martes, 5 de agosto de 2014

Comentario 19A



Sólo la confianza en Jesús nos permite sostenernos


DOMINGO DECIMONOVENO - "A"
10 de agosto

Eduardo de la Serna



Lectura del primer libro de los Reyes     19, 9. 11-13a

Resumen: Elías, perseguido y amenazado, se dirige a las fuentes de su fe, allí donde Moisés tuvo un encuentro con Dios. Dios le sale al encuentro en el monte, pero a diferencia de lo esperado: un encuentro terrible, Elías se encuentra con Dios en el silencio.



En medio de una crisis mortal, perseguido por Jezabel para matarlo, Elías huye dirigiéndose hacia el Horeb. El texto tiene tres partes bien marcadas de las que el párrafo litúrgico es la segunda:

Amenazado, Elias se dirige al Horeb caminando 40 días alimentado en el desierto por un ángel (19,1-8)
Llegado a la montaña de Dios se encuentra con Yahvé que lo reenvía a Israel con un doble encargo (ungir un rey y elegir un profeta sucesor) (19,9-18)
Llamada de Eliseo para acompañar a Elías (19,19-21).

Dios le dirige a Elías, en el monte, una pregunta que se repite: “¿qué haces aquí?” (vv.9.13) omitidas por el texto litúrgico. La respuesta del profeta también se repite idéntica: “Ardo de celo…” y es la que introduce la primera y segunda parte de esta subunidad (la primera, el encuentro de Elías con Yahvé, la segunda el reenvío a Elías a continuar su misión (y la elección de los dos sujetos mencionados). Es este encuentro entre Dios y Elías el que constituye el texto litúrgico.

Luego de pasar la noche en “la cueva” como Moisés (también allí Yahvé pasa ante él; cf. Ex 33,22) le llega la palabra de Yahvé (y la pregunta). Elías debe salir de la cueva y permanecer de pie ante Dios. A continuación una serie de fenómenos meteorológicos se suceden: un huracán, un terremoto y fuego. Y el texto remarca que en ellos “no estaba Yahvé”.

El “gran viento” suele ser manifestación de Dios (cf. Ez 1,4; 3,12; Jon 1,4; cf. Nah 1,3), como también lo es el “temblor” (Jue 5,4; 2 Sam 22,8; Sal 46,4; Is 29,6…) y el “fuego” (Gen 15,17; Ex 3,2; Dt 1,33; Jue 6,21…) es decir, el texto aclara que – contra todo lo esperado – Dios no está presente donde el profeta se imagina que estará. La semejanza con Moisés recuerda otro texto que sirve de marco:


«Al tercer día, al rayar el alba, hubo truenos y relámpagos y una densa nube sobre el monte y un poderoso resonar de trompeta; y todo el pueblo que estaba en el campamento se echó a temblar. Entonces Moisés hizo salir al pueblo del campamento para ir al encuentro de Dios, y se detuvieron al pie del monte. Todo el monte Sinaí humeaba, porque Yahveh había descendido sobre él en el fuego. Subía el humo como de un horno, y todo el monte retemblaba con violencia. El sonar de la trompeta se hacía cada vez más fuerte; Moisés hablaba y Dios le respondía con el trueno. Yahveh bajó al monte Sinaí, a la cumbre del monte; llamó Yahveh a Moisés a la cima de la montaña y Moisés subió». (Ex 19,16-20)


En el texto de Elías, el viento, temblor y fuego son casi un anticipo, preparación para la llegada de Dios que lo hará en el sonido (= voz) del silencio (enmudecimiento; cf. Sal 107,29) suave. La triple negación precedente (“no estaba…”) deja lugar al silencio dando por sobre entendido que Yahvé sí está en él. Siendo que el conflicto de Elías con Jezabel tiene su centro en que la reina es cananea y – por lo tanto -  creyente en Baal, el dios del rayo y la tormenta, no es improbable que el acento en que “Yahvé no está” en ellos tenga un cierto contexto anti-baálico, aunque no parece que sea este el tema central. La novedad viene dada por el silencio, lo inesperado. Del Dios que no necesariamente se manifiesta dónde se lo espera o como se lo espera. Allí Dios, sorprendentemente, se encuentra con Elías y él, como Moisés (cf. Ex 3,6), se tapa el rostro ante Dios (aunque propiamente hablando no se dice ni de Moisés, ni de Elías que “vean” a Dios sino una manifestación).


 
Lectura de la carta de san Pablo a los cristianos de Roma     9, 1-5

Resumen: Pablo manifiesta su angustia porque los israelitas no han recibido en la fe a Jesús; no han sabido – a pesar de todos los dones que Dios les ha dado – dar el paso de la carne al espíritu.

 
En Romanos 9 Pablo comienza un largo párrafo sobre Israel que culminará en 11,35. Con solemnidad comienza señalando la veracidad de lo que va a decir. “No miento” se encuentra otras dos veces en los escritos paulinos, y en ambos Pablo destaca elementos de su vida que son cuestionados por los adversarios cristianos: “no miento”, afirma al destacar las dificultades que carga en su vida apostólica asemejándose a la debilidad de la cruz de Jesús (2 Cor 11,31), “no miento”, repite al destacar que no precisó instrucción de los apóstoles de Jerusalén por haber sido instruido por el mismo Dios que le reveló a su Hijo (Gal 1,20). En los tres casos pone de testigo a Dios de que dice la verdad. En este caso, la conciencia y el Espíritu Santo lo “con-atestiguan” (summartyrousês, es el testimonio conjunto que dan dos; sólo se lo vuelve a encontrar en 2,15; 8,16). 

En este caso, lo que Pablo va a referir de su propia vida es la tristeza y dolor que tiene a causa de “sus hermanos”, los israelitas. Pablo afirma que pediría (êujómên) ser él mismo anatema de Cristo “por” (hyper) mis “hermanos” (adelfôn) y mis “parientes” (syggenôn) según la carne (katà sarka). “Ser anatema” es ser maldecido por Dios (1 Cor 16,22; Gal 1,8.9; cf. Dt 7,26; 13,15; en algunos casos – por el contrario – se refiere a lo que se ofrece a Dios, pero para ser totalmente entregado a él, por ejemplo, por el fuego, cf. Num 21,3; Jos 6,17). Ciertamente, si la bendición divina se manifiesta en vida, su maldición implica la muerte. Pablo desearía morir, entregarse totalmente en favor (hyper) de sus “hermanos”. Se refiere a ellos “según la carne”, frase que Pablo usa con cierta frecuencia (Rom 1,3; 4,1; 8,4.5.12.13; 9,3.5; 1 Cor 1,26; 10,18; 2 Cor 1,17; 5,16; 10,2.3; 11,18; Gal 4,3.29). La “carne” (sarx) es la humanidad en su expresión de debilidad, de allí que con mucha frecuencia se contraponga a “espíritu” que es la fortaleza que viene de Dios. En cuanto contrapuesta a “espíritu” tiene una connotación escatológica, puesto que el espíritu es el gran don divino dado a los que han aceptado a su hijo. Pablo, “según la carne” es judío, como sus “hermanos”, pero ellos no han sabido recibir en la fe el espíritu, no han aceptado a Cristo  nacido del linaje de David según la carne, constituido Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos, Jesucristo Señor nuestro” (1,3-4). 

A continuación Pablo destacará una serie importante de elementos propios de Israel:

  • Hijos por adopción
  • Gloria
  • Alianzas
  • Legislación
  • Culto
  • Promesas
  • Los patriarcas

Cada uno de estos elementos es sumamente importante y habla por sí solo de las “riquezas” que Dios ha dado a Israel. 

Israel es un pueblo de hijos que Dios ha adoptado (huiothesía, cf. Ex 4,22; Os 11,1), pero siendo Cristo “constituido hijo por el espíritu” (1,4) por poseer ese mismo espíritu los cristianos - también los paganos incorporados a la comunidad sin circuncisión - son “hijos” también ellos (Rom 8,15.23; Gal 4,5). La “gloria” (doxa) – que es propia de Dios – la participa a los que obren bien, judíos y paganos (2,10). La salvación de judíos y paganos es “mi alianza”, dice Dios (11,27) aunque con Jesús comienza una “nueva alianza” (cf. 1 Cor 11,25; 2 Cor 3,6; ver Gal 4,24). Usando un término que se encuentra sólo aquí en el N.T. Pablo no utiliza “ley” (nomos) sino “nomothesías” (que hemos traducido por “legislación”) ya que Pablo en esta carta manifiesta conflicto con la “ley” (caps. 1-7) ya que no es esta la que nos hace justos ante Dios sino la fe. El culto (latreía) solo se encuentra aquí y en 12,1 en todo Pablo, se trata del servicio litúrgico a Dios. Las promesas (epaggelía) se trata de aquello en lo que Dios ha comprometido su fidelidad con su pueblo 4,14.16.20; 9,8; 15,8…). Los “padres”, como Abraham (4,11.12.16.17.18). De este Israel Pablo dirá más adelante que “en cuanto (katà) al Evangelio, son enemigos para ustedes; pero en cuanto (katà) a la elección amados en atención a sus padres”. (11,28; cf. 15,8). Sin embargo, todo esto lo dice “según la carne” (katà sarka), y concluye todo esta lista de riquezas de Israel con el último de los “padres”, “Cristo, según la carne”. Pero este está por encima de todo.

Sin embargo, Pablo hace aquí una afirmación que se ha prestado a muy diversos comentarios. “Dios bendito por los siglos”. Esa frase solemne, ¿se dirige a Dios – con lo que estaría dando gracias -  o se aplica a Cristo, de quien estaría diciendo que es “Dios”? Pablo jamás ha afirmado que Cristo sea Dios. Ciertamente estamos ante el primer escritor cristiano y resulta un tanto extraña una afirmación tan clara en un tema que costará tanta “tinta teológica” en los primeros siglos. La frase “que está por encima de todo” vuelve a encontrarse en Ef 4,6 referida a Dios, el Padre. Probablemente haya que preferir una lectura teo-lógica antes que una cristo-lógica de la oración.

 

+ Evangelio según san Mateo     14, 22-33

Resumen: A un texto tomado de Marcos, en el que se narra las dificultades de los discípulos en su travesía en el mar y Jesús que viene a ellos caminando sobre el agua, Mateo añade la presentación de Pedro que, “mandado” por Jesús también lo hace hasta que la poca fe lo hace comenzar a hundirse. Jesús es quien lo salva y calma su temor, por lo que es reconocido como “hijo de Dios” por los suyos.


El texto del Evangelio tiene dos partes bien marcadas: la partida de los discípulos en la barca mientras Jesús se queda en oración y su regreso a la barca andando sobre las aguas (vv.22-27), y la escena de Pedro también en las aguas (vv.28-31) con la conclusión (vv.32-33).

Es importante – y es bueno reiterarlo – que no se trata de comentar acontecimientos históricos que pueden haber sucedido de una u otra manera, y son aquí interpretados, sino intentar comprender qué quiere decir Mateo a sus destinatarios en este relato.

Las diferencias con Marcos en la primera parte son mínimas, mientras que la escena de Pedro es exclusiva de Mateo.

Por motivos no señalados, Jesús – ocurrida la multiplicación de los panes “inmediatamente” – “obliga” a los discípulos a ir “al otro lado”. Entretanto, Jesús “despide” a la multitud y luego sube “a solas” al monte a orar. La referencia al monte y la oración seguramente hayan “atraído” la primera lectura, pero en esta unidad no es el tema destacado. Marcos refuerza la idea de que Jesús se dirige a los discípulos (entre las 3 y las 6 de la mañana) porque la barca estaba en dificultades por el viento en contra y estaba a “muchos estadios” (un estadio son 192 mts). Mateo señala simplemente que “fue hacia ellos”; el acento no está puesto en el peligro ni el viento sino en Jesús. El contexto se asemeja a una teofanía en algunos elementos (cf. Ex 19,16; Ez 1,4): Dios es quien domina las aguas (Sal 76,20; Job 8,9-11; Hab 3,15), se les revela con el nombre divino “yo soy” (egô eimi, cf. Ex 3,14; Is 43,10; 46,49; 51,12) y los invita a “no temer”, algo habitual al encontrarse con Dios (Gen 15,1; Dn 10,12). Impotentes frente al mar los discípulos necesitan que Jesús los saque del apuro.

La escena de Pedro – como se dijo - es propia de Mateo. Él suele dedicarle mucha importancia a este apóstol en toda esta gran unidad (caps. 14-18) como seguiremos viendo en días sucesivos. Destaquemos a continuación algunos elementos:

Pedro sabe que para poder hacer lo que Jesús hace necesita ser “mandado” por él. “Mandar” es una actitud propia de un rey (14,9; 18,25; 27,58.64). Como Jesús (vv.25.26) también Pedro “anda sobre las aguas” (v.29) pero el temor, el mismo que habían tenido creyendo ver un fantasma (v.26) y el que Jesús les dice que no tengan (v.27) provoca que comience a hundirse. El acento del texto radica precisamente en el contraste entre el temor (= la duda) y la fe. El discípulo de Jesús siempre está entre ambos y Jesús viene en su ayuda. El contexto del Sal 69,2-3.15 es interesante y quizás acompañe la oración confiada de los lectores.

El texto tiene un cierto contacto con el de la tempestad calmada (cf. 8,23-27) que es interesante señalar:

Mt 8,23-27
Mt 14,22-33
Subió a la barca y sus discípulos le siguieron. (v.23)
Inmediatamente obligó a los discípulos a subir a la barca y a ir por delante de él a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. (v.22)
De pronto se levantó en el mar una tempestad tan grande que la barca quedaba tapada por las olas; pero él estaba dormido. (v.24)
La barca se hallaba ya distante de la tierra muchos estadios, zarandeada por las olas, pues el viento era contrario. (v.24)
Acercándose ellos le despertaron diciendo: «¡Señor, sálvanos, que perecemos!» (v.25)
Pero, viendo la violencia del viento, le entró miedo y, como comenzara a hundirse, gritó: «¡Señor, sálvame(v.30)
Les dice: «¿Por qué tienen miedo, hombres de poca fe?» (v.26)
Al punto Jesús, tendiendo la mano, le agarró y le dice: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?» (v.31)
Entonces se levantó, increpó a los vientos y al mar, y sobrevino una gran bonanza. (v.26)
Subieron a la barca y amainó el viento. (v.32)
Y aquellos hombres, maravillados, decían: «¿Quién es éste, que hasta los vientos y el mar le obedecen?» (v.27)
Y los que estaban en la barca se postraron ante él diciendo: «Verdaderamente eres Hijo de Dios». (v.33)

La actitud de “poca fe” es tema característico de Mateo (6,30 [// Lc12,28, Q]; 8,26; 14,31; 16,8, oligopistós) y se dice de los discípulos, en contraste con la mucha fe que Jesús destaca en dos paganos: un varón (8,10) y una mujer (15,28). La poca fe no es condenada, simplemente es caracterizada, no se trata de negar las tempestades sino de confiar en el Señor en medio de ellas.

Una nota sobre Pedro (para más datos remito al artículo sobre Pedro en los Sinópticos que se encuentra en este mismo blog: http://blogeduopp.blogspot.com.ar/2014/06/pedro-en-los-sinopticos.html): Mateo destaca muchísimo a Pedro en su Evangelio, pero este Pedro – que es vocero de los Doce en muchas oportunidades – es capaz de duda y de “poca fe”. Es precisamente la fe, la capacidad de escucha de la palabra de Dios la que le da autoridad, mientras que “se hunde” cuando esa fe le falta o se escucha más a sí mismo que a Dios.

La escena concluye con una confesión de fe de todos los testigos que se postran y lo reconocen “verdaderamente” como “hijo de Dios”, algo que Pedro repetirá un poco más adelante (16,16). Ya el tentador lo había (4,3.6) comentado luego que la voz del cielo lo hubo reconocido (3,17 y se repetirá en la Transfiguración, 17,5), pero Dios también los llamará de ese modo a los artesanos de la paz (5,9); los demonios lo reconocen (8,29), y el mismo Jesús lo afirma ante la pregunta de Caifás (26,63-64) y – como el tentador – lo repiten las burlas al crucificado (27,40.43) y la confesión de fe del centurión ante los signos escatológicos de la muerte de Jesús (27,54).

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