martes, 19 de agosto de 2014

Comentario 21A



Jesús elige un encargado para continuar su tarea en el reino


DOMINGO VIGESIMOPRIMERO - "A"

24 de agosto



Eduardo de la Serna





Lectura del libro del profeta Isaías     22, 19-23
 
Resumen: Ante la realidad de un mal administrador de la casa del rey, Dios le dirige una palabra  afirmando que será exiliado a pesar de todo el boato que se ha preparado, y será reemplazado por Elyaquim en quien Dios tiene confianza, y tendrá la responsabilidad de tener un cargo casi real permitiendo o impidiendo acceder al rey.


A partir del capítulo 21 encontramos una serie de oráculos de Isaías a diferentes países o regiones introducidos todos con la misma fórmula: “Oráculo sobre / contra / en” (21,1.11.13; 22,1; 23,2). En 22,15 se interrumpe con otra habitual fórmula profética: “Así dice el Señor Yahvé” dando comienzo a otra unidad. De este modo, Isaías debe pronunciar una palabra de parte de Dios a Sebná, mayordomo, encargado del palacio (v.15). Palabra que culmina en 23,1 con un nuevo “oráculo”. En realidad, es continuación del oráculo anterior – al palacio de Jerusalén – con la diferencia de que este es personal, al mayordomo de este palacio, el encargado de la casa. 


Lo que se dice de él es que edifica y labra para sí mismo y no para “otros” (= el pueblo), y lo hace en la altura de la roca. Lo que afirma que Dios le hará, en una clásica construcción hebrea, repite el lanzamiento y la recolección (podría imaginarse como que “lanza lanzadera y recoge recogiendo”, a modo simplemente ilustrativo). Las traducciones utilizan – para visualizar esto – imágenes de pelotas, peonzas o – casi podría imaginarse – como una suerte de yo-yo. La imagen de que esto ocurrirá en un “amplio espacio”, en un “allí” distinto del “aquí” donde habla parece decirle a Sebná que su castigo radica en que morirá “allí”, en un lugar lejano al “aquí” donde se había preparado una tumba para sí mismo. El sepulcro, entonces, que estaba preparando con dedicación no será utilizado por él. Incluso “allí” irán sus “carrozas gloriosas”, la ostentación – característica de las clases dirigentes – no le servirá de nada y será pisoteada. 


A partir de v.19 (donde comienza el texto litúrgico) Yahvé habla en primera persona concluyendo –a su vez lo anterior “bajando a Sebná de la altura” donde se había puesto. 


Aquel día”, en este caso el del rechazo (y exilio) del “encargado” Dios lo reemplazará con “mi siervo” Elyaquim. Lo “llamará” (término vocacional, cf. 42,6; 45,3; 49,1). Los términos que se utilizan para hablar de este nuevo “encargado” tienen elementos reales: “padre”, “trono”, “gloria”, “casa (= dinastía, familia) de su padre”.


Curiosamente, los vv.24-25 (omitidos en el texto litúrgico) parecen desmentir todo lo dicho de Elyaquim. Si el marco histórico es el inmediatamente anterior al exilio en Babilonia – como es posible – puede pensarse que el anuncio del personaje no siempre es coincidente con lo que realmente él hará en la historia, y su consiguiente rechazo por parte de Dios por la infidelidad. 


Una de las cosas que se afirman de Elyaquim – y es el motivo de su inclusión en el texto litúrgico – es que sobre su hombro tendrá “la llave de la casa de David”. Si bien puede interpretarse literalmente, parece preferible entender que el buen “encargado del palacio” (que Dios espera sea bueno, aunque es posible que no lo haya sido, como vimos) es encargado por el rey para administrar las “audiencias”; él decide quién entra y quién no a la vista del rey. Sin duda es un puesto de enorme confianza por parte del rey, y también de poder por parte del encargado ya que puede impedir el ingreso de alguien a quien él – y no el rey – desee.



Lectura de la carta de san Pablo a los cristianos de Roma     11, 33-36
 
Resumen: En un texto cargado de alusiones al Dios insondable de la Biblia, Pablo hace referencia a la incapacidad de comprender que tienen los seres humanos del obrar de Dios en la historia, como el modo que Israel ha tenido en el rechazo del Evangelio y la invitación a pensarlo  - y confesarlo – como su obrar salvífico en la historia.
 

Pablo concluye todo el bloque 9 – 11 y a su vez presenta un breve texto que tiene sentido en sí mismo. Se trata de un canto exultante a la sabiduría divina incapaz de ser medida con criterios humanos. 


“Señor, mi Señor, ¿quién comprenderá tu juicio? ¿Quién investigará la profundidad de tus caminos? ¿Quién puede discernir lo majestuoso de tus senderos? ¿Quién puede discernir lo incomprensible de tu inteligencia? ¿Quién de aquellos que han nacido ha jamás descubierto el principio o el fin de tu sabiduría?" (2 Baruc 14,8-10)


Si bien los contextos son muy diversos, el punto de partida es el mismo: ¿quién puede comprender – es lo que concluye Pablo – las razones por las que Israel ha rechazado al enviado de Dios y la gracia que Dios nos da en Cristo, de lo que trató en los caps. 9 – 11?
Esto concluye con una doxología (un canto a la “gloria” [= doxa] de Dios). 

A lo que se alude es a la “profundidad” (bathos, cf. Rm 8,39; 1 Cor 2,10; 2 Cor 8,2), lo que indica algo inaccesible. La “profundidad de la riqueza” parece estar señalando la riqueza inconmensurable (cf. 2,4; 9,23). La sabiduría y conocimiento (sofías kaì gnôseôs) se refieren a las que Dios tiene, no de conocer “a Dios”, ciertamente. Pablo ha contrastado en 1 Cor 1,21.24; 2,7 la “sabiduría de Dios” y la “sabiduría del mundo”. Por el contexto, como se ha dicho, se refiere a la sabiduría de Dios manifestada en la historia de Israel y de los paganos. La segunda parte presenta en paralelo la insondabilidad de los juicios (krímata, juicios, sentencias; cf. Sal 18,22-23; 36,7; 105,7; 119,39.43.175; se trata de las decisiones operativas de Dios) e inescrutabilidad de los caminos (cf. Sal 9,26; 95,10; 145,17) de Dios. Lo que Pablo está cuestionando es la incapacidad humana para comprender los designios de Dios en la historia.

La siguiente unidad está inspirada casi literalmente en Isaías (el texto griego):

Is 40,13 (hebreo)
Is 40,13 (griego)
Rom 11,34
¿Quién midió el espíritu (la ruah) de Yahvé? Y ¿qué hombre le enseñó su consejo?
¿Quién conoció la mente (nous) del Señor? Y ¿quién le dio instrucción como consejero (symboulós)?
¿Quién – entonces – conoció la mente (nous) del Señor? ¿Quién se hizo su consejero (symboulos)?

Se trata de dos obvias preguntas retóricas que suponen una respuesta negativa: ¡nadie! pero a su vez una conclusión implícita: Dios no necesita de nadie que lo asesore, no admite rivales (en el texto de Isaías, evidentemente alude a un conflicto con los dioses babilónicos. Pablo indica que pretender conocer la mente del Señor significaría conocer sus caminos, su proyecto (cf. Sal 33,11; Is 40,8; 46,10), pero Dios es tan grande que es imposible que podamos conocerlo (cf. Job 36,26). 

Con una cierta coloración que remite a escritores estoicos (como Marco Aurelio) y a otros textos del N.T. aluden al poder divino sobre todas las cosas y, por lo tanto, también sobre la historia. La conclusión doxológica alude a todo esto haciendo referencia a Israel y los demás pueblos en su marco histórico y salvífico. Y esto concluye con el litúrgico “Amén” como respuesta de un colectivo visto como una bendición.

 

+ Evangelio según san Mateo     16, 13-20
 
Resumen: a diferencia de lo que afirman los hombres sobre Jesús y su ministerio, en nombre de los discípulos Pedro lo reconoce como Mesías, hijo de Dios y Jesús lo elige como piedra sobre la que edifica una nueva comunidad.

Hemos comentado este texto en detalle en un artículo bíblico que se encuentra en este blog (http://blogeduopp.blogspot.com.ar/2014/06/pedro-en-los-sinopticos.html). Presentamos aquí los elementos principales y remitimos allí para los que deseen más detalles.

Siguiendo en lo principal a Marcos, Mateo presenta a Jesús en Cesarea de Filipo (territorio extranjero) preguntándoles a sus discípulos quién dicen “los hombres” que es él. La respuesta que dan lo presenta en un rol importante, profético, pero incompleto. A la lista de Marcos (“Juan el Bautista, Elías o uno de los profetas”, 8,28) Mateo añade “Jeremías”. A la respuesta de Pedro (“eres el Mesías / Cristo”, 8,29) Mateo añade “el hijo de Dios viviente”. La principal novedad de Mateo radica en el largo dicho de Jesús a Pedro a consecuencia de esta confesión. Y también a diferencia de Marcos – que con esta confesión concluye toda la primera parte de su Evangelio – en Mateo el texto continúa en los vv.21-23 (que serán parte del Evangelio de la semana próxima) contrastando esta actitud positiva de Pedro, inspirado por Dios con otra negativa inspirándose en sí mismo y recibiendo en ambos casos una metáfora referida a la piedra: piedra fundamental para edificar, en este caso; piedra de tropiezo en la otra.

Como se dijo, los dichos de “los hombres” (anthropoi) reconocen en Jesús un enviado de Dios a semejanza de los antiguos profetas. Siendo que la “teología oficial” judía afirmaba que ya no había más profetas hasta “el día” en que Dios decidiera “reconciliarse” con su pueblo, ver en Jesús un profeta sin duda es indicio de que se le reconoce un importante lugar en la historia, pero – por la repregunta – incompleto, tanto para el mismo Jesús como para los discípulos en nombre de quienes Pedro toma la palabra. La incorporación de Jeremías no es fácil de entender en este párrafo (cf. 2,17; 27,9) pero siendo un profeta caracterizado por el sufrimiento y el rechazo, y – también – por su actitud crítica al Templo, hacen posible que radique aquí la incorporación que Mateo hace de este profeta (cf. 2 Mac 15,14-15). Señalemos que obviamente las voces no piensan que Jesús sea una suerte de “reencarnación” de estos personajes antiguos, sino alguien en quién sus capacidades están actuando. Los lectores de Mateo, por ejemplo, ya sabemos que Juan el Bautista no ha comprendido bien el ministerio de Jesús (11,2-3) o que Jesús es bien distinto de Elías (17,3; mientras Juan el Bautista es comparado con él, 11,13-15),

A la confesión tradicional, “el cristo” (cf. 1,17; 2,4; 11,2; 22,42; 26,63 aunque aquí es la única confesión de fe – propiamente hablando – como “Cristo” del Evangelio) Mateo añade “el hijo de Dios” que es la confesión realizada por los discípulos cuando Jesús camina sobre las aguas y Pedro con él (14,33). Los discípulos – además – ya habían sido felicitados (13,16) y se había afirmado que ellos habían recibido una revelación de Dios (11,25-30). No es muy distinto de lo que el Sumo Sacerdote interroga a Jesús si es (27,37.40.42.43). La imagen de “dios vivo” es característica del A.T. (Dt 5,26; Jos 3,10; 1 Sam 17,26.36; 2 Re 19,4.16; Sal 42,2; 84,2; Is37,4.17; Jer 10,10; 23,36; Dn 6,20.26; Os 1,10.

La referencia especial a Pedro es novedosa, y exclusiva de Mateo. Pedro (cuyo nombre ya conocíamos, 4,18; 10,2) recibe una interpretación del sentido del nombre, y como piedra sobre la que se edifica (por tanto una edificación sólida, cf. 7,24). La Iglesia (sólo se encuentra en esta unidad – Mt 14-18 –y nunca más en todos los evangelios) es un término novedoso para un evangelio (además de que en el resto del NT siempre se trata de “Iglesia/s de Dios”, sólo aquí de Cristo, “mi iglesia”). El grupo de Jesús, para Mateo, se estructura en una comunidad eclesial (no parece aludir al Templo, o al nuevo Templo reconstruido; cf. 27,40) que se edifica sobre la roca-Pedro. 


Por Yahvé son asegurados los pasos del hombre; él se deleita en su camino: aunque tropiece no caerá pues Yahvé sostiene su mano. Su interpretación se refiere al Sacerdote, el Maestro de Justicia, a quien Dios escogió para estar ante él, pues lo estableció para construir por él la congregación de sus elegidos y enderezó su camino en verdad” (4QpPsa [comentario a los Salmos en Qumrán] 3,15-15)


La referencia a las “puertas del Hades” se presta a diferentes interpretaciones. Por ejemplo, ¿no prevalecerán contra la Iglesia o no prevalecerán contra la roca (= Pedro)? El Hades (= Sheol) es el lugar de los muertos, y la imagen de la puerta alude a que una vez cerradas esas puertas ya no hay retorno. Probablemente, entonces, se refiera a que la Iglesia tiene la tarea de rescatar a los prisioneros de la muerte abriendo las puertas del reino (notar en contraste entre las puertas del Hades y las llaves del reino). 

A continuación sobre este rol de Pedro se afirman dos cosas. Para  empezar, el tema de las llaves (ver lo dicho más arriba al comentar Isaías 22, primera lectura). Algo semejante se afirma en el apócrifo hebreo de Henoc:


a Henoc… le confié todos los tesoros y depósitos que tengo en cada cielo, encomendándole las llaves de cada uno de ellos. Lo hice príncipe sobre todos los príncipes, servidor del trono de la gloria, y lo coloqué sobre los palacios de Arabot para que me abriera sus puertas y junto al trono de gloria para exaltarlo y arreglarlo” (Hen hebr 48C 3-4)



Las llaves están en función de un reinado, y Pedro es comparado con un mayordomo del reino (no ha de entenderse en el sentido de “cielo”, ya que este reino es “en la tierra”; es allí donde la Iglesia desempeñará su ministerio y donde debe continuar la predicación y hechos de Jesús). En 23,13 Jesús (es decir, Mateo) cuestiona a los escribas y fariseos por impedir entrar al reino a “los hombres”. Los discípulos de Jesús deben tener exactamente la actitud contraria. 


La referencia a atar y desatar, se dice también de los discípulos en general (18,18, que es el mismo contexto donde vuelve a aparecer el término “Iglesia” –v.17 – por única vez en los cuatro evangelios). Es la Iglesia, edificada sobre Pedro la que debe ayudar a “los hombres” a entrar en el reino. 


Sin embargo, es necesario recordarlo, esto es así ya que Pedro ha sabido dejarse conducir por Dios, cosa que no hará en la unidad que viene a continuación.


Foto tomada de lampuzo.wordpress.com

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