sábado, 3 de mayo de 2014

La necesaria renovación eclesial



La importancia de una reforma. La seriedad de una reforma.


Eduardo de la Serna


Por aquello de la “conversión”, la Iglesia dice de sí misma que está en permanente reforma. Algo que, aunque cierto en alguna medida, aparece en otros momentos como una ironía, o una negación flagrante de la realidad. Una reforma sería “volver a una (nueva) forma”, puesto que algo –por diversas razones- se ha “deformado”. 

Se dice del Papa Francisco que “está reformando la Iglesia”, pero entre tanto, el mismo Papa acaba de terminar su cuarta reunión –de tres días cada una- con los 9 cardenales que lo están asesorando para dicha reforma, lo cual indica que todavía no ha empezado a concretarse. Sin duda que una reforma en serio, bien hecha, profunda, no puede pensarse y concretarse en poco tiempo. A eso me referí cuando dije que “todavía no ha hecho”, y que algunos se molestaron en criticar sin haber leído o comprendido. 

¿Qué debería ser una reforma, en la Iglesia?

La Iglesia no es solamente una institución, no es solamente un cuerpo social. Lo es, sin duda, pero para los que somos miembros de esa institución-cuerpo social, creemos que se trata de algo que en cierta manera Jesús de Nazaret quiso, y que se fue gestando lentamente a lo largo de los siglos. Ninguna reforma sería seria si no se parte de la base: de lo que Jesús quería. Hacer una adaptación a los tiempos corre el riesgo de ser un mero “lifting”, un poco de “botox” para que la cara aparezca rejuvenecida, mientras la perdida de vitalidad “va por dentro”. Sólo yendo a Jesús, a su sueño para la humanidad (o para Israel, en un primer momento) y viendo –después de conocerlo bien- cómo vivir ese sueño en nuestro presente histórico, sería la reforma verdadera y profunda. Veamos un ejemplo: la reforma del papado, tan importante y necesaria como lo dijo ya Juan Pablo II y repitió el papa actual, no puede ser un mero dar cabida a “imitar” a algún buen papa histórico para volver a re-vivir sus influencias. La reforma del papado debe hundir sus raíces en Pedro. Aprendiendo a conocer lo más hondamente posible a Pedro, al Pedro histórico, a lo que Jesús quiso de Pedro al elegirlo, podremos luego ver cómo vivir eso en nuestro tiempo, por otro lado tan diferente. De otro modo, no sólo la tradición, sino también los pecados, los frenos, las negaciones del Espíritu Santo, impedirán que “hoy Francisco sea Pedro”, aunque sea “Sumo Pontífice”.

Es urgente reconocer que “el jefe de la Iglesia” no es el Papa, sino que es el Espíritu Santo, y el sueño de Jesús fue que Dios reinara en la historia de la humanidad. En la historia de la Iglesia ha habido cientos de personajes maravillosos que han mostrado transparentemente ese reinado de Dios, pero también se lo ha ocultado, opacado, disimulado o invisibilizado. Cuando la Iglesia se puso por encima del Espíritu y del Reino, el sueño de Jesús empezó a ser caricatura. Lo querido por Jesús comenzó a “deformarse”.

Cuando digo que Francisco todavía no empezó a renovar la Iglesia, me refiero precisamente a eso, a que todavía (insisto en el “todavía”, ya que no estoy negando que esté en su deseo más profundo concretarlo lo antes posible), no se están dando pasos explícitos para que la Iglesia se convierta al reino, que el Espíritu Santo aparezca como el jefe de la Iglesia. Pero, precisamente porque no se trata de lifting, no es cosa de “adaptación”. Hacer este o aquel otro cambio por mera “adecuación”, aunque sea grato, sea deseable, y sea pedido por multitudes, no será fructífero (ni “eclesial”) si no se empieza por un mirar a Jesús. 

Obviamente que tampoco se trata de repetir lo que se hacía en aquel tiempo; eso sería fundamentalismo puro. Es un primer paso de análisis crítico, histórico, teológico, exegético; para luego mirar con la misma crítica histórica, la realidad presente para dar el paso hermenéutico. 

En lo personal, creo que hay muchísimas cosas en la Iglesia que deben cambiar, renovarse, desaparecer, reformularse, crearse; pero cuando se dice –por ejemplo- que debe haber cambios en el ministerio ordenado (el “sacerdocio”), en el lugar de la mujer, en la autoridad, en la transparencia, en el uso (y abuso) del poder, en la relación con la sociedad, el papado, creo que sólo serán cambios circunstanciales, superficiales o sin sentido si no se empieza por un acabado análisis de la predicación y la vida de Jesús frente a todo esto. En lo personal creo que de ese modo, los cambios que se suscitarán no serán “reformas” sino verdaderas revoluciones, y de eso se trata el reino. A lo mejor este desafío pueda suscitar temor o inseguridad, precisamente; pero de eso se trata la confianza en el Espíritu Santo. Sino, la “institución” hará ligeros retoques, pequeños cambios agradables o simbólicos, pero la deseable y necesaria renovación eclesial seguirá en el terreno de lo que habremos de esperar para un futuro no cercano.


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