martes, 28 de enero de 2014

Comentario Presentación del Señor



El cumplimiento de lo antiguo es el primer paso de la novedad


LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR
2 de febrero

Eduardo de la Serna


Lectura de la profecía de Malaquías     3, 1-4

Resumen: la impureza es algo habitual en tiempos de Malaquías, y lo religioso no es tenido en cuenta, por eso el profeta anuncia un “mensajero” que purificará a los sacerdotes y las ofrendas para que el pueblo pueda ser puro ante Dios.



La profecía de Malaquías (“mensajero de Yah[vé]”) presenta una serie de elementos muy interesantes y debatidos, pero no los señalaremos aquí ya que el texto fue añadido a causa de la fiesta litúrgica de la Presentación del Señor. Dos elementos de este texto son tenidos en cuenta: la purificación de los hijos de Leví, y la ofrenda –en el Templo- agradable a Dios. 


Todo esto viene precedido por el envío de “mi mensajero” (mala’kî) que preparará el camino. Más tarde (v.23) se nos dirá que ese enviado es Elías. En ambos casos se trata de alguien que “prepara”, que viene “antes”, y lo hará con el objetivo de que se viva “según Dios”. No es el caso señalar en detalle que ambos elementos fueron tenidos en cuenta en los Evangelios para hablar de Juan el Bautista visto como un cierto Elías “que ha de venir”. Este “mensajero” tiene que ver con el templo ya que el “Señor, a quien ustedes buscan” vendrá al Templo y con él, el mensajero (mal’ak) de la alianza. A continuación destaca que lo que “viene” en el “el Día”, que se presenta como día terrible, será como la lejía, como el fuego, para fundir y purgar. La imagen de la purificación es la que se relaciona directamente con este mensajero que anuncia el Día. Esta purificación empieza en “los hijos de Leví”, es decir, en el sector sacerdotal de Israel. Sólo si los mediadores son “puros” la ofrenda lo será. Será “en justicia” (tzedaqá). Será, entonces, una ofrenda pura como lo fueron las primeras, cuando Judá / Jerusalén no estaba contaminada con la idolatría.


Una nota sobre la pureza: pureza dice relación a “limpieza”. Pero en el mundo antiguo se refiere a “limpio para Dios”. No dice relación necesaria con el pecado, sino con lo ritual. Lo opuesto de puro (o santo) es lo profano, es decir lo que se mueve en la “vida cotidiana” (sea malo o bueno). Algo apto para el servicio divino (para el culto, la oración, la reunión) es algo puro (aunque pueda estar en un contexto de “algo malo”). Por tanto, lo que se supone es una “purificación” como algo necesario para poder participar de lo religioso. Las purificaciones suelen ser rituales, con determinados ritos queda puro uno que quedó impuro por diferentes razones: por tocar sangre, o cadáver, por ejemplo. El contacto con extranjeros (es decir, los que no son miembros del “pueblo santo” de Dios) también hace impuros, y es un tema importante en Malaquías. Los injustos, los usureros, los que no tienen en cuenta al “hermano” también lo son por no mostrar “temor de Dios” (v.5). Lo habitual en estos tiempos es la sensación que parecen tener los injustos de que Dios está “lejos” y no se entromete en nuestra historia (Mal 2,17; 3,7-8.13.15.18). De esto pretende hacerse cardo de parte de Dios este mensajero anunciado.





Lectura de la carta a los Hebreos     2, 14-18

Resumen: La muerte de Jesús es muerte liberadora de los pecados, pero –para el autor de la carta a los Hebreos- es más aun, es indicio de un nuevo sacerdocio que comienza con su resurrección, un sacerdocio totalmente nuevo y único, caracterizado por su credibilidad y misericordia dadas por su “semejanza” a los seres humanos en todo.



La carta a los Hebreos (en realidad una homilía puesta por escrito) y como buen predicador empieza mostrando a Jesús dentro de las categorías tradicionales dando a medida que avanza el discurso avances para poder mostrar la novedad que él quiere señalar: la cristología sacerdotal. El texto litúrgico de hoy concluye esta primera parte tradicional y deja el tema planteado para avanzar. Concluye lo que viene señalando con un “por lo tanto” (oun) dando un sentido liberador a la muerte de Jesús. Una serie de verbos destacan esto: “aniquilar (katargeô, texto casi exclusivamente paulino del NT) al señor de la muerte”, liberar (apallassô, tener autocontrol, no depender de fuerzas externas), expiar (hiláskomai, fuera de aquí, solo en Lc 18,13 en el NT). Pero todo esto está señalado aquí para dar el siguiente paso: en todo esto Jesús se “asemejó” en todo “a sus hermanos”.


Una característica del sacerdocio de Israel es, precisamente, la “separación”. Para poder concretar la “pureza” (ver nota en la primera lectura)  el sacerdote es un “separado” de sus hermanos. Israel es un pueblo “separado” de los demás pueblos; la tribu de Leví es “separada” de las demás tribus; el clan de Aarón es separado de los demás clanes… Lo propio del sacerdocio en Israel es las separaciones para “aproximarse” lo más posible a Dios. La novedad notable que destaca la carta a los Hebreos es que lo propio del sacerdocio de Cristo es “asemejarse”. Se hace semejante en todo “menos en el pecado” (4,15).


Sin duda esto es una novedad abismal con respecto al sacerdocio antiguo. El único sacerdocio del N.T., el de Jesús, tiene como propio su actitud de “asemejarse”, y su diferencia con el “sacerdocio antiguo” es abismal. Es notable que –para profundizar esta novedad- destacará dos elementos fundantes de este nuevo sacerdocio que desarrollará en lo que sigue de la carta (ya fuera del texto litúrgico de hoy); ser misericordioso y ser creíble. La corrupción de los sumos Sacerdotes era tan seria que la institución estaba totalmente degradada. Su credibilidad era nula, y Jesús es presentado como “creíble” (pistós); pero además, como “misericordioso” (eleêmôn). Si algo caracteriza a la misericordia es “aproximarse” a los “míseros”, a los caídos; todo lo contrario de la separación ritual del sacerdocio antiguo. Esta misericordia se expresa como solidaridad, de allí que la experiencia de la prueba (peirazô, esa prueba liberadora que “expió” los pecados) permite “ayudar” a los que son a su vez “probados” (peirazô). Esta cercanía, semejanza lo lleva a experimentar la prueba. Nada más lejano de la actitud de separarse de las experiencias difíciles; la solidaridad de Cristo lo lleva a vivirlas y en esa situación de asemejarse, poder ayudar y liberar. La novedad del único sacerdocio de Cristo es tal que nada parecía preverla. De allí que el resto de la carta se dedicará a mostrar su sentido en la Biblia y su novedad absoluta y definitiva.



+ Evangelio según san Lucas     2, 22-40

Resumen: Los padres de Jesús son celosos cumplidores de la Ley de Moisés. Y cuando corresponde, presentan a Jesús en el Templo. Pero en esto, algo está comenzando. Un varón y una mujer de Dios hablan a todos del niño, y los tiempos nuevos empiezan.



Muchos elementos conforman el relato de la liturgia de hoy. El esquema es sencillo:


Purificación de “ellos” (vv.22-24)

Un varón justo / una mujer justa reconocen al niño (vv.25-35 / 36-38)

Sumario conclusivo (vv.39-40)



El texto es muy complejo e interesante; pero para la celebración de hoy señalaremos solamente aquello que hace a la liturgia del día. El texto comienza y termina con una referencia a que los padres de Jesús actúan conforme a “la Ley” (vv.22.39). Esto es algo importante en Lucas (cf. 2,21.41; cf. Hch 1,12), y precisamente “conforme a la ley” presentan el niño al Señor.


Destaquemos que en el mundo antiguo es propio de las personas religiosas ser agradecidos con la divinidad que nos ha dado sus dones. Precisamente por eso, por ejemplo, se le ofrecen las primeras crías de ganado, o las primicias de la cosecha. Sin embargo, en Israel no se ve con buenos ojos “ofrecer” a Dios el hijo primer nacido; los sacrificios humanos son aborrecidos (aunque hubo algunos casos detestados por la Biblia; 2 Re 21,6; cf. Lev 18,21; Dt 18,10; 2 Re 23,10; Gén 22,1-19). Casi podríamos imaginar de este modo la ofrenda: a Dios se le puede dar lo mismo que se puede comer, como si Dios lo “comiera”. Caso contrario, aquello que no es “puro” para ser alimento no se ha de “ofrecer”, y por tanto se ha de “rescatar”. Es decir, se ofrece algo sustitutivo, como un cordero o un cabrito. Es –fundamentalmente- el caso de los hijos, en este caso de han de presentar una “res menor”, y si no alcanza el dinero para hacerlo presentarán dos tórtolas o dos pichones (Lev 12,7b-8), se los rescata, se le “presentan” a Dios. 


El Evangelio extrañamente informa que es el tiempo de la purificación de “ellos”. No se refiere a la madre, que debe purificarse después de la maternidad, sino de “ellos”; es posible que esté aludiendo a que con la presentación de Jesús ha comenzado el “día” y así “los hijos de Leví” sean purificados porque la ofrenda que se ha presentado en el Templo es perfecta (cf. Mal 3,3, primera lectura). 


Ante esta presentación se acercan al Templo –como es frecuente en Lucas- un varón y una mujer (cf. 13,18-21; 15,4-10; etc.) que hablan públicamente del niño. La “esperanza en la consolación de Israel” y la “esperanza en la redención de Jerusalén” enmarcan la doble escena (vv.25.38). En medio de esta escena Lucas incorpora (como lo ha hecho en otras ocasiones, cf. 1,46-55; 1,68-79; 2,14) un canto que manifiesta la realización de las esperanzas de Israel con la alegría de los “pobres de Yahvé”. 


La escena concluye con un relato sobre el crecimiento del niño, semejante a lo dicho sobre Juan, el Bautista (1,80) que parece a su vez remitir a Samuel: “iba creciendo y haciéndose grato tanto a Yahvé como a los hombres” (1 Sam 2,36).

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