sábado, 30 de agosto de 2014

No respetan ni a los curas



“Ya no respetan ni a los curas…”



O repensando la “encarnación”




Eduardo de la Serna




Después de asegurarse de que estuviera bien, mi amigo Félix me dijo: “Y bueno, uno vive lo que vive la gente”.  Sabía lo que decía: hace unas semanas armas en mano le sacaron el auto con todo lo que tenía dentro. Sólo se salvaron del golpe. Y ese dicho me hizo recordar algo que decía monseñor Romero, en El Salvador cuando mataron algunos sacerdotes: “Me alegro, hermanos, de que nuestra Iglesia sea perseguida, precisamente por su opción preferencial por los pobres y por tratar de encarnarse en el interés de los pobres… Sería triste que en una patria donde se está asesinando tan horrorosamente no contáramos entre las víctimas también a los sacerdotes. Son el testimonio de una Iglesia encarnada en los problemas del pueblo”. Y no me comparo, ni remotamente, sólo me sirve para pensar, y hasta para alegrarme.


No es mi intención aquí buscar las causas de las situaciones que vive el pueblo pobre. Sí tengo claro que la “emergencia de seguridad” decretada por el Gobernador y sus ministros, no sólo no se ve por el barrio, sino que además creo que es más de lo mismo… Y ese “lo mismo” es la ineptitud. Aldo Rico, Rückauf y otros nos mostraron a las claras que no es por ahí que se da respuestas al problema. Hablar de la culpa de la droga también es muy pobre, aunque ciertamente ¡la hay! Droga hay en todas partes (especialmente en los Estados Unidos, el primer consumidor mundial) y los diarios no nos inundan cotidianamente con los “problemas de la inseguridad” en el país del norte (aunque también los hay, por cierto). Tiendo a estar de acuerdo con Damian Szifrón que el problema principal es la desigualdad. En regiones donde la pobreza es casi total – es decir, donde no hay demasiada desigualdad – no hay ese grado de violencia. Soy de los que creen que enrostrarles a los pobres un auto de alta gama, una casa lujosa o zapatillas con “alta llanta” es violencia primera. Pero el tema ameritaría un buen análisis que ni el Gobernador parece dispuesto (¿ni capaz?) de dar, y las declaraciones del Secretario de Seguridad Berni parecen ir en el mismo sentido (por no hablar de las camaritas de Massa, la nada misma de Macri, o la incapacidad casi cómplice del socialismo santafesino). 


Pero lo que me mueve a escribir – y que se me perdone la aparente locura – es que en cierta manera he de dar gracias por haber sido asaltado, golpeado y “casi” robado (digo casi porque los asaltantes demostraron no saber manejar y no pudieron hacer andar el auto y lo dejaron al huir. Sólo me robaron el celular). Si eso que me ocurrió es algo que vive a diario el pueblo pobre, ¿no es de esperar que lo mismo vivan los curas que están entre los pobres? ¿No sería un mal indicio que los curas pasaran indemnes y como “intocables” en un clima de “inseguridad”? Distinto es el caso – como le pasó a mi compañero – cuando lo iban a asaltar que lo reconocieron y entonces desistieron de hacerlo. Pero eso no es por vivir “en el aire” sino precisamente por lo contrario, por “encarnación”. 


Y creo, precisamente, que es un tema de Encarnación. Teológicamente nos referimos a esto para aludir a Dios que se ha hecho hombre en Jesús. Es el punto de partida del misterio de vida que él trae, hasta el punto que los Padres de la Iglesia insistían en que “lo que no es asumido no es redimido”. El cura, ¿puede ser un mero “distribuidor de sacramentos? ¿O debe ser uno que vive en medio de su pueblo, con lo que vive, sufre, muere, celebra, alegra al pueblo? Y en medio de ese pueblo celebrar y compartir. 


No diré que me alegran los golpes y la sangre perdida, pero sí que me alegra que haya ocurrido en nuestro barrio, donde vivo, donde esas cosas ocurren y que – también en esto – el cura sea “como” los demás. Es cuestión de encarnación.


foto tomada de crisolplural.com

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