y no en la fama y los aplausos. La "noche oscura" nos invita a creer que Dios es vida, y la vida es un grito silencioso que no puede ser callado.


Foto tomada de http://uwedebremen.wordpress.com/

martes, 4 de junio de 2013

Comentario 10C


Jesús se nos revela en la vida de los que padecen.

DOMINGO DÉCIMO “C”

9 de junio

Eduardo de la Serna




Lectura del primer libro de los Reyes     17, 17-24


Resumen: en un contexto de conflicto entre Dios y Baal, y sus instrumentos (Jezabel, instrumento de Baal, y Elías instrumento de Yahvé) en pleno territorio de Baal Dios interviene dando vida al hijo de una viuda del lugar que termina reconociendo a Yahvé y la mediación del profeta.

En la recopilación de información que hizo un autor (o más precisamente varios, una escuela) para dejar hablar a la historia de Israel y de Judá con el fin de repetir las virtudes y omitir los pecados pasados [como esta historia está influenciada por el libro del Deuteronomio se la suele llamar “historia deuteronomista”, y abarca los libros de Josué, Jueces, 1 y 2 Samuel y 1 y 2 Reyes] encontramos a veces largos “ciclos” de personajes o temas: el conflicto David y Saúl, conflicto por la sucesión de David, y también un largo “ciclo de Elías” (que comienza en 1 Reyes 17,1 y –con algunos paréntesis de batallas- finaliza en 2 Reyes 2, donde comienza el “ciclo de Eliseo”). Por otro lado, ambos ciclos proféticos tienen elementos en común que hacen pensar –al menos en las fuentes- en un mismo acontecimiento narrado dos veces. En este caso nos encontramos con el hijo de una viuda que muere y Elías lo resucita, al mismo tiempo que en 2 Re 4,29-37 encontramos una escena semejante aplicada a Eliseo. No nos interesa aquí el hecho histórico, ni tampoco buscar la fuente común entre ambos relatos, interesa ver qué dice el relato en particular. Veamos, sin  embargo los elementos comunes:

1 Re 17:17-24
2 Re 4:32-37
19 Elías respondió: «Dame tu hijo». Él lo tomó de su regazo y subió a la habitación de arriba donde él vivía, y lo acostó en su lecho;
32 Llegó Eliseo a la casa; el niño muerto estaba acostado en su lecho.
 33 Entró y cerró la puerta tras de ambos,
20 después clamó a Yahveh diciendo: «Yahveh, Dios mío, ¿es que también vas a hacer mal a la viuda en cuya casa me hospedo, haciendo morir a su hijo?»
y oró a Yahveh.
21 Se tendió tres veces sobre el niño, invocó a Yahveh y dijo: «Yahveh, Dios mío, que vuelva, por favor, el alma de este niño dentro de él».
 22 Yahveh escucho la voz de Elías, y el alma del niño volvió a él y revivió.
34 Subió luego y se acostó sobre el niño, y puso su boca sobre la boca de él, sus ojos sobre los ojos, sus manos sobre las manos, se recostó sobre él y la carne del niño entró en calor.
 35 Se puso a caminar por la casa de un lado para otro, volvió a subir y a recostarse sobre él hasta siete veces y el niño estornudó y abrió sus ojos.
23 Tomó Elías al niño, lo bajó de la habitación de arriba de la casa y se lo dio a su madre. Dijo Elías: «Mira, tu hijo vive».
36 Llamó a Guejazí y le dijo: «Llama a la sunamita». La llamó y ella llegó donde él. Dijo él: «Toma tu hijo».
24 La mujer dijo a Elías: «Ahora sí que he conocido bien que eres un hombre de Dios, y que es verdad en tu boca la palabra de Yahveh».
37 Entró ella y, cayendo a sus pies, se postró en tierra y salió llevándose a su hijo.

Elías ha dejado la tierra de Israel desde hace tiempo, y se hospeda en casa de la viuda con un hijo. En la escena anterior (17,7-16) Elías se presenta ante ella y obra un milagro logrando que la tinaja de harina nunca se vacíe y el aceite nunca se acabe (estamos en tiempos de una feroz sequía, debe recordarse). A partir de este encuentro parece que la viuda ha hospedado a Elías en la habitación “de arriba” (v.19; ver 2 Re 4,10-11), pero la muerte del hijo desencadena una pequeña crisis en la mujer. Ante esta situación, Elías se lleva al niño, se recuesta sobre él, y clama a Yahvé. “Yahvé escuchó la voz de Elías” y el niño vuelve a la vida. Entregado a su madre, suscita en la mujer una confesión de fe.

Es importante señalar que esta mujer es de Sarepta, territorio cananeo. De aquí es originaria Jezabel, la actual mujer del rey de Israel, la que ha llenado de sacerdotes y profetas de Baal la tierra de Yahvé, el Dios que es proclamado como de la fecundidad. Para mostrar lo contrario, la voz de Elías anuncia una gran sequía (mostrando así que sequía o fecundidad no dependen de Baal sino de Yahvé, 17,1). Es por eso que Elías se marcha a tierra lejana, pero tierra también afectada por la sequía donde Dios le garantiza sustento (17,9). De este contexto es el milagro del aceite y la harina, y la hospitalidad de la viuda al profeta. Lo que el relato mostrará es –una vez más- el poder de Yahvé en la mismísima tierra de Baal. Sabiendo que Elías es un “hombre de Dios” (modo antiguo de llamar a los profetas, ver 1 Sam 9,6-10; 1 Re 12,22; 13,1-34; en 2 Re 5,8 también Eliseo es llamado así) interpreta la muerte de su hijo como consecuencia de su propia indignidad ante un enviado de Dios. Pero este profeta no es sólo un personaje “milagroso” sino también alguien con una palabra con “poder”, puede interceder ante Dios (vv.20-21), y Dios lo escucha (v.22). Esto es lo que reconoce la mujer cuando Elías le entrega al hijo: reconoce el poder de Yahvé y la autoridad de Elías (v.24). Una antigua seguidora de Baal reconoce la intervención y poder de Yahvé. La comparación con el texto de Eliseo permite ver que el texto de Elías resalta mucho más la resurrección como una intervención de Dios ante el grito de la angustia y el dolor del profeta que toma parte e interviene ante el sufrimiento de la mujer.


Lectura de la carta a los cristianos de Galacia     1, 11-19


Resumen: Pablo debe defenderse de los que lo han atacado, y lo hace no sólo mostrando su pasado sino mostrando cómo es Dios mismo el que lo conduce por los caminos que anda, y el que le muestra aquello que debe predicar. Hacen mal, entonces los que predican “otro evangelio” y hacen peor todavía los gálatas que los siguen.


La carta a los Gálatas es –sin dudas- la más conflictiva de las cartas paulinas. Pablo es criticado por cristianos que insisten en la importancia de circuncidarse, y muchos de la comunidad les han hecho caso. Lo cierto es que Pablo está furioso con sus destinatarios. Pero la insistencia en la circuncisión “no vino sola”, y fue acompañada por una importante crítica a Pablo, a su pasado, a su predicación. Esto motiva a Pablo a defenderse de lo que otros dicen de sí. Esta apología paulina, que ocupa casi todos los primeros 2 capítulos de la carta tiene su origen en esta crítica de los adversarios paulinos. Aquí, Pablo empieza destacando –vehementemente- que su ministerio apostólico “no es de origen humano” sino que le viene directamente “por Jesucristo” (1,1.11-12). Si se trata de que Pablo no es un “buen judío” como parecen decir los adversarios (ya que no exige la circuncisión a los que se incorporan a la comunidad provenientes del mundo pagano) Pablo va a destacar que era “tan celoso” que perseguía a la Iglesia y buscaba su aniquilación (1,13.23). Pero por pura iniciativa divina (“revelación”) ahora “evangeliza la fe que antes destruía”. Y evangeliza tanto que es compañero de Bernabé (2,1.9) e incluso si hizo falta se enfrentó cara a cara -¡nada menos!- que con Cefas (Pedro, 2,11.14) mostrando la rectitud y la verdad del Evangelio (2,14).

En este contexto encontramos la lectura del día que muestra la conclusión de la primera parte (v.11) y la segunda que hemos señalado (omitiendo el final, 1,20-23). Por tratarse de una “apología” debemos notar que hay una buena carga “histórica” (obviamente, interpretada) en actitud de defensa (lo que implica, por cierto, que otros han atacado). Aquí encontramos una serie de elementos interesantes tanto para descubrir cómo interpreta Pablo su propio ministerio y los primeros momentos de su vida cristiana. Veamos brevemente por un lado lo “histórico” y por otro la interpretación creyente que Pablo le da.

Pablo reconoce más de una vez haber perseguido a la Iglesia. Aquí califica dicha persecución como “en exceso” (hypérbolên, término que en el NT se encuentra 8 veces y siempre en Pablo en el sentido de “exceso”) y con el objetivo de “aniquilar”, “destruir”, “arrasar” (eporthoun, término que en el NT se encuentra sólo 3 veces, siempre en el contexto de la persecución paulina a la Iglesia, Hch 9,21; Ga 1,13.23). Es interesante la calificación de la persecución (quizás reforzada por la crítica) ya que en las otras ocasiones Pablo señala simplemente que “perseguía” (Fil 3,6 [movido por el “celo”, como también aquí v.14]; 1 Cor 15,9). Ese “exceso”  muestra que “sobrepasaba” (proékopton, crecer, avanzar) en el celo. Y lo que preocupaba a Pablo eran las “tradiciones”. No parece que Pablo persiguiera a los cristianos porque estos reconocieran en Jesús al mesías, sino porque veía afectadas por ellos las tradiciones principales (el templo, por ejemplo). Lo cierto –y acá el punto- es que si acusan a Pablo de no ser buen judío, pues que sepan que lo era “en exceso”, que “sobrepasaba”. Pero en un momento, Dios tomó la iniciativa y le “reveló” (apokalypsai) a su “hijo” y todo cambió para Pablo. Un hombre celoso en exceso de las cosas de Dios no puede menos que dejarse transformar por Dios, dejarse “revelar”. El término “revelación” es un término técnico: hay algo oculto (un “misterio”) en el plan de Dios que en algún momento, a alguna persona, por algún intermediario, Dios revelará para que conozca su plan de salvación. El “misterio” es –precisamente- cómo conjugar las tradiciones de los padres con la novedad del “hijo”, y eso es lo que Dios revela. Y Dios se lo revela a Pablo porque lo había preparado desde siempre como profeta de los últimos tiempos (“el que me separó desde el seno de mi madre”, ver Is 49,1). Es la novedad de estos tiempos lo que Pablo debe descubrir (cosa que no hará de un momento a otro, ciertamente). Lo que ahora sabe Pablo es que fue escogido “para anunciar (al Hijo) entre los paganos” (v.16). E inmediatamente, sin consultar a nadie (porque era Dios, y no hombre alguno el que le había hablado), ni siquiera a “Jerusalén” donde estaban aquellos a quienes los que critican a Pablo admiran, fue a Arabia. No sabemos a qué fue Pablo a Arabia, y Hechos no hace alusión a este viaje, lo cierto es que –nuevamente sin subir a Jerusalén- vuelve a Damasco, desde donde había partido. Recién 3 años después va a Jerusalén para “conocer” a Cefas. Conocer no es “ver” pero tampoco es “dejarse enseñar por”, sin duda han hablado, pero no ha de pensarse que Pablo ha recibido una “catequesis” ya que sólo han estado juntos 15 días. Pareciera que de pasada sí “vio” a Santiago, el hermano del Señor.  

Como hemos dicho, el texto sigue todavía, aunque la liturgia lo ha recortado: Pablo menciona las regiones donde fue luego de estos 15 días (Cilicia y Siria, que podría indicar Tarso y Antioquía, probablemente) y menciona sorpresivamente que “personalmente no me conocían las Iglesia de Judea que están en Cristo”, sólo habían oído decir que “ahora” anuncia la buena noticia. No es fácil explicar cómo no era conocido si era tan feroz perseguidor. Esto ha hecho pensar a muchos autores que en realidad Pablo vivía en Damasco y allí era perseguidor, y no que fue desde Jerusalén a Damasco para perseguir “más intensamente”. El tema queda abierto.

Mirando más profundamente estos datos podríamos destacar algunos elementos importantes: Pablo siempre fue fiel y celoso de lo que creyó que Dios le pedía, sea en las tradiciones de los padres como en la novedad que la revelación le ha traído (por eso muchos niegan que estemos ante una verdadera “conversión”). Pablo manifiesta toda su dedicación a Dios tanto persiguiendo como anunciando la Buena Noticia. El tema está en que Dios le había ocultado el misterio que en un momento concreto le reveló. Y en cuanto descubrió su ministerio profético, como el del siervo de Yahvé (Is 49,1) se dedicó a él con el mismo entusiasmo con el que antes se enfrentaba. Pero esta novedad –que Pablo descubrirá en Arabia, en Damasco, en la charla con Cefas, en Tarso y Antioquía- tiene que ver con el anuncio de Jesús como Hijo a los paganos.

Nota breve sobre Jesús como “Hijo” en Pablo: No es sensato pensar que Pablo piensa en Jesús al estilo de lo afirmado en los concilios cristológicos y trinitarios posteriores. Pablo da el “puntapié inicial” para llegar a esa confesión de fe, lo cual es distinto. En Rom 1,3-4 se ve claramente que por hijo Pablo entiende dos cosas: “según la carne” es hijo como es hijo la descendencia de David (ver 2 Sam 7,14; Sal 2,7), por tanto una referencia al mesianismo real; pero por otra parte, “según el espíritu” (es decir, según el don escatológico de los últimos tiempos) es “hecho hijo” por la resurrección. La resurrección de Jesús inaugura los últimos tiempos (ver Dan 12,2) y en ella Jesús es “elevado” por Dios hasta la dignidad de hijo.

Pero esta misión de evangelizar a los paganos (que es lo que le cuestionan los adversarios ya que Pablo –como ocurre en Antioquía, donde seguramente él lo ha aprendido y asimilado- no les exige la circuncisión) es encargo divino, y Pablo no precisa para ello autorización alguna ni de Jerusalén (Cefas o Santiago) ni de nadie. Los críticos parecen decir, en el fondo, que Pablo no es nadie para cambiar las tradiciones, que hace lo que no está permitido, que los gálatas para ser verdaderos seguidores de Jesús deben también ellos circuncidarse. Es a esto que Pablo empieza a responder con su apología, y el tema principal es que fue Dios el que le mostró el camino, mal podría cualquier otro (aunque fuera en nombre de Cefas, o de Santiago) decir algo contrario a lo que Dios dice. Finalmente, Pablo no precisa autorización de nadie, ni de apóstol alguno, para predicar ni para justificar aquello que predica ya que esta le viene de Dios, y por tanto, mal (¡muy mal!) hacen los gálatas en escuchar y seguir las enseñanzas (a las que califica de “otro evangelio”, 1,6-9) de los que proclaman algo contrario a lo que Pablo ha predicado.


+ Evangelio según san Lucas     7, 11-17


Resumen: Como los antiguos profetas Jesús hace presente a Dios en medio de su pueblo en un milagro. Con muchas semejanzas al texto de Elías, sin embargo Jesús obra la misericordia y la compasión mostrando que el encuentro con Dios no nace de ritos sino del encuentro con los que sufren.


El relato conocido como “resurrección del hijo de la viuda de Naim” es un texto exclusivo de Lucas, y tiene elementos característicos que merecen ser comentados. Para comenzar que un milagro tan impactante, como es una resurrección, no sea conocido por los restantes evangelistas. Parece improbable que conociéndolo hayan optado por omitirlo, y parece improbable también que no haya circulado fuera de la fuente de información exclusiva de Lucas (a la que suele conocerse como “L”). De todos modos cualquier cosa que digamos en este sentido queda en el mero campo de la hipótesis (como suele ocurrir muchas veces con los argumentos “de silencio”). También es cierto que hay una serie de elementos propios de Lucas que colorean el relato, aunque esto no significa que estemos ante una mera creación literaria.

Otro elemento a señalar es que habitualmente Lucas incorpora los elementos propios y los que no se encuentran en Marcos (es decir los que provienen de sus fuentes conocidas como “Q” y como “L”) en el largo bloque que sí es creación literaria suya, es decir “el viaje a Jerusalén” (9,51-19,41). ¿Por qué no ha incorporado allí este texto? Puede señalarse que Naim queda en la región de Galilea, por lo que es razonable que lo ubique en el primer gran bloque que transcurre en la región (4,14-9,50), pero también es razonable ubicarlo antes que Jesús envíe a los discípulos de Juan el Bautista a contarle al maestro “lo que han visto y oído” (7,22), entre lo que señala “los muertos resucitan”. Al mencionar esta misma circunstancia Mateo (11,4; por tanto, el texto proviene de “Q”) los discípulos de Juan no han visto resurrección alguna; la de la hija de Jairo ha ocurrido hace ya bastante tiempo (9,23-26).

Jesús se dirige a Naim –no se nos informa la razón; este lugar sólo aquí es mencionado en toda la Biblia; Flavio Josefo conoce una Naim en territorio idumeo. Esta es presentada como “ciudad” con una “puerta”- seguido, como es costumbre, por “la gente” (ojlos, que puede tener connotaciones despectivas en más de una ocasión por parte de algunos, ver Jn 7,49). La “gente” suele acompañarlo (x50 en Mt, x38 en Mc, x41 en Lc, x20 en Jn, x22 en Hch y x4 en Ap). Pero en este caso esta “multitud” choca con otra “multitud” de gente de la ciudad que lleva un muerto. Este muerto es hijo “unigénito” de una viuda. Es notable la atracción de Lucas por los “unigénitos” (monogenês): el término en Juan alude a Cristo, “hijo único del Padre” (Jn 1,14.18; 3,16.18; 1 Jn 4,9), la carta a los Hebreos lo usa para Isaac, hijo único de Abraham (11,17). Fuera de esto, sólo lo encontramos en Lucas (en esta ocasión y en otros dos textos que toma de Marcos pero a los que añade la cualidad de única/o: 8,42 [la hija de Jairo, Marcos no dice nada de que fuera única, 5,21-24.35-43]; 9,38 [un hijo endemoniado de un padre angustiado, Marcos tampoco informa que fuera único, 9,14-29]. Siendo que Lucas no alude a que Cristo es “hijo único del padre” no parece que su intención sea una identificación de las víctimas con Jesús. Probablemente la intención de Lucas sea resaltar el dolor de aquel que será beneficiario del milagro. Esto está expresado con el verbo característico: compadecerse (splagjnizomai, que viene de “splagjnon” es decir las vísceras, entrañas, cf. Hch 1,18). A Jesús “se le conmovieron las entrañas” ante el dolor de la viuda. Como dirá también a los testigos de la muerte de la hija de Jairo, les dice “no lloren” (8,52), cosa que les repetirá a las mujeres de Jerusalén (23,28). Es el llanto angustiado frente a la muerte. Jesús “toca” el féretro, como había tocado al leproso (5,13), la oreja del siervo del Sumo Sacerdote (22,51) o como la gente buscaba tocarlo a él (6,19; 8,44-47), esto supone una “fuerza” que sale de él (8,46); pero además, “tocar cadáver” provoca impureza ritual (como tocar un leproso; cf. Núm 19,11.16) pero una vez más Jesús muestra que la compasión es la que marca el encuentro con Dios y no los ritos, es el encuentro con el que sufre el sendero de la verdadera religiosidad. Pero esto va acompañado con una palabra de autoridad dirigida al muchacho. “joven, te lo digo a ti…” La orden dada por Jesús es que se “levante” (egeiro). Jesús lo dice a otros al obrar un milagro: al paralítico (5,23.24), a uno con la mano seca (6,8), también alude a levantarse del lecho (11,8) y también para la resurrección (7,22; 8,54 [la hija de Jairo], 9,7.22…). “Incorporarse” se encuentra una única vez más en el NT y también alude a una resurrección: una muerta se incorpora (Hch 9,40). La referencia a que “se puso a hablar”, como en el caso de la hija de Jairo “que le den de comer” (8,55) es una manera de dejar constatación que el sujeto está realmente vivo y no se trata de una ilusión. La frase “se lo dio a su madre” repite literalmente el hecho de Elías dando el hijo resucitado a la madre viuda (primera lectura). Brevemente destacaremos más adelante este paralelo con Elías como algo característico del Jesús de Lucas. El temor es una actitud reverencial ante la manifestación de lo divino (recordar el “no temas” ante las apariciones divinas o angélicas, p.e.1,13.30; ver también 1,65; 2,9; 8,37) y es algo característico en Lucas ante un milagro (5,26) lo mismo que “dar gloria” a Dios como consecuencia de su intervención (2,20; 5,25.26; 13,13; 17,15; 18,43; cf. 23,45). Como también es habitual en Lucas ante esto, “la fama se extiende por la región” (4,14.37).

Sin embargo, no hemos de descuidar cómo es visto por Lucas este acontecimiento. Los paralelos con Elías que hemos señalado muestran una vez más que Jesús es visto en Lucas co cierto paralelo con Elías, lo que se ve ya desde el discurso en la sinagoga de Nazaret al compararse con Elías y Eliseo en su predicación a los paganos (4,25-27), como Elías ante el hijo de la viuda, Jesús se recuesta sobre la suegra de Pedro “presa de mucha fiebre” (4,39), Jesús es más que Elías en la Transfiguración y él debe ser escuchado (9,35), la vocación de Jesús es más exigente que la de Elías (9,61-62; ver 1 Re 19,19) pero eso no implica que caiga fuego del cielo (9,54, ver 2 Re 1,10)… es por esto que la multitud que es testiga del milagro no solamente tiene temor y da gloria sino que además proclama que “un gran profeta se ha levantado (egeirô, el mismo verbo de resucitar)” y “Dios ha visitado a su pueblo”. Un profeta como los antiguos, es particularmente importante si ya no hay profetas en Israel, un profeta “como Elías”. Si para el Jesús que Lucas nos muestra “Dios es misericordioso” (6,36) acá podemos ver la “compasión” en acción, y en sus frutos es evidente que “Dios ha visitado a su pueblo”, algo que las multitudes reconocerán públicamente. Pero no es una visita para “bendecir” (Gn 21,1; Ex 3,16; Jr 29,10) o “castigar” (Ex 32,34; Is 10,12; Ez 23,21), su “visita” es dadora de vida. De hecho ellos han visto que Jesús no ha “orado a Dios” para pedir la resurrección, como lo habían hecho Elías y Eliseo sino que con toda autoridad ha dado la orden al joven de “levantarse” lo que sucedió en el instante; pero este Dios que nos visita no es un Dios distante, ajeno a la realidad sino cercano y atento al sufrimiento y “compadecido” ante el dolor.


Foto tomada de paralagloriadedios.blogspot.com