El grupo de Jesús empieza a expandirse
Eduardo de la Serna
Con
judíos dispersos por todo el mundo mediterráneo, la relación de estos
con los habitantes de los demás pueblos era diferente según las
circunstancias. En la tierra de Israel, por ejemplo, la mayor parte de
los habitantes eran judíos, la lengua era el arameo –relativamente
semejante al hebreo-; con frecuencia escuchaban la lectura de la Biblia
en hebreo, y muchas veces su posterior traducción al arameo. La moneda
circulante era acuñada sin imágenes, la peregrinación al templo de
Jerusalén era frecuente, y el contacto con “extranjeros” no era tan
asiduo. Los judíos que habitaban fuera de Israel –en cambio- hablaban en
lengua griega, vivían un mundo lleno de templos e imágenes a las más
diversas divinidades, utilizaban en su vida cotidiana monedas con
imágenes del emperador que lo recordaban como “hijo de Dios”,
y la peregrinación al templo de Jerusalén sólo podía ser muy ocasional,
con frecuencia una vez en la vida; por lo cual se recurría a casas de
reunión y oración (llamadas “proseujé” y más tarde “sinagogas”) donde se leía la Biblia en griego.
Cuando
el cristianismo comenzó a dispersarse misioneramente por el mundo
mediterráneo, fueron estos judíos de la dispersión los primeros
destinatarios del anuncio, y a su vez fueron los primeros misioneros. El
libro de los Hechos de los Apóstoles –seguramente de un modo
esquemático antes que histórico- nos presenta el acceso al grupo de los
seguidores de Jesús de los “helenistas” (= judíos de habla griega; Hch
6,1), el posterior nombramiento de Siete
para que los asistan (6,2-6), y finalmente su predicación en tierra
fuera de Jerusalén, como se ve especialmente en el caso de Esteban
(6,8-15; 7,1-60) y de Felipe (8,4-8; 8,26-40). Sin duda, la actitud de
los “helenistas” los llevaba a tener una actitud “relativa” frente a
instituciones supervaloradas en Israel: la circuncisión, el Templo, los
rituales alimentarios (ver Gal 1,14; Fil 3,6). Esto motivó un rechazo de
varios judíos de Palestina a los judíos-helenistas-seguidores-de-Jesús
(los llamamos así porque todavía no se usaba el término “cristianos” y
porque ellos se sentían indudablemente judíos). Este rechazo de
“palestinenses” a los “helenistas-seguidores-de-Jesús” se fue agravando
hasta terminar en franca persecución (Hch 8,1). Esa actitud resultaba
intolerable para los más religiosos. Basta repetir un ejemplo: los
seguidores de Jesús habían interpretado la muerte del Señor a la luz de
Isaías 53, como una “muerte para el perdón de los pecados” (ver
1 Cor 15,3), motivo por el cual el Templo de Jerusalén ya no tendría
ese rol para la humanidad; el Templo –nada menos- pasa a ser una
institución relativa. Esta persecución llevó a que muchos seguidores de
Jesús también fueran a sus pueblos de origen y también allí anunciaran
el Evangelio a otros “judíos helenistas”. Allí no tendrían tanta
oposición palestinense, y así comienzan a ir naciendo las principales
comunidades de seguidores del Nazareno.
Así nos iremos encontrando que muchas comunidades de “seguidores del camino” (ver Hch 9,2) o “nazarenos”
(Hch 24,5) como parece que eran llamados, nacen y crecen sin un
“fundador” reconocido. Comunidades como la de Damasco, Antioquía y Roma
no parecen tener un fundador en particular (ver Hch 9,2.19b; 11,19-20;
18,2). El Evangelio, como la semilla sembrada al viento, empieza a
crecer entre persecuciones y anuncios alegres de Buenas Noticias. El
movimiento de Jesús empieza a dejar las tierras de Palestina para
comenzar a expandirse por el imperio romano. Algo empieza a cambiar en
el pequeño grupo de 12 galileos seguidores de un carpintero.
Foto tomada de http://apensandoen.blogspot.com
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