lunes, 26 de mayo de 2014

Un Te Deum



Un Te Deum

Eduardo de la Serna 


En la Iglesia Católica Romana hay una serie de “celebraciones”, “ritos” que entendemos que se fundan en aquello que Jesús quería. Más o menos evidentemente. Son “siete” (número bíblico por excelencia) a los que llamamos sacramentos. Con otros hermanos no católicos compartimos particularmente dos, el Bautismo y la Cena del Señor, aunque otras comunidades también reconozcan otros como el ministerio ordenado, o el matrimonio, por ejemplo. Si presuponemos que se fundan en Jesús, evidentemente podemos suponer que esos sacramentos no pueden modificarse en sus partes fundamentales (irónicamente podemos decir que no podría celebrarse la cena del Señor con gaseosa en lugar de vino). 

Pero también hay, en la Iglesia, otros “ritos” o “celebraciones” que se vienen realizando a lo largo de los años (o siglos, si cabe) y que tienen sentido en lo que se va viviendo, y bien podrían modificarse si se ve la conveniencia. Es el caso, por mencionar los más conocidos, de las bendiciones, los “responsos”, o los “Tedeum”. ¿Qué son, en estos casos, estas celebraciones? Una persona, o familia, o un colectivo que pide al cura una bendición (es decir, que interceda ante Dios para que Él bendiga un objeto, un difunto, un país). 

Como cura, me parece bien pedir ante Dios la bendición sobre algo/alguien. Dios es el que bendice, obviamente, no el cura. Pero entonces, lo importante de esto, en este caso un Te Deum, es la bendición, no las palabras del cura (u obispo). Me parece bueno que los creyentes pidan que Dios bendiga, como me parece sensato que los no creyentes no lo pidan o no le vean sentido. Cuando Dios bendice, en la Biblia, por ejemplo, llena de vida. Cuando Dios bendice a Abraham es prometiéndole tierra, hijos, frutos en los campos, es decir: vida. Que Dios bendiga a nuestra Patria me parece bueno. Pero la oración no es mágica, es decir no es que “el cura reza” – “Dios bendice” – “llega la vida”. Es evidente que así no hace Dios las cosas; somos nosotros los que debemos trabajar por la vida, y muchas veces confrontar con los sembradores de muerte. Dios no “manda” una lluvia para la cosecha, o “paz” para un país, somos los seres humanos los que debemos trabajar en eso.

La tradición de la propagación de los discursos quizás haya afectado el sentido. Era habitual ver que el presidente de la Nación debía ir al “Día del Ejército” donde un general le decía lo que debía hacer en defensa de la Patria; a la Rural donde el presidente de la Sociedad Rural le decía lo que debía hacer en Economía, y al Te Deum donde el Cardenal le decía lo que debía hacer al interno del país. Y celebro que el Gobierno haya puesto límites a estos abusos. En lo personal, me parecen intolerables.
Ahora bien, si de hacer una oración se trata (y si se incluyen a todas las confesiones religiosas –al menos las más numerosas- del país), me parece muy justo que quienes creen pidan a un cura (u obispo) que los acompañe a rezar para que Dios bendiga nuestra Patria. 

Pero el problema está en la homilía, parece. Es sensato pensar que el celebrante tratará de hablar de la Patria (porque es la que se pide que Dios bendiga) y de hablar de lo que razonablemente él cree que Dios quiere, lo que él piensa que es conforme o disconforme a los planes de Dios (Siempre presuponiendo honestidad, obviamente). Y acá hay un problema… Es evidente que Dios no le “habla” al celebrante para decirle lo que ha de decir, y él deberá discernir con serenidad. Y acá cabe la posibilidad del “error”, de que una mala mirada, un mal diagnóstico, las propias capacidades e incapacidades del celebrante, su ideología (que la tiene), su “lugar” no permitan discernir con claridad aquello que “Dios diría a este país concreto en este tiempo concreto”. Y por eso también es sensato que el que va a pedir la oración –el Te Deum en este caso- busque un celebrante con quien se encuentre en sintonía. 

Hasta aquí “los” Te Deum. ¿Qué decir del Te Deum de ayer, 25 de mayo, en la Catedral de Buenos Aires? En lo personal, la celebración me pareció medieval, y no entiendo el mantenimiento de muchos gestos, ritos y cosas que bien podrían cambiar. Ritos incomprensibles para muchos, que se pueden modificar con creatividad donde lo fundamental (la oración por la Patria) sea lo que quede de manifiesto. Dejo de lado tres pequeños errores de la celebración de ayer, solo los menciono: el “Congreso de 1934” no fue “Ecuménico (mala palabra en ese entonces) sino Eucarístico, la llamada “Oración simple” no es de San Francisco de Asís, cosa que cualquier franciscano les hubiera dicho “simplemente”, y el lavatorio de los pies, del Evangelio de Juan, no ocurre en una cena pascual, por lo que no hubo modificación de ritos antiguos, como se dijo. Pero a la hora de la “oración” para pedir a Dios por la Patria, estos temas son secundarios. 

Pedir “diálogo” y “encuentro” es algo muy sensato, importante y bueno. Claro que eso implica “otros”. Otros que muchas veces se niegan a dialogar. Obviamente los que se negaron a que hubiera multiplicidad de voces en los medios porque querían tener el monopolio de la voz no parecen tener actitud de diálogo; los que levantan su mano (derecha, obviamente) teniendo erguido su dedo medio, no parecen tener actitud de diálogo; los que gritan “ándate yegua”, los que convocan a una marcha por la seguridad después de haber anunciado “uno, dos o tres muertos”, los que no van a un lugar de diálogo, como el Parlamento, para pontificar desde la televisión, los que provocan huelgas como única medida perjudicando a cientos de miles de pasajeros sin buscar conjuntamente soluciones, para “golpear hasta ponerlos de rodillas”… esos y otros no parecen tener actitud dialoguista. El diálogo no implica estar de acuerdo, por cierto; el diálogo supone escucharse, saber respetuosamente qué piensa el otro, y pensarlo, “discernirlo” aunque sigamos con nuestra opinión. Escuchar al otro u otra con respeto por su opinión, para conocerla, supone obviamente que el otro o la otra, escuchará la nuestra con la misma actitud. 

La Iglesia Argentina, en plena crisis del 2001 convocó al “Diálogo” y los curas en opción por los pobres fuimos muy críticos en esto. No por oponernos al diálogo, sino por cómo se estaba entendiendo. Nos pareció que la Iglesia se ponía “por encima”, como prestar espacio para que “otros” dialoguen sin tomar posiciones, como si fuera lo mismo el oprimido y el opresor. Y nos parecía que indubitablemente, la Iglesia debía tomar postura en favor de las víctimas (¡que vaya si las había!), y denunciar claramente a los opresores, a los que se enriquecían a costa de más y más pobres. Y –además- nos parecía que los pobres no habían sido invitados a ese “diálogo”, por lo que –dijimos- no era ese el Diálogo que nos parecía razonable y necesario. Lo mismo quisiera decir hoy. “Diálogo” reclamó ayer el Cardenal. Y en lo personal, lo deseo. Pero con un Gobierno que esté dispuesto a dialogar sin moverse “ni un poquito así” de la defensa de los pobres, de la inclusión, y de la confrontación con los injustos, los genocidas, los explotadores. 

Eso sí se lo pido a Dios, el 25 de mayo, y cada día.


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