Unos
datos aislados sobre la violencia en Colombia
Eduardo
de la Serna
He dudado mucho de poner este texto. Principalmente porque una mirada distraída pareciera que se trata de una crítica a un país o un pueblo que amo, Colombia. Lo que me decidió a hacerlo es la lectura superficial que se hace en Argentina sobre un tema complejo como es “la seguridad”. Es notable que uno comenta aspectos de lo que se vive en aquel país maravilloso en cuanto al dolor o la violencia y la incapacidad de comprenderlo en Argentina (supongo que será igualmente válido para otras realidades). Es por eso que el tema es “la violencia”, y ante todo quiero señalar que Colombia es mucho, ¡muchísimo!, más que eso. Pero cuando en Argentina uno escucha decir “igual que acá”, o “ya estamos igual”, me resulta un poco grave. (1) porque me parece una falta de respeto a un pueblo que debe convivir con la violencia desde hace demasiado tiempo, (2) porque creo que somos víctimas de una campaña que ignora el tema y lo manipula. La realidad es abismalmente diferente, como es diferente el modo de vivirla de los diferentes pueblos. Con intención, entonces, de que en cierto modo sea un homenaje a un pueblo sufrido y digno, y de ayudar a comprender nuestra propia realidad es que me he decidido a poner esto.
Se vuelve muy difícil escribir
algo donde se intente mostrar una realidad tan diferente a la nuestra de
Argentina… Especialmente porque quienes no la conocen, ni la vislumbran, no pueden
menos que mirarla o pensarla “desde
nuestra realidad” y es precisamente eso lo que aquí quisiéramos evitar.
¿Cómo explicar el gusto de una fruta tropical a quien nunca la ha saboreado?
Podrá buscar en internet fotos del fruto, podrá saber que es dulce, o agrio,
que tiene “un aire” a otra fruta conocida, pero nunca –hasta que no lo pruebe-
sabrá cuál es el verdadero sabor.
Mirar la experiencia de
muchísimos migrantes que viven en nuestros países y que después de 50 años
siguen sin entender la cultura, y la (infra) valoran con sus propios criterios
y parámetros, tan diferentes, puede servir para ilustrar la dificultad de
comprender, pero tampoco lo aclara suficientemente.
Para entender desde Argentina la
realidad de Colombia, por ejemplo no basta con conocer 4 o 5 datos,
especialmente porque muchos los comprenderán desde nuestra realidad (o desde
nuestra percepción de la realidad, o –peor aún- desde la realidad que nos hacen
creer que vivimos). Por otro lado, siempre está la mirada subjetiva, o la
propia experiencia (que es indiscutible, pero siempre parcial): una persona que
es asaltada en la ciudad más segura del mundo, no tendrá esa percepción; del
mismo modo que quien caminó por la noche varias veces en lugares peligrosísimos
sin que le ocurriera nada, relativizará mucho esa otra realidad. Lo que voy a
anotar es sobre el tema de la violencia, sin detenerme en los cientos de
agrupaciones y colectivos que luchan por los Derechos humanos, que trabajan por
la paz y la vida, en ambientes religiosos, sociales, ONG y demás. Escribo sobre
la violencia, pero estas personas y grupos no deberían desconocerse e
ignorarse. Merecen todo nuestro respeto, en especial por la amenaza constante y
sistemática de sus vidas (haber viajado con custodia o en camionetas blindadas
me permite comprenderlo).
Colombia está marcada por la
violencia desde hace demasiado tiempo. Una guerra civil prolongada (“la guerra de los mil días”, 1899-1902),
el asesinato de Jorge Eliecer Gaitán (9 de abril de 1948) que desencadena un
largo conflicto y violencia interna de diez años (1948-1958) que fue ‘solucionado’
por un acuerdo de alternancia en el poder entre conservadores y liberales (lo
cual da una temporaria solución a la violencia pero aniquilando a su vez la
democracia).
“El problema” de la violencia tiene un eje principal: la tierra. Los
amagos de “reforma agraria” siempre
quedaron en eso, en “amagos”; los terratenientes, los hacendados y ganaderos
son demasiado poderosos. No es por azar que el primer tema en el diálogo de paz
entre el Gobierno y la guerrilla de las FARC en la Habana (2013) sea sobre el
tema de la tierra (acuerdo logrado el 26 de mayo de 2013; restan los faltantes
5 temas del diálogo para la firma de los acuerdos). Es a partir de esto que
surgen varios levantamientos campesinos y bandoleros, hasta que finalmente emergen
las organizaciones guerrilleras (FARC, 1964; ELN, 1964 y M-19, 1970) nacidas
especialmente en medios campesinos. Estas organizaciones guerrilleras
provocaron a su vez, como contra reacción el surgimiento de agrupaciones paramilitares
a partir de la década de los 70, alentadas por empresarios (hacendados y
ganaderos, precisamente), y políticos, conformándolas con la apariencia de “cooperativas de autodefensa” que
contaron finalmente con aval oficial del gobierno colombiano (Ernesto Samper y
César Gaviria) de defenderse e intervenir “con
cualquier arma y medio actual o futuro” creándose así finalmente las
Autodefensas Unidas de Colombia (AUC). Es imposible “olvidar” en este mismo
contexto –y sumarlo- la proliferación de la violencia provocada por los
carteles de la droga: los carteles de Cali y de Medellín y luego el “del Valle”
que finalmente alimentó de fuerzas armadas y sicarios a los grupos paramilitares;
la violencia de los carteles, particularmente significativa en el caso de Pablo
Escobar, es expresión de la gravedad de la situación. El conflicto interminable
provoca el desplazamiento forzado de más de 5.200.000 colombianos (lo que
representa más del 10% de la población del país). Las cifras oficiales
reconocen 260.000 desplazados en el año 2012. Cantidades inmensas de personas
llegan a las ciudades mes a mes aumentando las poblaciones, y dejando los
campos libres para que guerrilleros y paramilitares siembren coca, palma,
ejerzan la minería ilegal… La realidad muestra que en pasados acuerdos de paz,
durante la tregua, las guerrillas de las FARC aprovecharon para rearmarse y
reposicionarse boicoteando así el proceso, o que en otros acuerdos de paz que
concluyeron en la desmovilización y desarme de grandes agrupaciones guerrilleras,
estas fueron masacradas una vez desarmadas e inermes. La violencia paramilitar
desplazando poblaciones enteras a causa del terror sembrado de masacres,
descuartizamientos y fosas comunes o cientos de cadáveres arrojados al rio,
revela la gravedad de la situación. El alcalde de Bogotá, Gustavo Petro (ex M-19), afirmó que son tantos los desaciertos y
errores de las guerrillas que han logrado algo único en América Latina y es que
la derecha sea popular. El gobierno del ex presidente Álvaro Uribe, que alentó,
fomentó y apoyó el paramilitarismo (hasta el punto que el 35% del Congreso eran
legisladores provenientes de lo que se llamó la “para-política”… [resulta
patético escuchar al jefe paramilitar Salvatore Mancuso hablando ante el
Congreso y escuchar a los senadores aplaudir de pie su discurso que finalizó
con “Dios salve a Colombia”.]) debió mostrar –ante presiones de los EEUU- que
alentaba el desame de los grupos paramilitares con un remedo de ley (“Justicia y Paz”) y que a quienes reconocieran
sus crímenes y colaboraran con la justicia se les aplicarían escasas penas [la
pena prevista por dicha ley es de 8 años de cárcel a autores confesos de
masacres (en realidad el presidente Uribe propuso una ley, la
de “Alternatividad Penal” que la
Corte Constitucional modificó en la ley de “Justicia
y Paz”, que a pesar de las decenas de recovecos e injusticias, ha ayudado en
parte a frenar la impunidad).
Es así que paramilitares como José Ever Veloza, alias H.H., que confesaron más de 3.000 crímenes sólo tuvieron
pocos meses de prisión, y cuando empezaron realmente a colaborar con la
justicia dando información, fueron extraditados a EEUU en horas de la madrugada].
Sin sus principales cabecillas –algunos matados por sus propios miembros, como
es el caso de Carlos Castaño, uno de los fundadores de las AUC matado por su
propio hermano, otros extraditados como “don Berna” o el mencionado Salvatore
Mancuso- los grupos se dividieron en bandas “autogestionadas” hoy conocidas
como Bacrim: Urabeños, Rastrojos,
Águilas Negras…
Los centros de atención a las
víctimas de Bogotá, por ejemplo (son 7 en la ciudad) escuchan más de 300
personas por día cada uno [datos recibidos en mayo 2013]; los grupos
religiosos, ONG, organizaciones de Derechos Humanos no dan abasto y experimentan
a diario la impotencia. Mientras tanto, el 40% de las camionetas de Bogotá son
blindadas, muchas empresas antes de contratar nuevos empleados los someten al
polígrafo (“detector de mentiras”) los
guardias privados con perros feroces andan por la ciudad a cada momento, los
edificios de departamentos no tienen porteros sino miembros de agencias de
seguridad, muchos de ellos armados, “el
de la moto” no es el del delivery, precisamente, sino el sicario, y los
Medios de Comunicación (en manos exclusivas de la derecha) boicotean
solapadamente de modo sistemático los procesos y diálogos de paz. Las rutas son
“custodiadas” por el ejército, que a veces detiene buses para hacer requisa a
los pasajeros, y otras veces son detenidos por la guerrilla para “hacer buena letra” o cobrar alguna “vacuna” (= peaje).
Y esto sin mencionar la violencia
sistemática. Ser sicario es una breve “salida laboral” (o incorporarse a las
bandas paramilitares que “vacunan” a poblaciones enteras), los robos, asaltos y
crímenes son ciertamente alarmantes en pleno centro de la ciudad. Los
“cuchillos” están a la orden del día en semáforos, paradas de buses o
motociclistas. Y –sin embargo- hay que destacar el enorme descenso de la
criminalidad gracias a la campaña y aliento del desarme promovido por el
alcalde de Bogotá (bajaron el 16% en enero 2013). Algunos municipios celebraron
este año que hubo “3 días sin crímenes”.
Un elemento más que no puede
quedar sin ser destacado es que Colombia es el 3er país en
ayuda militar de los EEUU en el mundo (y hay ¡5 bases militares yanquis en el
territorio colombiano!); el conflicto armado es un negocio; y no sólo por la
droga, en el cual todas las partes
están implicadas, sino también por ingresos de divisas. Coherente con el modelo
neoliberal, especialmente a partir de la llamada “Seguridad democrática” implementada por el entonces presidente
Uribe (antiguamente acusado por la DEA de narcotraficante), los militares
reciben “un plus por productividad”,
es decir aumentos de salarios, recompensas, premios en vacaciones, posibilidad
de retirarse anticipadamente con salarios aumentados en la medida en que
“eliminen” guerrilleros (su entonces ministro de defensa era Juan Manuel
Santos, hoy presidente de la república). Esto no solamente ha impulsado que
muchos guerrilleros traicionen a sus camaradas (por ejemplo, descuartizándolos
para entregar las manos como prueba y cobrar una recompensa) sino también que
los militares buscaran aumentar la “productividad”. Esto llevó a la
proliferación de lo que se llaman los “falsos
positivos”. Se suelen secuestrar grupos de jóvenes –habitualmente pobres
y/o campesinos-, se los fusila, se les ponen uniformes de las FARC, armas y se
los presenta como asesinados en combate. Aunque las familias sepan que no es
verdad el hecho, no tienen a quien recurrir (o no saben a quién podrían
recurrir), además del miedo paralizante que nunca falta. Así aumentan las
estadísticas de “guerrilleros abatidos”
por el “heroico ejército colombiano”.
Según el CINEP (de los padres jesuitas) en 2012 (ya en gobierno de Juan Manuel Santos)
hubo 52 “falsos positivos” en
Colombia. Para el 2009 los casos de “falsos
positivos” denunciados ante la Fiscalía o la Procuraduría pasaban los 1.000
(con un 98,5% de impunidad según el relator de las Naciones Unidas).
Mucho más se
podría decir para hablar de “la violencia
en Colombia”, sin embargo algo queda por destacar. La violencia se puede
medir con datos estadísticos concretos; se suelen medir los crímenes –por
ejemplo- cada 100.000 habitantes. Estos son datos “concretos y medibles” que
contrastan con la “sensación” o la “creación de sensaciones” que muchas veces
genera la repetición constante de imágenes o datos. Según estos datos, la
ciudad más violenta del mundo en 2012 fue San Pedro Sula, Honduras (169,3
asesinatos cada 100.000 habitantes), según estos mismos datos la ciudad
colombiana más violenta es Cali (7ª en este ranking: 79,3 asesinatos), aunque
los datos de Pastoral Social de
Tumaco (departamento de Nariño, Colombia) de 2011 indicaron 360 asesinatos en
100.000 habitantes. Se afirma que la posibilidad de ser asesinado en Tumaco es
9 veces mayor que la de Cali. En las estadísticas, hay otras ciudades de
Colombia: Medellín (24ª con 49,1), Santa Marta (29ª con 45,25), Pereira (37ª
con 36,1) y Barranquilla (50ª con 29,4); hay también ciudades de Brasil,
México, Venezuela, EEUU entre otros lugares en el ranking de las 50 ciudades
más violentas. Ninguna de Argentina. En la provincia de Buenos Aires, en el
2012 hubo 7,6 crímenes cada 100.000 habitantes. La ciudad más violenta de la
Argentina es Rosario, con 13,8 en 2010, y 15,1 en 2012 (es decir, aclaremos, esos
7,6 o 15,1 no son “sensaciones”, son reales y terribles; pero son 7,6 y 15,1 no
169,3). En el Conurbano bonaerense las tasas 2012 son: La Matanza, 9,62, Lomas
de Zamora, 8,86 y la tasa más alta se dio en el Departamento Judicial San
Martín (comprende los partidos de San Martín, José C. Paz, Malvinas Argentinas,
Tres de Febrero y San Miguel): 11,18 (informe de la Fundación para la
Integración Federal, 2013).
Es interesante notar la evolución
estadística de la Argentina:
2000
|
2001
|
2002
|
2003
|
2004
|
2005
|
2006
|
2007
|
2008
|
2009
|
7,17
|
8,43
|
9,47
|
7,9
|
6,3
|
5,8
|
5,27
|
5,26
|
5,8
|
5,45
|
La ciudad de Buenos Aires –por su
parte- es la más “segura” de América después de Toronto.
Sin embargo, no me parece sensato
ni justo terminar sin mirar un dato más: en las encuestas y consultas
internacionales, el pueblo colombiano está considerado el (o uno de los) más
felices del mundo. No es posible ignorar este dato de la realidad, lo cual
habla también de la idiosincrasia de un pueblo. Colombia no es solamente
“violencia” (por eso el slogan para “vender” Colombia para el turismo: “el riesgo es que te quieras quedar”), es un
pueblo feliz y alegre que no permite que los violentos, por más muchos que
sean, les roben la vida y las ganas de vivir, de bailar, de celebrar.
“El dolor de Colombia”, cuadro de
Fernando Botero
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