Cuando el perdón y el amor van de
la mano
DOMINGO
UNDÉCIMO "C"
16 de junio
Lectura del segundo libro de Samuel
12, 7-10.13
Resumen: Ante un pecado atroz del rey David el profeta de la corte, Natán, muestra al rey la gravedad de su delito y anuncia el castigo de Dios; pero ante este anuncio David sin demora ni excusas manifiesta su arrepentimiento confesando su pecado; ante lo cual, también sin demora, Dios otorga su perdón y se retracta del castigo merecido y anunciado.
Dejemos –por un momento- el aspecto claramente patriarcal (=
machista) del texto y miremos los acontecimientos. El texto comienza con la
llegada del profeta Natán (12,1) y finaliza con su retirada (12,15a). Sin
embargo el texto litúrgico omite toda la primera parte (vv.1-7a), unos
versículos intermedios (vv.11-12) y la conclusión (vv.14-15a). La intromisión
de Natán tiene su motivación en el crimen de David: éste, encandilado con una
mujer casada con un oficial de su ejército, Urías, un hitita, tiene relaciones
sexuales con ella, la cual queda embarazada. Para disimular el adulterio David
manda llamar con cualquier excusa a Urías con la idea que tenga relaciones con
su mujer y así disimular el hecho, pero Urías se niega a tocar a su mujer
mientras los compañeros estén en batalla. Ante esta situación David no ve más
remedio que hacer que el general deje a Urías abandonado a su suerte en medio
del combate donde finalmente morirá (2 Sam 11). Ahora David puede hacer suya la
mujer. Es en este contexto que interviene Natán. En la primera parte Natán
cuenta a David una “parábola” (12,1-4) donde el lector ya sabe de qué se trata,
pero David no logra percatarse. Irritado con el “personaje” propone su muerte
(vv.5-6) y entonces Natán le aclara: “Tú eres ese hombre” (v.7a).
A continuación sigue el texto litúrgico con la explicación de
Natán a David criticando su obrar, aunque ahora interpretado. Y luego saca las
consecuencias de esto: “la espada no se apartará de tu casa” (v.10). Esta
consecuencia será amplificada (vv.11-12) reflejando la “Ley del Talión” (= ojo
por ojo…) destacando que le ocurrirá lo mismo que ocasionó. Ante esto, David
reconoce (demasiado fácilmente, debemos reconocerlo) su delito e inmediatamente
se le asegura el perdón de Dios (v.13) pero como consecuencia, el hijo que
lleva Betsabé en su vientre morirá (v.14) y Natán se retira (v.15a).
Ante un rey capaz de obrar de esta manera, Natán –el profeta
“oficial” de la corte- arriesga su vida (por eso la cautela con la que
despliega los argumentos). Una vez dicha la frase lapidaria: “tú eres”, Natán
empieza a mostrar los beneficios y regalos que Dios dio al rey: lo unge rey, lo
protege, le da bienes, hereda “lo” del
rey anterior (= su harem), lo constituyó rey. E incluso estaría dispuesto a
darle mucho más todavía (v.8b), es decir es excesivamente beneficiado por Dios
(como el rico de la parábola de vv.1-4), pero David ha violado los mandamientos
del Dios que le ha dado todo cometiendo adulterio y además asesinato. La espada
del Talión actuará sobre los hijos de David (13,29; 18,14-15; 1 Re 2,25). David
no busca justificativos ni excusas, reconoce simplemente que “he pecado”
(v.13). Y con la misma simplicidad Dios lo perdona, no deberá morir (como los
asesinos y adúlteros, cf. Ex 21,12; Lev 20,10; 24,17.21).
Pero no podemos dejar de mirar este texto con ojos de mujer. El
pecado de David es contra Urías porque se ha atentado contra su “propiedad”,
como rey David puede tener “todas las mujeres que desee” (v.8) salvo que no
sean propiedad de otro, e incluso ha heredado las “posesiones” de su
predecesor, lo que incluye su harem; su pecado es haber tomado la “mujer de
Urías como mujer tuya” (v.9.10) y en el “ojo por ojo” las mujeres volverán a
ser víctimas: “tomaré a tus mujeres y se las daré a otros… otro se acostará con
tus mujeres…” (v.11). La mujer aparece como una cosa, una propiedad del varón,
y una mirada contemporánea no debe menos que incomodarse ante esto. La voz de
Betsabé no se escucha más que para decir: “estoy encinta” (11,5) y ante la
muerte de Urías, hacer duelo “por su señor” (11,26).
Dicho esto, destaquemos que la lectura es puesta aquí para mostrar
el inmenso amor y perdón de Dios aunque el crimen sea horrendo, como es el
caso. Dios sólo espera el arrepentimiento sincero para que su perdón llegue
inmediatamente sobre los suyos.
Lectura de la carta a los Gálatas
2, 16. 19-21
Resumen: en
el contexto del conflicto con aquellos que reclaman “la obediencia a la ley”
Pablo les recuerda que es la obra de Cristo y no la nuestra la que nos hace
“justos” ante Dios y que pretender lo contrario terminaría anulando la cruz de
Cristo.
Al finalizar la sección apologética en la que Pablo debe
defenderse de los ataques que algunos le han provocado (de los que hablamos al
comentar la segunda lectura la semana pasada), Pablo comienza a explicar cuál
es el evangelio que ha predicado (y le han criticado). La idea principal del
evangelio la presenta en 2,15-17 y la explica brevemente en 2,18-21 para
dedicar los próximos dos capítulos a explicar a fondo las consecuencias y el
sentido teológico de su predicación (caps. 3-4).
La lectura de hoy muestra el principio fundamental del evangelio
paulino (el ser humano se justifica por la fe y no por las obras de la ley)
para luego presentar la explicación.
Veamos entonces el criterio fundamental y luego su aclaración.
El v.16 se encuentra algo recortado lo que le quita
densidad al tema, veamos su esquema:
a. No se justifica
por (ex) las obras de la
ley
b. Sino por (dia) la fe de Jesús
Cristo
c. Nosotros en Cristo
Jesús creímos
b’. para conseguir la justificación
por (ek) la fe de Cristo
a’. pues por (ex) las obras de la
ley no se justifica la carne (pasa sarx)
La estructura
concéntrica de la unidad destaca varios elementos que deben ser tenidos en
cuenta. Pablo da por supuesto que esto es algo que “conocemos” y deja en el
centro la afirmación de que “hemos creído” (¿quiénes? ¿Pablo y su grupo?
¿Incluye a los gálatas? ¿Pablo y Pedro?). Es importante que en la sección b-b’
se aluda a la “fe de Cristo”. En esto no es evidente si se refiere a un “de”
objetivo o subjetivo, es decir, si Cristo es el objeto de la fe o el sujeto de
la misma. Ambas son perfectamente posibles gramaticalmente. Teniendo en cuenta
que “pistis” (= fe) también puede
traducirse como “fidelidad” es muy razonable que Pablo esté diciendo que lo que
nos hace justos ante Dios no es “nuestras obras” sino la fidelidad de Cristo. Y
nosotros “hemos creído”, hemos puesto nuestra confianza en ello. Este es el
principio, el punto de partida: lo que nos hace justos ante Dios es estar
plenamente unidos a Cristo, no “las obras de la ley”. No debemos olvidar que el
contexto polémico y la insistencia en que Pablo no es bueno/verdadero judío, y
la insistencia de los adversarios de que los gálatas deben circuncidarse y
cumplir la ley judía es parte integral del contexto, y por lo tanto da sentido
a la respuesta. En el v.17 Pablo abandona el plural; ¿era parte de lo que le
dijo a Cefas-Pedro en la discusión de v.14?; es probable que al menos Pablo
continúe el tema para manifestar –a partir de la discusión con Cefas que el
accionar de la “mesa compartida” y la hipocresía que significa la división, no
tiene en cuenta “el evangelio”, y entonces lo presente aquí. En v.18 comienza
la primera persona del singular (que finaliza en v.21) quizás para interpelar a
cada gálata en las consecuencias de sus actitudes.
La frase “por la ley he muerto a la ley” (v.19) resulta confusa,
quizás por concisa. “he muerto a la ley” se repite más adelante en la carta a
los Romanos (caps.7-8 donde hay formulaciones semejantes). El que ha muerto ya
no está sujeto a la ley, es un criterio obvio, y –como lo dirá más adelante-
nosotros “hemos muerto con Cristo”. En Rom 7,4 lo formula así: “hermanos, por la unión con el cuerpo
de Cristo ustedes han muerto a la ley y pueden pertenecer a otro: al que
resucitó de la muerte a fin de que diéramos frutos para Dios”. Como veremos, esta formulación tiene su origen en el bautismo en el que
nuestra unión con Cristo es total (estamos “en Cristo”) y por tanto con él
hemos muerto, y con él resucitaremos. Ciertamente esto es clave en el argumento
paulino, ya que si hemos muerto a la ley no tiene sentido ni justificativo que
algunos insistan en el cumplimiento de la ley (que es el tema principal que
causa la carta). Ahora bien, ¿por qué es que hemos muerto a la ley “por la
ley”? Para entender esto debemos recordar que “hemos muerto” por estar unidos a
Cristo crucificado, y Él se hizo a sí mismo “maldición” para rescatarnos de la
maldición al ser “colgado de un madero”. La ley proclama maldecido por Dios al
crucificado (Dt 21,23) pero en su solidaridad con nosotros, al llevarnos “en
él” (nueva alusión bautismal, que veremos) nos libera de la maldición. Jesús
fue crucificado para mostrar que Dios lo había maldecido, la ley lo indicaba
así. Como es frecuente, muchos se creen “dueños de Dios” y en lugar de dejarlo
hablar, ponen palabras en su boca, pero “los caminos de Dios no son nuestros
caminos”, Dios no lo ve así, tiene otros ojos, y la cruz “nos rescata de la
maldición”. Así, una ley mal entendida ha llevado a Jesús a la cruz, pero en
ella, por esa solidaridad de Cristo con la humanidad, al estar unidos a él por
el bautismo, eso nos ha hecho morir a la ley. Pero no se trata de un puro
“morir”, este lleva a un “vivir” para Dios por esa unión con el crucificado que
ha resucitado.
Aquí Pablo recurrirá a una fórmula que luego sus
discípulos (en Colosenses y Efesios) ampliarán más todavía, y es expresar nuestra
estrecha unión con Cristo uniendo la preposición “con” a un verbo que expresa
salvación, en este caso “con-crucificados” (synestaurômai).
El versículo es contundente. De un modo literal debería leerse así:
«yo, pues, por la ley a la ley he muerto, para Dios vivo, a Cristo
con-crucificados»
Pero esta estrecha unión a Cristo señalada con el “syn” (= con) tiene claras connotaciones
bautismales en Pablo. En Rom 6,8 Pablo habla precisamente del bautismo y
afirma: “si hemos muerto con Cristo,
creemos que también viviremos con él”. Como se ve, el contexto es semejante
a nuestro texto, con Cristo (syn Jristô)
hemos muerto, viviremos con él. El bautismo nos “sumerge” en Cristo y allí
permanecemos aguardando la vida plena de la resurrección. De hecho el tiempo verbal
en con-crucificados es el perfecto, lo que indica que fuimos crucificados con,
y seguimos crucificados con. Y la voz pasiva parece indicar que es Dios el que
nos ha unido a la cruz de Cristo y nos sigue uniendo a ella.
Esta unión al crucificado, entonces, es tan estrecha que
“no vivo yo”. Cristo es una fuerza, un poder que nos posee, del mismo modo que
antiguamente lo era el pecado: “en
realidad, ya no soy yo quien obra, sino el pecado que habita en mí” (Rom
7,17). Donde antes “habitaba” el pecado, es decir una fuerza poderosa que nos
posee de modo que no obramos cuanto queremos (Rom 7,19-20), ahora “vive” Cristo
de modo que esta vida (“en la carne”) la vivo “en la fe”. La característica de
esta cruz en la que ahora estoy es el amor de Cristo. Amor tal que aquí no
figura como “entregado” por otro (sea Judas o sea el Padre) sino en una
autodonación de sí movida por el amor. Nada más lejano a un amor light o un
amor autoreferencial, es un amor que se refleja en el amado (en este caso “yo”)
y es capaz de dar la vida. La siguiente vez que encontramos el verbo amar en
esta carta curiosamente también es en referencia a la ley, pero para afirmar
que “toda la ley alcanza su plenitud” (plêroô)
en el palabra: “amarás a tu prójimo como a ti mismo” (5,14). Muy semejante es
el dicho de Romanos 13,8: “que la única deuda que tengan con los demás sea la
del amor mutuo. Porque el que ama al prójimo ya cumplió (plêroô) toda la ley”; todo se “recapitula” en el amor al prójimo
(Rm 13,9). Para comprender mejor toda esta unidad remitimos, una vez más, a
Romanos:
«Por consiguiente, ninguna
condenación pesa ya sobre los que están en Cristo Jesús. Porque la ley del
espíritu que da la vida en Cristo Jesús te liberó de la ley del pecado y de la
muerte. Pues lo que era imposible a la ley, reducida a la impotencia por la
carne, Dios, habiendo enviado a su propio Hijo en una carne semejante a la del
pecado, y en orden al pecado, condenó el pecado en la carne, a fin de que la
justicia de la ley se cumpliera (plêroô) en nosotros que seguimos una conducta,
no según la carne, sino según el espíritu» (Rm 8,1-4)
Acá es útil volver a lo dicho: lo que nos hace justos ante Dios no
es “cumplir las obras de la ley” sino la fidelidad de Cristo, esa fidelidad que
se manifiesta plenamente en su amor extremo hasta dar la vida (“y muerte de
cruz”, Fil 2,8). Esto de ninguna manera debe entenderse que el seguidor de
Jesús queda excluido del amor (cosa que en la misma carta se repetirá, como
hemos dicho; cf. 5,6). Es nuestra estrecha unión con Cristo, generada en el
bautismo y que continúa, y que se expresa en la fe (afirmados a Cristo) la que
nos alcanza la justificación, y esta se manifiesta en el amor de hermanos y
hermanas.
Esta es la obra de Cristo a la cual nos unimos y nos alcanza la
justificación, por eso Pablo finaliza con una nota cruel: Cristo habría muerto en vano si es que nosotros podemos alcanzar
nuestra propia justificación en la obediencia a la ley. Con otras palabras lo dirá
en la carta a los filipenses: esos tales se comportan como “enemigos de la cruz de Cristo” (3,18).
Esto es, en suma, nada menos que “la
gracia” (buscar la justicia por la ley nos aparta de la gracia, Gal 5,4),
es decir abandonarse confiadamente a la obra de Dios en nosotros, a la
fidelidad y amor de Cristo en nosotros y no creer que somos nosotros con
nuestra capacidad y obediencia los que podemos alcanzar a Dios.
Evangelio según san Lucas
7, 36-8, 3
Resumen: El perdón y al amor van juntos. Una mujer arranca a Jesús el perdón y adquiere características de discípula mientras un varón religioso y piadoso cuestiona a Jesús y no lo reconoce por lo que es.
Antes
de entrar en tema con el Evangelio del día, es necesario destacar la “mala
prensa” o mejor dicho la “mala fama” que este texto –sumado a otros- ha
provocado. Nos encontramos aquí con una “pecadora” (presumiblemente una
prostituta) que unge los pies de Jesús (con perfume), en Mc 14,3-9 encontramos
a una mujer (de la que no se dice nada) que “embalsama”, perfuma con nardo a
Jesús en su cabeza, en Jn 12,1.11 María de Betania unge los pies de Jesús con
perfume de nardo. Como el texto que sigue a continuación (Lc 8,1-3) menciona de
modo especial a María Magdalena (¿de Magdala?) y se afirma que de ella Jesús
“expulsó 7 demonios” todo confluyó: María era la misma Magdalena que la de
Betania (por eso no hay fiesta litúrgica de María de Betania, aunque ella haya
sido la que “eligió la mejor parte”,
Lc 10,42),y se identificó las diferentes unciones, y por ser “pecadora” había
sido “prostituta”. Todo confluyó en una misma figura a partir de la cual María
Magdalena había sido prostituta, de Betania y fue la que ungió a Jesús (a veces
todavía se la identificó con la adúltera de Jn 8,1-11 para sumar calamidades
sobre su cabeza). Señalamos esto para distinguir, cada escena es propia, y de
esta mujer –del texto de hoy- no se dice su nombre ni localidad, y de ninguna
manera creemos que haya que identificarla ni con María de Betania, ni con María
Magdalena. Se trata simplemente de una mujer anónima (como la que en Betania
unge para la sepultura a Jesús, que no es la misma). De María Magdalena
destacaremos otros elementos.
El
relato ocurre en una comida de Jesús en casa de fariseos. Son frecuentes estas
comidas en Lucas. Parecen seguir lo que se ha llamado el género literario de
los simposios, un personaje importante es invitado a un banquete, y allí sucede
algo que desencadena un debate. En este caso, lo que sucede es la presencia de
la mujer y el posterior debate.
La liturgia incorpora a este
bloque –sin que quede clara la razón- un breve sumario (8,1-3) donde se
menciona a mujeres que siguen a Jesús, quizás para integrar el tema de la mujer
en el conjunto.
El acontecimiento
desencadenante es la invitación (v.36) y la intervención de la mujer (v.37-38).
A continuación se pone en cuestión la actitud (v.39) y la reacción de Jesús
(v.40): una parábola (vv.41-42) y la aplicación a los hechos concretos
(vv.43-50).
El fariseo le “ruega” a
Jesús que coma con él (ver 11,37; 14,1). El ruego es un pedido (o pregunta) con
cierta premura (4,38; 5,3; 7,3; 8,37…). La “comida” es un tema importante en
Lucas: mientras los discípulos de los fariseos y de Juan el Bautista ayunan y
hacen oraciones, la “religiosidad” de los discípulos de Jesús se manifiesta en
que “comen y beben con publicanos y pecadores”. La mesa abierta, donde todos
tienen cabida es el signo de que el reino está presente en la persona de Jesús
y sus seguidores (cf. 5,30.33; 7,33.34). Justo a continuación de este dicho,
Jesús “acusado” de comer y beber, es invitado a comer. Es interesante
distinguir –en Lucas- las comidas con pecadores de las comidas a las que Jesús
es invitado (a estas se aplica el género “simposio” al que hicimos
referencia).
Enterada, una mujer
“pecadora pública” fue a la casa con un frasco de perfume (v.37). Sin dudas el
acento está puesto en los pies de Jesús ya que ella los moja, los seca, los
besa y los unge (v.38). ¿Por qué los pies? ¿Acaso porque Jesús en Lucas es
presentado como un profeta y predicador itinerante? En 9,5 y 10,11, por ejemplo
“el polvo de los pies” es signo de la
misión de los discípulos; estar “a los
pies” es signo de discipulado (8,35.41; 10,39; 17,16; cf. Hch 22,3).
Esto provoca la duda del
fariseo que lo había invitado: “si este
fuera un profeta, sabría…” (v.39). Una vez más Lucas insiste en la cualidad
profética de Jesús (como hemos visto en otras ocasiones, es uno de los temas
centrales de la cristología y la eclesiología de Lucas). Y a continuación, la
respuesta de Jesús, aquí formulada con una pregunta inicial (v.40).
Tangencialmente, lo que sigue muestra claramente que Jesús “sí sabe” quién es
la mujer, por lo que es evidente que sí es profeta.
“Maestro” es frecuente en
los Evangelios; el vocativo se encuentra 12 veces en Lucas; salvo en 3,12
siempre se dirigen así a Jesús, muchas veces con el objetivo de “ponerlo a prueba”: 10,25; 20,21.28 pero
también para obtener de él una enseñanza o una palabra (o milagro): 9,38;
12,13; 18,18; 20,29. La intervención de Jesús es una simple parábola de un
acreedor con dos deudores (vv.41-42; muy lejanamente semejante a Mt 18,23-35).
El hecho en sí es inverosímil (“como no
tenían para pagarle perdonó a ambos”) pero desencadena la reflexión. Lo
interesante (y sobre lo que volveremos) es que en la parábola es evidente que
el perdón antecede al amor, lo genera. ¿Quién
le amará más? La respuesta de Simón, el fariseo no era sino lógica: “aquel al que se le perdonó más” y Jesús lo
refrenda: “juzgaste bien” (v.43).
A continuación Jesús aplica
la parábola al contexto y la situación (vv.44-47). Nuevamente se nota el acento
puesto en los pies, en este caso marcando el contraste entre lo que “sí hizo”
la mujer y lo que “no hizo” Simón (vv.44-46).
Simón el fariseo
|
Mujer (anónima)
pecadora pública
|
No
agua para los pies
|
Lágrimas
en los pies, secados con cabellos
|
No
beso
|
Beso
a los pies
|
No
unción en la cabeza
|
Ungió
los pies con perfume
|
De aquí Jesús extrae una
consecuencia: “por eso” (v.47) “sus
muchos pecados quedan perdonados porque mostró mucho amor”. Jesús
manifiesta, como hemos dicho, saber quién es “esta mujer, una pecadora” (v.39) con lo que confirma su ser
profeta, pero además confirma públicamente el perdón originado por su “mucho
amor”. El contraste, en este caso está dado por el mucho pecado – mucho amor,
es clara alusión a la parábola anterior pero con una diferencia: en este caso
el amor antecede al perdón, lo genera.
La conclusión –en la casa-
es la nota final del conflicto desatado en el “simposio”: Jesús “perdona” y
preguntan “¿quién es este que hasta perdona? La formulación es diferente a lo
dicho por los escribas en 5,21 donde los escribas afirman que blasfema ya que
sólo Dios puede perdonar pecados, aquí se pregunta quién es este (como en 5,21)
pero se presupone que los perdona. La pregunta ¿quién es este? Se repite
también en el acontecimiento de la tempestad calmada (8,25) y la formula
Herodes al oír la referencia a los signos que hace (9,9). En estos casos se presupone
el hecho y la pregunta es la sorpresa ante los mismos, por lo que si bien puede
interpretarse irónicamente (como en 5,21) también puede ser una pregunta
sincera por la identidad de Jesús (o ambas cosas: irónica en los que la
formulan, pregunta por la identidad de los lectores del Evangelio).
Como lo ha hecho en otras
ocasiones Jesús despide a la mujer con la fórmula: “Tu fe te ha salvado”. Es interesante que la fórmula la encontramos
en Mt 9,22 / Mc 5,34 / Lc 8,48 en el caso de la mujer con hemorragias, en Mc
10,52 / Lc 18,42 en el caso del ciego de
Jericó, en Lc 17,19 el caso del leproso samaritano y en nuestro texto. Podemos
decir que en todos los casos se trata de personas marginales (mujer impura,
mendigo, samaritano, pecadora pública) y en todos los casos estas personas la
“arrancan” a Jesús su intervención salvadora. Salvo el relato del ciego (que
está en el piso y se levanta) los restantes se ponen “a los pies de Jesús” con
las connotaciones de discipulado que hemos señalado (del ciego no se dice eso,
pero sí que “lo seguía”, verbo también discipular). La referencia a la “fe”,
ciertamente lo confirma.
A modo de conclusión de la
unidad notemos que el perdón y el amor parecen precederse mutuamente. Como un
círculo, el uno engendra al otro. A veces el perdón es primero, otras veces el
amor, pero ambos “van juntos” engendrando vida, restituyendo a la persona en su
dignidad.
El texto de la liturgia
incorpora (aunque es una unidad diferente) el sumario de Lc 8,1-3. Jesús
“camina” (recordar la referencia a los pies lavados y ungidos) por “ciudades y
pueblos” (cf. 13,22) proclamando (kêryssô)
y evangelizando el reino de Dios. Los Doce estaban con él, pero no sólo, ya que
había “algunas mujeres”. En realidad Lucas ha querido destacar aquí que un
grupo de mujeres acompañan a Jesús desde Galilea y lo seguirán hasta Jerusalén
(23,49.55). Además de que “acompañaban a Jesús” se dice que lo “servían (diakoneô) con sus bienes” (v.3). Lo que
se destaca es que fueron “curadas” y entre ellas destaca María Magdalena “de la
que habían salido siete demonios” (v.2). Sin duda lo que esto supone es que
padecía una gran enfermedad (“siete”). Como ocurre en otros casos (vg. Ciego de
Jericó) la curación es interpretada por muchos delos sanados como una
invitación al seguimiento, cosa que queda aquí aclarada no sólo con el verbo
“siguieron” (de la raíz “akolyteô”)
sino el servicio con los bienes. No puede menos que contrastarse con actitudes
como la del rico que se niega a poner los bienes en común y no sigue a Jesús
(18,22-23). El rol de mujeres en el grupo de Jesús, como discípulas no puede
negarse (incluso Lucas “inventa” la palabra “discípula” que no existía en femenino, ver Hch 9,36).
Difícilmente pueda justificarse
con argumentos bíblicos serios el pobre lugar que las mujeres ocupan en la
Iglesia en nuestros días.
Dibujo tomado de http://redpastoralclaretianas.blogspot.com
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