domingo, 10 de febrero de 2013

Comentario Cuaresma 1C

«Tentaciones de ayer y de hoy»

Primer domingo de Cuaresma [17 de febrero]
Eduardo de la Serna



Deut 26,1-2.4-10; Sal 90,1-2. 10-15; Rom 10,5-13; Lc 4,1-13.



Es sabido que el tiempo de Cuaresma (y otros tiempos “fuertes”) son diferentes del tiempo común en la selección de lecturas evangélicas. No se sigue un criterio continuado, sino “temático”. En este caso, aludiendo a la Cuaresma, por cierto.

La primera lectura [Deuteronomio 26] es lo que tradicionalmente –p.e. Gerhard von Rad- ha llamado “credo histórico”. El tema principal del texto es lo que podríamos llamar la “gratitud” del judío religioso a Dios por las “bendiciones” que le manifiesta en los frutos de la tierra. Esta gratitud se manifiesta en la presentación ante el sacerdote en funciones, de las “primicias” de los frutos de la tierra que, precisamente, Dios ha dado a Israel. Pero esta donación de la tierra tiene su origen en el clamor del pueblo (v.7).
El clamor es un término importante en el A.T. ya desde el “clamor de la sangre de Abel” (Gen 4,10). Es la consecuencia de la angustia, el dolor o la opresión (Gen 27,34; 41,55), y es el grito habitual de Israel ante la opresión de otros pueblos (Ex 14,10; Num 20,16; Jos 24,7; es algo frecuente en el esquema de Jueces: 4,3; 7,23.24; 10,12.17; 12,1; Neh 9,27; Sal 77,2; 107,6.28; Is 19,20 etc). El Dios compasivo no puede permanecer indiferente ante el clamor de los que sufren, particularmente de los pobres (Ex 22,22. 26) o de los justos (Sal 34,18; 88,2). La traducción frecuente del hebreo tzehaká al griego es (ana)boaô que, del mismo modo, puede ser “grito” (como “la voz que clama en el desierto”, Mc 1,3; Mt 3,3; Lc 3,4; Jn 1,23), o el clamor de Jesús en la cruz a Dios ”por qué me has abandonado” (Mc 15,34; Mt 27,46), también puede ser el grito suplicante en el dolor (particularmente frecuente en Lucas, 9,38; 18,7. 38; Hch 8,7).
El Dios “clemente y compasivo” se compromete con su pueblo-hijo único ante su dolor, y lo arranca de manos de sus opresores, conduciéndolos a la tierra “que mana leche y miel”. El agradecimiento, de todos modos, no está exento de conflicto especialmente en el contexto de la teología deuteronómica, siempre enfrentada con los ídolos, particularmente los de la fecundidad. Reconocer que es Dios -quien se compromete históricamente con Israel- el que da fruto a los campos es –indiscutiblemente- afirmar que no es Ba’al quien lo hace. La insistencia en “tierra que tu Dios te da”, el “lugar elegido por Yahvé”, el sacerdote (lo que implica el templo de Jerusalén en la teología deuteronómica, = “el lugar”), “he llegado a la tierra que Yahvé juró a nuestros padres” (texto omitido en la liturgia, extrañamente), “altar de Yahwé”, “estas palabras ante Yahvé”, “clamamos a Yahvé, Dios de nuestros padres”, “Yahvé escuchó nuestra voz”, “Yahvé nos sacó de Egipto”, “nos trajo aquí a esta tierra”, “productos que tú, Yahvé me has dado”, “los depositarás ante Yahvé y te postrarás ante Yahvé” y (sigue el texto todavía un versículo, también omitido extrañamente), “te regocijarás con los bienes que Yahvé tu Dios te ha dado a ti y a tu casa. Y –añade- se regocijarán el levita y el forastero que viven en medio de ti (porque recibirán parte de estos dones; Yahvé no se desentiende de los pobres). ¡14 veces se menciona a Yahvé en sólo 11 versículos! Y ¡10 veces llamándolo “Yahvé tu/mi Dios”.
El texto nos presenta, entonces, un Dios “incapaz” de permanecer indiferente ante el “clamor” de su pueblo, lo cual lo compromete en la historia en la liberación. Pero esa liberación de una potencia opresora, compromete al pueblo (nos compromete) en un encuentro gratuito y agradecido con Dios, lo que le (nos) impide volverse a los otros dioses. La dinámica propia de “pecado – castigo – clamor – liberación” propia de los Jueces, marca a fuego la teología deuteronómica.
Los ídolos siguen tentando, la posibilidad de reconocer que los bienes que poseemos nos vienen de otros dioses (Ba’al o el mercado) y que esos bienes que poseemos no nos exigen un compromiso con el levita y el forastero (el pobre, el desplazado o migrante, el marginado) es –precisamente- negar al Dios en el que creemos. Al Dios que camina a nuestro lado en la historia para que estemos atentos a los clamores de nuestros hermanos que sufren.





La carta de Pablo a los Romanos vuelve sobre la “confesión de fe” en el Dios en el que creemos. El texto se ubica en el contexto del conflicto con los que insisten en que el seguidor de Jesús debe pasar por la circuncisión para acceder a la salvación. Pablo, que predica a ciudades de inmensa mayoría no judía, no acepta la circuncisión como “requisito”, ni como posibilidad. Para él, sólo la fe es condición fundamental y única necesaria. “Si crees… serás salvo” (v.9). Y esto vale para judíos y paganos (v.12). El universalismo de la salvación que trae Jesús, y a la que accedemos por la fe, es la gran característica de toda la carta a los Romanos. Y es precisamente uno de los temas que Pablo enfrenta en esta unidad, tanto ante los que pretenden que cuentan “sólo los judíos (o quienes se hagan tales por la circuncisión)” como ante el elitismo imperial de muchos en la comunidad romana (aunque esto no se encuentra señalado particularmente en esta unidad, pero sí aludido en la importancia del “todos”, “todo el que invoque…”, v.13).
Nuevamente el tema subyacente es “cómo es el Dios en el que creemos” (o en el que “no creemos”). Este Dios universal, que Pablo destaca, y que por universal empieza desde los últimos, (los “paganos“, ante el elitismo judío; los “bárbaros”, ante el elitismo romano) nos invita a confesar nuestra fe en su accionar histórico. Jesús es hecho Señor por la resurrección (v.9; Fil 2,11), y en la resurrección Dios manifiesta la “fidelidad de Jesús” (Rom 3,22.26) que es la que nos alcanza la salvación.

El Evangelio [Lc 4,1-13] presenta una serie de elementos propios de Lucas que merecen ser destacados. La narración de las llamadas “tentaciones en el desierto” se repite en Mt con algunas diferencias, por lo que han de atribuirse a la fuente común entre ambos. Por un lado es llamativa la inversión de la segunda y tercera tentación, que en este caso ha de atribuirse a Lucas con la intención de señalar la conclusión de toda esta etapa en Jerusalén, lo que es algo propio de él. Por otro lado, la gravedad creciente de tentaciones de Mateo, queda alterada en Lucas.
Para comenzar, Lucas destaca que Jesús vuelve del Jordán y se dirige al desierto “lleno del Espíritu Santo”. La presencia del Espíritu Santo en el comienzo del Evangelio y también de Hechos revela la activa intervención divina en ambos momentos históricos. Es el Espíritu Santo, el gran protagonista, el que acompaña y fortalece a Jesús y a los Doce y sucesores para el fiel desempeño de su misión profética y evangelizadora. A semejanza de Marcos (y no de Mateo) Jesús es tentado durante los 40 días. A semejanza de Mateo (y no de Marcos), Jesús no toma alimento durante estos 40 días (aunque Lucas no lo califica de “ayuno”). El sujeto de la tentación es el “diablo”, que es mencionado varias veces (vv.2.3.6.13). Sin embargo, de este “diablo” se destacan algunas cosas, algunas propias de Lucas: la oferta de entregarle a Jesús todos los reinos de la tierra si adora al diablo, recibe una acotación sorprendente sobre el poder y la gloria de los reinos: “porque a mí me ha sido dado y yo los doy a quien quiero”. No es evidente quién se los ha dado (¿Dios?), pero lo cierto es que aquí encontramos una clave de interpretación de otros textos propios de Lucas: Jesús ve “a Satanás caer del cielo” (10,18), a la mujer encorvada “Satanás la tenía atada” (13,16), y Satanás “ha solicitado poder para cribar como el trigo” a Pedro (22,31). Esto revela que para Lucas con el ministerio de Jesús y la fuerza del Espíritu Santo comienza un conflicto entre dos reinos. El reino de Dios, que el Jesús de Lucas predica, se enfrenta con el poder diabólico que quiere atar a la humanidad, cribarla. El contraste está dado por Jesús, que “pasa haciendo el bien, y curando a todos los oprimidos por el Diablo porque Dios estaba con él” (Hch 10,38).
Es llamativo que las respuestas de Jesús a las tres tentaciones (como también ocurre en Mateo) son citas del libro del Deuteronomio. El pueblo, en los 40 años del desierto, cayó ante las tentaciones; en los 40 días de desierto, Jesús vence las tentaciones con textos que indican que allí donde el pueblo cedió, triunfa Jesús “lleno del Espíritu Santo”.
La tentación de ceder ante el hambre (Mateo es más “religioso” añadiendo “sino de toda palabra que sale de boca de Dios”), ante la idolatría, y ante la posibilidad de ser un “mesías de espectáculos” son superadas por Jesús que “acaba (así) toda tentación” (v.13).
Sin embargo, Lucas nos reserva todavía una sorpresa para el final… No nos dice -como Mateo- que “el diablo se aleja” sino que lo hace “hasta un tiempo oportuno”. Esto es: ¡volverá! El conflicto de reinos continúa. De hecho, en 22,3 nos muestra una nueva etapa del conflicto: “entró Satanás en Judas”. Nuevamente el conflicto, nuevamente Jesús deberá vencer. Sabemos que así como entró en Judas, también pretendió entrar en Pedro, pero Jesús ha rogado por él para que “vuelva”, su fe no desfallezca y confirme a sus hermanos (22,31-32).
Es particularmente importante también en Lucas el tema del “tiempo” (“el tiempo oportuno”); ya desde hace décadas Conzelmann ha propuesto que la clave teológica de Lucas-Hechos es presentar a Jesús como “Centro del tiempo”. El “hoy” de la salvación (2,11; 3,22; 4,21; 5,26; 19,5.9; 22,34.61; 23,43; Hch 13,33). Este hoy es el hoy del comienzo del reino anunciado a los pobres, el hoy de un nuevo modo de reinar diferente –totalmente diferente- a los de los reinos de la tierra.
Solemos ser tentados con suma frecuencia por adorar ídolos, atribuirles nuestro bienestar o fortuna olvidando al Dios que camina en nuestra historia y nos mueve hacia los pobres; solemos ser tentados de elitismo que nos hace creer superiores a los demás olvidando que Dios invita a “todos” a la salvación y la vida; solemos ser tentados de adorar el poder y la gloria de los reinos, olvidando –también en la Iglesia- que «El les dijo:
«Los reyes de las naciones las dominan como señores absolutos, y los que ejercen el poder sobre ellas se hacen llamar Bienhechores; pero no así vosotros, sino que el mayor entre vosotros sea como el más joven y el que gobierna como el que sirve. Porque, ¿quién es mayor, el que está a la mesa o el que sirve? ¿No es el que está a la mesa? Pues yo estoy en medio de ustedes como el que sirve. «Ustedes son los que han perseverado conmigo en mis pruebas; yo, por mi parte, dispongo un Reino para ustedes, como mi Padre lo dispuso para mí, para que coman y beban a mi mesa en mi Reino y se sienten sobre tronos para juzgar a las doce tribus de Israel»
.(Lucas 22:25-30).


foto tomada de www.bancodeimagenesgratis.com

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