jueves, 13 de junio de 2013

Unos datos aislados sobre la violencia en Colombia



Unos datos aislados sobre la violencia en Colombia


Eduardo de la Serna



He dudado mucho de poner este texto. Principalmente porque una mirada distraída pareciera que se trata de una crítica a un país o un pueblo que amo, Colombia. Lo que me decidió a hacerlo es la lectura superficial que se hace en Argentina sobre un tema complejo como es “la seguridad”. Es notable que uno comenta aspectos de lo que se vive en aquel país maravilloso en cuanto al dolor o la violencia y la incapacidad de comprenderlo en Argentina (supongo que será igualmente válido para otras realidades). Es por eso que el tema es “la violencia”, y ante todo quiero señalar que Colombia es mucho, ¡muchísimo!, más que eso. Pero cuando en Argentina uno escucha decir “igual que acá”, o “ya estamos igual”, me resulta un poco grave. (1) porque me parece una falta de respeto a un pueblo que debe convivir con la violencia desde hace demasiado tiempo, (2) porque creo que somos víctimas de una campaña que ignora el tema y lo manipula. La realidad es abismalmente diferente, como es diferente el modo de vivirla de los diferentes pueblos. Con intención, entonces, de que en cierto modo sea un homenaje a un pueblo sufrido y digno, y de ayudar a comprender nuestra propia realidad es que me he decidido a poner esto.





Se vuelve muy difícil escribir algo donde se intente mostrar una realidad tan diferente a la nuestra de Argentina… Especialmente porque quienes no la conocen, ni la vislumbran, no pueden menos que mirarla o pensarla “desde nuestra realidad” y es precisamente eso lo que aquí quisiéramos evitar. ¿Cómo explicar el gusto de una fruta tropical a quien nunca la ha saboreado? Podrá buscar en internet fotos del fruto, podrá saber que es dulce, o agrio, que tiene “un aire” a otra fruta conocida, pero nunca –hasta que no lo pruebe- sabrá cuál es el verdadero sabor.

Mirar la experiencia de muchísimos migrantes que viven en nuestros países y que después de 50 años siguen sin entender la cultura, y la (infra) valoran con sus propios criterios y parámetros, tan diferentes, puede servir para ilustrar la dificultad de comprender, pero tampoco lo aclara suficientemente.

Para entender desde Argentina la realidad de Colombia, por ejemplo no basta con conocer 4 o 5 datos, especialmente porque muchos los comprenderán desde nuestra realidad (o desde nuestra percepción de la realidad, o –peor aún- desde la realidad que nos hacen creer que vivimos). Por otro lado, siempre está la mirada subjetiva, o la propia experiencia (que es indiscutible, pero siempre parcial): una persona que es asaltada en la ciudad más segura del mundo, no tendrá esa percepción; del mismo modo que quien caminó por la noche varias veces en lugares peligrosísimos sin que le ocurriera nada, relativizará mucho esa otra realidad. Lo que voy a anotar es sobre el tema de la violencia, sin detenerme en los cientos de agrupaciones y colectivos que luchan por los Derechos humanos, que trabajan por la paz y la vida, en ambientes religiosos, sociales, ONG y demás. Escribo sobre la violencia, pero estas personas y grupos no deberían desconocerse e ignorarse. Merecen todo nuestro respeto, en especial por la amenaza constante y sistemática de sus vidas (haber viajado con custodia o en camionetas blindadas me permite comprenderlo).

Colombia está marcada por la violencia desde hace demasiado tiempo. Una guerra civil prolongada (“la guerra de los mil días”, 1899-1902), el asesinato de Jorge Eliecer Gaitán (9 de abril de 1948) que desencadena un largo conflicto y violencia interna de diez años (1948-1958) que fue ‘solucionado’ por un acuerdo de alternancia en el poder entre conservadores y liberales (lo cual da una temporaria solución a la violencia pero aniquilando a su vez la democracia).

El problema” de la violencia tiene un eje principal: la tierra. Los amagos de “reforma agraria” siempre quedaron en eso, en “amagos”; los terratenientes, los hacendados y ganaderos son demasiado poderosos. No es por azar que el primer tema en el diálogo de paz entre el Gobierno y la guerrilla de las FARC en la Habana (2013) sea sobre el tema de la tierra (acuerdo logrado el 26 de mayo de 2013; restan los faltantes 5 temas del diálogo para la firma de los acuerdos). Es a partir de esto que surgen varios levantamientos campesinos y bandoleros, hasta que finalmente emergen las organizaciones guerrilleras (FARC, 1964; ELN, 1964 y M-19, 1970) nacidas especialmente en medios campesinos. Estas organizaciones guerrilleras provocaron a su vez, como contra reacción el surgimiento de agrupaciones paramilitares a partir de la década de los 70, alentadas por empresarios (hacendados y ganaderos, precisamente), y políticos, conformándolas con la apariencia de “cooperativas de autodefensa” que contaron finalmente con aval oficial del gobierno colombiano (Ernesto Samper y César Gaviria) de defenderse e intervenir “con cualquier arma y medio actual o futuro” creándose así finalmente las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC). Es imposible “olvidar” en este mismo contexto –y sumarlo- la proliferación de la violencia provocada por los carteles de la droga: los carteles de Cali y de Medellín y luego el “del Valle” que finalmente alimentó de fuerzas armadas y sicarios a los grupos paramilitares; la violencia de los carteles, particularmente significativa en el caso de Pablo Escobar, es expresión de la gravedad de la situación. El conflicto interminable provoca el desplazamiento forzado de más de 5.200.000 colombianos (lo que representa más del 10% de la población del país). Las cifras oficiales reconocen 260.000 desplazados en el año 2012. Cantidades inmensas de personas llegan a las ciudades mes a mes aumentando las poblaciones, y dejando los campos libres para que guerrilleros y paramilitares siembren coca, palma, ejerzan la minería ilegal… La realidad muestra que en pasados acuerdos de paz, durante la tregua, las guerrillas de las FARC aprovecharon para rearmarse y reposicionarse boicoteando así el proceso, o que en otros acuerdos de paz que concluyeron en la desmovilización y desarme de grandes agrupaciones guerrilleras, estas fueron masacradas una vez desarmadas e inermes. La violencia paramilitar desplazando poblaciones enteras a causa del terror sembrado de masacres, descuartizamientos y fosas comunes o cientos de cadáveres arrojados al rio, revela la gravedad de la situación. El alcalde de Bogotá, Gustavo Petro (ex M-19), afirmó que son tantos los desaciertos y errores de las guerrillas que han logrado algo único en América Latina y es que la derecha sea popular. El gobierno del ex presidente Álvaro Uribe, que alentó, fomentó y apoyó el paramilitarismo (hasta el punto que el 35% del Congreso eran legisladores provenientes de lo que se llamó la “para-política”… [resulta patético escuchar al jefe paramilitar Salvatore Mancuso hablando ante el Congreso y escuchar a los senadores aplaudir de pie su discurso que finalizó con “Dios salve a Colombia”.]) debió mostrar –ante presiones de los EEUU- que alentaba el desame de los grupos paramilitares con un remedo de ley (“Justicia y Paz”) y que a quienes reconocieran sus crímenes y colaboraran con la justicia se les aplicarían escasas penas [la pena prevista por dicha ley es de 8 años de cárcel a autores confesos de masacres (en realidad el presidente Uribe propuso una ley, la de “Alternatividad Penal” que la Corte Constitucional modificó en la ley de “Justicia y Paz”, que a pesar de las decenas de recovecos e injusticias, ha ayudado en parte a frenar la impunidad). Es así que paramilitares como José Ever Veloza, alias H.H., que confesaron más de 3.000 crímenes sólo tuvieron pocos meses de prisión, y cuando empezaron realmente a colaborar con la justicia dando información, fueron extraditados a EEUU en horas de la madrugada]. Sin sus principales cabecillas –algunos matados por sus propios miembros, como es el caso de Carlos Castaño, uno de los fundadores de las AUC matado por su propio hermano, otros extraditados como “don Berna” o el mencionado Salvatore Mancuso- los grupos se dividieron en bandas “autogestionadas” hoy conocidas como Bacrim: Urabeños, Rastrojos, Águilas Negras…

Los centros de atención a las víctimas de Bogotá, por ejemplo (son 7 en la ciudad) escuchan más de 300 personas por día cada uno [datos recibidos en mayo 2013]; los grupos religiosos, ONG, organizaciones de Derechos Humanos no dan abasto y experimentan a diario la impotencia. Mientras tanto, el 40% de las camionetas de Bogotá son blindadas, muchas empresas antes de contratar nuevos empleados los someten al polígrafo (“detector de mentiras”) los guardias privados con perros feroces andan por la ciudad a cada momento, los edificios de departamentos no tienen porteros sino miembros de agencias de seguridad, muchos de ellos armados, “el de la moto” no es el del delivery, precisamente, sino el sicario, y los Medios de Comunicación (en manos exclusivas de la derecha) boicotean solapadamente de modo sistemático los procesos y diálogos de paz. Las rutas son “custodiadas” por el ejército, que a veces detiene buses para hacer requisa a los pasajeros, y otras veces son detenidos por la guerrilla para “hacer buena letra” o cobrar alguna “vacuna” (= peaje).

Y esto sin mencionar la violencia sistemática. Ser sicario es una breve “salida laboral” (o incorporarse a las bandas paramilitares que “vacunan” a poblaciones enteras), los robos, asaltos y crímenes son ciertamente alarmantes en pleno centro de la ciudad. Los “cuchillos” están a la orden del día en semáforos, paradas de buses o motociclistas. Y –sin embargo- hay que destacar el enorme descenso de la criminalidad gracias a la campaña y aliento del desarme promovido por el alcalde de Bogotá (bajaron el 16% en enero 2013). Algunos municipios celebraron este año que hubo “3 días sin crímenes”.

Un elemento más que no puede quedar sin ser destacado es que Colombia es el 3er país en ayuda militar de los EEUU en el mundo (y hay ¡5 bases militares yanquis en el territorio colombiano!); el conflicto armado es un negocio; y no sólo por la droga, en el cual todas las partes están implicadas, sino también por ingresos de divisas. Coherente con el modelo neoliberal, especialmente a partir de la llamada “Seguridad democrática” implementada por el entonces presidente Uribe (antiguamente acusado por la DEA de narcotraficante), los militares reciben “un plus por productividad”, es decir aumentos de salarios, recompensas, premios en vacaciones, posibilidad de retirarse anticipadamente con salarios aumentados en la medida en que “eliminen” guerrilleros (su entonces ministro de defensa era Juan Manuel Santos, hoy presidente de la república). Esto no solamente ha impulsado que muchos guerrilleros traicionen a sus camaradas (por ejemplo, descuartizándolos para entregar las manos como prueba y cobrar una recompensa) sino también que los militares buscaran aumentar la “productividad”. Esto llevó a la proliferación de lo que se llaman los “falsos positivos”. Se suelen secuestrar grupos de jóvenes –habitualmente pobres y/o campesinos-, se los fusila, se les ponen uniformes de las FARC, armas y se los presenta como asesinados en combate. Aunque las familias sepan que no es verdad el hecho, no tienen a quien recurrir (o no saben a quién podrían recurrir), además del miedo paralizante que nunca falta. Así aumentan las estadísticas de “guerrilleros abatidos” por el “heroico ejército colombiano”. Según el CINEP (de los padres jesuitas) en 2012 (ya en gobierno de Juan Manuel Santos) hubo 52 “falsos positivos” en Colombia. Para el 2009 los casos de “falsos positivos” denunciados ante la Fiscalía o la Procuraduría pasaban los 1.000 (con un 98,5% de impunidad según el relator de las Naciones Unidas).

Mucho más se podría decir para hablar de “la violencia en Colombia”, sin embargo algo queda por destacar. La violencia se puede medir con datos estadísticos concretos; se suelen medir los crímenes –por ejemplo- cada 100.000 habitantes. Estos son datos “concretos y medibles” que contrastan con la “sensación” o la “creación de sensaciones” que muchas veces genera la repetición constante de imágenes o datos. Según estos datos, la ciudad más violenta del mundo en 2012 fue San Pedro Sula, Honduras (169,3 asesinatos cada 100.000 habitantes), según estos mismos datos la ciudad colombiana más violenta es Cali (7ª en este ranking: 79,3 asesinatos), aunque los datos de Pastoral Social de Tumaco (departamento de Nariño, Colombia) de 2011 indicaron 360 asesinatos en 100.000 habitantes. Se afirma que la posibilidad de ser asesinado en Tumaco es 9 veces mayor que la de Cali. En las estadísticas, hay otras ciudades de Colombia: Medellín (24ª con 49,1), Santa Marta (29ª con 45,25), Pereira (37ª con 36,1) y Barranquilla (50ª con 29,4); hay también ciudades de Brasil, México, Venezuela, EEUU entre otros lugares en el ranking de las 50 ciudades más violentas. Ninguna de Argentina. En la provincia de Buenos Aires, en el 2012 hubo 7,6 crímenes cada 100.000 habitantes. La ciudad más violenta de la Argentina es Rosario, con 13,8 en 2010, y 15,1 en 2012 (es decir, aclaremos, esos 7,6 o 15,1 no son “sensaciones”, son reales y terribles; pero son 7,6 y 15,1 no 169,3). En el Conurbano bonaerense las tasas 2012 son: La Matanza, 9,62, Lomas de Zamora, 8,86 y la tasa más alta se dio en el Departamento Judicial San Martín (comprende los partidos de San Martín, José C. Paz, Malvinas Argentinas, Tres de Febrero y San Miguel): 11,18 (informe de la Fundación para la Integración Federal, 2013).

Es interesante notar la evolución estadística de la Argentina:

2000
2001
2002
2003
2004
2005
2006
2007
2008
2009
7,17
8,43
9,47
7,9
6,3
5,8
5,27
5,26
5,8
5,45


La ciudad de Buenos Aires –por su parte- es la más “segura” de América después de Toronto.

Sin embargo, no me parece sensato ni justo terminar sin mirar un dato más: en las encuestas y consultas internacionales, el pueblo colombiano está considerado el (o uno de los) más felices del mundo. No es posible ignorar este dato de la realidad, lo cual habla también de la idiosincrasia de un pueblo. Colombia no es solamente “violencia” (por eso el slogan para “vender” Colombia para el turismo: “el riesgo es que te quieras quedar”), es un pueblo feliz y alegre que no permite que los violentos, por más muchos que sean, les roben la vida y las ganas de vivir, de bailar, de celebrar.


“El dolor de Colombia”, cuadro de Fernando Botero

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