“Converso”
Eduardo de la Serna
Desde
distintas perspectivas, la sociología contemporánea ha trabajado y pensado el
tema que se llama la “conversión”.
Incluso en buenos comentarios bíblicos de hoy: por ejemplo, la búsqueda de
conversiones –lo que es propio de las sectas proselitistas como era el
cristianismo de los orígenes, es vista como “acciones encaminadas a incorporar personas percibidas como extrañas
dentro de una comunidad particular de modo que acepten los puntos de vista
sostenidos por dicha comunidad” (M. Goodman [1994]). Visto, en cambio,
desde el que acepta este proceso, se lo presenta como “la reorientación de la mente de un individuo, el paso deliberado de una
forma anterior de piedad a otra, un paso que implicaba la conciencia… de que lo
antiguo era equivocado y lo nuevo era correcto” (A. D. Nock [1933], el autor
fundamental para comprender la moderna investigación sobre el tema). La novedad
que aporta el cristianismo, en esto, radica en que en el mundo greco-romano “jamás se había visto, ni se había imaginado
siquiera, a un hombre que renunciara a la religión de su ciudad natal y de sus
antepasados para entregarse de todo corazón y de manera exclusiva a una
religión diferente” (G. Bardy [1990]). Los modernos estudios psicológicos,
sociológicos y antropológicos “muestran
que, sin minimizar el papel que juegan las motivaciones religiosas o
filosóficas, es necesario considerar también los factores psicológicos,
sociales y culturales que inciden en el proceso de conversión” (S. Guijarro
[2013]), “hay abundantes factores
personales y sociales que proveen un campo fértil para que las nuevas religiones,
como el cristianismo, para las que el movimiento cristiano fue simplemente
exitoso” (J. T. Sanders [2002]).
Sin embargo, en
un sentido popular, la idea de conversión se aplica al paso de una situación a otra,
de un grupo a otro dado por una persona o un colectivo.
Irónicamente podríamos decir que
este paso es mirado con calificativos distintos según quien mira al que cambia:
si alguien se incorpora a “nuestro” grupo se lo suele calificar de conversión, mientras que si alguien abandona
“nuestro” grupo para pasar a otro se lo suele calificar de traición. Y esto nos puede permitir un nuevo paso: muchas veces
nuestra mirada –que es obviamente “desde
un lugar”- condiciona positiva o negativamente nuestra apreciación por el
(supuesto) cambio de una persona. En
otra parte hemos señalado [ver blog] que es discutible hablar de “conversión”
en el caso de Pablo de Tarso según las fuentes de las que disponemos, pero la
historia es abundante en casos de conversiones notables. Pero –lo repetimos-
una mirada general y rápida suele entender “conversión” como un paso de alguien
“extranjero” a nuestro grupo.
Siguiendo con
este sentido popular, el término “converso”,
no suele estar cargado de los análisis precedentes (o similares) sino que se entiende
con matices negativos. Carlos Mugica hablaba con frecuencia de su paso al
peronismo como una conversión y –acotaba- “todos
sabemos lo fanáticos que son los conversos”. Pero el término también puede
tener connotaciones más negativas aun cuando se insinúa un “cambio” por
motivaciones espurias, por ejemplo económicas, sean estar reales, supuestas o
hasta “campañas de desprestigio”. Hay
personas, en cambio, que no han cambiado fundamentalmente su mirada y su
perspectiva. Y –del mismo modo que lo antedicho- visto desde alguien que sigue
en “nuestro grupo” se lo suele ver como “coherencia”, mientras que si sigue en otro
grupo se suele calificar de “rigidez” o falta de flexibilidad, de adaptación o
de no saber ver.
En lo
personal, podría decir que en muchas cosas (¡muchísimas!) he cambiado. En
algunas un poco, en otras bastante y en otras de un modo drástico. En algunas
cosas quisiera cambiar más –o convertirme-, en otras quisiera mantenerme “fiel”.
Creo que es cuestión de humanidad y –desde mi perspectiva-, de coherencia.
Si miro –por ejemplo
en el ambiente del periodismo- hay
personas de las que en muchas cosas me siento en las antípodas de su
pensamiento. Creo que miramos desde distinto lugar y con distinta dirección.
Pero eso no me parece que los transforme en traidores, por supuesto. Ni tengo
de ellos una opinión negativa, aunque no comparta sus criterios. Creo que
miramos desde distinto lugar, sin duda que me parecería preferible que ellos/as
también lo hicieran del mismo en que yo lo miro porque lo creo el lugar
preferible, pero no lo pretendo. Los creo honestos, aunque no comparta sus
miradas. Debo confesar que me cuesta –en determinados casos- conversar con
ellos, pero no porque tenga una mirada negativa de sus personas, sino porque
creo que miramos dos mundos distintos. Claro que también –debo confesar- de
otros/as me cuesta mucho creerlos honestos, o –por lo menos- creo que los dos
puntos desde los que miramos no son distintos sino contradictorios, opuestos.
También hay quienes parece que han cambiado y ya no están donde estaban
(conversión o traición, según se mire). Y no estoy en condición de analizar las
causas de los (aparentes) cambios. En lo personal, creo además que algunos –aunque
lo parezca- nunca cambiaron de fondo. Siempre fueron (o me parecen) ególatras
que creen que el mundo no puede existir (o ser informado) sin ellos, pero
siempre fueron abanderados de la anti-política (y no soportan no estar en el
aire, o no soportan el reverdecer de la política), siempre fueron
anti-populares aunque tuvieran camiseta progre ayer y de las corporaciones hoy,
con escala en el teatro de revistas. Y otros, creo que tampoco cambiaron porque
siempre parecieron cuestionándose, buscando, y peleando por ser coherentes.
Aunque no coincida con muchos o algunos de estos, creo que son coherentes.
Valga esto
para un paréntesis o apartado sobre Víctor Hugo Morales. Pablo Sirvén, un
periodista menor (y digo “menor” simplemente porque lo considero muy corto en
sus análisis, no demasiado lúcido, e incapaz de hacer el menor esfuerzo por
ponerse en el lugar del otro al comentar), acaba de escribir un libro sobre
Victor Hugo titulado “Converso”. Y
digo “menor” al ver cómo fue literalmente destrozado por Cynthia García en el
caso Zaffaroni, (o mejor dicho, caso que quisieron inventarle a Zaffaroni) , o al
escuchar la pobre pregunta que él creyó lúcida que hizo cuando el showman de
los domingos a la noche le dijo qué era lo que él “quería preguntar” (usando
los muertos de Once). Todo eso lo revela
como alguien que –como decía mi viejo- “lee
y escribe con dificultad” [entre paréntesis, ¿qué le pasó a La Nación, que
de ser claramente conservadora, y representante del periodismo liberal
capitalista, vocera de la Sociedad Rural, pero con altura y nivel periodístico,
pasa a tener o escribir gente como Grondona, Majul, Sirvén (mejor sin tilde,
pero…) y hasta un pateador de puertas]. Que una persona que Sirve al capitalismo y sus voceros hable
de Victor Hugo como un “converso”, parece más bien una aplicación de aquello de
que “para el ladrón, todos son de su condición”. Quizás debería lavarse la boca
antes de hablar de un Periodista con todas las letras. Si VH cambió, si algo lo
convenció de que era mejor y lo de antes no lo era, no es señal de corrupción,
ni de debilidad, sino de convicción. Y las personas con convicciones no dudan
en cambiar de actitudes, o de posiciones cuando ven que algo es más coherente o
más justo según su mirada. Puede cambiar el lugar donde cree que encuentra más
fidelidad a sus convicciones, pero sigue siendo coherente con ellas. Y ese es
el punto. Punto que no muchos pueden mostrar. O, muchos pueden mostrarlo, pero
no pueden convencernos que ese punto de mirada y de dirección sea el bien de
los pobres, la justicia, la verdad, las “causas que valen la pena”. No leí el
libro de Sirvén, y nada me hace pensar que lo vaya a leer, por quien lo
escribe, por de quién habla, por la poca lucidez que le atribuyo, pero sí creo
que merece –a partir del título- un reconocimiento a Víctor Hugo. No sé si
estoy de acuerdo con Victor Hugo en todo, en mucho o en poco, sí sé que me
resulta un periodista coherente, que quiere pensar y hacer pensar, y quiere
informar con responsabilidad. Es decir, lo que yo espero de un periodista. Es
posible que otros consideraran que antes estaba de su lado, y por tanto lo
califiquen o insinúen que ha traicionado el periodismo, o que es converso, o
que es mercenario. Otros, en cambio, creeremos que el periodismo no se mide por
el rating (no podemos dejar de recordar la credibilidad que durante un buen
tiempo tenía Bernardo Neustadt y su rating); el periodismo se mide por la
credibilidad. Y –debo confesarlo- a muchos periodistas, quizás honestos, o con
mucha audiencia, no les creo nada, y creo que –aunque sea sin saberlo o
quererlo- Sirven a todas las causas
que detesto. Si Victor Hugo se convirtió a la “causa del pueblo” (cosa que dudo, porque creo que ya estaba allí,
al menos en gran parte), pues bienvenido sea el converso. Y bienvenidos todos
los que descubran que la causa de los pobres –causa de Dios- es la causa por la
que vale la pena perder prestigio, ser cuestionado o criticado, y hasta dar la
vida. Un tal Jesús dijo una vez: “Bienaventurados
ustedes cuando los hombres los odien, los excluyan, los
insulten y desprecien su nombre a causa del Hijo del Hombre. (…) ¡ay de ustedes
cuando todos los alaben! Del mismo modo los padres de ellos trataron a los
falsos profetas”.
Foto de VHM tomada de Wikipedia
No hay comentarios:
Publicar un comentario