martes, 23 de abril de 2013

Una nota para dividir


Una nota para dividir


Eduardo de la Serna

Algunos creemos que las divisiones no son buenas. O quizás, que no son convenientes. O mejor, que no son de desear. O… bueno, no sé cómo decirlo.

Y empiezo con los Evangelios, para pensar en voz alta. No creo que una homilía o una reflexión deban ser “exégesis”, pero no creo que se pueda hablar de la Biblia sin presuponer la exégesis. Si no, le haríamos decir a la Biblia lo que no dice, y eso me parece que no es bueno. No mientras crea que es Palabra de Dios. En los Evangelios encontramos dos versiones distintas de un dicho semejante que son llamativas. Jesús dice en un texto que está en Mateo y Lucas: “el que no está conmigo, está contra mí” (Lucas 11,23; Mateo 12,30); se trata de un contexto en el que lo han acusado de estar poseído por Belzebú. El problema es que al hacer esa acusación le ponen obstáculos en su anuncio del reino, le están impidiendo “hacer el bien”. Pero en Marcos 9,40 dice que “el que no está contra nosotros, está por nosotros” precisamente cuando algunos intentan impedir que otro que no está con Jesús- haga el bien. Ese “hacer el bien” tiene –en estos casos, y en otros- que ver con las expulsiones de demonios, que lamentablemente tiene lecturas hollywoodescas entre nosotros, pero interesantes connotaciones de liberación, de levantar de la alienación, de mostrar que hay otro mundo posible, en el ambiente de Jesús. Y ese otro mundo posible es el reino, precisamente; en clara contraposición a los que excluyen, rechazan u oprimen, como el imperio de turno. Es decir, la aparente contradicción de los dichos no es tal si miramos el tema central: el bien a los oprimidos, “hacer el bien” como dice en otra parte. Jesús se para de ese lado, de los que buscan hacer el bien. Pero el problema son los “otros”, los que se oponen a ese “hacer el bien”. Y esos son los que –en este caso- reciben críticas duras de parte de Jesús, tanto que llega a decir que no tendrán perdón, por impedir obrar al Espíritu de Dios.

Algo semejante ocurre en el otro Evangelio, Juan. Éste está construido –todo él- como un gran juicio. Jesús está allí, nosotros acá y nos jugamos la vida en aceptarlo o rechazarlo. En este sentido –como la espada de dos filos, que es la misma Palabra de Dios, también en otra parte- frente a Jesús se provoca la división, en favor o en contra. Es característico de Juan que frente a Jesús se provoca esta división que termina dejando dos bandos (por ejemplo, Juan 7,40-41; 11,45-46, y también Lucas 12,51). Como ocurre con el escándalo, parece que la división no es mala, entonces, por sí misma, sino que lo que cuenta es aquello que la causa. Y aquí puede haber un criterio.

De ninguna manera estoy insinuando que las divisiones o lo/s que las causan se comparan con Jesús. Pero también es cierto que los que se oponen a que Jesús haga el bien, en realidad no están movidos tanto por un tema “religioso”, sino por un mantenimiento del statu quo. Si Jesús muestra que “otro mundo es posible”, enfrente hay quienes quieren que “este mundo” no cambie (en este sentido debemos entender eso de “mi reino no es de este mundo”). Y acá el tema:

Se acusa a unos o a otros de provocar la división, de no trabajar por la “unidad”, o la “concordia”, o de crispar. Y la pregunta –me parece- está en otro lado: ¿qué es lo que crispa, divide, o provoca rupturas? Porque si se trata de que muchos no aceptan perder sus privilegios en pro (¡!) de una sociedad más justa, si se trata de que algunos no aceptan que se puedan sentar en la misma mesa los “publicanos y pecadores” de nuestro tiempo, si se trata de que la plata con la que quiero comprar dólares se usa para la asignación universal, o alentar la construcción de viviendas y eso me “crispa”, la pregunta me parece es distinta. No es “quién” me crispa sino “qué” me crispa. Y si lo que me crispa es mi propio egoísmo, mi indiferencia ante el dolor, ante los que no pueden sentarse en la mesa de todos, en ese caso ¡bienvenida sea la división!  Bienvenida sean las políticas que me incomodan, que me ponen ante el hermano/a y me obligan a definirme. “Soy yo acaso el guardián de mi hermano” decía el necio Caín luego de haber matado a Abel. Y –eso sí- Caín lo decía después de haber hecho su ofrenda.

 dibujo tomado de http://pjcoppo.blogspot.com/

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