Jesús se nos revela en la vida de los que
padecen.
DOMINGO DÉCIMO “C”
9 de junio
Eduardo de la Serna
Lectura del primer libro de los Reyes
17, 17-24
Resumen: en un contexto de conflicto entre Dios y Baal, y sus instrumentos (Jezabel, instrumento de Baal, y Elías instrumento de Yahvé) en pleno territorio de Baal Dios interviene dando vida al hijo de una viuda del lugar que termina reconociendo a Yahvé y la mediación del profeta.
En la recopilación de información que hizo un autor (o más
precisamente varios, una escuela) para dejar hablar a la historia de Israel y
de Judá con el fin de repetir las virtudes y omitir los pecados pasados [como
esta historia está influenciada por el libro del Deuteronomio se la suele
llamar “historia deuteronomista”, y
abarca los libros de Josué, Jueces, 1 y 2 Samuel y 1 y 2 Reyes] encontramos a
veces largos “ciclos” de personajes o temas: el conflicto David y Saúl,
conflicto por la sucesión de David, y también un largo “ciclo de Elías” (que
comienza en 1 Reyes 17,1 y –con algunos paréntesis de batallas- finaliza en 2
Reyes 2, donde comienza el “ciclo de Eliseo”). Por otro lado, ambos ciclos
proféticos tienen elementos en común que hacen pensar –al menos en las fuentes-
en un mismo acontecimiento narrado dos veces. En este caso nos encontramos con
el hijo de una viuda que muere y Elías lo resucita, al mismo tiempo que en 2 Re
4,29-37 encontramos una escena semejante aplicada a Eliseo. No nos interesa
aquí el hecho histórico, ni tampoco buscar la fuente común entre ambos relatos,
interesa ver qué dice el relato en particular. Veamos, sin embargo los elementos comunes:
1 Re 17:17-24
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2 Re 4:32-37
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19 Elías respondió: «Dame tu hijo». Él lo tomó de su
regazo y subió a la habitación de arriba donde él vivía, y lo acostó en su lecho;
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32 Llegó Eliseo a la casa; el niño muerto estaba acostado en su lecho.
33 Entró y cerró la
puerta tras de ambos,
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20 después clamó a
Yahveh diciendo: «Yahveh, Dios mío, ¿es que también vas a hacer mal a la
viuda en cuya casa me hospedo, haciendo morir a su hijo?»
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y oró a Yahveh.
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21 Se tendió tres
veces sobre el niño, invocó a
Yahveh y dijo: «Yahveh, Dios mío, que vuelva, por favor, el alma de este niño
dentro de él».
22 Yahveh escucho la
voz de Elías, y el alma del niño volvió a él y revivió.
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34 Subió luego y se
acostó sobre el niño, y puso su boca sobre la boca de él, sus ojos sobre
los ojos, sus manos sobre las manos, se recostó sobre él y la carne del niño
entró en calor.
35 Se puso a caminar
por la casa de un lado para otro, volvió a subir y a recostarse sobre él
hasta siete veces y el niño estornudó y abrió sus ojos.
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23 Tomó Elías al niño, lo bajó de la habitación de arriba
de la casa y se lo dio a su madre. Dijo Elías: «Mira, tu hijo vive».
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36 Llamó a Guejazí y le dijo: «Llama a la sunamita». La llamó y ella llegó donde él. Dijo él: «Toma tu hijo».
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24 La mujer dijo a Elías: «Ahora sí que he conocido bien que eres un hombre
de Dios, y que es verdad en tu boca la palabra de Yahveh».
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37 Entró ella y, cayendo a sus pies, se postró en tierra y salió llevándose
a su hijo.
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Elías ha dejado la tierra de Israel desde hace tiempo, y se
hospeda en casa de la viuda con un hijo. En la escena anterior (17,7-16) Elías
se presenta ante ella y obra un milagro logrando que la tinaja de harina nunca
se vacíe y el aceite nunca se acabe (estamos en tiempos de una feroz sequía,
debe recordarse). A partir de este encuentro parece que la viuda ha hospedado a
Elías en la habitación “de arriba” (v.19; ver 2 Re 4,10-11), pero la muerte del
hijo desencadena una pequeña crisis en la mujer. Ante esta situación, Elías se
lleva al niño, se recuesta sobre él, y clama a Yahvé. “Yahvé escuchó la voz de
Elías” y el niño vuelve a la vida. Entregado a su madre, suscita en la mujer
una confesión de fe.
Es importante señalar que esta mujer es de Sarepta, territorio
cananeo. De aquí es originaria Jezabel, la actual mujer del rey de Israel, la
que ha llenado de sacerdotes y profetas de Baal la tierra de Yahvé, el Dios que
es proclamado como de la fecundidad. Para mostrar lo contrario, la voz de Elías
anuncia una gran sequía (mostrando así que sequía o fecundidad no dependen de
Baal sino de Yahvé, 17,1). Es por eso que Elías se marcha a tierra lejana, pero
tierra también afectada por la sequía donde Dios le garantiza sustento (17,9). De
este contexto es el milagro del aceite y la harina, y la hospitalidad de la
viuda al profeta. Lo que el relato mostrará es –una vez más- el poder de Yahvé
en la mismísima tierra de Baal. Sabiendo que Elías es un “hombre de Dios” (modo antiguo de llamar a los profetas, ver 1 Sam
9,6-10; 1 Re 12,22; 13,1-34; en 2 Re 5,8 también Eliseo es llamado así)
interpreta la muerte de su hijo como consecuencia de su propia indignidad ante
un enviado de Dios. Pero este profeta no es sólo un personaje “milagroso” sino
también alguien con una palabra con “poder”, puede interceder ante Dios
(vv.20-21), y Dios lo escucha (v.22). Esto es lo que reconoce la mujer cuando
Elías le entrega al hijo: reconoce el poder de Yahvé y la autoridad de Elías
(v.24). Una antigua seguidora de Baal reconoce la intervención y poder de
Yahvé. La comparación con el texto de Eliseo permite ver que el texto de Elías
resalta mucho más la resurrección como una intervención de Dios ante el grito
de la angustia y el dolor del profeta que toma parte e interviene ante el
sufrimiento de la mujer.
Lectura de la carta a los cristianos de Galacia
1, 11-19
Resumen: Pablo debe defenderse de los que lo han atacado, y lo hace no sólo mostrando su pasado sino mostrando cómo es Dios mismo el que lo conduce por los caminos que anda, y el que le muestra aquello que debe predicar. Hacen mal, entonces los que predican “otro evangelio” y hacen peor todavía los gálatas que los siguen.
La carta a los Gálatas es –sin dudas- la más conflictiva de las cartas paulinas. Pablo es criticado por cristianos que insisten en la importancia de circuncidarse, y muchos de la comunidad les han hecho caso. Lo cierto es que Pablo está furioso con sus destinatarios. Pero la insistencia en la circuncisión “no vino sola”, y fue acompañada por una importante crítica a Pablo, a su pasado, a su predicación. Esto motiva a Pablo a defenderse de lo que otros dicen de sí. Esta apología paulina, que ocupa casi todos los primeros 2 capítulos de la carta tiene su origen en esta crítica de los adversarios paulinos. Aquí, Pablo empieza destacando –vehementemente- que su ministerio apostólico “no es de origen humano” sino que le viene directamente “por Jesucristo” (1,1.11-12). Si se trata de que Pablo no es un “buen judío” como parecen decir los adversarios (ya que no exige la circuncisión a los que se incorporan a la comunidad provenientes del mundo pagano) Pablo va a destacar que era “tan celoso” que perseguía a la Iglesia y buscaba su aniquilación (1,13.23). Pero por pura iniciativa divina (“revelación”) ahora “evangeliza la fe que antes destruía”. Y evangeliza tanto que es compañero de Bernabé (2,1.9) e incluso si hizo falta se enfrentó cara a cara -¡nada menos!- que con Cefas (Pedro, 2,11.14) mostrando la rectitud y la verdad del Evangelio (2,14).
En este contexto encontramos la lectura del día que muestra la
conclusión de la primera parte (v.11) y la segunda que hemos señalado
(omitiendo el final, 1,20-23). Por tratarse de una “apología” debemos notar que
hay una buena carga “histórica” (obviamente, interpretada) en actitud de
defensa (lo que implica, por cierto, que otros han atacado). Aquí encontramos
una serie de elementos interesantes tanto para descubrir cómo interpreta Pablo
su propio ministerio y los primeros momentos de su vida cristiana. Veamos
brevemente por un lado lo “histórico” y por otro la interpretación creyente que
Pablo le da.
Pablo reconoce más de una vez haber perseguido a la Iglesia. Aquí
califica dicha persecución como “en exceso” (hypérbolên, término que en el NT se encuentra 8 veces y siempre en
Pablo en el sentido de “exceso”) y con el objetivo de “aniquilar”, “destruir”,
“arrasar” (eporthoun, término que en
el NT se encuentra sólo 3 veces, siempre en el contexto de la persecución
paulina a la Iglesia, Hch 9,21; Ga 1,13.23). Es interesante la calificación de
la persecución (quizás reforzada por la crítica) ya que en las otras ocasiones
Pablo señala simplemente que “perseguía” (Fil 3,6 [movido por el “celo”, como
también aquí v.14]; 1 Cor 15,9). Ese “exceso”
muestra que “sobrepasaba” (proékopton,
crecer, avanzar) en el celo. Y lo que preocupaba a Pablo eran las
“tradiciones”. No parece que Pablo persiguiera a los cristianos porque estos
reconocieran en Jesús al mesías, sino porque veía afectadas por ellos las
tradiciones principales (el templo, por ejemplo). Lo cierto –y acá el punto- es
que si acusan a Pablo de no ser buen judío, pues que sepan que lo era “en
exceso”, que “sobrepasaba”. Pero en un momento, Dios tomó la iniciativa y le
“reveló” (apokalypsai) a su “hijo” y
todo cambió para Pablo. Un hombre celoso en exceso de las cosas de Dios no
puede menos que dejarse transformar por Dios, dejarse “revelar”. El término
“revelación” es un término técnico: hay algo oculto (un “misterio”) en el plan
de Dios que en algún momento, a alguna persona, por algún intermediario, Dios
revelará para que conozca su plan de salvación. El “misterio” es –precisamente-
cómo conjugar las tradiciones de los padres con la novedad del “hijo”, y eso es
lo que Dios revela. Y Dios se lo revela a Pablo porque lo había preparado desde
siempre como profeta de los últimos tiempos (“el que me separó desde el seno de
mi madre”, ver Is 49,1). Es la novedad de estos tiempos lo que Pablo debe
descubrir (cosa que no hará de un momento a otro, ciertamente). Lo que ahora
sabe Pablo es que fue escogido “para anunciar (al Hijo) entre los paganos”
(v.16). E inmediatamente, sin consultar a nadie (porque era Dios, y no hombre
alguno el que le había hablado), ni siquiera a “Jerusalén” donde estaban
aquellos a quienes los que critican a Pablo admiran, fue a Arabia. No sabemos a
qué fue Pablo a Arabia, y Hechos no hace alusión a este viaje, lo cierto es que
–nuevamente sin subir a Jerusalén- vuelve a Damasco, desde donde había partido.
Recién 3 años después va a Jerusalén para “conocer” a Cefas. Conocer no es
“ver” pero tampoco es “dejarse enseñar por”, sin duda han hablado, pero no ha
de pensarse que Pablo ha recibido una “catequesis” ya que sólo han estado
juntos 15 días. Pareciera que de pasada sí “vio” a Santiago, el hermano del
Señor.
Como hemos dicho, el texto sigue todavía, aunque la liturgia lo ha
recortado: Pablo menciona las regiones donde fue luego de estos 15 días
(Cilicia y Siria, que podría indicar Tarso y Antioquía, probablemente) y
menciona sorpresivamente que “personalmente no me conocían las Iglesia de Judea
que están en Cristo”, sólo habían oído decir que “ahora” anuncia la buena
noticia. No es fácil explicar cómo no era conocido si era tan feroz
perseguidor. Esto ha hecho pensar a muchos autores que en realidad Pablo vivía
en Damasco y allí era perseguidor, y no que fue desde Jerusalén a Damasco para
perseguir “más intensamente”. El tema queda abierto.
Mirando más profundamente estos datos podríamos destacar algunos
elementos importantes: Pablo siempre fue fiel y celoso de lo que creyó que Dios
le pedía, sea en las tradiciones de los padres como en la novedad que la
revelación le ha traído (por eso muchos niegan que estemos ante una verdadera
“conversión”). Pablo manifiesta toda su dedicación a Dios tanto persiguiendo
como anunciando la Buena Noticia. El tema está en que Dios le había ocultado el
misterio que en un momento concreto le reveló. Y en cuanto descubrió su
ministerio profético, como el del siervo de Yahvé (Is 49,1) se dedicó a él con
el mismo entusiasmo con el que antes se enfrentaba. Pero esta novedad –que
Pablo descubrirá en Arabia, en Damasco, en la charla con Cefas, en Tarso y
Antioquía- tiene que ver con el anuncio de Jesús como Hijo a los paganos.
Nota
breve sobre Jesús como “Hijo” en Pablo: No es sensato pensar que Pablo
piensa en Jesús al estilo de lo afirmado en los concilios cristológicos y
trinitarios posteriores. Pablo da el “puntapié inicial” para llegar a esa
confesión de fe, lo cual es distinto. En Rom 1,3-4 se ve claramente que por
hijo Pablo entiende dos cosas: “según la carne” es hijo como es hijo la
descendencia de David (ver 2 Sam 7,14; Sal 2,7), por tanto una referencia al
mesianismo real; pero por otra parte, “según el espíritu” (es decir, según el
don escatológico de los últimos tiempos) es “hecho hijo” por la resurrección.
La resurrección de Jesús inaugura los últimos tiempos (ver Dan 12,2) y en ella
Jesús es “elevado” por Dios hasta la dignidad de hijo.
Pero esta misión de evangelizar a los paganos (que es lo que le
cuestionan los adversarios ya que Pablo –como ocurre en Antioquía, donde
seguramente él lo ha aprendido y asimilado- no les exige la circuncisión) es
encargo divino, y Pablo no precisa para ello autorización alguna ni de
Jerusalén (Cefas o Santiago) ni de nadie. Los críticos parecen decir, en el
fondo, que Pablo no es nadie para cambiar las tradiciones, que hace lo que no
está permitido, que los gálatas para ser verdaderos seguidores de Jesús deben
también ellos circuncidarse. Es a esto que Pablo empieza a responder con su
apología, y el tema principal es que fue Dios el que le mostró el camino, mal
podría cualquier otro (aunque fuera en nombre de Cefas, o de Santiago) decir
algo contrario a lo que Dios dice. Finalmente, Pablo no precisa autorización de
nadie, ni de apóstol alguno, para predicar ni para justificar aquello que
predica ya que esta le viene de Dios, y por tanto, mal (¡muy mal!) hacen los
gálatas en escuchar y seguir las enseñanzas (a las que califica de “otro
evangelio”, 1,6-9) de los que proclaman algo contrario a lo que Pablo ha
predicado.
+ Evangelio según san Lucas 7, 11-17
Resumen: Como los antiguos profetas Jesús hace presente a Dios en medio de su pueblo en un milagro. Con muchas semejanzas al texto de Elías, sin embargo Jesús obra la misericordia y la compasión mostrando que el encuentro con Dios no nace de ritos sino del encuentro con los que sufren.
El relato conocido como “resurrección del hijo de la viuda de Naim” es un texto exclusivo de Lucas, y tiene elementos característicos que merecen ser comentados. Para comenzar que un milagro tan impactante, como es una resurrección, no sea conocido por los restantes evangelistas. Parece improbable que conociéndolo hayan optado por omitirlo, y parece improbable también que no haya circulado fuera de la fuente de información exclusiva de Lucas (a la que suele conocerse como “L”). De todos modos cualquier cosa que digamos en este sentido queda en el mero campo de la hipótesis (como suele ocurrir muchas veces con los argumentos “de silencio”). También es cierto que hay una serie de elementos propios de Lucas que colorean el relato, aunque esto no significa que estemos ante una mera creación literaria.
Otro
elemento a señalar es que habitualmente Lucas incorpora los elementos propios y
los que no se encuentran en Marcos (es decir los que provienen de sus fuentes
conocidas como “Q” y como “L”) en el largo bloque que sí es creación literaria suya,
es decir “el viaje a Jerusalén” (9,51-19,41). ¿Por qué no ha incorporado allí
este texto? Puede señalarse que Naim queda en la región de Galilea, por lo que
es razonable que lo ubique en el primer gran bloque que transcurre en la región
(4,14-9,50), pero también es razonable ubicarlo antes que Jesús envíe a los
discípulos de Juan el Bautista a contarle al maestro “lo que han visto y oído”
(7,22), entre lo que señala “los muertos resucitan”. Al mencionar esta misma
circunstancia Mateo (11,4; por tanto, el texto proviene de “Q”) los discípulos
de Juan no han visto resurrección alguna; la de la hija de Jairo ha ocurrido
hace ya bastante tiempo (9,23-26).
Jesús
se dirige a Naim –no se nos informa la razón; este lugar sólo aquí es
mencionado en toda la Biblia; Flavio Josefo conoce una Naim en territorio
idumeo. Esta es presentada como “ciudad” con una “puerta”- seguido, como es
costumbre, por “la gente” (ojlos, que
puede tener connotaciones despectivas en más de una ocasión por parte de
algunos, ver Jn 7,49). La “gente” suele acompañarlo (x50 en Mt, x38 en Mc, x41
en Lc, x20 en Jn, x22 en Hch y x4 en Ap). Pero en este caso esta “multitud” choca con otra “multitud” de gente de la
ciudad que lleva un muerto. Este muerto es hijo “unigénito” de una viuda. Es
notable la atracción de Lucas por los “unigénitos” (monogenês): el término en Juan alude a Cristo, “hijo único del
Padre” (Jn 1,14.18; 3,16.18; 1 Jn 4,9), la carta a los Hebreos lo usa para
Isaac, hijo único de Abraham (11,17). Fuera de esto, sólo lo encontramos en
Lucas (en esta ocasión y en otros dos textos que toma de Marcos pero a los que
añade la cualidad de única/o: 8,42 [la hija de Jairo, Marcos no dice nada de
que fuera única, 5,21-24.35-43]; 9,38 [un hijo endemoniado de un padre
angustiado, Marcos tampoco informa que fuera único, 9,14-29]. Siendo que Lucas
no alude a que Cristo es “hijo único del padre” no parece que su intención sea
una identificación de las víctimas con Jesús. Probablemente la intención de
Lucas sea resaltar el dolor de aquel que será beneficiario del milagro. Esto está
expresado con el verbo característico: compadecerse (splagjnizomai, que viene de “splagjnon”
es decir las vísceras, entrañas, cf. Hch 1,18). A Jesús “se le conmovieron las
entrañas” ante el dolor de la viuda. Como dirá también a los testigos de la
muerte de la hija de Jairo, les dice “no lloren” (8,52), cosa que les repetirá
a las mujeres de Jerusalén (23,28). Es el llanto angustiado frente a la muerte.
Jesús “toca” el féretro, como había tocado al leproso (5,13), la oreja del
siervo del Sumo Sacerdote (22,51) o como la gente buscaba tocarlo a él (6,19;
8,44-47), esto supone una “fuerza” que sale de él (8,46); pero además, “tocar
cadáver” provoca impureza ritual (como tocar un leproso; cf. Núm 19,11.16) pero
una vez más Jesús muestra que la compasión es la que marca el encuentro con
Dios y no los ritos, es el encuentro con el que sufre el sendero de la
verdadera religiosidad. Pero esto va acompañado con una palabra de autoridad
dirigida al muchacho. “joven, te lo digo a ti…” La orden dada por Jesús es que
se “levante” (egeiro). Jesús lo dice
a otros al obrar un milagro: al paralítico (5,23.24), a uno con la mano seca
(6,8), también alude a levantarse del lecho (11,8) y también para la
resurrección (7,22; 8,54 [la hija de Jairo], 9,7.22…). “Incorporarse” se
encuentra una única vez más en el NT y también alude a una resurrección: una
muerta se incorpora (Hch 9,40). La referencia a que “se puso a hablar”, como en
el caso de la hija de Jairo “que le den de comer” (8,55) es una manera de dejar
constatación que el sujeto está realmente vivo y no se trata de una ilusión. La
frase “se lo dio a su madre” repite literalmente el hecho de Elías dando el hijo
resucitado a la madre viuda (primera lectura). Brevemente destacaremos más
adelante este paralelo con Elías como algo característico del Jesús de Lucas.
El temor es una actitud reverencial
ante la manifestación de lo divino (recordar el “no temas” ante las apariciones divinas o angélicas, p.e.1,13.30;
ver también 1,65; 2,9; 8,37) y es algo característico en Lucas ante un milagro
(5,26) lo mismo que “dar gloria” a
Dios como consecuencia de su intervención (2,20; 5,25.26; 13,13; 17,15; 18,43;
cf. 23,45). Como también es habitual en Lucas ante esto, “la fama se extiende
por la región” (4,14.37).
Sin embargo, no hemos
de descuidar cómo es visto por Lucas este acontecimiento. Los paralelos con
Elías que hemos señalado muestran una vez más que Jesús es visto en Lucas co cierto
paralelo con Elías, lo que se ve ya desde el discurso en la sinagoga
de Nazaret al compararse con Elías y Eliseo en su predicación a los paganos
(4,25-27), como Elías ante el hijo de la viuda, Jesús se recuesta sobre la
suegra de Pedro “presa de mucha fiebre” (4,39), Jesús es más que Elías en la
Transfiguración y él debe ser escuchado (9,35), la vocación de Jesús es más
exigente que la de Elías (9,61-62; ver 1 Re 19,19) pero eso no implica que
caiga fuego del cielo (9,54, ver 2 Re 1,10)… es por esto que la multitud que es
testiga del milagro no solamente tiene temor y da gloria sino que además
proclama que “un gran profeta se ha levantado (egeirô, el mismo verbo de resucitar)” y “Dios ha visitado a su
pueblo”. Un profeta como los antiguos, es particularmente importante si ya no
hay profetas en Israel, un profeta “como Elías”. Si para el Jesús que Lucas nos muestra “Dios es misericordioso”
(6,36) acá podemos ver la “compasión” en acción, y en sus frutos es evidente
que “Dios ha visitado a su pueblo”, algo que las multitudes reconocerán
públicamente. Pero no es una visita para “bendecir” (Gn 21,1; Ex 3,16; Jr
29,10) o “castigar” (Ex 32,34; Is 10,12; Ez 23,21), su “visita” es dadora de
vida. De hecho ellos han visto que Jesús no ha “orado a Dios” para pedir la
resurrección, como lo habían hecho Elías y Eliseo sino que con toda autoridad ha
dado la orden al joven de “levantarse” lo que sucedió en el instante; pero este
Dios que nos visita no es un Dios distante, ajeno a la realidad sino cercano y
atento al sufrimiento y “compadecido” ante el dolor.
Foto tomada de
paralagloriadedios.blogspot.com
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