El testimonio que la Iglesia debe dar del Evangelio
Tercer domingo de
Pascua (14 de abril)
Eduardo de la Serna
Lectura de los
Hechos de los Apóstoles 3, 13-15. 17-19
Resumen: un fragmento de un discurso destaca sintéticamente el ministerio de Jesús a su auditorio e invita al auditorio a cambiar de vida y aceptar el mensaje de la resurrección y la conversión.
El libro de los Hechos está lleno de “discursos”, la mayor parte de ellos explicaciones de lo que “ha sucedido”, por tanto invitaciones –partiendo de ello- a aceptar a Jesús y recibir su palabra. En el caso de la liturgia de este domingo, nos encontramos con un discurso producido a continuación de una curación de un paralítico. La liturgia omite no sólo el acontecimiento, sino la referencia a este en medio del discurso (v.16) y toda la segunda parte del mismo (vv.20-26).
Es interesante
destacar, pero acá sólo lo señalaremos, que Lucas intenta con frecuencia poner
en paralelo cosas (hechos o palabras) de Jesús y de la primera Iglesia, como
también entre Pedro y Pablo, por ejemplo. Después de un primer milagro de
Jesús, la gente se “asombra” (Lc 4,36 y 5,9) y acá –ante la curación del
paralitico de nacimiento- la gente también se “asombra”; este verbo (en griego
thambô) ocurre solamente en estos dos casos en todo el NT. Por otra parte,
también Pablo curará un paralítico de nacimiento (14,8), en ambos casos se usa
la misma fórmula: “paralitico desde el seno de su madre” (3,2; 14,8).
El discurso, en Hechos,
es –como se dijo, consecuencia del milagro. El paralítico era conocido (estaba
siempre en la puerta del Templo) y no
sólo es visto por “todo el pueblo” (= Israel) ahora “caminando, saltando y
alabando a Dios” (v.8) sino que “no
soltaba a Pedro y a Juan” por lo que “todo el pueblo” corrió donde ellos
“asombrado” (verbo emparentado con el thambô recién señalado: ekthambô). El
verbo no supone un asombro que paraliza o espanta sino que por el contrario
provoca interrogación (ver las citas mencionadas). Esto provoca que Pedro les
dirija un discurso. Es –obviamente- a los presentes, por lo que se dirige a
“israelitas” (como 2,22 y 13,16, por ejemplo). La liturgia omitirá –como
dijimos- la referencia al milagro, y también el fragmento en el que Pedro
invita a Israel a reconocer a Jesús con interesantes alusiones a los profetas.
Quizás el criterio al elegir y fraccionar el texto fuera escoger el fragmento
“kerigmático” (que puede predicarse al auditorio contemporáneo) eliminando el
sentido de Lucas que va mostrando el crecimiento de la palabra que empieza
predicándose a los “israelitas”. Nos detendremos en el texto seleccionado (y
recortado, empezando por el recorte de los destinatarios: “israelitas” –“todo
el pueblo”- está omitido).
El “profeta como
Moisés” anunciado y esperado (3,22-24) es acreditado por los milagros (como el
que acaba de atestiguar “todo el pueblo”). Esto se desarrolla en el clásico
esquema de estos discursos de una suerte de breve historia de los
acontecimientos y la consecuente invitación a la conversión. Luego de dirigirse
a los destinatarios “admirados” y que
“miran fijo” (cf. 3,4). La referencia a Dios como el de Abraham, Isaac y Jacob
(Ex 3,6.15) pone al auditorio en conexión con el que habla: tienen una historia
común, es israelita también él; la memoria de Moisés se retomará al final del
discurso. Es posible que algunas cosas
que se afirman aquí de Jesús estén aquí atraídas por la referencia a Moisés del
que también se dicen en el AT.: siervo (v.13, ver 4,26.27.30; ver Ex 14,31; Nu
12,7.8…) y jefe (v.14, 5,31; ver Ex 2,14; Hch 7,35). Este Dios ha
“glorificado”, es decir, “hecho entrar en la gloria” (ver Lc 24,26). El
“siervo” es un término característico, especialmente a partir de los cantos
llamados “del siervo sufriente” (Is 42,1-9; 49,1-7; 50,4-11 y 52,13-53,12). La
lectura que se hace hoy de estos cantos es variada, pero es indudable que el
cristianismo primitivo encontró en estos cantos (y luego en varios salmos de un
justo que sufre) una inspiración para dar sentido a la pasión de Jesús y el
escándalo de la cruz. Es por esto que es habitual en estos discursos
“kerigmáticos” de Hechos encontrar referencias a estos textos del AT. Por otra
parte, también Moisés fue con frecuencia rechazado por el pueblo, por lo que la
influencia del “esperado como Moisés” sigue presente en el texto.
Lo que se dice de
“ustedes”, los oyentes del discurso, es que “entregaron” y “renegaron” (este
verbo se repite en v.14 y en 7,35 se dice de que los israelitas “renegaron de
Moisés”). Esta actitud contrasta con la de Pilato que ya había “juzgado”
liberarlo (v.13; ver Lc 23,15.20.22). Es bueno recordar –aunque no nos
detendremos en ello acá- que Lucas con frecuencia intenta mostrar a los
romanos, Pilato en este caso, de un modo amable para los cristianos, a fin de
no parecer adversario, quizás por ser Roma el destino de su obra y pretender
ser bien recibido.
Con nuevos títulos,
califica a Jesús de “santo” (ver Lc 4,34) y “justo” (ver 4,27.30; 7,52; Lc
23,47, ¡el centurión!), de “jefe de la vida”, la vida es el objetivo del camino
abierto por Jesús (4,2; 17,31). Es interesante el contraste con “mataron”,
“asesino”.
Este momento concluye
con una doble idea característica de estos discursos: “Dios lo resucitó” y
“somos testigos”. El testimonio es algo propio del apostolado para Lucas (Lc
24,48; Hch 1,8; 2,32…). Señalar que Dios ha resucitado a Jesús significa dejar
clara la toma de postura de Dios en este drama: ustedes lo mataron - Dios le dio la vida (2,24.32).
El v.16 –omitido en la
liturgia- es importante porque destaca la importancia de “la fe en el nombre”
que es la que ha operado el milagro; es decir, no son ni Pedro ni Juan, sino
“el nombre de Jesús”, “ante todos” ustedes.
Con un nuevo vocativo,
“hermanos”, empieza la segunda parte del discurso. Y lo que va a señalar
–coherentemente con Lc, es que el obrar fue “por ignorancia” (Lc 23,34; Hch 13,27;
17,30). Este tema es importante ya que hay una relación contrastante con las
autoridades (Lc 22, 2.52-53.66; 23, 27 [distinguidos de «ellos»].48), Lucas no exime al pueblo de su responsabilidad en la
pasión, pero lo muestra arrepentido y perdonado (23,48). Lo central en el
relato es la relación con los “profetas” (x6 en la unidad) y su referencia al
“Siervo” con el que empiezan los tiempos de “consolación” (3,20) y
“restauración” (3,21) a partir de la “conversión” (v.19). La conversión, algo
que es clave en la predicación para el kerigma de Lucas (Lc 24,47; Hch 26,20).
Esta referencia propia al kerigma de Lucas está omitida por la liturgia, pero
es clave en el contexto del relato (es el “para qué" de la conversión:
“para que venga”). Con esto nos ubicamos en una conclusión con cierto tinte
apocalíptico: Jesús –como Henoc, Elías, etc.- está retenido en el cielo a la
espera de la conversión de todos para luego venir y hacer llegar los tiempos
del consuelo. De todos modos, esta parte final, también está omitida por la
liturgia.
Lectura de la
primera carta del apóstol san Juan
2, 1-5ª
Resumen: dirigida conflictivamente a miembros de la comunidad que están teniendo actitudes contrarias a la predicación del Evangelio, el autor de la carta invita a tener actitudes semejantes a las de Cristo –que da la vida por sus amigos- ya que en ellas se “conocerá” verdaderamente la fidelidad.
La carta de Juan se escribe en un contexto ciertamente polémico, y –particularmente- de un serio conflicto intra-comunitario. Los frecuentes “si alguien dice”, o semejantes son claro indicio de que alguien lo decía (o hacía) y frente a eso –y contra esos tales- se escribe la carta; para alertar a la/s comunidad/es a no seguir sus palabras y ejemplos (el “si” se encuentra x22 en la carta). La situación parece que se seguirá agravando (como se ve en las cartas 2ª y 3ª) hasta finalmente llegar a la ruptura.
En este caso, la unidad
comienza con un vocativo (“hijos míos”) y finaliza en v.6 ya que en v.7 hay un
nuevo vocativo (“queridos”), aunque el último párrafo del v.5 y el v.6 estén
omitidos del texto litúrgico. La referencia a que el autor “les escribe”
también las encontramos en vv.1 y 7 mostrando un nuevo comienzo. Un aspecto
importante en toda la carta es que el autor intenta mostrar la veracidad de sus
dichos, para lo que recurre a la fórmula “en esto” (en toutô; la Biblia de
Nuestro Pueblo traduce “la señal de que…”) (x13); en este párrafo lo
encontramos 3 veces (vv.3.4.5).
El texto comienza luego
de una breve unidad (1,8-10) donde parece que hay quienes afirman no tener
pecado, a lo que el autor les repite que no es verdad, que nos engañamos y que
hasta tratamos de mentiroso a Dios. Con este tema de trasfondo, comienza el
relato. Ciertamente no pretende invitar a pecar, pero puesto que el pecado es
una realidad, el autor considera que el arma más eficaz ante esto no es la
represión o la violencia sino el reconocimiento de la propia realidad pecadora
y la confianza en el obrar eficaz de Jesús.
Jesús es presentado
como “propiciación” (el texto no dice “víctima”), la muerte de Jesús es
“propicia” para nuestra realidad pecadora ya que anula la fuerza del pecado y
expía sus efectos. Es para esto que
Jesús es el “paráclito” (v.1), el que aboga, el que habla en nuestro favor y en
nuestro lugar ante el Padre. Es interesante que este rol de “abogar / hablar
por” en el Evangelio de Juan lo cumplirá el Espíritu Santo que es presentado
como “otro paráclito” (14,16). Y lo es, no sólo por “nuestros pecados” sino por
los del “mundo entero” (v.2).
A partir del v.3
abandona la introducción cristológica para adentrarse en el conocimiento de
Jesús. Es sabido que “conocer” es propiamente bíblico, e indica algo que excede
lo intelectual. Denota una experiencia profunda de encuentro con el/la otro/a
(tanto que puede incluir lo sexual, como se sabe). Puesto que el conocimiento
de Dios o de Jesús, esto nos pone en el ámbito de la fe lo cual supone una
conducta acorde. Esta conducta,
entonces, puede ser vista como un indicio (“signo”) de esa fe, de ese
“conocimiento”; esto se expresa en “guardar sus mandamientos” (v.4), “su
palabra” (v.5). El verbo “guardar” (custodiar, observar, prestar atención), en
1 Jn alude a las palabras y/o mandamientos (2,3.4.5; 3,22.24) salvo en 5,8
donde el que “ha nacido de Dios” es “guardado” por el “engendrado de Dios”. La
relación está dada entre el conocimiento de Jesús y “guardar” sus mandamientos
/ palabra. Quien dijera (por tanto, alguien en la comunidad lo hace) que conoce
a Jesús pero no sigue sus mandamientos, ese tal es un “mentiroso” (x5 en 1 Jn:
1,10; 2,4.22; 4,20; 5,10), ver 1,6.8.
Es importante señalar
no solo la relación entre mandamiento y palabra en 1 Jn, sino que el
“mandamiento” (1 Jn 2,3,4,7 [x3],8; 3,22.23 [x2].24; 4,21; 5,2.3 [x2]; 2 Jn
4.5.6 [x2]) no parece referirse a los “diez mandamientos” sino al mandamiento
que la comunidad tiene desde los orígenes (desde su gestación, es decir “este
es mi mandamiento: que se amen unos a otros” (Jn 13,34; 15,7.10.12). Todo
indica que el problema radica en que muchos en la comunidad hablar del “amor a
Dios” pero descuidan el amor al hermano, y ante esto se siente impelido a
escribir el autor. Ese tal es un mentiroso (porque no se puede amar a Dios a
quien no se ve, si no se ama al hermano, al cual se ve”, 4,20).
La idea de que “el amor
de Dios” ha llegado a plenitud es, literariamente, ambigua y puede significar
tanto el amor por Dios como el amor que Dios tiene por la humanidad. Sin
embargo, la constante iniciativa del amor de Dios en 1 Jn invita a esta segunda
lectura (4,8.10.12.16.20; 5,2.3). No es el amor “a” Dios lo que importa en este
punto, sino el amor “que” Dios nos tiene, y que provoca nuestro amor mutuo.
El que dice “que
permanece en él, debe caminar como él caminó” remite a un tema característico
de Jn, como es el verbo “permanecer”. Este supone una interacción mutua (cf. Jn
15,1-10 donde volvemos a encontrar la idea del “mandamiento”, la “palabra”, el
“amor”). El “caminar” de Cristo, es “amar como él amo” hasta “el extremo”, y
dar la vida por los que ama (Jn 15,12.13; 13,1; 1 Jn 3,16; 4,11), es caminar
“en la luz” (cf. 1 Jn 1,6.7). Este
camino, el amor, como amó él, a los hermanos (y hermanas) es el signo evidente
(“en esto…”) que hace patente dónde estamos, si lo conocemos, si somos de la
verdad o mentirosos que nos desentendemos de los/as hermanos/as.
Evangelio según san
Lucas 24, 35-48
Resumen: el resucitado se aparece a su grupo reunido y
luego de darles signos que permitan creer que se trata de él mismo, y no una
fantasía, los envía a predicar y ser sus testigos, para lo que debe abrirles el
entendimiento para comprender las escrituras. Pero previamente a este desafío,
deberán esperar la fuerza que Dios les enviará a fin de poder empezar la misión
como discípulos de Jesús y continuadores de sus caminos.
En el Evangelio
de Lucas, todos los acontecimientos de la resurrección y encuentros con los
discípulos ocurren el mismo día domingo: la visita de las mujeres y de Pedro a
la tumba, los peregrinos de Emaús, y la última aparición que incluye la
ascensión. Esto contrasta notablemente con los mismos acontecimientos narrados
por el mismo Lucas en Hechos donde todo ocurre a lo largo de 40 días (ambos son
por razones evidentemente teológicas que veremos hoy y el día de la Ascensión).
Como las escenas están encadenadas, la que hoy nos presenta la liturgia
comienza con el fin de la escena de los peregrinos de Emaús (“lo reconocieron
al partir el pan”). Y “estaban todavía hablando cuando Jesús se presenta”. La
escena no termina de concluir cuando da comienzo a la siguiente. El cambio
viene dado por los personajes y la incorporación de Jesús a la comunidad reunida.
La estructura general es semejante al relato de los peregrinos: encuentro de
Jesús que no es reconocido, explicación de las escrituras, Jesús come para ser
creído, y retirada de Jesús.
El texto tiene
bastantes semejanzas con el relato de Juan de domingos anteriores (“en medio de
ellos” [20,19], “la paz esté con ustedes” [20,19.21.26], “les mostró las manos
y los pies” [20,20.27], come un “pez asado” [21,9], la “alegría” [20,20]). El
grupo reunido –aparentemente los Once más los dos peregrinos de Emaús- estaban llenos de terror y de miedo porque
creen ver un espíritu. Sólo en Heb 12,23 y 1 Pe 3,19 se utiliza “espíritu” entendiendo
la ausencia de cuerpos, por eso un viejo manuscrito prefiere poner “fantasma”
(que aunque no sea literal, sí refleja la idea). El estado general es de
confusión y se suman verbos a los ya usados de “terror y temor”: “turbación”
(como el de Zacarías frente al ángel, 1,12), “dudas” (o “razonamiento”),
“asombro” (o también “maravillarse”) y finalmente –tema habitual en Lucas:
“alegría” (x8; cf. 24,52). Pero los signos de la cruz no bastan (“un espíritu
no tiene carne y huesos”) y entonces Jesús come, nuevo signo visible de que no
se trata de un espíritu. Sintetizando esta unidad notemos que el acento de la
primera parte está puesto en la presencia de Jesús en medio de los suyos, sus
dudas y asombro, y el intento de Jesús de ser reconocido. Y todo esto prepara
la escena que sigue donde Jesús interpreta su ministerio y prepara el
ministerio eclesial.
La siguiente
escena nos presenta la última enseñanza de Jesús a los suyos y finaliza con su
elevación (esta última está omitida del texto litúrgico, sin dudas para no
anticipar la fiesta de la ascensión. Podemos decir que en esta unidad Lucas
concentra el kerigma del sentido de su evangelio y de Hechos de los Apóstoles.
Precisamente por
lo dicho, sería extensísimo detenernos en todos los elementos de esta unidad
literaria. Veamos solamente lo principal.
Jesús remite a
sus palabras “cuando estaba”, sin duda parece referir a los anuncios de la
pasión (9,22.43-45; 18,31-33), pero probablemente también a toda su
predicación. Y de este modo se cumple “todo” (exageración característica de
Lucas) lo escrito. En general la referencia a las Escrituras judías se menciona
como “la Ley y los profetas” (2 Mac 15,9; Mt 5,17; 7,12; 11,13; 22,40; Lc
16,16; Jn 1,45; Hch 13,15; 24,14; 28,23; Rom 3,21), aunque el traductor del
Eclesiástico –en el prólogo- ya alude a Ley, Profetas y Escritos (v.2.25). Aquí
la referencia a los Salmos (Ley – Profetas - Salmos) no es evidente. ¿Se
refiere a los escritos en general mencionados por su obra más extensa? Si se
refiere –como vimos posible- especialmente a la referencia a la pasión y pascua
puede estar aludiendo a los Salmos tan frecuentemente aludidos en los relatos
de la Pasión (Sal 22; 31) y la importancia de otros Salmos en su lectura a la
alusión a la resurrección (110,1 que se cita en alusión a la “ascensión”). En
realidad no es muy diferente a “empezando
por Moisés y siguiendo por ‘todos’ los profetas les explicó lo que había sobre
él en ‘todas’ las Escrituras” (24,27). Quizás la idea de que “abrió sus
inteligencias” no deba entenderse de modo diferente a lo dicho por los peregrinos:
“¿no estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en
el camino y nos explicaba las escrituras?” (24,32). Lo mismo la idea de que
“está escrito que el Cristo padeciera y resucitara” es paralelo al dicho: “¿No
era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?” (24,26).
Es decir, hasta aquí nos encontramos a modo sintético con elementos que veíamos
en el cuerpo del Evangelio, y señalados en el relato anterior, pero en esta
unidad kerigmática Lucas añade todavía nuevos elementos que preparan lo que
vendrá a continuación: el libro de los Hechos. Y lo señala como parte de las
Escrituras, que “se predicara en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas
las naciones, empezando desde Jerusalén”. (Lc 24:47). La
idea de la conversión y el perdón de los pecados es propia de Lucas (3,3), y
más claramente todavía la idea de que debe ser a “todas las naciones” (Lc 12,30; Hch
14,16; 15,17 (= Am 9,12) y el comienzo en Jerusalén (Hch 1,8.22;
10,37). De todos modos, también esto puede remitirnos a la
predicación de Jesús y al envío de los 12 (9,1-6) y los 72 (10,1-17). Pero en
el siguiente versículo (v.48) ya entramos en un terreno nuevo, más propio de
Hechos: la responsabilidad de ser testigos (ver. Hch 1,8.22; 2,31; 3,15; 5,32;
10,39.41; 13,31; 22,15; 26,16; cf. 4,33; 22,20). Los que
han sido “testigos oculares” (Lc 1,2; ver Hch 1,21-22) deben ahora
“testimoniar”. Para eso son “enviados” (= apóstoles; su palabra y testimonio no
son personales sino de aquel que los ha enviado). Claro que para ello contarán
con una “Promesa” (que nos queda desconocida hasta Hch 1,4), y mientras tanto
deben permanecer en “la ciudad” (= Jerusalén) hasta que sean revestidos de
“poder”. En
el texto griego, el sustantivo dynamis está colocado en posición
enfática por estar al final de la frase. Sobre la idea de «fuerza» (o «poder»)
durante el ministerio público de Jesús, cf. Lc 4,14; 5,17; 9,1; ver
también Is 32,15: «Cuando se derrame
sobre nosotros un aliento de lo alto»; Sab 9,17: «¿Quién conocerá tu designio,
si tú no le das la sabiduría enviando tu santo espíritu desde el cielo?».
A continuación el texto concluye (vv.50-53) con un movimiento de salida,
acompañado de una bendición (el Evangelio empieza y culmina con una bendición,
1,42.64), Jesús es elevado y “ellos… volvieron a Jerusalén con gran alegría”
(v.52). Las dudas han desaparecido, la misión está por comenzar.
Dibujo tomado de
http://www.uca.edu.sv/publica/cartas/ci511.html
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