lunes, 14 de octubre de 2013

Violencia



¡Violencia a la violencia!


Eduardo de la Serna

Quienes han vivido situaciones traumáticas y han salido de ellas suelen recordarlas con angustia y harán lo posible por no volver a ellas. Es razonable. Y, ciertamente, nadie tiene autoridad ante ellos para cuestionar esa actitud. Ahora bien, esa angustia o temor y su búsqueda de no volver atrás puede manifestarse de diferentes modos, y esos modos sí pueden ser cuestionables. El conocido “síndrome de Estocolmo”, por ejemplo, es la reacción psicológica de la víctima que trata de conquistar al victimario para evitar así –de modo infructuoso en casi todos los casos- que continúe agrediendo. Sin dudas hay otros modos de no volver a la situación de violencia, pero esa es la que esta víctima puede, o la que cree preferible, o la que su vulnerabilidad le permite.

Y hago referencia a este síndrome porque pienso y veo muchas personas que han vivido la dolorosa y traumática experiencia de la pobreza. Sólo quien mira la pobreza por TV puede creer que la pobreza es algo romántico o meramente una “situación”. La pobreza es violenta y llena de violencia. Es violencia no poder dar de comer a los hijos, es pobreza verlos padecer enfermedades crónicas o enfermedades que los irán marcando de por vida, es violencia hacer colas interminables en el hospital, viajar como ganado, el maltrato en búsqueda de trabajo o la inseguridad del trabajo informal, las inclemencias del tiempo que se agravan entre el barro, la basura, los olores, o las notas de la TV que sistemáticamente muestran sus hogares como lugares de delincuencia, lugares donde el correo o los taxis dicen “allí no vamos”, o donde los comentarios terminan diciendo “¡pobre!… vive en…”. Ese ambiente de violencia presentado escuetamente, y que podría presentarse mucho más extensamente, es la “violencia primera”. Y la reacción a esta violencia también es variada. Pero no es de esta violencia de la que se habla en los Medios cuando se habla de violencia, sino que se habla de la “reacción violenta” a la violencia primera. Y la represión a esa reacción nuevamente es violenta. No se trata de buscar causas para enfrentarlas, sino de enfrentar la ocurrencia (como claramente lo indican algunas campañas electorales). Y todavía hay violencias agravantes. No es la misma la pobreza del campesino en medio del ambiente rural que la de los suburbios. Aunque hubiera el mismo dinero, los mismos hijos, la misma pobreza, el mismo clima, la violencia es distinta. Porque la ciudad día a día les enrostra su pobreza; la desigualdad es visible, y enoja, irrita. Vivir en un barrio absolutamente marginal y ver a pocas cuadras autos lujosos, casas suntuosas, y una vida llena de fasto de tan contrastante es chocante y violento.

Y esto puede mirarse desde dos lugares diferentes. Desde la víctima, o desde fuera de ella. Es habitual que muchos que han sido víctimas de la pobreza y han podido salir de ella tengan actitudes que se parecen bastante al “síndrome de Estocolmo”, y cuestionan y critican a “los negros”, o que apoyen políticas que nunca los beneficiaron. Es lo que el lenguaje popular llama los “piojos resucitados”. Ver que ciertos sectores populares ahora con trabajo formal y estable, con salud o vivienda más o menos acomodada, o hasta que han podido comprar un auto llaman “negros” a los vecinos que no lo han conseguido, o que votan a Massa o a Macri, por ejemplo, me resulta sintomático. Sintomático de que su miedo al pasado es más fuerte que su capacidad de mirar y analizar cómo es que pudieron cambiar su situación y –además- mirar de modo solidario a aquellos que no han podido. Y –más aún- que de ganar su propuesta, volverá la violencia primera, como el victimario no dejará de torturar a la víctima que ahora se ha casado con él para seducirlo. 

Por el otro lado, en cambio, es también habitual que el discurso hegemónico diga que la violencia, la droga, lo “malo” venga del conurbano como si no supiéramos que las armas alguien las vende, y la droga alguien la comercia. Como si no supiéramos la complicidad de sectores policiales, judiciales, municipales. Los grandes narcos del país no viven en Solano, Fcio. Varela, Moreno, sino allá por Nordelta o barrios privados aledaños (y es sabido a quién apoyan políticamente y económicamente, ¿no, Sergio?). El discurso de la “inseguridad” es uno de los grandes logros del establishment hegemónico; ellos que no tienen casi nunca ese problema porque van en barco hasta Puerto Madero para no tener siquiera que tocar la ciudad y su “negrada”. ¿Y si para combatir la inseguridad se combatiera a los jueces corruptos, a los Medios cómplices, a los empresarios inescrupulosos, a los grandes narcos o traficantes de armas? Eso no sería “combatir la inseguridad”, eso sería “inseguridad jurídica”, mucho más fácil es que para cada crimen haya un castigo, y que las camaritas (que vende ¿quién, montoto?) nos muestren quien es ese chorrito que debe ir a la cárcel. Es más fácil, ¡vendámoslo!


foto tomada de blog.20minutos.es

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