Una nota para dividir
Eduardo de la Serna
Algunos creemos que las
divisiones no son buenas. O quizás, que no son convenientes. O mejor, que no
son de desear. O… bueno, no sé cómo decirlo.
Y empiezo con los Evangelios,
para pensar en voz alta. No creo que una homilía o una reflexión deban ser “exégesis”,
pero no creo que se pueda hablar de la Biblia sin presuponer la exégesis. Si no,
le haríamos decir a la Biblia lo que no dice, y eso me parece que no es bueno. No
mientras crea que es Palabra de Dios. En los Evangelios encontramos dos
versiones distintas de un dicho semejante que son llamativas. Jesús dice en un
texto que está en Mateo y Lucas: “el que
no está conmigo, está contra mí” (Lucas 11,23; Mateo 12,30); se trata de un
contexto en el que lo han acusado de estar poseído por Belzebú. El problema es
que al hacer esa acusación le ponen obstáculos en su anuncio del reino, le
están impidiendo “hacer el bien”. Pero en Marcos 9,40 dice que “el que no está contra nosotros, está por nosotros”
precisamente cuando algunos intentan impedir que otro que no está con Jesús-
haga el bien. Ese “hacer el bien”
tiene –en estos casos, y en otros- que ver con las expulsiones de demonios, que
lamentablemente tiene lecturas hollywoodescas entre nosotros, pero interesantes
connotaciones de liberación, de levantar de la alienación, de mostrar que hay
otro mundo posible, en el ambiente de Jesús. Y ese otro mundo posible es el reino, precisamente; en clara
contraposición a los que excluyen, rechazan u oprimen, como el imperio de
turno. Es decir, la aparente contradicción de los dichos no es tal si miramos
el tema central: el bien a los oprimidos, “hacer el bien” como dice en otra
parte. Jesús se para de ese lado, de los que buscan hacer el bien. Pero el
problema son los “otros”, los que se oponen a ese “hacer el bien”. Y esos son
los que –en este caso- reciben críticas duras de parte de Jesús, tanto que
llega a decir que no tendrán perdón, por impedir obrar al Espíritu de Dios.
Algo semejante ocurre en el otro
Evangelio, Juan. Éste está construido –todo él- como un gran juicio. Jesús está
allí, nosotros acá y nos jugamos la vida en aceptarlo o rechazarlo. En este
sentido –como la espada de dos filos, que es la misma Palabra de Dios, también
en otra parte- frente a Jesús se provoca la división, en favor o en contra. Es característico
de Juan que frente a Jesús se provoca esta división que termina dejando dos
bandos (por ejemplo, Juan 7,40-41; 11,45-46, y también Lucas 12,51). Como ocurre
con el escándalo, parece que la división no es mala, entonces, por sí misma,
sino que lo que cuenta es aquello que la causa. Y aquí puede haber un criterio.
De ninguna manera estoy
insinuando que las divisiones o lo/s que las causan se comparan con Jesús. Pero
también es cierto que los que se oponen a que Jesús haga el bien, en realidad
no están movidos tanto por un tema “religioso”, sino por un mantenimiento del statu quo. Si Jesús muestra que “otro mundo es posible”, enfrente hay
quienes quieren que “este mundo” no cambie (en este sentido debemos entender
eso de “mi reino no es de este mundo”).
Y acá el tema:
Se acusa a unos o a otros de
provocar la división, de no trabajar por la “unidad”, o la “concordia”, o de crispar.
Y la pregunta –me parece- está en otro lado: ¿qué es lo que crispa, divide, o
provoca rupturas? Porque si se trata de que muchos no aceptan perder sus privilegios
en pro (¡!) de una sociedad más
justa, si se trata de que algunos no aceptan que se puedan sentar en la misma
mesa los “publicanos y pecadores” de
nuestro tiempo, si se trata de que la plata con la que quiero comprar dólares
se usa para la asignación universal, o alentar la construcción de viviendas y eso
me “crispa”, la pregunta me parece es distinta. No es “quién” me crispa sino “qué”
me crispa. Y si lo que me crispa es mi propio egoísmo, mi indiferencia ante el dolor,
ante los que no pueden sentarse en la mesa de todos, en ese caso ¡bienvenida
sea la división! Bienvenida sean las
políticas que me incomodan, que me ponen ante el hermano/a y me obligan a definirme.
“Soy yo acaso el guardián de mi hermano” decía el necio Caín luego de haber
matado a Abel. Y –eso sí- Caín lo decía después de haber hecho su ofrenda.
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