La Ira
Eduardo de la Serna
            Hablando
 de los vicios capitales, pocos son tan difíciles de medir o presentar 
claramente como "la ira" cuando pretendemos hacer un análisis serio. Por
 un lado es vista como lo apuesto al amor, y por tanto como algo que 
desde su misma raíz atenta contra la virtud; por otro lado puede, 
incluso, verse como virtud llegándose a hablar de una "santa ira"; por 
un lado se afirma que es algo típicamente humano y por otro se dice que 
habrá, o hay, una ira divina; a veces se afirma que Dios es "lento a la 
ira" y otras que derramará su ira en el juicio... Sin dudas, para 
entendernos bien, debemos tener claro qué decimos ya que en cada uno de 
estos casos, parece evidente que hablamos de "iras distintas" o que no 
siempre decimos lo mismo al usar el término...
            Puesto
 que el objetivo de este trabajo es comentar los diferentes vicios 
capitales, nos detendremos especialmente en el aspecto negativo (sin 
dejar de referir al otro aspecto que es, a su vez, muy importante). La 
ira, en principio, es vista como una "pasión" (es decir, algo que se 
"padece"), como también lo es el amor, la alegría o la tristeza... Es 
desde este punto de partida que se afirma que es algo que pertenece a la
 naturaleza humana. Obviamente, así dichas las cosas, resulta difícil 
afirmar que Dios "padezca", o que tenga atributos o "pasiones" 
humanas... pero sobre esto diremos algo más adelante (la frase "Dios es 
Amor" parece contradecir esto desde el mismo punto de partida; y esto le
 costó mucho entenderlo a filósofos y teólogos). Aquí nos interesa 
señalar que las diferentes corrientes difieren cuando se pretende 
"evaluar" esta "pasión". Algunas de ellas (como el estoicismo, viejo o 
moderno) pretenden que lo bueno es dominar, calmar o incluso anular las 
"pasiones". Así es que el hombre es dueño de "sí mismo" (y no un 
dominado por las pasiones, un "apasionado"); otras corrientes (como 
algunos psicologismos) afirman que el hombre debe dar rienda suelta a 
las pasiones para ser así libre, de lo contrario sería un reprimido... 
            Es
 evidente que ambos aspectos tienen elementos válidos, y elementos 
exagerados. Por otra parte, ¡y este es el punto central! cada una 
responde de un modo diferente a las preguntas existenciales 
fundamentales: ¿qué es el hombre?, ¿cómo alcanza su felicidad?, ¿qué es 
la libertad? Sin dudas, los cristianos creemos que en Cristo está el 
núcleo de la respuesta a estos interrogantes, pero sobre el caso 
concreto de la ira, es preciso analizar más en detalle. Empecemos, para 
eso, señalando la "ira divina", para dar desde aquí paso a la "ira 
buena", luego sí entraremos en la "ira mala" para dar, finalmente, lugar
 a la "paz"... Pero, ¿puede hablarse, como decimos, de una "ira buena"? 
dejemos hablar a un conocido biblista: 
"Si se condena de plano cualquier movimiento de ira, las afirmaciones acerca de la ira de Dios no pueden entrar en el campo interpretativo; si, en cambio, estas afirmaciones son tomadas en serio, también en el ámbito humano debe cederse un espacio a la ira" (Stählin)
La Ira divina
            Empecemos
 viendo un sencillo dato estadístico: los distintos términos de ira, 
cólera, rencor, etc., los encontramos en la  Biblia, 80 veces aplicados a
 los hombres, y ¡375! a Dios. El Dios bíblico es un Dios apasionado (de 
allí sus celos -algo tan diferente a los griegos, o a lo dicho por 
Cicerón-, o de allí su enojo cuando los enemigos de Israel quieren 
"quitarle" al pueblo). El Dios bíblico no es indiferente al hombre. 
Evidentemente, debemos señalar diferentes aspectos, momentos o etapas en
 la revelación bíblica, pero no nos es lícito descuidar este punto. 
Sobre esto debemos decir algo. 
            Por una parte, la "ira de Dios"
 expresa, para el hombre, lo peligroso que es el contacto con lo 
sagrado: su ira es expresión de su santidad, de la distancia con lo 
profano. Por otra parte, y muy frecuentemente, es la manifestación de un
 amor herido... Por eso, y es el punto clave para entender esta 
expresión bíblica, está en relación a su lealtad y a la alianza. Dios es
 siempre leal (fiel, veraz) ¡y no podría no serlo!, y esta lealtad es 
para con el hombre, con quien estableció una alianza de amor. Pero toda 
alianza de este tipo ("yo seré su Dios, ustedes serán mi pueblo") supone
 una respuesta también leal. Los famosos "celos de Dios" están 
frecuentemente ligados a la idolatría, porque el pueblo no supo dar "a 
Dios lo que es de Dios", fue esto lo que lo llenó de tristeza, y de ira.
 Lo que lo mueve a esto, a Dios, es el amor a su alianza con el pueblo y
 al pueblo de la alianza; por eso, esta ira no dura para siempre 
(frecuentemente se habla del "momento" de la ira [cf. Nah 1,2-3; Sal 
7,12]). Así, detrás, brilla la misericordia, que nace de una reflexión 
de la historia que es manifestación de la voluntad salvífica de Dios (Is
 48,9). Por eso, Dios se presenta como "vengador" (go’el) en defensa del
 huérfano y la viuda (Ex 22,21ss). Digamos que la ira divina tiene como 
cometido lograr la conversión del hombre, del pueblo. Esto nos lleva a 
un tercer aspecto: el aspecto judicial. En este sentido refiere al 
juicio (futuro), y por eso es frecuentemente usado en el lenguaje y los 
escritos apocalípticos. Estamos en el mismo nivel de la ira contra la 
injusticia. Así, se habla del futuro "día de la ira/cólera" (Is 13,9), 
día inminente, para el Bautista (Mt 3,7)... Sin embargo, no podemos 
olvidar que Jesús nos libra de la ira (1 Tes 1,10) porque Dios no nos 
destina a la ira sino a la salvación (1 Tes 5,9). "El amor es más 
fuerte". ¡El de Dios especialmente! Y si bien un profeta como Nahum 
(particularmente irritado con los enemigos de Israel) dirá que Yahvé es 
irascible, celoso, vengador y lleno de rencor (1,2), otros como Joel 
recordarán que tradicionalmente Yahvé es "lento a la ira y rico en amor y fidelidad"
 (2,13; ver Ex 34,6; Núm 14,18; Neh 9,17; Sal 86,15; 103,8; 145,8; Jon 
4,2). Sin dudas, Jesús centra en este último aspecto de amor, 
misericordia, compasión y paternidad, la plenitud de la revelación... ¡Y
 lo lleva al extremo! La imagen de Dios que plenamente nos revela y 
muestra Jesús, -el Dios Padre del Reino- ni siquiera muestra su enojo 
con los asesinos de su Hijo, a todos muestra su amor que es 
reconciliación y perdón; de allí, incluso la dificultad inicial del 
Bautista en comprenderlo: "¿eres tú... o debemos esperar a otro" (Lc 
7,20).
            Este
 largo apartado sobre la "ira divina" tiene, en este trabajo, un sólo 
objetivo: señalar que la bondad o maldad de la ira está más allá del 
hecho mismo. Obviamente, si hay una ira divina (aunque debamos 
entenderla, enmarcarla y profundizarla), no toda ira -humana- debe ser 
mala. La ira divina será el modelo o la clave para valorar o cuestionar 
la ira humana... Aquí podríamos señalar un interesante paralelismo entre
 la ira y el temor; hay una ira buena y una ira mala, así como hay un 
sano "temor de Dios" y un lamentable "miedo a Dios".
La Ira Buena
            Empecemos
 señalando, por ejemplo, su raíz: en griego viene de hervir, ebullir, 
son los movimientos que se pueden mantener a raya con la fuerza del 
espíritu... Pero es necesario para un juez (y por eso buena) al servicio
 de la justicia. Fuera de esto -siempre para los griegos- es debilidad 
que se debe intentar eliminar ya que se opone a la razón. Pero en la 
mayoría de las religiones es algo propio de los dioses, normalmente a 
causa de una violación de las exigencias básicas de la vida (por eso 
está en relación a la justicia). 
            ¿Cuál
 debe ser, por ejemplo, nuestra actitud ante la injusticia, el maltrato 
de los hermanos, la situación de opresión y exclusión que vive nuestro 
pueblo? Sin dudas que frente a la injusticia nos debe "hervir la 
sangre", y el pasivismo, la indiferencia, el silencio son -en estos 
casos- "hermanos" de la complicidad. Así se habla de una "indignación 
ética" frente al mal.
«Es una indignación ética "radical" que viene de muy hondo, de las raíces últimas de nuestro ser. Es una indignación que no brota de una circunstancia o de una ideología particular, sino una indignación que uno percibe, que la siente por el mero hecho de ser humano, de forma que si no la sintiera no se sentiría humano» (Vigil-Casaldáliga).
             Los
 mismos Evangelios nos afirman que Jesús siente ira, o se irrita frente a
 determinadas cosas (Mc 3,5; Mt 16,23; 23...). Cuando -visitando una 
cárcel, y a balazos- fue asesinado el padre Joao Bosco, en Brasil, el 
pueblo derribó la cárcel. Un escrito de la época afirma:
"...el Pueblo decidió abrir las puertas de la cárcel para que jamás nadie fuese allí preso y maltratado, injustamente. Y el Pueblo todo participó con mucha ira y sed de justicia. Quien no podía destruir, animaba..." (boletín del 21 de octubre de 1976)...
            La
 pregunta será, ¿cuál es el límite, el criterio, o el móvil que permita 
valorar ("a-preciar") esta "ira"? Sin dudas, para el cristiano, es el 
amor. "Que el Amor te administre la ira y la esperanza. Y la vida..." 
afirma en un deseo-oración Teófilo Cabestrero a Pedro Casaldáliga. Es 
evidente que allí está el punto. Y, precisamente por estar movida por el
 amor, la ira no es aquí vicio (¡y mucho menos pecado!) sino una energía
 ligada a la virtud de la fortaleza. Algo que hace que el ser humano sea
 más humano (o que le resta humanidad a quien le falta). En este 
sentido, esta es una "pasión" que debemos tener, pedir y buscar cada vez
 más ansiosamente: pasión por la justicia, por la vida, por el hermano, 
pasión que se indigna, ¡se irrita!, frente a la injusticia, a la vida 
amenazada, al hermano des-preciado.
La ira "mala"
            La
 ira del hombre, en el AT, al principio es vista como algo bueno, pero 
luego es descrito como defecto. Los escritos de Qumrán (los famosos 
manuscritos del Mar Muerto), por un lado recuerdan la ira de Dios frente
 a los pecadores, y por otro afirman lo negativo de la ira del hombre. 
Es interesante que, en la literatura sapiencial, repitiendo la 
referencia de que Dios es "lento a la ira", se señale que el hombre 
también debe serlo y allí radica la virtud (Pr 14,29; 15,18; 19,19; 
22,24; 29,22; Eclo 8,16; 28,8; Sgo 1,19). En esto, la ira aparece como 
contraria a la misericordia (Eclo 16,11), y por eso "el iracundo comete 
locuras, mientras que el reflexivo sabe aguantar" (Pr 14,17).
            No
 podemos dejar de tener en cuenta -sin embargo- que, a su vez, hay un 
doble tipo de "ira mala": un tipo de ira es aquella momentánea, abrupta,
 explosiva. Esta es, frecuentemente, comparada a la demencia. La razón 
ha desaparecido (recordemos a Iván el Terrible matando en un "arranque 
de ira" a su propio hijo). Otra es la ira o cólera meditada, 
reflexionada ("la venganza es un plato que se come frío" se dice); 
señalemos, asimismo, los racismos, las discriminaciones, las 
persecuciones ideológicas de lo que tanto sabemos los latinoamericanos: 
"debemos perseguir hasta desterrar a todos los comunistas, 
filo-comunistas, para-comunistas y cripto-comunistas" afirmo un ministro
 de "Justicia" del Paraguay después de "sólo" 32 años de "democracia 
stronista". A este tipo de ira se refiere santo Tomás cuando afirma que 
es "apetito de venganza". Así, un antiguo escrito apócrifo judío afirma:
 
«Malvada es la ira, hijos míos: es como un alma en el alma misma. Se apodera del cuerpo del iracundo, se enseñorea de su alma y proporciona al cuerpo una energía peculiar para cometer toda clase de impiedades. Y cuando el alma ha obrado, justifica lo realizado, puesto que ya no ve... Este espíritu, junto con el de la mentira, camina siempre a la diestra de Satanás, y sus acciones se realizan con crueldad y engaño.» (Testamento de Dan)
            ¿Hace
 falta señalar que mientras la ira "loca" es algo negativo que nos 
limita como seres humanos, nos hace perder de nosotros mismos, la ira 
"violenta" destruye, y sobre todo, destruye al hermano. Acá sí podemos 
decir que la primera es un vicio, la segunda un pecado, y no parece 
necesario profundizar este punto.
            Pocos autores han escrito tanto sobre esto como san Bernardo. Escuchemos lo que afirma en un diálogo con Dios: 
"según el consejo del Profeta, mucho más acertado es a mi juicio adherirme a la disciplina, para que no se irrite el Señor y vaya yo a la ruina. Deseo que te indignes conmigo, Padre de las misericordias, pero con esa ira por la que corriges al descarriado, no con la que expulsas del camino. La primera es una reprensión benigna para nosotros; la segunda; un engaño terrible. Cuando más puedo confiar que eres propicio conmigo, no es cuando te ignoro, sino cuando te siento airado. Porque en la ira te acordarás de la compasión. Señor, tú les respondías, tú eras para ellos un Dios de perdón"...
            Acá
 debemos recordar, entre paréntesis, en qué medida, a lo largo de la 
historia, las enfermedades o catástrofes (la misma enfermedad del 
Cólera, por ejemplo, de allí su nombre) eran vistas como manifestaciones
 de la ira de Dios, y cómo algunos fundamentalistas han dicho cosas 
semejantes, en nuestros días, del SIDA u otras catástrofes. ¿Si esto 
fuera así, deberíamos preguntarnos de qué "dios" estamos hablando? El 
"lento a la cólera", el que tiene "momentos" en la búsqueda de la 
conversión del hombre, el que envió a su Hijo para la Vida parece 
bastante lejos de algunos "discursos". Es evidente que Jesús no nos 
muestra un "dios" con un "brazo de la misericordia" y con el "brazo de 
la justicia" (= ira), sino un Padre con un "brazo" misericordioso y otro
 "más misericordioso" todavía.
¿Tiene la ira la última palabra?
"La ira es una pasión natural del hombre; pero, si se abusa de este don, se convierte en grave ruina y exterminio. Orientémosla, hermanos, hacia el bien, no sea que se lance al mal o a lo inútil. Así suele suceder que el amor elimina al amor y el temor se diluye con otro temor. Dice el Señor: No temáis a los que matan el cuerpo y después no pueden hacer más" (san Bernardo).
No
 es, en este sentido, que haya que "domar" el "caballo salvaje" de las 
pasiones, sino de poner freno a lo malo, acelerador a lo bueno y cauce a
 las potencialidades. A la "ira mala" debemos frenarla o combatirla, a 
la "ira buena" alentarla y darle entrada, a la "ira natural" encauzarla 
para que busque el bien y combata el mal. La "bronca" interior, la 
rebeldía, puede explotar, y debemos orientar su explosión. 
            Vivimos
 tiempos en los que la rebeldía se vivió violentamente, y todavía 
debemos "pagar" en nuestra vida tanta sangre derramada, o "pagar" tanto 
silencio finalmente cómplice frente a tanto dolor; vivimos tiempos en 
que la rebeldía se limita a aritos, piercins o tatuajes, o música 
electrónica; vivimos tiempos en que la rebeldía puede canalizarse en 
solidaridad, denuncia, apagones, movilizaciones o manifestaciones, o 
incluso martirio. Para el creyente, la vida sembrada se "paga" con más 
vida, como la vida del grano de trigo. El grito de ira del creyente es 
"¡resucitaremos, aunque nos cueste la vida!"
            En
 cuanto descontrol hacia el hermano, la ira es vicio. "Irritaos, pero no
 pequéis... Pues la ira del hombre no obra la justicia de Dios. Lo que 
se dice de una sola de las pasiones podemos referirlo a las demás. 
Airarse es propio del hombre; pero no satisfacer la ira es propio de 
cristianos" (san Jerónimo). Es en esto que es contraria al amor, "vicio 
capital". "El amor al prójimo se opone a la ira: hace despreciar gloria y
 riquezas. Y estos son los dos denarios que el Salvador ha dado al 
posadero, para que cuide de ti". (Máximo en Confesor). Y no se está 
hablando de algo "anti-humano", ni siquiera de algo "sobre-humano" con 
la ayuda de la gracia (¡que es importante, necesaria y vital!) sino de 
algo fundamentalmente humano, capaz de frenar, silenciar o eliminar lo 
que atenta, dentro de nosotros mismos, o en la sociedad, contra el mismo
 hombre. El hombre, la humanidad (sinónimo de vida, de amor) es el punto
 de referencia de la ira virtud o vicio... Será vicio (o pecado) en la 
medida en que sea menos humana o anti-humana, será virtud (¡y justicia!)
 en la medida que sea más y más humana.
            En
 cierto sentido, la ira es contraria a la paz. Pero debemos precisar 
esto: mal entendido podemos caer en un pasivismo donde "está todo bien",
 "todo es igual", o donde se confunde paz con cobardía, prudencia con 
complicidad,... es distinto el silencio de la rumia, o de la semilla 
bajo tierra que el silencio del miedo o de la muerte. Es en este sentido
 que podemos entender a san Francisco de Asís: "donde hay paciencia y 
humildad, no hay ira ni desasosiego". Es una paz que necesita 
"instrumentos" y que debemos "poner", es la paz que cuenta con nuestra 
ira interior para imponerse, la paz que se rebela contra la violencia, 
la vida que se levanta contra la muerte... Es por eso que se ha dicho 
con razón: 
"Si todavía quedan sombras y nubes queriendo tapar el cielo y el sol de nuestra tierra, y todavía queda mucho dolor que mitigar y tantas heridas que restañar...! como será donde nadie ha visto la luz ni ha tomado en sus manos la bandera de los pueblos que marchan en silencio, ya sin lágrimas y sin suspiros, sangrando bajo la noche de la esclavitud...; y cómo será donde ya se ve la luz, pero demasiado lejos, y entonces la esperanza es un inmenso dolor que se rebela y que quema en la carne y el alma de los pueblos sedientos de libertad y justicia...!".
            "No
 puedo predicar la resignación" afirmaba E. Angelelli, "La religión no 
ha de ser jamás instrumento de opresión para los pueblos. Tiene que ser 
bandera de rebeldía." decía Eva Perón...
"¡Dichoso el espíritu que se esfuerza por enriquecerse copiosamente recogiendo estos aromas, los rocía con el bálsamo de la misericordia y los cuece en el fuego del amor. ¿Quién crees que es ese hombre afortunado, sino el que se apiada y presta, propenso a la compasión, siempre dispuesto a ayudar, más feliz en dar que en recibir, inclinado al perdón, lento a la ira, plenamente incapaz de vengarse, atento en todo a las necesidades ajenas como si fueran propias? Feliz tú, quienquiera que seas, si estos sentimientos invaden tu alma, empapada por el rocío de la misericordia, henchida de compasión hasta reventar tus entrañas hecha toda para todos, desechada para ti misma como un cacharro inútil, al encuentro de los demás para socorrerlos inmediatamente en toda circunstancia, y en una palabra, muerta a ti misma y viva para todos. Tú posees en verdad, feliz, este tercer perfume, el mejor; tus manos destilan su embriagadora suavidad" (san Bernardo).
 

 
 
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