El resucitado es el crucificado
Segundo domingo de Pascua (7 de abril)
Eduardo de la Serna
Lectura de los
Hechos de los Apóstoles 5, 12-16
Resumen: La comunidad anuncia a Jesús pero también continúa con su ministerio de predicar y hacer signos y prodigios ante el mundo. Lo anuncia con hechos y palabras.
Después de desarrollar una serie de relatos que nos preparan para el surgimiento del primer grupo de discípulos (“movimiento de Jesús”), y antes de dar comienzo a la misión de la Iglesia, Lucas nos presenta un sumario (el tercero), es decir una síntesis de lo que hace la comunidad. El texto a primera vista parece un poco confuso e irregular, por ejemplo, afirma que “nadie se atrevía a unirse al grupo” y a continuación “que el número crecía”. Súbitamente el relato pasa a hablar de Pedro dejando el “todos” con el que había comenzado. Pero veamos:
Después de desarrollar una serie de relatos que nos preparan para el surgimiento del primer grupo de discípulos (“movimiento de Jesús”), y antes de dar comienzo a la misión de la Iglesia, Lucas nos presenta un sumario (el tercero), es decir una síntesis de lo que hace la comunidad. El texto a primera vista parece un poco confuso e irregular, por ejemplo, afirma que “nadie se atrevía a unirse al grupo” y a continuación “que el número crecía”. Súbitamente el relato pasa a hablar de Pedro dejando el “todos” con el que había comenzado. Pero veamos:
Después de dos sumarios
(2, 42-47; 4, 32-35) se alude expresamente a que “por mano de los
apóstoles” se realizaban terata kai semeía, «prodigios y signos». Esta frase
se repite en 2,22.43; 4,30; 5,12; 6,8; 7,36; 14,3; 15 12. Es una fórmula que proviene
de los LXX, la Biblia griega, donde frecuentemente describe las acciones
extraordinarias de Dios en favor de Israel (por ejemplo, Ex 7,3; Dt 4,34;
28,46; 29,2; 34,11; Sal 135,9; Is 8,18). Hasta ahora, el que hablaba y obraba
era Pedro, y acá se aludirá a los “apóstoles” que en Lc-Hch refiere
habitualmente a los Doce (es de él que viene la frase “los doce apóstoles”; en
otros textos del NT es diferente). Como en 3,11 esto ocurre en el pórtico de
Salomón (ver Jn 10,23). Testigo de estos “signos y prodigios” es el pueblo
(v.12) que habla de los apóstoles elogiosamente (v.13) lo cual ciertamente
aumenta el honor del grupo. Ahora bien, ¿quiénes son “los otros” que no se
atreven a juntarse? Puede deberse a algunos impactados y con temor por lo
ocurrido con Ananías y Safira (5,1-11) o gente que está en otra parte del
templo distante de donde se juntan los discípulos, no es algo evidente en el
texto. Como es habitual en él, Lucas exagera afirmando que van “todos” al
encuentro y “todos” son curados (v.12.16; recordar, por ejemplo, el “todos” de
Lc 15,1-3). Así el número de “creyentes” sigue creciendo (ver 2,41.47b; 4,4).
Ya se los había señalado –en un sumario anterior- que “todos los creyentes
vivían unidos” (2,44) y tenían “un solo corazón y una sola alma” (4,32); aquí
se señala que están con “un mismo espíritu” (“unánimes”, v.12b). Este término,
salvo una vez en Rom 15,6 es exclusivo de Hechos en el NT (x10). Se aplica a la
oración “unánime” de la primera comunidad (1,14; 4,24), unánimes van al templo
(2,46) y en general indica algo hecho de común acuerdo, en conjunto y unidad.
Es interesante que sea algo que se dice insistentemente de las comunidades
ideales que Lucas presenta de modo idílico en los comienzos del Evangelio. Este
grupo es calificado de “multitud” (vv.14.16), y expresamente son señalados
“varones y mujeres”. Desde el comienzo las mujeres son destacadas en la
comunidad (1,14), tanto varones como mujeres son encarcelados (8,3; 9,2; 22,4),
ambos géneros hacen crecer la comunidad (8,12; 17,4.12; 21,5) además de
aquellas mujeres mencionadas por su nombre como Tabitá, Lidia, Prisca y otras. Siendo
que las encontramos desde el comienzo, es lógico suponer que cada vez que se
hable de “la comunidad”, “los discípulos” o que cada vez que se utilice un
plural, debamos suponer a las mujeres en ese grupo.
Abruptamente en v.15 parece retomar la tradición
de Pedro que encontrábamos en los primeros capítulos. Algunos lo ven como
ruptura. De hecho el sumario es muy semejante a Mc 6,35-36, texto que Lucas no
pone en el mismo lugar que Marcos, quizás reservándolo a fin de ponerlo aquí. No
es la única vez que Lucas no pone algo de Jesús en Marcos en el cuerpo del Evangelio
y lo pone –pero aplicado a discípulos- en Hechos; por ejemplo ver Mc 16,64 /
Hch 6,11; Mc 15,11 / Hch 6,12; Mc 14,57-58 / Hch 6,13-14 o Mc 4,12 / Hch 28,26-27. En este caso, el
sumario aplicado a Jesús por Marcos, se aplica a Pedro (y uno semejante se
aplicará más adelante a Pablo, en otro paralelo típico de Hechos entre estos
dos personajes, 19,11-12; es típico también de Hechos mostrar que cosas que
hace uno, también las realiza el otro).
Continuando la obra sanadora y exorcista de Jesús
la comunidad primitiva da comienzo a su
ministerio de anunciar el Evangelio.
Lectura del libro
del Apocalipsis 1, 9-11a. 12-13. 17-19
Resumen: una visión inaugural presenta a Jesús que se dirige a "Juan" presentándose a sí mismo para que luego él se dirija a las Iglesias con características que el A.T. atribuye a Dios.
Después de una breve
introducción (1,1-3), el libro del Apocalipsis empieza con un canto litúrgico
conducido por un guía y respondido por la asamblea (1,4-8). Terminado el canto
(algo que será muy frecuente e importante todo a lo largo de un libro con importantes
párrafos litúrgicos) nos encontramos con la primera visión, preparatoria a lo
que vendrá (las visiones preparatorias son algo también habitual en el libro).
Jesús mismo se le presenta al “vidente” y se manifiesta. Esto será una suerte
de introducción a los próximos dos capítulos, las cartas a las 7 Iglesias. Así
se ha dicho –quizás de un modo algo simplista- que en 1,4-8 el texto habla a
Jesús, en 1,9-20 se habla sobre Jesús y en 2-3 es Jesús mismo quien habla.
El vidente se presenta
como “Juan”. Siendo que es propio de la literatura apocalíptica la
“pseudonimia”, es decir poner el texto bajo el nombre de grandes personajes
históricos como Moisés, Adán y Eva, Henoc, Daniel, Baruc. Así en este libro
parece aludirse a la tradición de algún gran personaje de antaño, quizás al
apóstol. De todos modos, el texto empieza aludiendo al “testimonio” a causa del
cual el autor se encuentra en una isla, Patmos. “Testimonio” en griego es
“martyría”, otro tema característico de la literatura apocalíptica, propia de
tiempos martiriales.
Lo que vendrá a
continuación es una “visión” ocurrida el “día del Señor” con lo cual retomamos
el clima litúrgico. Se le encarga al vidente escribir a las siete iglesias lo que verá, con lo que prepara los
próximos 2 capítulos. De hecho, cada carta empieza con una referencia al
remitente de la misma aludiendo a un aspecto diferente de esta visión (“esto
dice el que tiene las siete estrellas…”, “el que tiene la espada aguda de dos
filos”, etc.). La “visión”, en realidad comienza en v.12 ya que antes nos
encontramos frente a una “audición”. La descripción del personaje comienza
entre siete candeleros de oro y finaliza
describiendo que “en la mano tiene siete estrellas…”. Lo que se destaca del
personaje es que es “como un hijo de hombre”, y a continuación se señala su
vestimenta, su cabellera, ojos, pies. La mayor parte de estas descripciones
remiten a textos del A.T., particularmente del libro de Daniel, una nueva
característica de todo el libro que remite constantemente a textos del AT.
Sobre el libro de Daniel es importante señalar que –de todos modos- habla de un
“hijo de hombre” (7,13) puesto en contraste con cuatro bestias que representan
cuatro pueblos opresores de Israel (probablemente babilonios, persas, y griegos, ptolomeos y seléucidas).
A diferencia de estos, el hijo de hombre también representa un pueblo, Israel,
que en contraste con la deshumanización bestial de los otros viene a inaugurar
una era de humanización. Esta figura, el hijo del hombre, sin embargo, fue
adquiriendo características más personales con el paso de la literatura
apocalíptica. En nuestro texto, concretamente, se refiere sin dudas a una
persona individual y concreta (es interesante que los nombres-títulos “Jesús” y
“Cristo” no son muy frecuentes en el Apocalipsis, (x14 y x7 respectivamente)
pero indudablemente se refiere a Él.
Ante esta visión,
“Juan” cae en tierra –algo que en la Biblia ocurre cuando se está frente a
Dios- y nuevamente “escuchamos” la voz que –en este caso- interpretará lo que
ha visto y prepara lo que sigue. El que habla se presenta como “el primero y el
último” (v.17), el primer título dado a Dios en el AT (Is 44,6) que se traspasa
a Jesús en este libro (nueva característica de esta obra aplicar a Cristo
títulos propios de Dios). Pero esto es interpretado a partir de la muerte y
resurrección de Jesús: “estaba muerto, pero vivo”, por eso es “el viviente”. Y por
eso es el que tiene la llave capaz de liberar de la muerte (v.18) a los que
residen en ese “lugar” (= el Hades). La característica de Jesús vivo por la
resurrección de entre los muertos será un elemento más de los muchos que
atraviesan todo el libro (p.e. ver 5,6; 14,1). Y concluye señalando que debe
escribir lo que es y lo que sucederá. Sin duda se refiere al presente de la/s
Iglesia/s, en su situación de tensión y conflicto y su promesa de plenitud a
los que se mantengan fieles (los “testigos”). El intérprete (que haya alguien
que interprete –generalmente un ángel- también es algo característico de los
apocalipsis) aclara que los candelabros y las estrellas son los siete ángeles
de las siete iglesias a los que dirigirá la palabra (y la orden de escribir) en
los siguientes dos capítulos.
Lo cierto es que “el
que vive” por la resurrección (“para siempre”) da el sentido al presente de las
comunidades, se dirige a la realidad concreta de las Iglesias y las invita a
modificar de actitud o mantenerse en fidelidad, según sea el caso, para que los
tiempos críticos en los que se escribe la inviten a mirarse en el “hijo del
hombre” y dejarse conducir por él.
Evangelio según san
Juan 20, 19-31
Resumen: en dos escenas Jesús se aparece a su comunidad otorgando los dones plenos esperados para el final de los tiempos. Por otra parte, se resalta la identidad entre el resucitado con el crucificado en los signos visibles de la cruz, pero -como el discípulo amado- el Evangelio se dirige a quienes creerán sin ver y así alcanzarán la vida plena de Dios.
El día de la resurrección está concluyendo. De madrugada, María Magdalena fue al sepulcro (20,1); más tarde María se encuentra con Jesús a quien confunde con el “jardinero” (20,15) y lo comunica a los “discípulos” y al atardecer de ese mismo día tiene lugar la aparición a “los discípulos”. No sabemos quiénes eran los que estaban en este relato (por lo cual “los discípulos” como conjunto son los que deben ser tenidos en cuenta en el relato), sólo sabemos quién faltaba, Tomás, que será el protagonista, junto con Jesús, de la próxima y última escena. Esta unidad tiene entonces dos partes separadas por una semana (a fin de que la nueva aparición del resucitado vuelva a ocurrir en domingo). La ausencia y presencia de Tomás marca el elemento -nuevo en la segunda- que las relaciona, pero no hace falta caer en el fundamentalismo de preguntar si entonces Tomás no recibe los dones dados por Jesús en la primera visita.
Empecemos señalando que la presencia de Jesús con
las puertas cerradas (v.19.26) parece intentar aludir a que Jesús no ha vuelto
a la misma vida pasada: su cuerpo es el mismo, pero es a su vez distinto, es
glorificado. Como en la escena que sigue, las palabras de Jesús reconocen el
don de la paz (shalom, algo necesario en medio del “temor”; no es justo decir
que la paz ya está entre ellos –a causa de la ausencia de verbo, lit. “la paz
con ustedes”- ya que el temor y la alegría posterior parecen desmentirlo) que
Jesús les otorga (vv.19.26) y a continuación “les muestra las manos y el
costado” reforzando así la idea de que “el resucitado es el crucificado”,
continuidad y diferencia. Esto dicho anticipa la escena de Tomás, pero también
nos adelanta que lo que dirá luego de los que “creen sin ver” no se refiere a
los discípulos sino a los lectores del Evangelio.
La alegría y la paz nuevamente otorgadas tienen
una nueva dimensión. No se trata simplemente de repetir un saludo y que los
discípulos se “alegren” por verlo resucitado, la “paz” y la “alegría” son dones
escatológicos, como es escatológico todo el ambiente de esta escena. La
resurrección de Jesús empieza a derramar sobre los suyos, los discípulos, los
dones esperados para el final de los tiempos. Precisamente el gran don, el que
engendra los anteriores, es el Espíritu que ahora entrega el resucitado. Nosotros
lectores ya sabemos que sobre el pequeño grupo al pie de la cruz –los creyentes
representados en la madre y el discípulo amado- se ha dado el espíritu (19,30),
como estaba anunciado (7,39). Pero el espíritu –ver los dichos del Paráclito
(ver 14,16.26; 15,26; 16,7, siempre en el discurso de despedida)- no se derrama
sobre el pequeño grupo, sino sobre todos los creyentes para ser testigos
(20,22; ver 15,26-27).
Ahora bien, como se puede ver en una lectura integral
de todo el Evangelio, uno de los elementos centrales de la cristología joánica
es presentar a Jesús como “enviado” del Padre. El “enviado” (hebreo “sheliah”) es
una institución característica para la cual la persona tiene “la misma
autoridad que tiene quien lo envía”, es decir, lo que dice, lo que decide, lo
que deja de hacer es el mismo ‘enviador’ quien lo hace. Siendo Jesús “enviado
del Padre” evidentemente pronuncia su misma palabra, opera sus mismas obras
como todo a lo largo del Evangelio queda claro. “Enviado” en griego se dice con
dos términos, pempô y apostellô (de donde viene “apóstol”). Así podemos decir
que en el cuerpo del evangelio de Juan sólo hay un “apóstol” que es Jesús. Sin
embargo, una vez resucitado, Jesús “envía” a sus discípulos así “como el Padre
me envió” (ver 13,16.20; 17,18), y –en coherencia con los textos mencionados-
es un envío “al mundo”.
A continuación les da la capacidad de hacer
llegar a todos el perdón de Dios (en un texto que tiene cierto contacto con Mt
16,19; 18,18).
La escena queda abruptamente interrumpida –no hay
despedida ni partida- con la referencia a la ausencia de Tomás. En un diálogo
entre ambas escenas los asistentes confirman que han “visto al Señor” (nuevamente
se confirma que la alusión a los que creen sin ver no se refiere a ellos) pero
Tomás manifiesta explícitamente su incredulidad yendo más allá de la visión, él
quiere tocar.
Ocho días más tarde la escena inicial vuelve a
repetirse, como dijimos, pero ahora Jesús se dirige directamente a Tomás
invitándolo a hacer lo que había solicitado e invitándolo a no ser increyente
sino creyente. La escena concluye con la magnífica confesión de fe de Tomás,
“Señor mío y Dios mío”.
Pero veamos algunos elementos fundamentales para
entender más plenamente esta unidad: como se ha dicho, la paz y la alegría no
son un simple saludo. La paz ya había sido anunciada por Jesús para su vuelta
(14,27-28; 16,33; ver Is 52,7, 60,17, 66,12); y también la alegría (14,19; 16,21-22;
ver Is 51,3 11, Sal 35,9). El “soplo” podría aludir al relato de la (nueva)
creación (Gen 2,7; Sab 15,11) pero parece también coherente con la imagen de la
resurrección en alusión a Ez 37 en el relato de los “huesos secos”; la
humanidad resucita por el poder creador de Jesús resucitado. La referencia a perdonar y retener se mueve entre dos
extremos, y tiene la apariencia de lo que se llama un “merismo”, es decir una
figura retórica que quiere señalar la totalidad moviéndose entre los dos
extremos. En este caso parece simbolizar el control total del acceso a la casa
(ver Is 22,22 con términos similares, que también inspira –como dijimos- a Mt
16,19 y 18,18). Puesto que la escena refiere a “los discípulos” sin
especificar, parece que debe entenderse que es toda la comunidad creyente la
que recibe este “ministerio”.
Los discípulos ya habían escuchado palabras
semejantes de María Magdalena que “había visto al Señor”, pero el texto no dice
nada sobre las consecuencias de esto (lo que podría estar incluido si creemos
que Juan ha desarmado el texto –como hemos dicho la semana pasada- y puesto la
reacción de los discípulos al comienzo de la unidad). Las mismas palabras dicen
ahora los discípulos a Tomás: “hemos visto al Señor”.
La respuesta de
Tomás a los discípulos marca un segundo
estadio en su itinerario de fe –luego de la ausencia- Está dispuesto a dejar su incredulidad si es que el resucitado se
ajusta a sus criterios, pero «si no» (ean me) cumple sus condiciones, permanecerá
en la incredulidad, “no creeré” (ou me pisteuso). Tomás exige “tocar” a
Jesús así como María quería aferrarse a su cuerpo (20,17); Tomas –ahora al
menos está presente- exige experimentar el cuerpo resucitado del crucificado. Pero el sentido fuerte de
“tocar” y “meter” parece destacar, además, la continuidad entre el mundo pasado
y presente de Jesús (algo que el paso a través de las puertas refuta, como
dijimos). Para creer, Jesús debe aceptar sus exigencias. Al aparecerse Jesús manifiesta aceptar las
condiciones de Tomás, pero a su vez también pretende: “y no seas incrédulo,
sino creyente…” (no hace falta destacar la reiteración e importancia del verbo
“creer”). Nada indica que Tomás tocara, ahora es él el que acepta la condición de
Jesús y manifiesta su fe. Lo que había ido mostrándose en el Evangelio sobre
“la palabra” en 1,1-2, el uso por parte de Jesús del absoluto “yo soy” (ver
4,26, 8,24.28.58; 13,19; cf. 18,5.8), y su afirmación «yo y el Padre somos uno»
(10,30 y también 10,38) llegan a su “climax” en esta confesión de fe: “Señor
mío, Dios mío”. Se ha destacado que el emperador Domiciano (81-96 d.C.) quería ser venerado como Dominus et Deus
noster (Suetonio, Domiciano 13). El ambiente del “culto al emperador”
era muy importante en el imperio romano, y quizás sea el trasfondo del dicho, pero
no hace honor al texto entenderlo solamente como una confrontación; el dicho debe
entenderse especialmente en el contexto del mismo Evangelio y su texto (cf. Sal
35,23; Am 5,16).
La confesión
finaliza con un dicho de Jesús, “Dichosos los que no han visto y han creído”
abriendo así el relato a los lectores del Evangelio, a un nuevo tiempo
histórico (17,20; cf. 1 Pe 1,8). Pero no es justo, tampoco, descuidar–en una
misma proyección a los discípulos y al tiempo de los lectores del Evangelio-
que antes, del discípulo amado se ha destacado que creyó sin ver (20,8). Eso es
lo que están invitados a confesar los destinatarios del cuarto evangelio, y ese
ejemplo están (estamos) invitados a seguir.
En los vv.30-31 se presenta la conclusión de todo
el Evangelio, el “para qué” fue escrito: “para que crean” y creyendo “tengan
vida” (divina). “Juan” ha hecho una selección de signos en esta obra con esta
finalidad, “que crean”. No se debe descuidar que este creer aquí se señala explícitamente:
“que crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios”, algo que en el Evangelio es
confesado por Marta (11,27). Siendo idénticas palabras a las de Pedro en la
llamada “confesión de fe de Pedro” (Mt 16,16), seguramente debería referirse a
Marta con idéntica idea, “confesión de fe de Marta”; por eso a ella Jesús le
aclara “el que crea en mí, aunque muera vivirá, y todo el que vive y cree en mí
no morirá jamás. ¿Crees?” (11,26; notar en ambos casos –de Marta y de la
conclusión del Evangelio- la centralidad de “creer”). Siendo esta la máxima
confesión de fe del Evangelio, no se debería dejar a Marta en un segundo lugar
al leerlo. Pero –en este caso concreto de la liturgia de la fecha- siendo esta la
conclusión de todo el Evangelio, la unidad merecería un desarrollo mucho más
extenso. Simplemente reiteremos aquí la estrecha relación entre fe y vida
(divina), eso es lo que el autor del Evangelio pretende. Esos son los
“creyentes” –y discípulos amados- y esa es la comunicación de la vida
“resucitada” para “todo el que cree”.
Dibujo tomado de http://www.parroquiavilanova.es/2011_04_01_archive.html
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