sábado, 31 de enero de 2015

Una nota sobre la muerte.



Una nota (sólo una) ante la muerte

Eduardo de la Serna



Sólo un canalla se regocija por una muerte. Hacerlo solo habla de su pequeñez y miseria. Aunque se tratara de un enemigo acérrimo (“el mejor enemigo es el enemigo muerto”). Recuerdo un viejo chiste gráfico en una revista (no recuerdo el autor) en el que se veían las caras preocupadas de un grupo. Eran los redactores de una revista que no podían encontrar “la tapa”, y no había nada que resultara “gancho”, hasta que suena el teléfono. Al colgar quien atendió les dice: “- ¡Estamos salvados! A qué no saben quién murió…”. 

Pero esto no significa que todas las muertes repercutan por igual en nosotros. Sin dudas, los afectos hacia la persona serán decisivos en cuanto al dolor. A más afecto, más dolor. Y, por tanto, evidentemente, el dolor por la muerte de un desconocido será nulo. Pero esto no significa, ni remotamente, que nos dé placer, o gozo. Me explico:

  • En lo personal no entiendo cuando se conmocionan grupos importantes por la muerte de un “famoso”. Obviamente me dará un poco más de pena, o no, de acuerdo a cierta corriente afectiva con el muerto o la muerta, pero “dolor”, “tristeza”, “pesar” es otra cosa. Me parece.
  • Es cierto que ciertas muertes de desconocidos pueden repercutir en “mi” vida de alguna manera. Si en “mi” barrio hubo dos o tres muertes violentas “mi” preocupación crecerá, pero no por la muerte de Fulana o Mengano sino porque “yo” “me” siento en peligro. Si un cómico famoso muere, “me” entristeceré porque él “me” hacia (son)reír. Si un político muere, “me” dolerá porque creo que su ejercicio de la política “me” (o “nos”) beneficiaba (a “mí” y/o al grupo de mis afectos o pertenencia).
  • Ciertamente, lo mismo vale en “sentido contrario” cuando el que muere es alguien que “me” caía mal, o que “nos” molestaba, por los cientos de motivos pensables (porque ponía música muy alta por las noches, por su humor chabacano, por su política para “mi” o “nos” perjudicial…). Pero, repito, creo que sólo un canalla se alegra por una muerte.

Hay otro elemento que habla de canalladas y es la utilización de ciertas muertes. Y es canalla porque el muerto o la muerta no importan, solo importa “mi” beneficio a partir de su fallecimiento. No importa cómo, por qué, para qué, sólo importa que esta muerte “me” es provechosa (o dolorosa porque no podré aprovechar, o porque “otros” podrán hacerlo en “mi” perjuicio…). Esto se ve particularmente cuando, además de la muerte en sí, se miente, deforma, exagera, distorsiona la muerte, o elementos que la presentan o explican en orden a “mi” beneficio (o a perjudicar a “mi” adversario o enemigo), se trata de “llevar agua para mi molino”.

No es necesario poner ejemplos concretos: son evidentes (aunque cada quién los mirará con sus propios ojos, por cierto). Siempre hay y habrá muertos y reacciones ante ello. Además, al ejemplificar lo aquí dicho sin dudas la mirada relativa de cada quién permitirá que la mirada positivamente afectiva de unos sea negativa para otros y la idea – en este caso – no es reflexionar a partir de la muerte de Fulano o Mengana, sino de la muerte “en sí”, aunque haya un trasfondo de muertes que lo origine.

Y dejo un espacio final para otra canallada, la del “deseo” (no hablo de “provocarla” ya que estaríamos en el terreno del crimen, con lo que el tema pasaría a ser judicial y penal). Sin dudas que el “deseo” no “provoca”, pero…  Por cierto que el hecho de que yo le desee la muerte a alguien no lo matará. Eso sólo habla de mi pequeñez, de mi escoria. Hay demasiado “yo” en ese deseo.

Sin duda alguna hay mucho (muchísimo) más por decir sobre la muerte, y particularmente ante muertes precisas y concretas. Pero no está mal pensar un poco “más allá” de “mi” mirada, “mis” deseos, “mis” sueños… “mi” ombligo.


Foto tomada de www.tripadvisor.es

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