domingo, 10 de agosto de 2014

Quiero imaginar



Quiero imaginar algunas cosas…


Eduardo de la Serna



Imagino al “patrón de estancia”, siempre bueno, condescendiente, hasta paternal con la “peonada”, o los “puesteros”. Tan superior, él. ¿Así que don Clemente y doña Juana no pueden tener hijos? “Déjelo en mis manos, Clemente. Yo me ocupo”. Total, si hasta no hacía mucho uno podía adoptar chicos ante escribano, casi como una escritura, como comprar un auto, o una casa… “¿Sabe, Clemente? Mejor no levantar mucha polvareda. ¡Vio cómo son las cosas! Lo ideal es que lo anotemos (así, en primera persona del plural, lo imagino) como hijo suyo. Yo le consigo el certificado. Tengo muchos médicos amigos… y curas. Si al fin y al cabo – usté lo sabe – mis amigos políticos me deben algún favorcito. Usté déjelo en mis manos, Clemente. Yo me encargo. Eso sí, eh! Es un secreto entre nosotros; ¿no le parece?” Y Clemente, con esa sencillez del hombre de campo, ¿cómo va a dudar de don “Pancho”, siempre tan bueno? Si hasta fue candidato a concejal suplente por la Unión-Pro en el 2007, detrás de Julián Abad, vice de la rural y jefe de la Cámara empresaria. Todavía recordamos cuando don Pancho nos contaba lo que don Julián dijo al lanzar las listas: “nos sentimos identificados con estos empresarios –como Mauricio Macri y De Narvaez – que deciden dejar la actividad para saltar a la política. Nosotros estamos haciendo lo mismo”. Claro que en el 2009 hubo líos en la interna y don Julián no pudo presentarse, pero esa es otra historia. En fin y al cabo, ¿cómo no aceptar lo que don Pancho propone?, “¡es tan bueno con nosotros!”
 
Pero don Pancho se murió un día. Casi, casi un 24 de marzo, el 26 de marzo de 2014, a los 74 años. El diario El Popular, lo despidió solemnemente: “Dolor por el fallecimiento de ‘Pancho’ Aguilar (…) Profundo dolor causó ayer en amplios círculos de la comunidad local la noticia del fallecimiento del señor Carlos Francisco Aguilar (Pancho), un reconocido y apreciado vecino olavarriense”. Y muerto el Pancho, se acabó el motivo de guardar el silencio, “¿No te parece, Juana? ¿Le decimos a Ignacio?” y parece que esperaron al cumpleaños, el 2 de junio – o al día que fecharon como tal – y le contaron que es adoptado. Y dicen que sabido, Celeste le dijo a su compañero que fueran (siempre en plural, otro plural) al Banco Nacional de Datos Genéticos. ¡Grande Celeste! ¡Grande Ignacio! (Dios los cría…) Y poco después, algo estalló. Algo enorme.

Me contaba un amigo brasileño cuando vino a la Argentina que cuando le preguntan el “nombre”, dijo: ‘Pedro’, pero cuando le preguntaron el “apellido” dijo “- No tengo”. Flor de lio se armó hasta que se pusieron de acuerdo el portugués y el castellano con la diferencia entre apellido y sobrenombre, en ambas lenguas. Parece bastante más sensato el portugués – y en eso, por ejemplo, es como el francés y otras lenguas – porque “apellido” viene de cómo uno es llamado, que es lo que decimos del “sobrenombre”; y “sobre nombre” es lo que está “por encima del nombre”, que es lo que decimos del apellido.  En ese caso se refiere al modo en que a uno lo llaman, tenga el nombre que tenga… “Cacho”, “Nacho”, o hasta “Pancho”, por ejemplo. Y es evidente que aunque se llame Ignacio lo llamarán Guido en lo de Carlotto; y aunque se llame Guido lo llamarán Ignacio – o Pacho – en Olavarría. Pero lo cierto es que Guido-Ignacio, o Ignacio-Guido es Hurban por Cariño, es Montoya Carlotto por sangre… y por propia decisión. Y es argentino para felicidad y conmoción de casi todos.

Pero esto de la memoria me invita a seguir imaginando. Porque imagino una contradicción en ciertos sectores que se niegan a la memoria, que se niegan a que conozcamos y miremos lo andado. Memoria rima con historia. Y cuando hay una “historia oficial”, monolítica, ortodoxa, ya no hace falta otra, ¡no debe haber otra! Eso del revisionismo se parece a la herejía. Y como a veces además de dueños de tierras, propiedades y empresas son dueños de la palabra, pueden hasta “nombrarla”: “revanchismo”, “setentismo”, “relato”, la llaman entre otras. Porque curiosamente, por momentos parece que quisieran que volvamos al 78. “En el 78 éramos dueños de la vida, de entregar hijos a quienes lo decidíamos, a controlar la prensa dando el Papel a quien queríamos, y a manejar la economía como queríamos. Si hasta a nuestra casa de Palermo venía el presidente emocionado – como se emocionó en el Mundial – y lo aplaudíamos todos. Definitivamente en el 78 la Argentina era otra. Era nuestra. Ahora, en cambio, vienen estos, con ‘la Carlotto’ a la cabeza, o estos con el discursito de ‘memoria, verdad y justicia’, que no vienen a la rural a que les expliquemos economía, que no quieren hacerle caso a Griesa, un juez independiente, que nos alejan del mundo… Definitivamente las cosas han cambiado. Menos mal que, de todos modos, no nos fuimos del todo y tenemos Medios que nos defienden, amigos de afuera que nos aplauden, y hasta candidatos que sabrán darnos el lugar que nos merecemos en la “nueva Argentina”, “Pro”, “Renovada” que sabrá vender como nueva la esperada vuelta al 78. Si hasta a lo mejor, quizás ganemos un mundial”.

Dos historias confluyen en un mismo acontecimiento, en una misma persona o familia. Como en la cruz confluyen Jesús y Pilato dando a la misma moneda dos caras antagónicas, la del odio y la del amor, la del terror y la de la vida, así pudimos esta semana mirar de frente otra moneda con sus dos caras. En un lado resonaban los grillos y la tortura, en la otra, un piano tocando jazz; en un lado los rictus de la amargura y la muerte, en otra las sonrisas y la alegría contenida 36 años; en una los graznidos carroñeros de quienes se alimentan de sangre y la beben, y en otra la misma sangre cantando vida, y pronunciando nombres y apellidos; en una las puertas cerradas de cuarteles y centros clandestinos tabicados, en otra las puertas abiertas de la casa de las Abuelas; en unas –finalmente – los que están “hartos con la Dictadura”, los que sueñan con volver a “aquellos tiempos felices”, los que se creen dueños de estancias y ven la patria como una de ellas, y los que creen que “la patria es el otro”, que otra Argentina es posible sin vivir a la sombra de los poderosos comiendo las migajas que caen de sus mesas, o aceptando su magnanimidad y munificencia, y – sobre todo – decididos a ser nosotros, a reconocer nuestra identidad, y a aprender de la memoria. Precisamente porque rima con historia.





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