martes, 4 de junio de 2013

Comentario 10C


Jesús se nos revela en la vida de los que padecen.

DOMINGO DÉCIMO “C”

9 de junio

Eduardo de la Serna




Lectura del primer libro de los Reyes     17, 17-24


Resumen: en un contexto de conflicto entre Dios y Baal, y sus instrumentos (Jezabel, instrumento de Baal, y Elías instrumento de Yahvé) en pleno territorio de Baal Dios interviene dando vida al hijo de una viuda del lugar que termina reconociendo a Yahvé y la mediación del profeta.

En la recopilación de información que hizo un autor (o más precisamente varios, una escuela) para dejar hablar a la historia de Israel y de Judá con el fin de repetir las virtudes y omitir los pecados pasados [como esta historia está influenciada por el libro del Deuteronomio se la suele llamar “historia deuteronomista”, y abarca los libros de Josué, Jueces, 1 y 2 Samuel y 1 y 2 Reyes] encontramos a veces largos “ciclos” de personajes o temas: el conflicto David y Saúl, conflicto por la sucesión de David, y también un largo “ciclo de Elías” (que comienza en 1 Reyes 17,1 y –con algunos paréntesis de batallas- finaliza en 2 Reyes 2, donde comienza el “ciclo de Eliseo”). Por otro lado, ambos ciclos proféticos tienen elementos en común que hacen pensar –al menos en las fuentes- en un mismo acontecimiento narrado dos veces. En este caso nos encontramos con el hijo de una viuda que muere y Elías lo resucita, al mismo tiempo que en 2 Re 4,29-37 encontramos una escena semejante aplicada a Eliseo. No nos interesa aquí el hecho histórico, ni tampoco buscar la fuente común entre ambos relatos, interesa ver qué dice el relato en particular. Veamos, sin  embargo los elementos comunes:

1 Re 17:17-24
2 Re 4:32-37
19 Elías respondió: «Dame tu hijo». Él lo tomó de su regazo y subió a la habitación de arriba donde él vivía, y lo acostó en su lecho;
32 Llegó Eliseo a la casa; el niño muerto estaba acostado en su lecho.
 33 Entró y cerró la puerta tras de ambos,
20 después clamó a Yahveh diciendo: «Yahveh, Dios mío, ¿es que también vas a hacer mal a la viuda en cuya casa me hospedo, haciendo morir a su hijo?»
y oró a Yahveh.
21 Se tendió tres veces sobre el niño, invocó a Yahveh y dijo: «Yahveh, Dios mío, que vuelva, por favor, el alma de este niño dentro de él».
 22 Yahveh escucho la voz de Elías, y el alma del niño volvió a él y revivió.
34 Subió luego y se acostó sobre el niño, y puso su boca sobre la boca de él, sus ojos sobre los ojos, sus manos sobre las manos, se recostó sobre él y la carne del niño entró en calor.
 35 Se puso a caminar por la casa de un lado para otro, volvió a subir y a recostarse sobre él hasta siete veces y el niño estornudó y abrió sus ojos.
23 Tomó Elías al niño, lo bajó de la habitación de arriba de la casa y se lo dio a su madre. Dijo Elías: «Mira, tu hijo vive».
36 Llamó a Guejazí y le dijo: «Llama a la sunamita». La llamó y ella llegó donde él. Dijo él: «Toma tu hijo».
24 La mujer dijo a Elías: «Ahora sí que he conocido bien que eres un hombre de Dios, y que es verdad en tu boca la palabra de Yahveh».
37 Entró ella y, cayendo a sus pies, se postró en tierra y salió llevándose a su hijo.

Elías ha dejado la tierra de Israel desde hace tiempo, y se hospeda en casa de la viuda con un hijo. En la escena anterior (17,7-16) Elías se presenta ante ella y obra un milagro logrando que la tinaja de harina nunca se vacíe y el aceite nunca se acabe (estamos en tiempos de una feroz sequía, debe recordarse). A partir de este encuentro parece que la viuda ha hospedado a Elías en la habitación “de arriba” (v.19; ver 2 Re 4,10-11), pero la muerte del hijo desencadena una pequeña crisis en la mujer. Ante esta situación, Elías se lleva al niño, se recuesta sobre él, y clama a Yahvé. “Yahvé escuchó la voz de Elías” y el niño vuelve a la vida. Entregado a su madre, suscita en la mujer una confesión de fe.

Es importante señalar que esta mujer es de Sarepta, territorio cananeo. De aquí es originaria Jezabel, la actual mujer del rey de Israel, la que ha llenado de sacerdotes y profetas de Baal la tierra de Yahvé, el Dios que es proclamado como de la fecundidad. Para mostrar lo contrario, la voz de Elías anuncia una gran sequía (mostrando así que sequía o fecundidad no dependen de Baal sino de Yahvé, 17,1). Es por eso que Elías se marcha a tierra lejana, pero tierra también afectada por la sequía donde Dios le garantiza sustento (17,9). De este contexto es el milagro del aceite y la harina, y la hospitalidad de la viuda al profeta. Lo que el relato mostrará es –una vez más- el poder de Yahvé en la mismísima tierra de Baal. Sabiendo que Elías es un “hombre de Dios” (modo antiguo de llamar a los profetas, ver 1 Sam 9,6-10; 1 Re 12,22; 13,1-34; en 2 Re 5,8 también Eliseo es llamado así) interpreta la muerte de su hijo como consecuencia de su propia indignidad ante un enviado de Dios. Pero este profeta no es sólo un personaje “milagroso” sino también alguien con una palabra con “poder”, puede interceder ante Dios (vv.20-21), y Dios lo escucha (v.22). Esto es lo que reconoce la mujer cuando Elías le entrega al hijo: reconoce el poder de Yahvé y la autoridad de Elías (v.24). Una antigua seguidora de Baal reconoce la intervención y poder de Yahvé. La comparación con el texto de Eliseo permite ver que el texto de Elías resalta mucho más la resurrección como una intervención de Dios ante el grito de la angustia y el dolor del profeta que toma parte e interviene ante el sufrimiento de la mujer.


Lectura de la carta a los cristianos de Galacia     1, 11-19


Resumen: Pablo debe defenderse de los que lo han atacado, y lo hace no sólo mostrando su pasado sino mostrando cómo es Dios mismo el que lo conduce por los caminos que anda, y el que le muestra aquello que debe predicar. Hacen mal, entonces los que predican “otro evangelio” y hacen peor todavía los gálatas que los siguen.


La carta a los Gálatas es –sin dudas- la más conflictiva de las cartas paulinas. Pablo es criticado por cristianos que insisten en la importancia de circuncidarse, y muchos de la comunidad les han hecho caso. Lo cierto es que Pablo está furioso con sus destinatarios. Pero la insistencia en la circuncisión “no vino sola”, y fue acompañada por una importante crítica a Pablo, a su pasado, a su predicación. Esto motiva a Pablo a defenderse de lo que otros dicen de sí. Esta apología paulina, que ocupa casi todos los primeros 2 capítulos de la carta tiene su origen en esta crítica de los adversarios paulinos. Aquí, Pablo empieza destacando –vehementemente- que su ministerio apostólico “no es de origen humano” sino que le viene directamente “por Jesucristo” (1,1.11-12). Si se trata de que Pablo no es un “buen judío” como parecen decir los adversarios (ya que no exige la circuncisión a los que se incorporan a la comunidad provenientes del mundo pagano) Pablo va a destacar que era “tan celoso” que perseguía a la Iglesia y buscaba su aniquilación (1,13.23). Pero por pura iniciativa divina (“revelación”) ahora “evangeliza la fe que antes destruía”. Y evangeliza tanto que es compañero de Bernabé (2,1.9) e incluso si hizo falta se enfrentó cara a cara -¡nada menos!- que con Cefas (Pedro, 2,11.14) mostrando la rectitud y la verdad del Evangelio (2,14).

En este contexto encontramos la lectura del día que muestra la conclusión de la primera parte (v.11) y la segunda que hemos señalado (omitiendo el final, 1,20-23). Por tratarse de una “apología” debemos notar que hay una buena carga “histórica” (obviamente, interpretada) en actitud de defensa (lo que implica, por cierto, que otros han atacado). Aquí encontramos una serie de elementos interesantes tanto para descubrir cómo interpreta Pablo su propio ministerio y los primeros momentos de su vida cristiana. Veamos brevemente por un lado lo “histórico” y por otro la interpretación creyente que Pablo le da.

Pablo reconoce más de una vez haber perseguido a la Iglesia. Aquí califica dicha persecución como “en exceso” (hypérbolên, término que en el NT se encuentra 8 veces y siempre en Pablo en el sentido de “exceso”) y con el objetivo de “aniquilar”, “destruir”, “arrasar” (eporthoun, término que en el NT se encuentra sólo 3 veces, siempre en el contexto de la persecución paulina a la Iglesia, Hch 9,21; Ga 1,13.23). Es interesante la calificación de la persecución (quizás reforzada por la crítica) ya que en las otras ocasiones Pablo señala simplemente que “perseguía” (Fil 3,6 [movido por el “celo”, como también aquí v.14]; 1 Cor 15,9). Ese “exceso”  muestra que “sobrepasaba” (proékopton, crecer, avanzar) en el celo. Y lo que preocupaba a Pablo eran las “tradiciones”. No parece que Pablo persiguiera a los cristianos porque estos reconocieran en Jesús al mesías, sino porque veía afectadas por ellos las tradiciones principales (el templo, por ejemplo). Lo cierto –y acá el punto- es que si acusan a Pablo de no ser buen judío, pues que sepan que lo era “en exceso”, que “sobrepasaba”. Pero en un momento, Dios tomó la iniciativa y le “reveló” (apokalypsai) a su “hijo” y todo cambió para Pablo. Un hombre celoso en exceso de las cosas de Dios no puede menos que dejarse transformar por Dios, dejarse “revelar”. El término “revelación” es un término técnico: hay algo oculto (un “misterio”) en el plan de Dios que en algún momento, a alguna persona, por algún intermediario, Dios revelará para que conozca su plan de salvación. El “misterio” es –precisamente- cómo conjugar las tradiciones de los padres con la novedad del “hijo”, y eso es lo que Dios revela. Y Dios se lo revela a Pablo porque lo había preparado desde siempre como profeta de los últimos tiempos (“el que me separó desde el seno de mi madre”, ver Is 49,1). Es la novedad de estos tiempos lo que Pablo debe descubrir (cosa que no hará de un momento a otro, ciertamente). Lo que ahora sabe Pablo es que fue escogido “para anunciar (al Hijo) entre los paganos” (v.16). E inmediatamente, sin consultar a nadie (porque era Dios, y no hombre alguno el que le había hablado), ni siquiera a “Jerusalén” donde estaban aquellos a quienes los que critican a Pablo admiran, fue a Arabia. No sabemos a qué fue Pablo a Arabia, y Hechos no hace alusión a este viaje, lo cierto es que –nuevamente sin subir a Jerusalén- vuelve a Damasco, desde donde había partido. Recién 3 años después va a Jerusalén para “conocer” a Cefas. Conocer no es “ver” pero tampoco es “dejarse enseñar por”, sin duda han hablado, pero no ha de pensarse que Pablo ha recibido una “catequesis” ya que sólo han estado juntos 15 días. Pareciera que de pasada sí “vio” a Santiago, el hermano del Señor.  

Como hemos dicho, el texto sigue todavía, aunque la liturgia lo ha recortado: Pablo menciona las regiones donde fue luego de estos 15 días (Cilicia y Siria, que podría indicar Tarso y Antioquía, probablemente) y menciona sorpresivamente que “personalmente no me conocían las Iglesia de Judea que están en Cristo”, sólo habían oído decir que “ahora” anuncia la buena noticia. No es fácil explicar cómo no era conocido si era tan feroz perseguidor. Esto ha hecho pensar a muchos autores que en realidad Pablo vivía en Damasco y allí era perseguidor, y no que fue desde Jerusalén a Damasco para perseguir “más intensamente”. El tema queda abierto.

Mirando más profundamente estos datos podríamos destacar algunos elementos importantes: Pablo siempre fue fiel y celoso de lo que creyó que Dios le pedía, sea en las tradiciones de los padres como en la novedad que la revelación le ha traído (por eso muchos niegan que estemos ante una verdadera “conversión”). Pablo manifiesta toda su dedicación a Dios tanto persiguiendo como anunciando la Buena Noticia. El tema está en que Dios le había ocultado el misterio que en un momento concreto le reveló. Y en cuanto descubrió su ministerio profético, como el del siervo de Yahvé (Is 49,1) se dedicó a él con el mismo entusiasmo con el que antes se enfrentaba. Pero esta novedad –que Pablo descubrirá en Arabia, en Damasco, en la charla con Cefas, en Tarso y Antioquía- tiene que ver con el anuncio de Jesús como Hijo a los paganos.

Nota breve sobre Jesús como “Hijo” en Pablo: No es sensato pensar que Pablo piensa en Jesús al estilo de lo afirmado en los concilios cristológicos y trinitarios posteriores. Pablo da el “puntapié inicial” para llegar a esa confesión de fe, lo cual es distinto. En Rom 1,3-4 se ve claramente que por hijo Pablo entiende dos cosas: “según la carne” es hijo como es hijo la descendencia de David (ver 2 Sam 7,14; Sal 2,7), por tanto una referencia al mesianismo real; pero por otra parte, “según el espíritu” (es decir, según el don escatológico de los últimos tiempos) es “hecho hijo” por la resurrección. La resurrección de Jesús inaugura los últimos tiempos (ver Dan 12,2) y en ella Jesús es “elevado” por Dios hasta la dignidad de hijo.

Pero esta misión de evangelizar a los paganos (que es lo que le cuestionan los adversarios ya que Pablo –como ocurre en Antioquía, donde seguramente él lo ha aprendido y asimilado- no les exige la circuncisión) es encargo divino, y Pablo no precisa para ello autorización alguna ni de Jerusalén (Cefas o Santiago) ni de nadie. Los críticos parecen decir, en el fondo, que Pablo no es nadie para cambiar las tradiciones, que hace lo que no está permitido, que los gálatas para ser verdaderos seguidores de Jesús deben también ellos circuncidarse. Es a esto que Pablo empieza a responder con su apología, y el tema principal es que fue Dios el que le mostró el camino, mal podría cualquier otro (aunque fuera en nombre de Cefas, o de Santiago) decir algo contrario a lo que Dios dice. Finalmente, Pablo no precisa autorización de nadie, ni de apóstol alguno, para predicar ni para justificar aquello que predica ya que esta le viene de Dios, y por tanto, mal (¡muy mal!) hacen los gálatas en escuchar y seguir las enseñanzas (a las que califica de “otro evangelio”, 1,6-9) de los que proclaman algo contrario a lo que Pablo ha predicado.


+ Evangelio según san Lucas     7, 11-17


Resumen: Como los antiguos profetas Jesús hace presente a Dios en medio de su pueblo en un milagro. Con muchas semejanzas al texto de Elías, sin embargo Jesús obra la misericordia y la compasión mostrando que el encuentro con Dios no nace de ritos sino del encuentro con los que sufren.


El relato conocido como “resurrección del hijo de la viuda de Naim” es un texto exclusivo de Lucas, y tiene elementos característicos que merecen ser comentados. Para comenzar que un milagro tan impactante, como es una resurrección, no sea conocido por los restantes evangelistas. Parece improbable que conociéndolo hayan optado por omitirlo, y parece improbable también que no haya circulado fuera de la fuente de información exclusiva de Lucas (a la que suele conocerse como “L”). De todos modos cualquier cosa que digamos en este sentido queda en el mero campo de la hipótesis (como suele ocurrir muchas veces con los argumentos “de silencio”). También es cierto que hay una serie de elementos propios de Lucas que colorean el relato, aunque esto no significa que estemos ante una mera creación literaria.

Otro elemento a señalar es que habitualmente Lucas incorpora los elementos propios y los que no se encuentran en Marcos (es decir los que provienen de sus fuentes conocidas como “Q” y como “L”) en el largo bloque que sí es creación literaria suya, es decir “el viaje a Jerusalén” (9,51-19,41). ¿Por qué no ha incorporado allí este texto? Puede señalarse que Naim queda en la región de Galilea, por lo que es razonable que lo ubique en el primer gran bloque que transcurre en la región (4,14-9,50), pero también es razonable ubicarlo antes que Jesús envíe a los discípulos de Juan el Bautista a contarle al maestro “lo que han visto y oído” (7,22), entre lo que señala “los muertos resucitan”. Al mencionar esta misma circunstancia Mateo (11,4; por tanto, el texto proviene de “Q”) los discípulos de Juan no han visto resurrección alguna; la de la hija de Jairo ha ocurrido hace ya bastante tiempo (9,23-26).

Jesús se dirige a Naim –no se nos informa la razón; este lugar sólo aquí es mencionado en toda la Biblia; Flavio Josefo conoce una Naim en territorio idumeo. Esta es presentada como “ciudad” con una “puerta”- seguido, como es costumbre, por “la gente” (ojlos, que puede tener connotaciones despectivas en más de una ocasión por parte de algunos, ver Jn 7,49). La “gente” suele acompañarlo (x50 en Mt, x38 en Mc, x41 en Lc, x20 en Jn, x22 en Hch y x4 en Ap). Pero en este caso esta “multitud” choca con otra “multitud” de gente de la ciudad que lleva un muerto. Este muerto es hijo “unigénito” de una viuda. Es notable la atracción de Lucas por los “unigénitos” (monogenês): el término en Juan alude a Cristo, “hijo único del Padre” (Jn 1,14.18; 3,16.18; 1 Jn 4,9), la carta a los Hebreos lo usa para Isaac, hijo único de Abraham (11,17). Fuera de esto, sólo lo encontramos en Lucas (en esta ocasión y en otros dos textos que toma de Marcos pero a los que añade la cualidad de única/o: 8,42 [la hija de Jairo, Marcos no dice nada de que fuera única, 5,21-24.35-43]; 9,38 [un hijo endemoniado de un padre angustiado, Marcos tampoco informa que fuera único, 9,14-29]. Siendo que Lucas no alude a que Cristo es “hijo único del padre” no parece que su intención sea una identificación de las víctimas con Jesús. Probablemente la intención de Lucas sea resaltar el dolor de aquel que será beneficiario del milagro. Esto está expresado con el verbo característico: compadecerse (splagjnizomai, que viene de “splagjnon” es decir las vísceras, entrañas, cf. Hch 1,18). A Jesús “se le conmovieron las entrañas” ante el dolor de la viuda. Como dirá también a los testigos de la muerte de la hija de Jairo, les dice “no lloren” (8,52), cosa que les repetirá a las mujeres de Jerusalén (23,28). Es el llanto angustiado frente a la muerte. Jesús “toca” el féretro, como había tocado al leproso (5,13), la oreja del siervo del Sumo Sacerdote (22,51) o como la gente buscaba tocarlo a él (6,19; 8,44-47), esto supone una “fuerza” que sale de él (8,46); pero además, “tocar cadáver” provoca impureza ritual (como tocar un leproso; cf. Núm 19,11.16) pero una vez más Jesús muestra que la compasión es la que marca el encuentro con Dios y no los ritos, es el encuentro con el que sufre el sendero de la verdadera religiosidad. Pero esto va acompañado con una palabra de autoridad dirigida al muchacho. “joven, te lo digo a ti…” La orden dada por Jesús es que se “levante” (egeiro). Jesús lo dice a otros al obrar un milagro: al paralítico (5,23.24), a uno con la mano seca (6,8), también alude a levantarse del lecho (11,8) y también para la resurrección (7,22; 8,54 [la hija de Jairo], 9,7.22…). “Incorporarse” se encuentra una única vez más en el NT y también alude a una resurrección: una muerta se incorpora (Hch 9,40). La referencia a que “se puso a hablar”, como en el caso de la hija de Jairo “que le den de comer” (8,55) es una manera de dejar constatación que el sujeto está realmente vivo y no se trata de una ilusión. La frase “se lo dio a su madre” repite literalmente el hecho de Elías dando el hijo resucitado a la madre viuda (primera lectura). Brevemente destacaremos más adelante este paralelo con Elías como algo característico del Jesús de Lucas. El temor es una actitud reverencial ante la manifestación de lo divino (recordar el “no temas” ante las apariciones divinas o angélicas, p.e.1,13.30; ver también 1,65; 2,9; 8,37) y es algo característico en Lucas ante un milagro (5,26) lo mismo que “dar gloria” a Dios como consecuencia de su intervención (2,20; 5,25.26; 13,13; 17,15; 18,43; cf. 23,45). Como también es habitual en Lucas ante esto, “la fama se extiende por la región” (4,14.37).

Sin embargo, no hemos de descuidar cómo es visto por Lucas este acontecimiento. Los paralelos con Elías que hemos señalado muestran una vez más que Jesús es visto en Lucas co cierto paralelo con Elías, lo que se ve ya desde el discurso en la sinagoga de Nazaret al compararse con Elías y Eliseo en su predicación a los paganos (4,25-27), como Elías ante el hijo de la viuda, Jesús se recuesta sobre la suegra de Pedro “presa de mucha fiebre” (4,39), Jesús es más que Elías en la Transfiguración y él debe ser escuchado (9,35), la vocación de Jesús es más exigente que la de Elías (9,61-62; ver 1 Re 19,19) pero eso no implica que caiga fuego del cielo (9,54, ver 2 Re 1,10)… es por esto que la multitud que es testiga del milagro no solamente tiene temor y da gloria sino que además proclama que “un gran profeta se ha levantado (egeirô, el mismo verbo de resucitar)” y “Dios ha visitado a su pueblo”. Un profeta como los antiguos, es particularmente importante si ya no hay profetas en Israel, un profeta “como Elías”. Si para el Jesús que Lucas nos muestra “Dios es misericordioso” (6,36) acá podemos ver la “compasión” en acción, y en sus frutos es evidente que “Dios ha visitado a su pueblo”, algo que las multitudes reconocerán públicamente. Pero no es una visita para “bendecir” (Gn 21,1; Ex 3,16; Jr 29,10) o “castigar” (Ex 32,34; Is 10,12; Ez 23,21), su “visita” es dadora de vida. De hecho ellos han visto que Jesús no ha “orado a Dios” para pedir la resurrección, como lo habían hecho Elías y Eliseo sino que con toda autoridad ha dado la orden al joven de “levantarse” lo que sucedió en el instante; pero este Dios que nos visita no es un Dios distante, ajeno a la realidad sino cercano y atento al sufrimiento y “compadecido” ante el dolor.


Foto tomada de paralagloriadedios.blogspot.com

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