martes, 26 de febrero de 2013

Me duele, Señor


Me duele, Señor



Cuánto me duele la Iglesia
verla escondida y callada
ver a los hombres sedientos
esperando una palabra;

cuánto me duelen las voces
solemnes sin decir nada
cuánto me duelen los dedos
que acusan, silencian, mandan...

cuánto me duelen las manos
pacíficas, consagradas,
que piden al Dios de vida
la bendición de las armas;

cuánto me duelen los ojos
que miran lo que resalta
y que no miran por dentro
lo que embellece el alma;

cuánto me duelen oídos
que buscan poner la trampa
que escuchan voces de fuego
que derrite la confianza;

cuánto duele el corazón
de riqueza apolillada
que no late los latidos
de la gente despreciada;

cuánto me duelen los pies
que no caminan ni andan
el camino de la historia
en la siembra de esperanza;

cuanto me duelen los brazos
de la vida descansada
frente al dolor de los hombres:
raza crucificada...

Cuanto me duele la Iglesia,
y cuanto me duele mi nada
al descubrir a Tu Verbo
como Palabra callada

al descubrir a tu Vida
como muerte anticipada
al descubrir tu alegría
como sonrisa apagada...

Cuánto me duele la Iglesia,
y verla tan poco amada
y ver cómo envejecemos
la humanidad renovada.

Cuánto me duele de adentro
contribuir a mancharla;
tomame, Señor, todo entero
tomá esta, mi nada,
y entregásela a tu Pueblo
como sangre derramada.

Cuánto me duele la Iglesia,
cuánto quisiera ayudarla,
cuánto quisiera que el Reino
sea luz. E iluminarla.

Que otra vez tu Pueblo sea
dulce baño de confianza,
y que otra vez encontremos
bien abiertas las ventanas.

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