Salir a
buscar a los hermanos perdidos para participar de la fiesta
DOMINGO VIGESIMOCUARTO - "C"
DOMINGO VIGESIMOCUARTO - "C"
15 de
septiembre
Eduardo de la Serna
Lectura del libro del Éxodo 32, 7-11. 13-14
Resumen: Una suerte de “pecado original” del pueblo en el desierto nos remite a la idolatría, el pecado por excelencia en Israel. Dios decide terminar con este pueblo y empezar de nuevo con Moisés, como nuevo Abraham, pero éste intercede en favor de su pueblo y logra que Dios se arrepienta.
El texto del Éxodo nos presenta un caso paradigmático: el pueblo
en el desierto, salido de Egipto por la mano de Dios y la conducción de Moisés,
ante la ausencia de este, se vuelca a lo que la tradición bíblica ha llamado
“idolatría”, una suerte de “pecado original del pueblo”. No interesa el hecho
histórico ya que no es esa la intención ni del autor del texto del Éxodo, ni
del texto litúrgico. Lo que cuenta, en este caso, es –por un lado- el fenómeno
de la idolatría, y –por otro- la capacidad del mediador (Moisés, en este caso)
de lograr que Dios se arrepienta de lo que había decidido hacer ante este hecho.
La alusión a los novillos de oro de Jeroboam (1 Re 12,26-33), y la frecuente
representación de la divinidad cananea conocida como ‘Ilu (‘El) –padre del dios también conocido como Baal- con un toro
nos ponen en el clima de la idolatría paradigmática (la frase “este es tu Dios que te sacó de la tierra de
Egipto” es idéntica en 32,4.8 y 1 Re 12,28).
El pueblo, haciéndose una imagen, y reconociendo que busca “otro Dios que vaya delante nuestro”,
está violando expresamente los mandamientos que acaba de aceptar ((20,2-6).
Ante la ira de Yahvé es Moisés el que intercede en su favor varias veces en toda
esta unidad (32,9-13.30-32; 33,12-13.15-17; 34,9) lo que motiva que Dios decida
no obrar el castigo (32,14.33-35; 33,1-3) y acompañar a su pueblo en el camino
(33,14.17-34,8) y concretando una nueva alianza (cap. 34).
Moisés está en el monte un tiempo excesivo (40 días; cf. 24,18),
lo que causa la duda del pueblo y la decisión de hacerse “un dios que vaya delante nuestro” (v.1). Así Aarón funde el oro de
los israelitas haciendo un becerro (v.4) al que reconocen como el que “sacó de la tierra de Egipto” a Israel,
al que se le levanta un altar (v.5) y se le ofrecen holocaustos y sacrificios
(v.6). Entonces Yahvé se dirige a Moisés informándole la situación (vv.7-8, donde
comienza el texto litúrgico) y comunicándole su decisión de destruirlo (v.10)
ya que es un pueblo “obstinado” (v.9) y engendrar otro pueblo del mismo Moisés
(cf. Núm 14,12) como una suerte de nuevo Abraham (Gen 12,2). Éste sale en
defensa de su pueblo (vv.11-13) y logra que Dios se arrepienta (v.14). Es
curiosa la argumentación de Moisés: “¿qué dirán los egipcios?” (v.12; el honor
de Dios está en juego; versículo omitido por la liturgia) e invitándolo a hacer
memoria de los patriarcas (v.13; la fidelidad de Dios a su palabra está en
juego). Finalmente es Moisés, y no Dios, el que logra su cometido (v.14) y se
prepara el camino para la nueva alianza.
Resumen: en un contraste entre su antes y después, el supuesto “Pablo” alude a su pasado pecador en contraste con su actual ministerio a causa de la misericordia y la gracia de Dios. Este cambio, un contraste notable entre la blasfemia y el pecado a la dignidad y la gracia viene dado por el deseo de Dios enviando a Jesús para salvar a los pecadores, de lo cual Pablo es testigo evidente.
Como es habitual en las cartas, luego de una introducción,
encontramos una acción de gracias (v.12; aunque en las cartas de Pablo sirvan
para introducir los temas que desarrollará en la carta, mientras en este caso
es una presentación del mismo “Pablo”) que concluye con una doxología (v.17).
El texto está armado de un modo simple:
1.
“doy gracias” (v.12)
2.
“encontré misericordia” (v.13)
3.
La gracia en mí (v.14)
4.
Es cierta y digna de ser aceptada esta palabra: “Cristo Jesús vino
al mundo a salvar a los pecadores” (v.15)
3’. El primero de los pecadores soy yo (v.15)
2’. Encontré misericordia (v.16)
1’. Al rey de los siglos… honor y gloria… Amén
(v.17).
El esquema es el de “antes – ahora”, con lo que parece aludir a la
llamada “conversión de Pablo”, aunque en categorías que él jamás ha utilizado
(cf. 1 Cor 15,8-11; 2 Cor 4,1-6; Gal 1,11-16; Fil 3,4-8; Rom 1,1-7; cf. Col
1,23-29; Ef 3,1-11; aquí “Pablo” alude a su pasado como blasfemo, y pecador,
cosa que jamás dice Pablo de sí mismo en su pasado perseguidor). “Pablo” afirma
que fue antes un blasfemo (que es lo que hacen los adversarios paulinos en el
presente; cf. 1,20) pero –como justificación- alude a que obró así por
ignorancia (cf. Hch 3,17; 17,30). Así es ejemplo del pecador salvado por la
misericordia y la gracia de Dios (vv.15-16); Dios quiere salvar a todos, y el
testimonio de Pablo es ejemplo de ello. Y por la iniciativa divina –a causa de
la misericordia de Dios- que lo ha llamado al ministerio es que tiene autoridad
para hablar frente a lo que afirman los falsos maestros.
En el centro de la unidad destaca como “palabra” el sentido
salvador de la venida de Jesús al mundo (cf. Jn 3,17; Lc 19,10; Mt 9,13) del
que “Pablo”, con su vida da testimonio.
Como ejemplo de los que pueden alcanzar la fe Pablo remite a su
propia experiencia de conversión (v.15) destacando en un canto conclusivo de
alabanza la trascendencia de Dios (v.17).
+ Evangelio según san Lucas 15, 1-32
Resumen: Tres parábolas de “lo perdido encontrado” presenta Jesús como explicación a su actitud subversiva de comer con pecadores. La alegría es consecuencia de cada encuentro. Encontrar en los “perdidos” verdaderos hermanos “encontrados” es motivo de alegría y fiesta. Por el contrario, los que se saben justos corren el riesgo de rechazar a los otros, negando la fraternidad y excluyéndose de la fiesta.
Tres parábolas presenta Lucas como consecuencia de una
“murmuración”. Tres parábolas que refieren a “lo perdido, encontrado”: una
oveja, una moneda, un hijo. La tercera –la llamada habitualmente del “hijo
pródigo”- es ciertamente la más conocida, pero es conveniente ubicarla en su
contexto para comprenderla bien. Como ocurre con los refranes, por ejemplo, una
parábola se entiende en el contexto que la provoca. Y el mismo refrán puede
utilizarse en otra ocasión con otro sentido, porque lo que se pretende es
ilustrar sapiencialmente el momento. En este caso se trata –una vez más- de las
comidas de Jesús con pecadores. Ya hemos visto que –especialmente en Lucas-
Jesús habitualmente come con los rechazados de la sociedad, hasta el punto que
es tenido por “comilón y borracho, amigo
de publicanos y pecadores” (7,34). Para resaltar esta imagen que desencadenará
la intervención de Jesús,
Lucas presenta una evidente exageración: “todos” los publicanos y pecadores se
acercaban a él. Como es propio –además- el escándalo no es sólo que lo escuchen
y los reciba, sino que él “coma con ellos”.
Es sabido que en una cultura que da tanta importancia a lo que exterior, sólo
se come con quienes “son como uno”, sentarse a la mesa con personas de menor
honor significa exponerse públicamente, y reconocer que el honor que se tiene
es más bajo. Las comidas estigmatizan. Por tanto, si Jesús come con publicanos
(lo más bajo en la escala del honor, comparable a las prostitutas; cf. Mt
21,31.32) y con pecadores es señal evidente que es como ellos, y él mismo lo
reconoce y acepta. Por su parte, otro par (fariseos y escribas) “murmuran”
acerca de esto, lo visibilizan. El verbo “murmurar”
(diegóggizon) sólo ocurre otra vez en
el NT, en Lc 19,7 en una escena semejante: Jesús “¡ha ido a hospedarse a casa de un hombre pecador!” En Jos 9,18 “toda
la asamblea (synagôgê) murmuró contra sus representantes”, en Dt 1,27 todo
Israel “murmura” contra Moisés afirmando que Dios lo liberó de Egipto “por el
odio que nos tiene”; lo mismo ocurre en Núm 14,2.36; 16,11 (contra Aarón); Ex
15,24 (contra Moisés); 16,2.7.8 (contra Moisés y Aarón). La “murmuración” es una queja rebelde contra
Dios o su(s) enviado(s). El término goggizô
(que está en la raíz del anterior) también tiene el mismo uso (cf. 1 Cor 10,10;
Jn 6,41.43.61; y –en el mismo sentido que los anteriores de Lucas: en una
comida- en Lc 5,30). Por tanto, Lucas nos indica –antes de empezar a
desarrollar la intervención de Jesús- cuál es su interpretación del
acontecimiento: Jesús, como profeta enviado de Dios, es rechazado por la élite
“santa” de Israel por su cercanía (“se
acercaban”) y sus comidas con “publicanos
y pecadores” (o “publicanos –es decir- pecadores”).
Las dos primeras parábolas son muy sencillas y están
construidas en un claro paralelismo:
15,4-7
|
15,8-10
|
4 «¿Quién de
ustedes que tiene cien ovejas,
|
8 «O, ¿qué
mujer que tiene diez dracmas,
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si pierde una de ellas, no deja las 99 en el
desierto,
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si pierde una, no enciende una lámpara y
barre la casa
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y va a buscar la que se perdió hasta que la encuentra?
|
y busca cuidadosamente hasta que la
encuentra?
|
5 Y cuando la encuentra, la pone contento sobre sus hombros;
|
9 Y cuando la encuentra,
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6 y llegando a casa, convoca a los amigos y vecinos, y les
dice:
|
convoca a las amigas y vecinas, y dice:
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«Alégrense
conmigo, porque he hallado la oveja
que se me había perdido.»
|
«Alégrense
conmigo, porque he hallado la dracma
que había perdido.»
|
7 Les digo que, de
igual modo, habrá más alegría en el
cielo por un solo pecador que se convierta que por 99 justos que no
tengan necesidad de conversión.
|
10 Del mismo modo, les
digo, se produce alegría ante los
ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta».
|
La semejanza es evidente, y podemos afirmar que se trata
de la misma idea aunque –como es habitual en Lucas- poniendo en paralelo un
varón y una mujer (Simeón y Ana [2,25-38]; una viuda y un leproso [4,25-27], uno
que siembra mostaza y una que mete levadura en la masa [13,18-21]…). Como corresponde en una parábola debemos
buscar el tema principal, ¿a dónde “apunta”? Y ciertamente en este caso se
trata de la alegría por haber encontrado lo perdido; los/as amigos/as y
vecinos/as están invitados a compartir la alegría por ello. La conclusión de la
parábola (¡Alégrense!) es refrendada
por una conclusión del narrador (“del
mismo modo”) reforzando la idea de la alegría (15,5.6.7.9.10.32 que –por
otra parte- es un tema frecuente en toda la obra de Lucas; cf. 1,14.28.58;
2,10; 6,3; 8,13; 10,17.20; 13,17; 19,6.37; 22,5; 23,8; 24,41.52; Hch 5,41;
8,39; 11,23; 12,14; 13,48.52; 15,3.23.31; 23,26).
Obviamente, en el contexto de Lucas, la idea es que Jesús
se acerca a publicanos y pecadores para darles la ocasión a la conversión. Es
decir: Jesús no les cuestiona la justicia a los “fariseos y escribas” (“justos que no tengan necesidad de conversión”)
pero se resiste a un sistema religioso que les cierra definitivamente las
puertas; sale a buscarlos, se aproxima “¡y
hasta come con ellos!”
Pero en estas dos parábolas el acento está en lo perdido.
Y Lucas quiere ahondar todavía más, y recurre entonces a otra parábola.
Parábola semejante ya que repite la idea de lo perdido encontrado (vv. 24.32)
pero, en este caso, contrastando dos procederes ante ello. En ese sentido
estamos ante las frecuentes parábolas de dos personajes, habituales en Lucas
(Lázaro y el rico [16,19-31], el fariseo y el publicano [18,9-14]); en estos
casos se contrastan dos actitudes opuestas y se invita a los oyentes a tomar
posición por una de ellas. En este caso, la actitud del padre y del hijo mayor
son contrastantes ante el hijo “perdido y
encontrado”. Ciertamente, el hijo mayor, que “jamás desobedeció una orden suya”, al que el padre le reconoce que
“tiene razón” y que “todo lo mío es tuyo”, representa
claramente a las 99 que no tienen
necesidad de conversión, a los justos. No está en cuestión ni en duda la
justicia de los fariseos y los escribas, lo que está en cuestión es su actitud
frente al hermano.
Veamos brevemente algunos elementos para profundizar los
textos:
La conclusión del cap. 14 había señalado “quién tenga oídos para oír, que oiga”
(v.35), y los “publicanos y pecadores”
se acercan para “escucharlo”. “Oír” (akouô) es signo de conversión (5,1.15;
6,17.27.47.49; 7,29; 8,8-18.21; 9,35; 10,16.24.39; 11,28.31). El profeta Jesús
“habla de parte de Dios” y busca que sean reconocidos como tales los “hijos de
Abraham” despreciados (13,16; 16,25), y los rechazados se “acercan para oírlo”.
El contraste entre los “escribas y fariseos” con los “publicanos y pecadores” ya
lo encontramos en 7,29-30.
No abunda insistir en el aspecto contracultural de las
comidas de Jesús con los desclasados sociales, con aquellos con los que “no se
debe” comer; estas comidas son un signo evidente de la presencia del reino de
Dios.
La parábola de la oveja perdida se repite en Mateo, pero
con un sentido diferente; Mateo insiste en la actitud del pastor que debe
buscar la oveja, “porque no es voluntad
del Padre de ustedes que se pierda ni un solo de estos pequeños”, 18,14. No
es claro si Lucas añade la parábola de la moneda perdida a una parábola del
documento Q, o si Mateo la omite porque no sirve a su intención en el capítulo
“eclesial”. En Mateo, la oveja se
“descarría”, mientras que en Lucas se pierde (verbo que –como se dijo- se
repite en las otras dos parábolas).
El acento en la conversión
es propio de Lucas, para eso vino Jesús (5,32). Es importante señalar esto:
Jesús quiere ser escuchado por todos, come con todos, se acerca a todos, este
es el primer paso del discipulado –y que tanto molesta a los “justos”-, pero
requiere un segundo paso que es la conversión. Hasta último momento se abre las
puertas a los pecadores para dar ese paso, pero eso no implica que todo “quede
ahí”. Como vimos los que quedan fuera le dirán: “hemos comido y bebido contigo” (13,26). No es sólo “escuchar la
palabra” –lo señalamos en otra ocasión- este es el primer paso, pero esta
palabra debe “guardarse” (8,21; 11,28; cf. 8,11-15).
La parábola en la que se contrastan las actitudes del
padre y el hermano ante el hijo que vuelve tiene varios elementos que merecen
ser mirados:
Sin duda, la imagen del Dios abbá que Jesús muestra se ve
reflejada en la actitud del padre de la parábola. Pero muy lejos está este
padre del “padre patriarcal2, autoritario, inflexible que se espera en la
sociedad. Como el padre de otros dos hijos (Mt 21,28-31) es un padre que no es
respetado, que no ejerce su autoridad. Podríamos decir que ambos muestran un
padre “blando” en comparación con lo que se espera culturalmente de un “buen
padre”, lo que permite vislumbrar qué tipo de padre entiende Jesús que es su
“abbá” (no por blando, sino por respetuoso de las decisiones de los hijos,
compasivo, tierno).
Los temas legales acerca de la herencia no son
importantes en este relato. La imagen de “país lejano”, “malgastó”,
“dispendiosamente”, “cerdos” refuerza la idea de la distancia, de “alejamiento”
de lo que se espera de un buen judío, aunque no se refiere expresamente a lo
que después dirá el hermano mayor que “devoró tu hacienda con prostitutas”.
El acento en la vida del hermano menor está puesto en la
comida (lo que no es ajeno a las “comidas de Jesús”): “hambre” (v.14),
“alimentarse con la comida de los cerdos” (v.16), “pan en abundancia… me muero
de hambre” (v.17), “novillo cebado, mátenlo, comamos, y celebremos una fiesta”
(v.23), “un cabrito para tener una fiesta” (v.29), “devoró tu hacienda… matar
el ternero cebado” (v.30). El retorno a la casa paterna está motivado por el
hambre en aquella región (el tema del hambre es frecuente en la Biblia: Gen
12,10; 26,1; 41,27-47; 42,5; 43,1; 47,4; Rut 1,1; 1 Re 18,2; 2 Re 4,38; Lc
4,25; Hch 11,28).
La Misna, dentro de los animales y lugares donde pueden
criarse afirma que “no se pueden criar cerdos en ninguna parte” (Bab Qam 7,7);
estos son alimentados con los frutos de la encina (bellotas).
Literalmente el texto afirma que “entró en sí mismo”, y
recapacitó la abundancia (cf. 9,17; 12,15) de pan (entendido en sentido de
alimento, cf. 14,1.15) de los servidores de su padre. Lo que motiva el regreso es
–evidentemente- el hambre. Podemos afirmar que la parábola no presenta un
contexto de arrepentimiento expresamente (sí lo presenta el marco narrativo de
los “pecadores que se convierten”), lo que presenta es un regreso a la casa del
padre, y para ser tratado “como un jornalero” (misthios), es decir, poder tener pan.
El verbo “pecar” (hamartanô) no debe entenderse en el
sentido que usamos habitualmente. Se refiere a una falta, pero puede ser un
error o una equivocación (ver Hch 25,8: “Pablo
se defendía diciendo: «Yo no he cometido falta
alguna ni contra la Ley de los judíos ni contra el Templo ni contra el César.»”)
cf. Mt 18,15.21; 27,4; Lc 17,3.4; Jn 8,11; 9,2.3. El “cielo” es una manera de
aludir a Dios sin nombrarlo (cf. 6,23; 12,33; cf. Mc 11,30); como es habitual
en el mundo judío, las relaciones con Dios y con los seres humanos están
interconectadas. En Israel, un jornalero (literalmente, un “asalariado”, misthios, de salario, “misthós”) debe ser tratado con justicia.
No se puede retener su salario (Lev 19,13), ni se lo debe maltratar (Sir 7,20)
y quien no se ocupa de sus sustento es comparado a un asesino (Sir 34,22). A
pesar de llamarlo “padre”, sabe que “no merece” ser tenido por hijo, no es
“digno”.
Lo que se afirma del padre es que tuvo compasión; el
verbo splagjnizomai es el usado en Lc 7,13 (el hijo único muerto de una viuda),
10,33, (el samaritano ante el caído). Es un verbo que salvo en parábolas, en
los Sinópticos síolo se dice de Jesús, algo que lo mueve a obrar. Como matiz
interesante, en los tres casos de Lucas se da ante una situación de muerte
[hijo muerto, caído medio muerto, “mi hijo estaba muerto”)] y mueve a la
recuperación de la vida. Lo que obra el padre es notablemente llamativo e
inesperado: correr no es algo que se espera de un padre oriental. La iniciativa
es del padre: ver, conmoverse, correr, echarse al cuello, besar. Incluso no lo
deja terminar el discurso que el hijo tenía preparado y se deshace en gestos:
el mejor vestido y las sandalias es un acto de dignidad, el anillo (el sello
familiar) lo reconoce como hijo, el novillo alimentado a grano (sitos) para que su carne sea blanda a la
espera de un gran acontecimiento (ver Jue 6,25.28; Jer 46,21). La fiesta será
la conclusión de la actitud del padre y lo que marcará el contraste con lo que
resta de la parábola.
La razón se ubica en el contexto de lo perdido
encontrado, como las parábolas anteriores, y reforzado con la idea de muerte-
resurrección (anézêsen).
A continuación entra en escena el segundo personaje: el
hermano mayor. Al acercarse y escuchar la fiesta consulta a uno de los “muchachos”
que le informa el motivo. La alegría por
encontrar a su hijo “sano” motivo el obrar del padre. Jesús ya había señalado
que necesitan médico los que están mal, no los “sanos”, en un contexto
semejante (5,31; cf. 7,10). La irritación del hermano mayor (cf. 14,21) lo lace
no querer entrar, lo que provoca una nueva “salida” del padre. El padre lo “exhorta”,
“anima”, “consuela”, “suplicar” (el verbo parakaleô
permite estas, y otras traducciones según sea el caso; cf. Lc 3,18; 7,4; 8,31;
16,25; Hch 14,22; 20,2); siendo que el hijo “replica”, “suplicar” parece
conveniente.
Lo que el hijo mayor afirma es cierto: “hace tanto”,
“jamás desobedeció” y el padre lo reconoce: “tú siempre estás conmigo”. El tema
es otro: es el hermano. Sin embargo, es llamativo que el hijo diga que “sirve”
al padre, usando el verbo “esclavizar” (douleô)
añadiendo una nota de amargura al reclamo; jamás desobedeció un “mandamiento” (entolê; cf. 1,6; 18,20; 23,56). Así se
nos remite a los judíos justos que no tienen necesidad de conversión (v.7). El
clima de amargura sigue: “jamás me diste un cabrito”, lo que –evidentemente-
contrasta con el novillo engordado, y se ocupa de contrastarlo.
El hermano mayor supone que ha sido de su hermano en este
tiempo (la parábola no lo ha dicho) mostrando desprecio por ello (cf. 7,34.39
donde se afirma eso de Jesús).
“Todo lo mío es tuyo” es algo que los griegos afirmaban
de la amistad (cf. Hch 4,32); la Misna afirma que el que dice “lo mío es tuyo y
lo tuyo es mío es un ignorante” (Abot 5,10).
“Era necesario” (dei,
cf. 13,16) implica que las necesidades humanas están por encima de los
mandamientos. Por eso Lucas retoma en la conclusión el tema de la alegría que
marcaba las parábolas anteriores.
El contexto ilustra claramente el sentido de la parábola.
Dos actitudes ante el joven que vuelve a casa. La del padre y la del hermano.
Es sintomático (y permite entender la actitud de Jesús ante los escribas y
fariseos frente a los publicanos y pecadores) que el hermano mayor se niega a
reconocer a su hermano como tal. “Este hijo tuyo” (v.30) contrasta con lo dicho
por e muchacho y por el padre: “este hermano tuyo” (vv.27.32). Los que se
tienen o se saben justos, se niegan a reconocer como hermanos a los pecadores
(y es justo recordar que ser hermanos es una de las características de todo
judío hacia el miembro de su pueblo, a los “hijos de Abraham”). Esta negativa
de reconocer como hermanos a los pecadores
marca el sentido fundamental de la parábola y el contraste con la
actitud de Jesús, como profeta de parte de Dios.
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