Periodistas, comunicadores, propagandistas y mercenarios
Eduardo de la Serna
A raíz del “día del periodista”
me había decidido a escribir sobre el tema, en especial después de haber saludado
a amigos/as y conocidos/as en el oficio. Pero la excelente nota de Eduardo
Aliverti hoy [10 de junio 2013] en Página 12 (http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-221968-2013-06-10.html)
me hizo dudar. ¿Qué podría decir después de eso? Sin embargo, me decidí de
todos modos, pero ya no para aportar algo, sino para saludar a muchos/as y homenajear
a algunos/as.
Imagino que periodista viene de “periódico”,
y por tanto de alguien que escribe / habla periódicamente en un medio de
comunicación frecuente. Los medios de comunicación han variado y siguen
variando, hasta el punto que los que “escriben periódicamente” es su Facebook,
Tweeter o tienen (tenemos) un blog pueden creerse –y literalmente puede decirse
son- “periodista”.
Me permito empezar con una
analogía, que puede ser ilustrativa. Más de un joven, encerrado en su
melancolía adolescente, y su depresión por no encontrar todavía respuesta a ‘quién
soy y quién no soy’, se pone a garabatear letras, y luego afirma que está escribiendo
“poesías”. Y sin duda eso que él/ella escribe es valioso, importante para buscarse
y encontrarse, pero parece una exageración (al menos habitualmente) llamarlo “poesía”.
Poesía supone un “poeta” y –en lo personal- tengo un respeto reverencial por “el/la
poeta/isa”, creo que muy pocos (¡muy! pocos) son merecedores de ese nombre casi
sagrado. Creo (sigo hablando a modo personal) que un poeta es una suerte de profeta
de la vida y el ser (Heidegger es el que decía que “cuando el filósofo no nombra al ser, el poeta lo canta”), y que muy
pocos/as dan la talla. Eso no significa en lo más mínimo ignorar que cualquiera
tiene derecho a escribir, a expresarse, e incluso a hacerlo de “modo poético”,
o en verso (basta ver este blog para confirmarlo; y recordar que expresamente
los hemos titulado “versos”, jamás “poesías”). Sintetizando: aunque la palabra “poesía”
se la apliquen muchos o a muchos, creo que a la inmensa mayoría de esos tales,
les queda demasiado grande el término. Y eso es casi una ofensa para los Juan
de la Cruz, Neruda, Machado, Miguel Hernández, Gabriela Mistral y tantos/as. Y
algo muy parecido puede decirse del término actor/triz, que con tanta (¡tanta!)
generosidad se relata en nuestros días a cualquiera que hace su breve y exigua
aparición en los medios, y también parece una ofensa leer u oír que se llame
actor o actriz a cualquiera que darían vergüenza a Charlie Chaplin, Robert de
Niro, Dustin Hoffman, Lawrence Olivier, Liv Ullmann o Meryl Streep (por
mencionar en todos los casos extranjeros a fin de evitar debates nacionales innecesarios).
Y lo mismo podría decirse de términos como “músico” (¡¡¡perdón Tchaikovsky,
Mozart…!!!) o “pintor” (¡¡¡y más perdones a Leonardo, Caravaggio, Picasso!!!).
Y repito por si hiciera falta que no le niego a nadie el derecho a expresarse
pictórica, musical o literariamente. Simplemente creo que a la mayoría le queda
grande, ¡muy grande!, el adjetivo.
Y volviendo al periodismo, me
pregunto si no ocurre lo mismo con el término “periodista”. ¿No le queda demasiado grande el título a muchos/as?
Y veamos algunas cosas: la calidad periodística de alguien no puede medirse –de
ninguna manera- por el rating, o por el “marketing”. Eso es “mercado” que es
otra cosa. Es sabido que uno de los mayores sueldos en la década menemista en
la TV lo tenían una pareja que simplemente leían las noticias, las “comunicaban”.
Lo que importaba, en este caso, era que “comunicaban bien”, no lo que decían,
ya que se limitaban a leer un “guion” que otros habían escrito. ¿Eran
periodistas? Pues tenían “fama” de tales, pero pareciera que no “publicaban”
nada, aunque hacían “público” un texto.
Pero si de hacer público, de “comunicar”,
hablamos no podemos ignorar que uno de los personajes centrales en este juego
de la comunicación es el/la publicista. Este hace llegar al público aquello que
quienes lo han contratado pretenden que llegue, a fin de que sea “comprado” (y
nuevamente entramos en el mercado). Se dice que un buen publicista no vende lo que el público desea sino que hace desear
lo que el empleador quiere vender. Pero en cierta manera, seguimos en el
mismo “terreno” de publicar periódicamente. Y esto vale para un alimento, un
producto electrónico o un político. El objetivo es que el “público” compre (o aborrezca)
el producto que se quiere vender (o rechazar el de la competencia). Obviamente
lo fundamental es que se crea en la bondad de lo que se vende (o la maldad de
lo que se desea que no se compre), y para eso se deben exaltar las cualidades
(o resaltar los defectos de la competencia), aunque no sean tales. Todos hemos
tenido la experiencia de productos maravillosos que nos vendió la publicidad y
fueron comprados a pesar de su inutilidad (y valga para un automóvil, el
Windows 8 o Fernando de la Rúa). Me he detenido en esto porque es evidente –y nuestra
historia lo ha palpado- en que muchas veces se viste de “periodista” quien es
en realidad un publicista. La apariencia es idéntica, el objetivo no.
Creo que es evidente que no
existe el periodismo “objetivo” o “independiente”. Yo escribo como cristiano, y por tanto, trato de mirar
la realidad desde “el Evangelio”, y –además-
porque creo que Jesús nos enseña a mirar desde los pobres, porque de ellos es
el Reino, pues pretendo mirar, pensar y hablar “desde los pobres”. Ese es mi “lugar”.
Y creo que nadie escribe sin un lugar, por más microscópico que este sea. Tengo
ideología (¿hay alguien que no la
tenga?) y obviamente miro y pienso desde ese lugar. Y me parece muy sano saber
cuál es la ideología o el “lugar” desde el que otros hablan. No para estar de
acuerdo, por supuesto, sino para entender y saber hasta dónde se puede
dialogar. En lo personal, por ejemplo, me cuesta mucho escuchar, leer, o
dialogar con quién desprecia a los pobres.
No con quien mira desde “los ricos” y cree honradamente que eso también es bueno
para los pobres, aunque no esté de acuerdo en nada, y discutamos “hasta el día
del juicio”. Lo mismo me ocurre con los que tienen actitud “anti” cristiana, debo confesarlo.
Insisto, no con no-cristianos, que muchos/as amigos/as míos lo son; me refiero
a los “anti”. Dicho esto, me choca en exceso los que dicen, creen, o afirman
ser periodistas “independientes” u “objetivos”. Creo que eso no existe, y
entonces creo que se engañan, o nos engañan. Y eso es preocupante para quienes “publican
periódicamente”.
Yendo a lo concreto, creo que hay
periodistas muy honrados en todas partes, y periodistas que se han vendido como
productos de mercado, en todas partes. Y no me refiero a quienes han cambiado
de opinión con el tiempo, ya que es normal en el ser humano crecer, madurar, cambiar,
saltar, frenar, mudar… pero muchas veces hay cambios que no parecen el fruto de
una honrada búsqueda sino de una compra, o una venta. Creo, también, que hay
periodistas que están en un lugar del cual no me interesan demasiado sus
opiniones, y hay quienes aportan y ayudan a pensar. Aclaro desde el vamos que –precisamente
por valorar lo que ser “periodista” supone, no considero “periodistas” a los de
espectáculos, deportivos, o de chimentos, o del clima. No digo que no informen
(no todos con objetividad, ya que hay “publicistas” disfrazados de tales, como
es evidente; recuerdo las declaraciones del presidente de un club europeo al
comprar un jugador de fútbol que toda la vida consideré “inflado”, por el “periodismo”,
cuando dijo “me vendieron una Ferrari y
compramos un Fiat 600”, o el rol de Darín en “el mismo amor, la misma lluvia”, cuando exige dinero para publicar
una crítica positiva de una obra de teatro, cosa que me consta en lo personal
que ocurre).
Creo, entonces, que hay una estrecha relación entre
el “periodista” y la “verdad” (o la mentira). Absurdo sería
afirmar que conozca y comunique “toda la
verdad”, pero una cosa es la “verdad” mirada desde su “lugar”, su “ideología”,
y su propia capacidad de comprensión, y otra es la verdad disimulada, disfrazada,
caricaturizada (que el caturicaturista también es comunicador, evidentemente). Cuando
el “comunicador” omite, disfraza, o directamente miente, está en las antípodas
del periodismo, y se parece así al mercenario; es decir, aquel que trabaja por
la paga, y no le importa el mandante, la trinchera o el “lugar”, sólo la paga.
Muy abundante, por cierto. No me siento capaz de “juzgar” la honestidad de la
gran mayoría de los comunicadores, aunque me cuesta muchísimo creerla en
algunos/as, pero sí elijo. Elijo leer y escuchar a aquel y aquella que me ayuda
a pensar, a tener una mirada más amplia. Esté en el lugar que esté, salvo
aquellos “lugares” que simplemente no me interesan, aunque sean gente seria y
honrada.
Sintetizando… creo que llamar “periodista”
a alguien debería ser demasiado mesurado: personas como Mariano Moreno, Rodolfo
Walsh, José María Pasquini Durán, por mencionar los muertos, y sin olvidar a
tantos y tantas Periodistas (con mayúsculas) que conozco, respeto y de los que
en algunos casos, soy amigo, ellos no lo merecen. Y confundir “periodista” con
raiting me parece tan vergonzoso que no merece análisis. Basta recordar a
Bernardo Neudstat que de ser “estrella” pasó sus últimos años mendigando un
espacio por haber pasado de la gran credibilidad al rol de “innecesario” (por
los mismos que lo exaltaban y pagaban), aunque irónicamente haya muerto “el día
del periodista”.
Vaya entonces mi saludo a
aquellas y aquellos que ayudan a pensar, que son honrados con lo real, que
aportan una mirada y dialogan con otras perspectivas, aquellos que tienen más
preguntas que certezas, aquellos que no se confunden con ser propagandistas,
caricaturistas o mercenarios, ni siquiera comunicadores, sino que pretenden
prestar un “servicio” en el mejor conocimiento de la verdad. A ellos mis
respetos, abrazos y felicitaciones no sólo en su día, sino en la difícil, y tan
debatida responsabilidad de “periódicamente” publicar una palabra necesaria.
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