¡Violencia a la violencia!
Eduardo de la Serna
Quienes han vivido situaciones
traumáticas y han salido de ellas suelen recordarlas con angustia y harán lo
posible por no volver a ellas. Es razonable. Y, ciertamente, nadie tiene
autoridad ante ellos para cuestionar esa actitud. Ahora bien, esa angustia o
temor y su búsqueda de no volver atrás puede manifestarse de diferentes modos,
y esos modos sí pueden ser cuestionables. El conocido “síndrome de Estocolmo”, por ejemplo, es la reacción psicológica de
la víctima que trata de conquistar al victimario para evitar así –de modo infructuoso
en casi todos los casos- que continúe agrediendo. Sin dudas hay otros modos de
no volver a la situación de violencia, pero esa es la que esta víctima puede, o
la que cree preferible, o la que su vulnerabilidad le permite.
Y hago referencia a este síndrome
porque pienso y veo muchas personas que han vivido la dolorosa y traumática
experiencia de la pobreza. Sólo quien mira la pobreza por TV puede creer que la
pobreza es algo romántico o meramente una “situación”.
La pobreza es violenta y llena de violencia. Es violencia no poder dar de comer
a los hijos, es pobreza verlos padecer enfermedades crónicas o enfermedades que
los irán marcando de por vida, es violencia hacer colas interminables en el
hospital, viajar como ganado, el maltrato en búsqueda de trabajo o la
inseguridad del trabajo informal, las inclemencias del tiempo que se agravan
entre el barro, la basura, los olores, o las notas de la TV que
sistemáticamente muestran sus hogares como lugares de delincuencia, lugares
donde el correo o los taxis dicen “allí
no vamos”, o donde los comentarios terminan diciendo “¡pobre!… vive en…”. Ese ambiente de violencia presentado
escuetamente, y que podría presentarse mucho más extensamente, es la “violencia primera”. Y la reacción a esta
violencia también es variada. Pero no es de esta violencia de la que se habla
en los Medios cuando se habla de violencia, sino que se habla de la “reacción violenta” a la violencia primera.
Y la represión a esa reacción nuevamente es violenta. No se trata de buscar
causas para enfrentarlas, sino de enfrentar la ocurrencia (como claramente lo
indican algunas campañas electorales). Y todavía hay violencias agravantes. No
es la misma la pobreza del campesino en medio del ambiente rural que la de los
suburbios. Aunque hubiera el mismo dinero, los mismos hijos, la misma pobreza,
el mismo clima, la violencia es distinta. Porque la ciudad día a día les
enrostra su pobreza; la desigualdad es visible, y enoja, irrita. Vivir en un
barrio absolutamente marginal y ver a pocas cuadras autos lujosos, casas
suntuosas, y una vida llena de fasto de tan contrastante es chocante y violento.
Y esto puede mirarse desde dos
lugares diferentes. Desde la víctima, o desde fuera de ella. Es habitual que
muchos que han sido víctimas de la pobreza y han podido salir de ella tengan
actitudes que se parecen bastante al “síndrome
de Estocolmo”, y cuestionan y critican a “los negros”, o que apoyen políticas que nunca los beneficiaron. Es
lo que el lenguaje popular llama los “piojos
resucitados”. Ver que ciertos sectores populares ahora con trabajo formal y
estable, con salud o vivienda más o menos acomodada, o hasta que han podido
comprar un auto llaman “negros” a los
vecinos que no lo han conseguido, o que votan a Massa o a Macri, por ejemplo,
me resulta sintomático. Sintomático de que su miedo al pasado es más fuerte que
su capacidad de mirar y analizar cómo es que pudieron cambiar su situación y –además-
mirar de modo solidario a aquellos que no han podido. Y –más aún- que de ganar
su propuesta, volverá la violencia primera, como el victimario no dejará de
torturar a la víctima que ahora se ha casado con él para seducirlo.
Por el otro lado, en cambio, es también
habitual que el discurso hegemónico diga que la violencia, la droga, lo “malo” venga del conurbano como si no
supiéramos que las armas alguien las vende, y la droga alguien la comercia.
Como si no supiéramos la complicidad de sectores policiales, judiciales, municipales.
Los grandes narcos del país no viven en Solano, Fcio. Varela, Moreno, sino allá
por Nordelta o barrios privados aledaños (y es sabido a quién apoyan políticamente
y económicamente, ¿no, Sergio?). El discurso de la “inseguridad” es uno de los grandes logros del establishment
hegemónico; ellos que no tienen casi nunca ese problema porque van en barco
hasta Puerto Madero para no tener siquiera que tocar la ciudad y su “negrada”. ¿Y si para combatir la
inseguridad se combatiera a los jueces corruptos, a los Medios cómplices, a los
empresarios inescrupulosos, a los grandes narcos o traficantes de armas? Eso no
sería “combatir la inseguridad”, eso
sería “inseguridad jurídica”, mucho
más fácil es que para cada crimen haya un castigo, y que las camaritas (que
vende ¿quién, montoto?) nos muestren quien es ese chorrito que debe ir a la
cárcel. Es más fácil, ¡vendámoslo!
foto tomada de blog.20minutos.es
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