martes, 4 de febrero de 2014

Comentario 05A



Una vida en función de “los demás” es una vida donde Dios se hace presente

TIEMPO DURANTE EL AÑO – 5 "A"
9 de febrero

Eduardo de la Serna



Lectura del libro del profeta Isaías     58, 7-10

Resumen: en coherencia con los antiguos profetas, el discípulo de Isaías afirma que el encuentro con Dios no se produce donde nuestra religiosidad espera que se produzca sino allí donde Dios quiere: en el hermano. En la práctica del derecho y la justicia se produce ese encuentro. Encuentro con el hermano, encuentro con Dios.

Todo el capítulo 58 de Isaías constituye una unidad literaria. “Isaías” es enviado a hablar a su pueblo (v.1) a causa de su rebeldía y sus pecados. Este pueblo “busca” a Yahvé, quieren conocer su camino, preguntan por las leyes justas (v.2). En 59,1 se continúa con la idea semejante del pecado del pueblo aunque el acento está puesto en la alianza con Dios (v.21). En este caso el tema radica en que el pueblo se manifiesta aparentemente “religioso”, pero en su praxis está lejos de Dios. El tema principal en este caso es el ayuno.

“¿Por qué ayunamos, si tú no lo ves? / ¿Para qué nos mortificamos si tú no lo sabes?” (v.3). En Israel el ayuno puede tener diversas motivaciones, y ser este individual, o colectivo. Ciertamente –en este caso- se refiere al pueblo. Y se encuentra en paralelo con la humillación, mortificación. Obviamente se dirige a Dios, de allí la preocupación de que Él no lo vea o no lo sepa. Todo el resto del capítulo (vv.3b-14) se trata de la respuesta de Dios a su pueblo. Allí señala las características habituales del ayudo de Israel, y propone una alternativa (“si…”) con su consecuencia (“entonces…”). No se trata de que Yahvé no vea o sepa sino de que Israel no está haciendo las cosas bien.

Como es habitual en los profetas anteriores al exilio (Amós, Oseas, Miqueas, Isaías, Jeremías…) este discípulo de Isaías cuestiona el culto tal como Israel lo vive. Veamos brevemente: es habitual en las diferentes religiones que las personas creen que realizando tales o cuales actos “religiosos” se relacionarán con la divinidad: sacrificios, oraciones, culto, ofrendas… Sin embargo, esto termina “haciendo un Dios a nuestra imagen y semejanza”. El Dios bíblico insiste con frecuencia que a Él se lo encuentra, que entramos en relación con Él, en la medida de la realización de su voluntad, no en la medida de los actos de piedad y religión. Podríamos decir que a Dios lo encontramos allí donde Él está, no donde nosotros creemos que está. Y constantemente nos afirma que lo encontramos cuando realizamos y practicamos “el derecho y la justicia”. No es en el culto donde lo encontramos. Estos términos, derecho y justicia (mispat we tzedaqá) son los términos clave de la religiosidad israelita (cf. Gen 18,19; Job 8,3; 29,14; 37,23; Sal 32,5; 37,6; 89,15; 97,2; 98,4; 106,3; 119,121; Pr 1,3; 2,9; 8,20; Qo 5,7; Is 1,21.27; 5,7; 9,6; 16,5; 28,17; 32,1.16; 33,5; 56,1; 59,9.14; Jer 4,2; 22,3.15; 23,5; 33,15; Ez 18,5.19.21.27; 33,14.16.19; 45,9; Os 2,19; Am 5,7.24; 6,12; cf. 1 Mac 2,29). Veamos esto claramente en dos textos más:

"Practicar el derecho y la justicia agrada a Dios más que los sacrificios". (Pr 21,3)

“…quien quiera gloriarse, que se gloríe de esto: de conocer y comprender que soy el Señor, que en la tierra establece la lealtad, el derecho y la justicia y se complace en ellos –oráculo del Señor–“. (Jer 9,24).


Esto es lo principal, y es el criterio del que parte el discípulo de Isaías. En un pueblo que no practica el derecho y la justicia, pretender relacionarse con Dios a partir del ayuno es necedad. Allí no se encontrará a Dios (v.2: “leyes justas”, tiene la misma raíz de mispat y tzedeq). Si se realiza la voluntad de Dios, y no “ritos vacíos”, entonces: “brotará tu luz como la aurora, y tu herida se curará rápidamente. Te precederá tu justicia, la gloria de Yahvé te seguirá” (v.8).

A Dios se lo encuentra en la práctica del derecho y la justicia, es decir, en el trato al miembro del mismo pueblo como verdadero “hermano” (y debemos añadir, “hermana”, aunque la idea no se encuentra en los textos bíblicos). Si no hay un “encuentro” con el otro/a, no hay encuentro con Dios. Esto queda expresamente señalado en el texto: “El ayuno que yo quiero es éste: abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos, dejar libres a los oprimidos, romper todos los cepos; compartir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo y no despreocuparte de tu hermano”. (vv. 6-7; ver vv.9-10). La imagen de la “mortificación” sirve para ilustrar el tema, lo mismo que el hambre:


No se trata de que te mortifiques (v.2), sino que no mortifiques al hermano (v.10);

Si sacias el hambre de tu hermano (v.7.10), Dios te alimentará (v.14).


Recién después de vivir conforme a la voluntad de Dios (cf. “¿no será…”, vv.6.7), recién después de vivir el “derecho y la justicia” (“si…”, vv.9.13) es que se produce el encuentro con Dios y “entonces” (vv.8.9.14) esa sensación frustrante de vv.1-2 alcanza su plenitud. Plenitud del encuentro con Dios en la medida del encuentro con el hermano.



Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto     2, 1-5
 
Resumen: la cruz es presentada como el centro de toda la predicación paulina; pero esta predicación es a su vez “encarnada”. Pablo mismo se presenta como crucificado de modo que ante los ojos de los destinatarios no “aparezca” el predicador sino la fuerza de lo predicado. La cruz en su debilidad y necedad manifestando así la fuerza del espíritu de Dios.


En la primera parte de la carta a los Corintios, Pablo enfrenta decididamente que haya partidos en el seno de la comunidad: partido de Pablo, de Apolo, de Cefas (= Pedro), de Cristo… La misma división en sí carece de todo sentido. Pero luego de haber enfrentado esta ruptura, quiere dejar claro que lo único que cuenta es la cruz. Pero no solamente la cruz como “contenido” de la predicación, sino también la cruz como “configuradora” de la predicación. Este tema lo repetirá con insistencia también en la 2ª carta a los Corintios. Una predicación que se caracterizara por sabias palabras, por una retórica sólida corre el riesgo de que los oyentes se “queden” en esa estructura más que en el mismo contenido. El contraste entre fuerza y debilidad, sabiduría y necedad que tiene su sentido en la cruz (1,22-25) se manifiesta también en la vida misma de los seguidores del crucificado. La comunidad de Corinto, por ejemplo;


Ha escogido Dios más bien lo necio del mundo para confundir a los sabios. Y ha escogido Dios lo débil del mundo, para confundir lo fuerte. Lo plebeyo y despreciable del mundo ha escogido Dios; lo que no es, para reducir a la nada lo que es”. (1Cor 1,27-28)


Es que la vida misma de la comunidad ha de ser evangelizadora, lo que los demás ven en ella ha de ser “palabra”, y por eso, que sean “necios” y “débiles” se constituye en un reflejo de la cruz (1,30-31). Ellos son –podríamos decirlo- una “comunidad crucificada”.

Pues bien, en continuidad con esto, Pablo se presenta a sí mismo también como un “predicador crucificado”. Una vez más la “debilidad” es puesta en primer lugar. «No me presenté con el prestigio de la palabra o la sabiduría» (quizás en contraste con la reacción que algunos tuvieron ante la excelente predicación de Apolo); y la razón de esto es que “no quise saber sino a Jesús el Cristo, y este crucificado”. De allí las características de la cruz que se encarnan en él: debilidad (nuevamente la “debilidad”: 1,25.27; 2,3; 4,10; 8,7.9.10.11.12; 9,22; 11,30; 12,22; 15,43), temor, temblor. Su palabra no tuvo “nada” de los persuasivos discursos sapienciales, sino que fueron “demostración del espíritu y el poder”. Precisamente, los frutos (las conversiones provocadas por la predicación de Pablo, sin duda) son manifestación que allí está el Espíritu actuando en la predicación paulina. Allí es que está el poder de Dios actuando, y no en la mayor o menor capacidad retórica o de predicación de Pablo (o de Apolo).

Pablo continuará este tema profundizando esta sabiduría débil y crucificada enfrentándola a la sabiduría “de este mundo”, pero esto será la lectura del próximo domingo.

Lo cierto es que Pablo mismo se presenta como un ejemplo vivo de aquello mismo que él predica, la cruz no es sólo contenido, es también la vida del apóstol.

 
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo     5, 13-16

Resumen: con dos metáforas de la sal y la luz, el sermón de la montaña se refiere a los destinatarios como aquellos que –siempre en función de los destinatarios (“los hombres”)- dejan que Dios trasluzca en sus vidas y “los hombres” puedan reconocerlo.


Después de las bienaventuranzas, con las que comienza el llamado “sermón de la montaña” (vv.3-12), y antes de comenzar su largo discurso sobre la “justicia mayor” y “la Ley y los Profetas” (5,17-7,12) Mateo presenta brevemente un doble dicho dirigido a los oyentes del sermón (“ustedes son”, vv.13 y 14) utilizando las metáforas de la sal y la luz.

La imagen de la sal es tomada de un texto del evangelio de Marcos con ligeros cambios:

Mateo 5,13
Marcos 9,50
Lucas 14,34
Ustedes son la sal de la tierra.

Mas si la sal se desvirtúa (lit. se “vuelve necia”),

¿con qué se la salará?
Ya no sirve (lit. “no tiene fuerza”) para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres.

Buena es la sal;
mas si la sal se vuelve insípida (lit. “des-salada”),

¿con qué la sazonarán?




Tengan sal en ustedes y tengan paz unos con otros».

«Buena es la sal;
mas si también la sal se desvirtúa (lit. se “vuelve necia”),

¿con qué se la sazonará?

Como se ve en el cuadro, Mateo repite la idea de Marcos, destacando en este caso –como es propio del Sermón del monte- que los destinatarios están llamados a un modo de ser y vivir. “Ustedes son”. La “necedad” de la sal propia de Lucas se ubica aquí, mientras Marcos utiliza “des-salar”. 

Pero como puede verse, la imagen se presta claramente a un sentido metafórico: en Lev 2,13 las ofrendas que se presentan a Dios han de ser saladas, y la sal es imagen de la alianza (ver Num 18,19; 2 Cr 13,5). La sal también es imagen de “sabor” (Job 6,6), como se ve en la metáfora usada por el discípulo de Pablo (Col 4,6): la conversación ha de ser amena. Pero la sal es también imagen de purificación (2Re 2,20-21), se utiliza en los nacimientos (Ez 16,4). Es algo de primera necesidad (Sir 39,26), y se suele utilizar para las paredes y pisos de los hornos (cf. Mc 9,49). 

La idea de la “necedad”, que no se espera normalmente de la sal, parece aludir –especialmente por el contraste con la “fuerza” a un servicio para “los hombres”. La “tierra” se refiere a la vida cotidiana (6,19; 9,6; 17,25; 23,9; 24,30; aunque en ocasiones puede ser distinto del mar [14,24], o el cielo [16,19; 18,18.19]). Los oyentes del sermón de Jesús están llamados a sazonar la vida de la humanidad, a llenarla de sabor.

La segunda metáfora es la de la luz. Y en seguida lo ejemplifica con dos elementos, una ciudad en la cima de un monte y una lámpara. La primera, obviamente no alude a la luz, pero si a “ser vista”: “no puede ocultarse”. Los oyentes del sermón deben ser vistos, y los testigos deben –se dirá- ver algo más en sus actitudes.

La lámpara encendida, obviamente se pone en un lugar que ilumine a “todos los que están en la casa”. En este caso, el contraste está en un ¡candelero” y un “celemín”. Nuevamente esta frase está tomada del Evangelio de Marcos. 

Mateo 5,15
Marcos 4,21
Lucas 8,16
Lucas 11,33
Ni tampoco se enciende una lámpara y la ponen debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa.
Les decía también: «¿Acaso se trae la lámpara para ponerla debajo del celemín o debajo del lecho? ¿No es para ponerla sobre el candelero?
«Nadie enciende una lámpara y la cubre con una vasija, o la pone debajo de un lecho, sino que la pone sobre un candelero, para que los que entren vean la luz.
«Nadie enciende una lámpara y la pone en sitio oculto, ni bajo el celemín, sino sobre el candelero, para que los que entren vean el resplandor.

No es evidente de qué se trata un “celemín” (módios) pero lo cierto es que se hace referencia a algo que tapa la luz que se ha encendido (como la vasija o debajo del lecho, Lc 8,16). El contraste con el candelero es, precisamente algo que eleva la lámpara para que la luz llegue a todos. Y –nuevamente- ese “todos”, “los hombres” son los destinatarios de la metáfora, como la de la sal.  

El sentido del ser de los destinatarios del sermón de la montaña no es en función de sí mismos sino de “los demás”. Por eso son “de la tierra” o “del mundo”. 

De allí la conclusión de esta última metáfora pero que da a su vez sentido a la anterior: “brille su luz delante de los hombres” (v.16).

Pero –y he aquí la clave de todo- así “los hombres” verán las “buenas obras” (la sal, la luz); pero estas “buenas obras” no son para que los que las practican se jacten de su “religiosidad”, de su “bondad” o –peor aun- de su superioridad con respecto a “los hombres”, sino para que “los hombres” descubran a Dios detrás de ellas y le den gloria (“Padre [que está] en los cielos” es característico de Mateo: 5,15; 6,9; 7,11.21; 10,32.33; 16,17; 18,10.19). Los hipócritas pretenden ser “glorificados” ellos mismos por “los hombres” cuando estos ven sus “buenas obras” (6,2). Del mismo modo que las obras de Jesús manifiestan a Dios, y a Dios que reina (9,8; 15,31) las “buenas obras” de los destinatarios del Sermón de la Montaña deben dejar traslucir a Dios y en ellas “los hombres” podrán reconocerlo. 


Foto tomada de http://mividaenxto.com/2012/06/11/oracion-del-martes-ustedes-son-la-luz-del-mundo/
 


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