Papolatría, Papado y papanatas…
Eduardo de la
Serna
No hace falta ser analista para reconocer que
muchas cosas cambiaron en la mirada de la gente, de los Medios, de las
Instituciones con respecto al “Papa”. Y por eso se me ocurre decir algunas
cosas:
+ Es evidente que en la Iglesia, como cualquier
comunidad, grupo, institución debe haber coordinadores, animadores,
responsables. La pregunta evidente y fundamental es cómo debe ser ese tal.
+ Si hablamos de la Iglesia, también es
evidente que el papa se refleja en la figura bíblica de Pedro. El papa es el “sucesor de Pedro”. Ahora bien, si
miramos esto, hay algunas cosas que hemos de decir:
-
Pedro fue uno, con sus
características, virtudes y defectos (defectos que el Nuevo Testamento nunca se
ocupa de disimular), lo cual no significa que deba tenerlos su sucesor.
-
Pedro ocupa un rol diferente en los diferentes libros del Nuevo Testamento (Marcos, Pablo, Juan,
Mateo, Lucas…) lo cual indica que hubo diferentes lecturas de su “ministerio”.
-
No es mucho lo que sabemos –precisamente por lo anterior- del “Pedro histórico”. Siendo galileo, fue
primeramente responsable de la comunidad de Jerusalén, luego parece haberse
dirigido a Antioquía (la segunda o tercera ciudad del Imperio) y finalmente se
dirigió a Roma (quizás pasando por Corinto, no lo sabemos con seguridad). No ha
de haber pasado mucho tiempo en Roma antes que ocurriera la matanza de
cristianos de Roma en manos de Nerón en la cual Pedro parece haber sido
ejecutado. Con el tiempo –paso de muchos
años, y quizás siglos- esa “coordinación” fue llamada “episcopado” (el título existía desde el principio, me refiero al “cargo”).
De allí se empezó a destacar que Pedro fue el “primer Obispo de Roma”. De allí
quedó –simbólicamente- la institución de su fecha de martirio, junto con la de
Pablo, de cuya muerte sabemos menos todavía- el 29 de junio; fecha ligada
antiguamente a la fundación de Roma. Después, su muerte quedó cargada de
leyenda, pero no es eso lo importante.
-
El ministerio petrino pasó a
ser entendido como ser “obispo de Roma”,
comunidad que “preside en la caridad” las demás comunidades que son todas y
cada una ‘verdadera iglesia’, presididas por sus pastores-epíscopos.
-
Pasó mucho tiempo y muchos siglos antes que al Papa se le adjudicaran
nuevos “títulos” como vicario de
Cristo (antes “vicarios de Cristo” eran los pobres), Santo Padre (sic), y
otros. Incluso el título “papa” fue
tardío (siglo III) y era una manera afectiva de llamar al obispo (el primero
que recibe este título fue Cipriano, obispo de Cartago).
-
Pasado más tiempo, empezó a concentrarse en el papa el “poder” de canonizar, o de elegir obispos
(algo que en los primeros siglos hacía el pueblo mismo). Muchas de estas
cosas nacieron razonablemente para impedir “extrañas canonizaciones” que ponían
en riesgo la fe de la gente por motivos económicos (por ejemplo miles de santos
inexistentes para alentar peregrinaciones) o para impedir la injerencia de los
nombramientos episcopales por parte de los poderosos de turno.
-
Con el tiempo, el papa fue también “general” del ejército, “rey” (o
monarca), “patriarca”, etc. Sin duda motivas diferentes, justos o no, motivaron
estos nuevos aspectos del papado. Lo cierto es que muchos de esos fueron
quedando hasta conformar la estructura actual del papado; un papado que se ha “encarnado” en una monarquía absolutista,
la única existente en la actualidad. Resabio de ello es la existencia, por
ejemplo, de un “Estado Vaticano” (reducido a la mínima expresión desde fines
del s.XIX).
+ Sintetizando, para hablar de Pedro lo que deberíamos tratar de mirar serenamente es ¿cuál es el Pedro que Jesús quería (y querría)? Ciertamente no será un Pedro sin defectos (defectos que es bueno conocer y reconocer), y eso no debería escandalizarnos.
+ Acá –creo- debemos formularnos una pregunta: en la milenaria historia de la Iglesia hubo cientos de papas, papas santos y papas perversos. Y sería ingenuo (y enfermo) pensar que eso no puede ocurrir en nuestro tiempo. La pregunta es ¿cómo debería ser hoy el papado? No es importante si el papa esto, o el papa aquello; no es importante el papa este o el papa aquel. Y digo que no es importante porque un papa puede ser maravilloso pero basta que luego venga uno perverso para que todo se derrumbe, o viceversa. Y no debiera ser así.
+ El modelo actual de Papado es tan importante que decir Papa es lo mismo que casi decir Iglesia. Y eso en nada se parece a la Iglesia que Jesús quería, ni al Pedro que Jesús eligió. En este sentido es razonable pensar que el tema fundamental no es mirar o evaluar el papa este o aquel, sino el papado mismo. ¿Cómo es? ¿Cómo debiera ser? ¿Es razonable –por ejemplo- que el sucesor de Pedro sea “Jefe de Estado”? ¿Es razonable que los obispos sean elegidos por una persona que tendrá su ideología, sus perspectivas y miradas, su cultura y su desconocimiento total de la diócesis y no que sean elegidos por las comunidades con acuerdo del papa (como ocurre en las iglesias católicas orientales)? ¿Es razonable que los santos sean propuestos por el mismo papa y no que las mismas comunidades reconozcan a sus propios referentes, testigos y modelos, siempre con acuerdo papal? Señalo estos tres ejemplos pero sin duda hay cientos más. Es evidente que según sea papa uno u otro, los nombramientos episcopales, o las canonizaciones –por ejemplo- serán distintas (y a veces hasta contrapuestas), y los papas pasan, pero los obispos y los santos quedan, puede decirse.
+ Pero hoy por hoy, el papado es este que está y hay. Es Estado, con su Banco y hasta su filatelia, la elección del papa está en manos de cardenales –“príncipes de la Iglesia”- que el papa anterior “creó”, y la mujer está absolutamente ausente de todas las instancias de decisión; como también lo están los pobres. Insisto que no es cuestión de este o aquel papa; es cuestión de papado. Y mientras el papado siga como está –aunque haya retoques cosméticos, como la renuncia a ser “patriarca”, o a la “corona”, o a usar zapatos rojos- algunos celebrarán esto o aquello de este o aquel papa pero la Iglesia no parecerá mirar de frente la historia para asumir los desafíos del presente. Mientras la cosa siga así, habrá colectivos críticos del papa este o aquel, y otros encantados con él; habrá “papólatras” que ponen en el papa la confianza y la esperanza (lo que se asemeja peligrosamente a la idolatría) y habrá medios –o mediáticos- fascinados o indignados con esto o aquello, con este o aquel. Pero las cosas de fondo no habrán cambiado. Si el papa actual produce un giro de 360º, pues no hemos cambiado nada. E insisto, no se trata de cambiar esta cosa o la otra (por más buenos que esos cambios sean) se trata de poner la Iglesia frente a la historia, de asumir los desafíos del presente, y mirar con osadía el futuro. Y acá lo fundamental, se trata de dejar y reconocer que a la Iglesia no la conduce ni guía el papa este o aquel sino el Espíritu Santo, ese que “hace nuevas todas las cosas”, el que “renovará la faz de la tierra”, el “padre de los pobres”, el que “habló por los profetas”. Claro que ese mismo Espíritu se vuelve imposible de aferrar, “sopla donde quiere”, y nos desafía a cada instante. ¿No es curioso que haya cientos de casos –y decir “cientos” quizás sea poco- de santos, grandes espiritualidades, movimientos eclesiales que en los largos primeros momentos la Iglesia institución condenó, censuró (y en algunos casos hasta ejecutó, como a Juana de Arco)? Podemos hablar de grandes santos como Francisco de Asís, Teresa o Ignacio, o de grandes estudiosos de Biblia y teología de principios del s.XX, para poner ejemplos. ¿Dónde soplaba el Espíritu en esos casos? La “recepción” –palabra fundamentalísima, rescatada en el post-Concilio por grandes teólogos, y frecuentemente olvidada o ignorada- es la que nos mostrará por dónde sopla el Espíritu Santo, mientras tanto la “esclerosis” eclesial (osteoporosis la llamó Hans Küng; invierno dijo Karl Rahner) mostrará a veces cambios simpáticos, gestos agradables, pero si no sabemos reconocer los “signos de los tiempos”, al Dios que habla en “el libro de la historia”, quizás nada cambie, o sólo cambie el “packaging”. Mientras tanto, la historia sigue su camino, y es en ella donde deberíamos aprender a descubrir las “semillas del Verbo”, el “soplo del Espíritu” y allí donde debemos estar los cristianos. Y ojalá la Iglesia institución sepa romper las estructuras que le impiden caminar junto a la humanidad y ser “signo del reino de Dios” para los varones y mujeres de hoy, y de mañana.
+ Sintetizando, para hablar de Pedro lo que deberíamos tratar de mirar serenamente es ¿cuál es el Pedro que Jesús quería (y querría)? Ciertamente no será un Pedro sin defectos (defectos que es bueno conocer y reconocer), y eso no debería escandalizarnos.
+ Acá –creo- debemos formularnos una pregunta: en la milenaria historia de la Iglesia hubo cientos de papas, papas santos y papas perversos. Y sería ingenuo (y enfermo) pensar que eso no puede ocurrir en nuestro tiempo. La pregunta es ¿cómo debería ser hoy el papado? No es importante si el papa esto, o el papa aquello; no es importante el papa este o el papa aquel. Y digo que no es importante porque un papa puede ser maravilloso pero basta que luego venga uno perverso para que todo se derrumbe, o viceversa. Y no debiera ser así.
+ El modelo actual de Papado es tan importante que decir Papa es lo mismo que casi decir Iglesia. Y eso en nada se parece a la Iglesia que Jesús quería, ni al Pedro que Jesús eligió. En este sentido es razonable pensar que el tema fundamental no es mirar o evaluar el papa este o aquel, sino el papado mismo. ¿Cómo es? ¿Cómo debiera ser? ¿Es razonable –por ejemplo- que el sucesor de Pedro sea “Jefe de Estado”? ¿Es razonable que los obispos sean elegidos por una persona que tendrá su ideología, sus perspectivas y miradas, su cultura y su desconocimiento total de la diócesis y no que sean elegidos por las comunidades con acuerdo del papa (como ocurre en las iglesias católicas orientales)? ¿Es razonable que los santos sean propuestos por el mismo papa y no que las mismas comunidades reconozcan a sus propios referentes, testigos y modelos, siempre con acuerdo papal? Señalo estos tres ejemplos pero sin duda hay cientos más. Es evidente que según sea papa uno u otro, los nombramientos episcopales, o las canonizaciones –por ejemplo- serán distintas (y a veces hasta contrapuestas), y los papas pasan, pero los obispos y los santos quedan, puede decirse.
+ Pero hoy por hoy, el papado es este que está y hay. Es Estado, con su Banco y hasta su filatelia, la elección del papa está en manos de cardenales –“príncipes de la Iglesia”- que el papa anterior “creó”, y la mujer está absolutamente ausente de todas las instancias de decisión; como también lo están los pobres. Insisto que no es cuestión de este o aquel papa; es cuestión de papado. Y mientras el papado siga como está –aunque haya retoques cosméticos, como la renuncia a ser “patriarca”, o a la “corona”, o a usar zapatos rojos- algunos celebrarán esto o aquello de este o aquel papa pero la Iglesia no parecerá mirar de frente la historia para asumir los desafíos del presente. Mientras la cosa siga así, habrá colectivos críticos del papa este o aquel, y otros encantados con él; habrá “papólatras” que ponen en el papa la confianza y la esperanza (lo que se asemeja peligrosamente a la idolatría) y habrá medios –o mediáticos- fascinados o indignados con esto o aquello, con este o aquel. Pero las cosas de fondo no habrán cambiado. Si el papa actual produce un giro de 360º, pues no hemos cambiado nada. E insisto, no se trata de cambiar esta cosa o la otra (por más buenos que esos cambios sean) se trata de poner la Iglesia frente a la historia, de asumir los desafíos del presente, y mirar con osadía el futuro. Y acá lo fundamental, se trata de dejar y reconocer que a la Iglesia no la conduce ni guía el papa este o aquel sino el Espíritu Santo, ese que “hace nuevas todas las cosas”, el que “renovará la faz de la tierra”, el “padre de los pobres”, el que “habló por los profetas”. Claro que ese mismo Espíritu se vuelve imposible de aferrar, “sopla donde quiere”, y nos desafía a cada instante. ¿No es curioso que haya cientos de casos –y decir “cientos” quizás sea poco- de santos, grandes espiritualidades, movimientos eclesiales que en los largos primeros momentos la Iglesia institución condenó, censuró (y en algunos casos hasta ejecutó, como a Juana de Arco)? Podemos hablar de grandes santos como Francisco de Asís, Teresa o Ignacio, o de grandes estudiosos de Biblia y teología de principios del s.XX, para poner ejemplos. ¿Dónde soplaba el Espíritu en esos casos? La “recepción” –palabra fundamentalísima, rescatada en el post-Concilio por grandes teólogos, y frecuentemente olvidada o ignorada- es la que nos mostrará por dónde sopla el Espíritu Santo, mientras tanto la “esclerosis” eclesial (osteoporosis la llamó Hans Küng; invierno dijo Karl Rahner) mostrará a veces cambios simpáticos, gestos agradables, pero si no sabemos reconocer los “signos de los tiempos”, al Dios que habla en “el libro de la historia”, quizás nada cambie, o sólo cambie el “packaging”. Mientras tanto, la historia sigue su camino, y es en ella donde deberíamos aprender a descubrir las “semillas del Verbo”, el “soplo del Espíritu” y allí donde debemos estar los cristianos. Y ojalá la Iglesia institución sepa romper las estructuras que le impiden caminar junto a la humanidad y ser “signo del reino de Dios” para los varones y mujeres de hoy, y de mañana.
Foto tomada de http://www.alfayomega.es/Revista/1996/030/09_diasenior.php
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