sábado, 19 de diciembre de 2015

OC 5 Expansión del grupo de Jesús

El grupo de Jesús empieza a expandirse

 Eduardo de la Serna




Con judíos dispersos por todo el mundo mediterráneo, la relación de estos con los habitantes de los demás pueblos era diferente según las circunstancias. En la tierra de Israel, por ejemplo, la mayor parte de los habitantes eran judíos, la lengua era el arameo –relativamente semejante al hebreo-; con frecuencia escuchaban la lectura de la Biblia en hebreo, y muchas veces su posterior traducción al arameo. La moneda circulante era acuñada sin imágenes, la peregrinación al templo de Jerusalén era frecuente, y el contacto con “extranjeros” no era tan asiduo. Los judíos que habitaban fuera de Israel –en cambio- hablaban en lengua griega, vivían un mundo lleno de templos e imágenes a las más diversas divinidades, utilizaban en su vida cotidiana monedas con imágenes del emperador que lo recordaban como “hijo de Dios”, y la peregrinación al templo de Jerusalén sólo podía ser muy ocasional, con frecuencia una vez en la vida; por lo cual se recurría a casas de reunión y oración (llamadas “proseujé” y más tarde “sinagogas”) donde se leía la Biblia en griego.

Cuando el cristianismo comenzó a dispersarse misioneramente por el mundo mediterráneo, fueron estos judíos de la dispersión los primeros destinatarios del anuncio, y a su vez fueron los primeros misioneros. El libro de los Hechos de los Apóstoles –seguramente de un modo esquemático antes que histórico- nos presenta el acceso al grupo de los seguidores de Jesús de los “helenistas” (= judíos de habla griega; Hch 6,1), el posterior nombramiento de Siete para que los asistan (6,2-6), y finalmente su predicación en tierra fuera de Jerusalén, como se ve especialmente en el caso de Esteban (6,8-15; 7,1-60) y de Felipe (8,4-8; 8,26-40). Sin duda, la actitud de los “helenistas” los llevaba a tener una actitud “relativa” frente a instituciones supervaloradas en Israel: la circuncisión, el Templo, los rituales alimentarios (ver Gal 1,14; Fil 3,6). Esto motivó un rechazo de varios judíos de Palestina a los judíos-helenistas-seguidores-de-Jesús (los llamamos así porque todavía no se usaba el término “cristianos” y porque ellos se sentían indudablemente judíos). Este rechazo de “palestinenses” a los “helenistas-seguidores-de-Jesús” se fue agravando hasta terminar en franca persecución (Hch 8,1). Esa actitud resultaba intolerable para los más religiosos. Basta repetir un ejemplo: los seguidores de Jesús habían interpretado la muerte del Señor a la luz de Isaías 53, como una “muerte para el perdón de los pecados  (ver 1 Cor 15,3), motivo por el cual el Templo de Jerusalén ya no tendría ese rol para la humanidad; el Templo –nada menos- pasa a ser una institución relativa. Esta persecución llevó a que muchos seguidores de Jesús también fueran a sus pueblos de origen y también allí anunciaran el Evangelio a otros “judíos helenistas”. Allí no tendrían tanta oposición palestinense, y así comienzan a ir naciendo las principales comunidades de seguidores del Nazareno.

Así nos iremos encontrando que muchas comunidades de “seguidores del camino” (ver Hch 9,2) o “nazarenos” (Hch 24,5) como parece que eran llamados, nacen y crecen sin un “fundador” reconocido. Comunidades como la de Damasco, Antioquía y Roma no parecen tener un fundador en particular (ver Hch 9,2.19b; 11,19-20; 18,2). El Evangelio, como la semilla sembrada al viento, empieza a crecer entre persecuciones y anuncios alegres de Buenas Noticias. El movimiento de Jesús empieza a dejar las tierras de Palestina para comenzar a expandirse por el imperio romano. Algo empieza a cambiar en el pequeño grupo de 12 galileos seguidores de un carpintero.


Foto tomada de http://apensandoen.blogspot.com

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