Domesticar al cura
Eduardo de la Serna
No voy a comentar mi impresión
sobre la ceremonia de beatificación del cura Brochero. Sobre esto, sólo diré
que me pareció lamentable. Quedé triste de ver una ceremonia tan poco popular,
ver una organización perfecta al servicio de una estructura de Iglesia
piramidal, una celebración que podía ser idéntica en Córdoba traslasierra o en
Austria, en el África Subsahariana o en Sri Lanka, una celebración que hasta “permitió”
(sic) hablar al impresentable gobernador de Córdoba en plena campaña electoral,
una liturgia que nombró infinidad de veces más al Papa Francisco que a Jesús de
Nazaret y que los gritos de “¡viva la Iglesia!” superaron ampliamente a la
memoria de su Fundador, o donde los pobres (¡justo los pobres en la beatificación
de Brochero!) estaban ausentes, y cuando se los mencionó eran nombrados como
los “más necesitados”, porque parece
que no hay causas en la pobreza (justo en esta beatificación de uno que trabajó
por su dignidad, por caminos, ferrocarriles, escuelas)… Todo eso hizo que me
pareciera lamentable la celebración, pero eso –al fin y al cabo- es problema mío.
Lo que me interesa comentar es el
modelo de cura que se presentó. ¿Qué cura –se dijo- era el cura Brochero? Para
empezar, se lo puso a la par del “cura de
Ars” que es el “modelo de cura” que la Iglesia quiere presentar (en el año
sacerdotal [¿?] fue reiteradamente aludido). Y para que se me entienda, no
pongo ni por asomo en duda la santidad del cura de Ars, simplemente afirmo que
no es el modelo de cura que yo tengo; “no
es santo de mi devoción”, como se dice. Además, me resulta muy difícil
compararlos siendo que Ars tenía unos 250 habitantes. Se cuenta que el cura
confesaba hasta 18 hs diarias (obviamente con gente de los pueblos vecinos),
por tanto, se trata de un cura que “está” en un lugar, y la gente va hacia él
(repito que lo digo positivamente), Brochero –en cambio- se caracterizó por ser
un cura que “iba” hacia la gente en su mula “Malacara”. Una parroquia de más de 10.000 habitantes dispersos en
más de 4.300 kms cuadrados no se parece en mucho a la pequeña Ars. Pero –por otro
lado- lo que se insistió fervientemente de este cura modelo, era que rezaba (el
rosario y el breviario), que tenía amor a la Virgen y que quería “salvar almas” (el enorme entusiasmo
misionera y evangelizador de Brochero era ahora simplemente “salvar almas”). Ese es el “modelo de
cura” que –parece- nos quisieron presentar. La búsqueda de la mejora en la vida
cotidiana de sus hermanos no parece importar en lo que un cura debe ser y hacer
(que hiciera caminos, capillas, escuelas, telégrafos, que peleara por el
ferrocarril, que tuviera una cierta simpatía política, y que con la gente que
llevaba a hacer los “Ejercicios espirituales” –al volver- buscara activamente
el desarrollo económico de la zona, no contaba demasiado). Eso no apareció
destacado, no se insistió ni resaltó. Ser cura –pareciera- es rezar, y salvar
almas.
La sensación que me quedó es que el
cura Brochero es beatificado porque fue domesticado. Su uso de “malas palabras” (sic; soy de los que
creen que “malas palabras” son hambre,
tortura, guerra, miseria…) eran “adaptarse
al lenguaje rústico de los pobladores”, si hasta –como se ve en las fotos
que encabezan el texto- le sacaron el cigarrillo para que pareciera más “santo”. Fui a la ceremonia –y no me
arrepiento- porque sé por experiencia que el pueblo en su sabiduría (nada rústica,
por cierto) se “apropiará” de “su santito” y rescatará y destacará
aquello que le pertenece.
A lo mejor acá haya una
explicación (no la única, por cierto) para entender por qué no se
beatifican-canonizan a nuestros mártires latinoamericanos. No parecen fáciles
de domesticar. Su memoria está demasiado viva todavía. Quizás el paso del
tiempo sea un buen aporte a la domesticación ya que no están los compañeros y
amigos para decir con autoridad que Fulano o Mengana jamás habrían dicho esto,
o tolerado aquello. No me imagino a De la Sota hablando en la beatificación de
Carlos Mugica, o a Carlos Menem en la de Enrique Angelelli (a pesar del mural que
el obispo riojano hizo pintar hace años).
Así como hay animales que no son
domesticables, y siempre aparece su identidad natural, el cura Brochero podrá
ser estampita, pero nunca dejará de ser ese misionero y defensor de los pobres,
ese que repetía que “como los piojos,
Dios está en la cabeza de todos, pero especialmente de los pobres”. Y ese
se parece bastante más al modelo de curas que muchos tenemos y del que queremos
“apropiarnos”.
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