Un aporte a la reconciliación. Una lectura de Isaías 11
Eduardo de la Serna
Molesto con la declaración episcopal de Navidad, llegó a la web del grupo de curas [www.curasopp.com.ar] un texto de Víctor Hugo, de Santa Fe. Allí decía:
«Como parte de la Iglesia me siento cada vez más lejos de mis pastores. Siento que se preocupan porque los lobos tengan qué comer, y no saben ni quieren saber qué alegrías y penas viven sus ovejas. Ojalá tengan uds. alguna luz para ayudar a la reflexión (ya leí el doc. de los obispos, por eso escribo esto) más que a los intereses abominables que estos días sienten amenazados sus privilegios... Gracias por existir, curas opp. Abrazo grande».
Este texto, me invitó a esta reflexión.
Recuerdo que cuando fueron los indultos de Menem a los genocidas, el centro de estudiantes del Centro de Estudios Filosóficos y Teológicos de Quilmes [CeFiTeQ] organizó un panel en el que participó Jorge Novak y me pidieron un aporte bíblico. El tema era la supuesta reconciliación nacional a la que los indultos contribuirían. Hecho incluso inconstitucional, que no mereció –salvo de los grandes obispos de otrora- ningún comunicado episcopal, ni nada semejante (como tampoco los hubo por el pacto de Olivos, dejando solo a Jaime de Nevares, por ejemplo en este tema; o no lo hubo con los planes genocidas del neoliberalismo menemista y delaruista. Curiosa oportunidad para hablar, en el presente)... Pero quiero mirar algo más sobre el tema de la reconciliación a partir de la carta de Víctor Hugo.
Y quiero empezar con una mirada a los lobos (en hebreo, zeeb). En la Biblia hebrea, el término aparece 7 veces: en una alusión enigmática a Benjamín en la bendición de Jacob (Gn 49,27), en una imagen paradisíaca en Is 11,6 que se repite en 65,25; se presenta como castigo enviado por Dios, como también el león y el leopardo (Jer 5,6) y alude a los enemigos de Israel: Hab 1,8 [los caldeos]; se los presenta como sanguinarios, y se los asemeja a los jefes del pueblo que oprimen a su gente (Ez 22,27; Sof 3,3). Siempre refiere a una imagen sanguinaria, peligrosa, de allí que con ella se refiera a los enemigos (de fuera o de dentro de Israel).
En el Nuevo testamento, el término lobo (en griego, lykos) también es escaso, y se lo encuentra 6 veces: en Mt 7,15 se cuestiona a los falsos profetas disfrazados de ovejas, pero por dentro son lobos; tema semejante repite Mateo en 10,16: “los envío como ovejas en medio de lobos” (repetido en Lc 10,3). En la metáfora del Buen Pastor, en el evangelio de Juan (10,12), se alude dos veces al referir al contratado que al ver venir al lobo deja las ovejas a merced de este y huye. Finalmente, en el discurso de despedida de Pablo en Hch 20,29 alude a los lobos que se introducirán en medio del rebaño e invita a los presbíteros a tener cuidado pastoral de los suyos. En este caso, es llamativo que el Nuevo Testamento siempre ponga los lobos en contraste con las ovejas. La imagen que se tiene de estos sigue siendo terrible y sanguinaria, y el contraste es claramente significativo. Son comparados a los falsos profetas, o malos pastores, aparte de la metáfora de la fuente común a Mateo y Lucas que habla del ambiente hostil en el que se desarrolla la primera evangelización.
Es interesante –también- que mientras la Biblia hebrea decía “oso” en Pr 28,15 para compararlo con el malvado que oprime a los pobres, la Biblia griega (LXX) pone “lobo”. La metáfora del contraste lobo-cordero también se repite en Sir 13,17.
Como se ve, la imagen del lobo alude, en la Biblia al que se abusa del débil, al capaz de violencia, de muerte. El contraste con la oveja / cordero se impone. La convivencia entre ambos es imposible, y eso sólo significa el fin de las ovejas. La comparación con el dirigente como pastor, ya frecuente en el mundo antiguo, y también en Israel, permite fácilmente el paso “pastoral” que darán Juan y Hechos. En el caso de este, el desafío es el cuidado pastoral de la “Iglesia de Dios” que ganó (Lc 17,33) con su propia sangre [acá hay un problema de crítica textual que no viene al caso aclarar en este lugar]. El cuidado, como se ve, es a imagen de Jesús que ha dado la vida. En Juan, el contraste es entre el pastor, que arriesga la vida (v.11) y el asalariado que no se compromete por el bien del rebaño (v.12) dejándola a merced de los lobos.
La imagen del lobo, entonces, podemos decir que es una imagen pastoral, pero por contraste. El pastor busca el bien del rebaño que el lobo busca eliminar; en este sentido, el contraste no es lobo-oveja, sino lobo-pastor. Ser pastores, entonces, nos impide desconocer los lobos, el perjuicio del rebaño y la imposibilidad de la convivencia entre uno y otros; no podemos desconocerlo precisamente por el bien pastoral del rebaño.
Sin embargo, como dijimos, existe un texto (y su paralelo) en el cual pareciera que la convivencia es posible, y –es más- que es deseable. El texto se encuentra en la unidad literaria de Isaías 11,1-9.
La unidad empieza con una serie de imágenes vegetales, para pasar luego a lo animal. Después de bosques derribados, un pequeño vástago de un tronco permite renacer la esperanza (recordar Is 6,13). La referencia a Jesé nos pone en el marco de David, rey (y por eso luego fue releída en clave cristológica). Es probable que cuando ya no hay monarquía en Israel, un discípulo de Isaías redactara este canto de esperanza, aludiendo a un probable rey futuro con marcos propios de la ideología monárquica de su tiempo (por eso los aspectos divinizados de la figura presentada). A diferencia de los tantos malos reyes pasados, este rey estará lleno del espíritu de Dios, es decir, la capacidad que Dios da a los que él llama para el buen desempeño de su misión. Este rey será justo, y defenderá a los pobres, hará justicia a favor de los débiles. Y en este caso no parece referirse a opresores extranjeros sino de su propia patria. Del buen rey se espera que ejerza justicia a favor de las víctimas (ver Sal 72). Como este rey será fiel al proyecto de Dios, será un tiempo de plena Shalom, que recordará los tiempos ideales del “paraíso”. Esta paz paradisíaca pasa a ser la utopía de la monarquía soñada; y en ella se presentan pares desparejos de animales fuertes-débiles, victimarios-víctimas: lobo-cordero, pantera-cabrito, león-novillo. Como el contexto es el del paraíso nos encontramos en un ámbito sin violencia ni muerte, la alimentación es vegetal (ver Gen 1,29), la agresividad ha desaparecido. Estas imágenes mitológicas pueden darse porque en toda la tierra habrá “conocimiento de Yahvé”, es decir intimidad profunda con Dios (y ya no se necesitará “el árbol del conocimiento”). Sólo en tiempos utópicos será posible esta convivencia que, además, supone la desaparición de opresores, violentos y sanguinarios conviviendo pacíficamente con los débiles. Sólo cuando el violento deja de serlo, cuando cambia tanto de actitud que abandona la sangre de la que se alimenta para coexistir pacíficamente con su opuesto. Pero para que esto sea posible, el que debe cambiar es el violento, debe cambiar de actitud (y hasta de dieta), sólo cambiando absolutamente, poniéndose incuestionablemente del lado de la víctima, el sanguinario, el asesino pasa a convivir con el que había sido su víctima. Y si ya no lo es, es precisamente por su cambio total. No un cambio que se da en corderos y cabritos sino de lobos y leones (ver J. L. Sicre, Introducción al profetismo bíblico, Navarra 2012, 468-471).
Pensar una reconciliación entendida como diálogo en el que se sientan lobos y corderos es, para empezar, de una enorme ingenuidad (si no complicidad con los lobos); es, asimismo, querer entender (o presentar) al sanguinario y asesino como bueno, siendo que es exactamente el que pone en riesgo la vida del rebaño y nos pone en el lugar de los falsos profetas, falsos pastores que desconocen los peligros a los que someten al rebaño (y hablamos de gente que dice que defiende la vida); y si bien es posible soñar que el lobo conviva con el cordero, no deberíamos olvidar que el marco es utópico y mitológico, y –aun en este caso- alude a lobos que han dejado de lado todo lo que los caracteriza para “quedar del lado del rebaño”. Otra reconciliación no sería sino “ocuparse de la comida de los lobos” y –lo que es peor- alimentarlos con la carne de los corderos que el Espíritu Santo nos encargó cuidar y fueron ganados con la sangre de Jesús. De pastores hablamos.
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