Me
duele, Señor
Cuánto me duele la Iglesia
verla
escondida y callada
ver
a los hombres sedientos
esperando
una palabra;
cuánto me duelen las voces
solemnes
sin decir nada
cuánto
me duelen los dedos
que
acusan, silencian, mandan...
cuánto me duelen las manos
pacíficas,
consagradas,
que
piden al Dios de vida
la
bendición de las armas;
cuánto me duelen los ojos
que
miran lo que resalta
y
que no miran por dentro
lo
que embellece el alma;
cuánto me duelen oídos
que
buscan poner la trampa
que
escuchan voces de fuego
que
derrite la confianza;
cuánto duele el corazón
de
riqueza apolillada
que
no late los latidos
de
la gente despreciada;
cuánto me duelen los pies
que
no caminan ni andan
el
camino de la historia
en
la siembra de esperanza;
cuanto me duelen los brazos
de
la vida descansada
frente
al dolor de los hombres:
raza
crucificada...
Cuanto me duele la Iglesia,
y
cuanto me duele mi nada
al
descubrir a Tu Verbo
como
Palabra callada
al
descubrir a tu Vida
como
muerte anticipada
al
descubrir tu alegría
como
sonrisa apagada...
Cuánto me duele la Iglesia,
y
verla tan poco amada
y
ver cómo envejecemos
la
humanidad renovada.
Cuánto me duele de adentro
contribuir
a mancharla;
tomame,
Señor, todo entero
tomá
esta, mi nada,
y
entregásela a tu Pueblo
como
sangre derramada.
Cuánto me duele la Iglesia,
cuánto
quisiera ayudarla,
cuánto
quisiera que el Reino
sea
luz. E iluminarla.
Que
otra vez tu Pueblo sea
dulce
baño de confianza,
y
que otra vez encontremos
bien
abiertas las ventanas.
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