lunes, 19 de enero de 2015

¿Derecho a ofender a los demás?



“De ninguno de esos derechos he hecho uso” (san Pablo)

Eduardo de la Serna



Para los lectores asiduos de san Pablo no llama la atención la insistente búsqueda paulina de todo lo que edifica la comunidad a la que se dirige, y la confrontación contra todo lo que lo impide. El verbo principal en este sentido es precisamente “edificar” (oikodoméô). “Edifíquense mutuamente” les dice a los tesalonicenses (1 Tes 5,11), su proyecto – al menos después de algunos tropiezos, o para evitar nuevos especialmente con los que no logran comprender la novedad del Evangelio paulino – es “no construir sobre cimientos ya puestos por otros”, es decir “no anunciar el Evangelio sino allí donde el nombre de Cristo no era aún conocido” (Rom 15,20). Ante una serie de conflictos que debe enfrentar con los corintios, el criterio fundamental será la “edificación” (1 Cor 14,4.17).

El problema que enfrenta, especialmente en esta comunidad corintia es el de lo que podríamos llamar la búsqueda de la propia “auto-edificación” antes que la edificación de los demás, los hermanos, la comunidad, los débiles. Desentenderse de los demás mirándose a sí mismos – especialmente de los débiles (palabra muy importante en la 1ª carta a los Corintios) – parece ser uno de los más importantes desafíos que Pablo enfrenta en la carta. Los que creen (o afirman) tener conocimiento (gnôsis) se desentienden de sus “hermanos”. Y provocan, con sus palabras y/o actitudes su “tropiezo” o escándalo. Toda la carta – o gran parte de ella – está transida por la división gestada por algunos desentendiéndose de otros (que probablemente ha de entenderse y pensarse también en sentido socio-económico): ricos y pobres en la eucaristía, en los tribunales, en la comida ofrecida a los ídolos, en creerse más importantes por poseer determinados carismas espirituales resonantes o espectaculares, y hasta en negar la resurrección, probablemente por considerar “intelectualmente” absurdo que el alma vuelva a “encarcelarse” en el cuerpo por la resurrección. 

Algo que caracteriza a los superficiales e indiferentes corintios es su jactancia. Pablo utiliza un verbo que es casi exclusivamente suyo, y que suele traducirse por hincharse (fysíô; es interesante que en toda la Biblia el verbo se encuentra solamente 7 veces, una en Colosenses 2,18 y las restantes 6 todas en 1 Corintios). Para encontrar una buena traducción podemos pensar en el pavo o el palomo cuando se “hinchan” frente a la hembra. Es una actitud de una hinchazón que podemos calificar de hueca ya que al rato vuelven al estado original. Tratan simplemente de mostrarse. Quizás, entonces, una buena traducción sea “pavonearse”. Muchos – o algunos – en Corinto se pavonean de alguna actitud que quieren mostrar aunque no tengan nada sustancial. 

A modo de síntesis entre ambas actitudes, es interesante resaltar el dicho con que comienza Pablo la unidad de los capítulos 8-10: “la ciencia hincha, el amor edifica” (8,1). Aquellos de la comunidad que buscan el amor mutuo, edifican la comunidad y a los débiles, mientras que los que se jactan de su “ciencia” (gnôsis) se pavonean de su nada, y – lo que es terrible – “edifican para la idolatría” a sus hermanos débiles, y así “pecan contra Cristo” porque hacen caer, tropezar al “hermano por quien Cristo murió” (8,9-11).

Este pavoneo los hace sentirse por encima de los demás, y se jactan de ello. “Todo me es lícito” repetirán (ver 6,12; 10,23). Pablo pretende limitar ese “todo”, pero un límite que tiene que ver con el “hermano”. El otro, especialmente el débil, es el límite a ese “todo me es lícito”. “No todo edifica”, responderá Pablo (10,23). 

Esta supuesta “superioridad” corintia les permite “pavonearse” ante los demás. Y un caso sintomático es la actitud de la comunidad ante uno “que vive con la mujer de su padre” (5,1). Para los judíos, los pecados sexuales eran emblemáticos como “los” pecados de los paganos. Pablo dirá que esta actitud “no se da ni entre los paganos”. Pero lo que más irrita a Pablo es la actitud de los corintios ante esto: “y ustedes andan tan hinchados” (5,2). Sería como andar pavoneándose de la libertad, “somos tan libres que hasta tenemos entre nosotros a un incestuoso”. Y eso no edifica a nadie. A eso lo comparará Pablo con la levadura en la masa, que sería como la manzana podrida en medio del cajón. 

Así entiende Pablo la libertad, como un ser libre “de”, pero no para recaer en esclavitud (la imagen puede ser la del esclavo vendido a un nuevo amo, deja de ser esclavo del primero pero para ser esclavo del nuevo), la libertad no es para volver a lo viejo, a la era antigua, sino a la novedad que trae el Espíritu como don escatológico, un don que nos libera de toda esclavitud (incluso de la esclavitud de la ley). Por eso, para Pablo, el libre se vuelve verdaderamente libre cuando paradójicamente “se hacen esclavos (douleúete) mutuamente por amor”. El amor, una vez más, es la clave de la edificación, de la libertad, de la comunidad.

Toda esta larga introducción me fue inspirada en las declaraciones de la ministra de justicia francesa, Christiane Taubira en aparente respuesta a las declaraciones del Papa Francisco: "Todo se puede dibujar, incluido un profeta. Porque en Francia, país de Voltaire y de la irreverencia, existe el derecho a reírse de todas las religiones". “Somos tan libres, parece decir, como los Corintios. Podemos pavonearnos del mundo entero, tan superiores somos. Y los demás – inferiores ellos – deberán aprender de nosotros y de Voltaire, de nuestra libertad y de nuestra hinchazón vana”. 

Perdóneme, señora ministra, si no quiero aprender de semejante ignorancia, si no quiero ejercer esa libertad, si no quiero esa “gnosis” y elijo mirar a los débiles (y los musulmanes en Francia parecen serlo, ¿no?) para soñar un mundo distinto, otro mundo posible.

diseño tomado de parquelineal.blogspot.com

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