martes, 20 de mayo de 2014

Comentario Pascua 6A



El Espíritu es anunciado, el Pueblo no quedará solo
DOMINGO SEXTO DE PASCUA – año “A”
25 de mayo

Eduardo de la Serna


Lectura de los Hechos de los Apóstoles     8, 5-8. 14-17

Resumen: los sumarios donde se sintetiza el ministerio de la Iglesia primitiva continúan; en este caso con la predicación de Felipe. Continuando lo hecho por los Doce, que a su vez hacen lo que hizo Jesús, y lo que más tarde hará Pablo, el anuncia de la “palabra” continúa y es garantizado por la Iglesia de Jerusalén.

Los breves textos de Hechos de los apóstoles siguen siendo la primera lectura del tiempo litúrgico de Pascua. En el texto de hoy, por otra parte hay una serie de elementos que es conveniente destacar para una mayor comprensión. Como se señaló la semana pasada, los siete se dirigen a Judea y Samaría, como ocurre en este caso con Felipe. El relato completo puede estructurarse de esta manera:

A.    Felipe predica en Samaría (8,5-8)
   B.    Simón el Mago (8,9-13)
      C.   Los enviados de Jerusalén imponen las manos y desciende el Espíritu Santo (9,14-14-17)
   B’   Simón el mago malinterpreta – los enviados vuelven a Jerusalén (8,18-25)
A’   Felipe predica a un extranjero (8,26-40).

Como se ve, la liturgia ha omitido los textos que hacen referencia a Simón, el Mago y la escena final de Felipe y el etíope. 

Como se ha dicho en otros casos, la característica de la predicación de Felipe queda manifestada en “signos” (v.7.13) y estos mueven a la conversión. Es importante recordar que la fórmula “signos y prodigios” (acá insinuada en “signos”, y “milagros” aunque no expresamente presentada) alude a la vocación profética de la Iglesia.

Los signos que Felipe realiza son “conocidos”: expulsa espíritus impuros, los paralíticos son curados, y hay una “gran alegría”; sin duda los Siete, como antes los Doce, y luego Pablo manifiestan una clara continuidad con el mensaje profético, con los signos de Jesús, y su clásica consecuencia en Lucas: la gran alegría (Lc 2,10; Hch 15,13). 

Como se ve, Lucas presenta simplemente un sumario en la primera parte señalando de un modo genérico la predicación de Felipe (cf. 5,12-16; 11,19-21), más adelante lo hará con Pablo, quien también se enfrenta con un mago (13,4-12) y realiza signos y prodigios (15,12). 

Enterados de esto, los apóstoles (en Lucas, los Doce) envían delegados: en este caso Pedro y Juan. Si la misión empieza a partir de la donación del Espíritu, estos serán los encargados de orar “para que recibieran el Espíritu” (v.15). Como se vio la semana pasada, esto ocurre por la imposición de las manos. 

Un tema importante el Hechos que está supuesto aquí es la centralidad de la Iglesia de Jerusalén. No sólo de allí sale la misión, sino que cuando se generan nuevas comunidades los Apóstoles se ven en la obligación de enviar delegados para dar una suerte de “aval” a lo que viene sucediendo (Jerusalén pide cuentas a Pedro por su obrar con Cornelio, 11,1-3), envía a Bernabé a ver lo que ocurre en Antioquía (11,22) reúne a los apóstoles con Pedro, Bernabé y otros para ver qué hacer con los paganos que reciben el bautismo sin exigirles la circuncisión (15,1-2)... Recién en el final del ministerio paulino Jerusalén habrá dejado su rol centralizador (28,25-29).


Lectura de la primera carta del apóstol san Pedro     3, 15-18

Resumen: El autor invita a los destinatarios a una constante búsqueda del “bien”, aunque esto provoque sufrimiento. En este caso, será a semejanza de Cristo que fue matado, pero a su vez resucitado. Viviendo de ese modo, los creyentes harán visible y explícita la esperanza que los motiva.


La unidad comienza en v.13 con una pregunta retórica que tiene en v.14 su respuesta en tono de bienaventuranza. El tema central (que es clave en toda la unidad) es “obrar el bien” (3,10.11.13.16[x2].17.21), esto implica una actitud de resistencia para no amoldarse a los comportamientos del medio ambiente y los poderosos a quienes se debe enfrentar desde la verdad, rechazando todo lo que oprima a las personas. 

Esto es calificado (literalmente) como “a Cristo Señor santificar en los corazones” (cf. Is 8,13). Notemos brevemente una comparación entre el texto de Isaías (en hebreo y en griego) y el texto de Pedro (desde el v.14)

Is 8,13 (hebreo)
Is 8,13 (griego)
1 Pe 3,14-15
A Yahvé Sebaot tengan por santo (kadôs) y él sea el temor y el temblor de ustedes [ambos términos hebreos frecuentemente son traducidos al griego como “fóbos”].
Al Señor santifíquenlo (hagiásate) y él sea el temor (fóbos) de ustedes
… no les tengan ningún miedo (fobêthête) ni se turben (tarajthête), al contrario, al Señor Cristo santifiquen (hagiásate) en sus corazones”

Santificar” a quien es santo (y por parte de quienes no lo son) ha de entenderse en el sentido del Padrenuestro (“santificado sea tu nombre”), por lo que suele –correctamente- leerse como “glorificar”, es reconocer su gloria en la vida diaria, la historia humana. El modo concreto de santificarlo es “dar, a quien la pida, razón de la esperanza (elpis)” (v.15); se refiere al testimonio de la obra salvadora de Dios (1,3) y de la virtud (1,21) que el ser humano recibe y manifiesta, algo que debe ser no solamente manifestado (con una “buena conducta” (v.16) sino también “explicado” (v.15, apología). 

Una nota sobre la “explicación”. La teología se ha presentado con frecuencia como “fe que busca comprender” (fides quaerens intellectum, expresado explícitamente por san Anselmo). Precisamente aquí encuentra su fundamentación bíblica: dar una palabra razonable sobre la fe y la esperanza en ambientes frecuentemente desfavorables.

 La esperanza que se manifiesta y explica no tiene su origen en quien se ve como poseedor de “la verdad”, sino quien manifiesta en su vida una convicción, una “buena conciencia” (“dulzura, respeto, buena conciencia”) con lo que resistirán el mal y provocarán hacia el bien.

La referencia a sufrimiento no aparece como algo que se debe desear, sino reconocer que lo que se debe buscar es la realización de la voluntad de dios, lo cual puede implicar de parte de los poderosos, de los poderes hegemónicos someter a sufrimientos a los cristianos. Éstos están invitados a ver ese sufrimiento en continuidad o semejanza con el sufrimiento de Cristo. La voluntad de Dios no es que alguien sufra, sino que haga el bien. Lo que se dice del sufrimiento de Cristo tienes estas características:


  • Murió “una vez” (hápax) indica la consecuencia definitiva de su obra salvadora (”por los pecados”) de modo que no es necesario nada más (tema habitual en Hebreos, x8). Lo absoluto de su muerte enseña el “extremo” del amor de Jesús al que los cristianos se encuentran llamados.
  • “Por nuestros pecados”: el sentido de la muerte “por” es un tema característico en el primer cristianismo (1 Cor 15,3; Gal 1,4; Heb 10,12; 1 Jn 2,2; 4,10). La salvación que trae ha derrotado la fuerza del pecado de un modo universal.
  • Es “justo”, algo que en la carta aparece ligado al cumplimiento de la voluntad de Dios  (2,23; 3,12.18) como se ve en el paralelo. Por otra parte, la relación con el “Justo” sufriente de Isaías 53 (frecuente en 1 Pe, cf. 1,18-21; 2,21-25; 3,18-22) revela un sentido “cristológico”
  • Muerto en la carne y vivificado en el espíritu alude a la muerte violenta que otros le infligen (ligada a “sufrir”) y la “vivificación” que el espíritu le provoca, en este caso referida a la resurrección. “Fue matado” -  “fue vivificado”, en lo que el “espíritu de dios" juega el rol principal lo que, dado el paralelo con los cristianos “sufrientes” anuncia la concreción de la esperanza en la vida definitiva.
  • Todo esto tiene como finalidad “conducirlos a Dios” (v.18). el acceso a Dios ha quedado abierto, la comunión con Cristo lleva a la comunión con Dios (4,13; 1,8; 2,4).




+ Evangelio según san Juan     14, 15-21

Resumen: Jesús está anunciando su partida, pero anuncia a su vez el envío de un personaje, al que llama “Paráclito” que continuará entre los discípulos, la obra que Jesús venía realizando entre ellos.


Desde hace ya bastante tiempo muchas traducciones, en general, han renunciado a traducir el término griego “paráklêtos”, que antes era transcrito como “consolador”, “abogado”, “defensor”, “intercesor”, y directamente han optado por transliterar el griego y dejar “paráclito” siendo que el término griego (originado en el verbo “parakaléô”) significa todo eso además de “interrogar”, “exhortar”, “implorar”, “confortar”, “conciliar”… como se ve, el término tiene que ver con la palabra, en una relación afectiva hacia el otro, de cercanía. En ese sentido, será importante, según el contexto, descubrir qué se dice de este “paráclito” a fin de entender su rol. 

En el caso del Evangelio de hoy, la primera de las cuatro veces que el término se encuentra en el Cuarto Evangelio (único de los Evangelios donde se lo encuentra) se afirma, desde el inicio dos cosas: que es enviado por el Padre puesto que ya que lo aman guardan sus mandamientos. 

“Guardar” es tener en custodia, preservar, pero también prestar atención, obedecer. Jesús afirma que “guarda la Palabra” del Padre (8,55) e invita a “guardar su palabra” (8,51), a Jesús lo acusan de “no guardar el sábado” (9,16). En los discursos de adiós Jesús alude a “guardar los mandamientos”, lo que dice directa relación con el amor mutuo entre Jesús, el Padre y los discípulos (14,21) o con las “moradas” [recordar lo dicho el domingo pasado de la relación entre “morada” y la importancia del verbo “permanecer” en Juan]. Porque Jesús “guarda” los mandamientos  de su Padre, “permanece” en su amor. Jesús sabe que son sus discípulos los que “guardan” la Palabra del Padre (17,11) por eso pide que los “guarde” del maligno (17,15). 

Los “mandamientos” (entolê) comienzan por el “mandamiento” que Jesús ha recibido del Padre, “que dé su vida, y que la recobre” (10,18), lo que Jesús dice y hace es lo que Dios le ha “mandado” decir (12,49) y su “mandamiento” es vida eterna (12,50). A partir de la segunda parte del Evangelio, Jesús comienza a hablar de “su mandamiento” (ya no del Padre, aunque se trata de lo mismo): “amarse los unos a los otros como yo los he amado” (13,34; 15,12), la relación estrecha está dada entre el mandamiento y el amor (14,21); no se refiere a los “mandamientos antiguos” (por ejemplo, “entolê se encuentra x40 en Deuteronomio), sino a un mandamiento “nuevo”. 

El amor (agapê) es término preferido, particularmente en la segunda parte, del Evangelio de Juan (36 de un total de 44 del EvJn) y supone un amor “como yo”, es decir, “hasta el extremo” (13,1) dando la vida (psyjê, 15,13)  y el amor mutuo resultará una suerte de “test” del discipulado (13,35) y repercutirá en la unidad de los cristianos (17,23). 

Lo curioso del Paráclito enunciado es que se trata de “otro”. Es posible –como diremos- que el paráclito anterior sea el mismo Jesús, como se afirma en 1 Jn 2,1:Pero si alguno peca, tenemos a un Paráclito ante el Padre: a Jesucristo, el Justo”.

A continuación el texto continúa “presentando” a este Paráclito: es espíritu “de la verdad”, el “mundo” no puede recibir, ya que no lo ve ni lo conoce, “permanece” y estará con los discípulos (v.17). Aquí se interrumpe la referencia a este personaje que retomará en v.26; 15,26 y 16,7. Mirando estos textos podemos señalar cuatro elementos a tener en cuenta:

El Paráclito
Jesús
vendrá” (15,26; 16,7.8.13), “salido del Padre” (15,26), el Padre  lo “dará” (14,16), “enviará” (15,26; 16,7), “en nombre” de Jesús (14,26)
Ha venido (5,43; 16,28; 18,37) procedente del Padre (8,42; 13,3), el Padre “dio” a su hijo (3,16), “enviado del Padre” (3,17…), Jesús actúa “en el nombre del Padre” (5,43)
Es “otro” paráclito (14,16), es de “la verdad” (14,17; 15,26; 16,13), es “Espíritu Santo” (14,26)
Es el “primer paráclito” (cf. 1 Jn 2,1), es la verdad (14,6), es el “Santo de Dios” (6,69)
conocerán” (14,17), “permanecerá” (14,17), “enseñará (14,26), guiará hacia la verdad (16,13), glorificará a Jesús (16,14), dará “testimonio de Jesús” (15,26-27), recordará lo dicho por Jesús (14,26), hablará lo que oiga, no por su cuenta (16,13)
Lo conocerán (14,7.9), “estará en y con los discípulos (14,20.23; 15,4.5; 17,23.26), Jesús es el “camino y la verdad” (14,6), enseña (6,59; 7,14.18; 8,20), da testimonio (8,14) y glorifica al Padre (8,29; 12,27-28; 14,13; 17,4), dice lo que ha dicho el Padre (12,50), no obra por su cuenta (5,19.30; 8,28…)
El mundo no lo acepta (14,17) no lo ve ni reconoce (14,17), dará testimonio de Jesús frente al odio del mundo (15,26), convencerá al mundo (16,8-11)
Jesús no es aceptado (5,43;12,48), a Jesús no lo verán (16,16) y no lo conoce (16,3; ver 7,28; 8,14.19; 14,7), da testimonio contra el mundo (7,7)

Como es evidente hay una estrecha relación entre Jesús y el Paráclito. Podemos decir que la relación que hay entre Jesús y el Padre se replica en la relación del Paráclito y Jesús una vez que este se haya “ido”. Seguramente ese “volver” del que habla Jesús (v.18) se refiera a su nuevo modo de presencia en el paráclito. De ese modo lo “verán”, “estará” y podrá ser amado (vv.19.20).

La liturgia prepara así los dos próximos “acontecimientos”, la ida de Jesús (Ascensión) y la venida del Espíritu Santo (Pentecostés).


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